Ing. Daniel Iglesias Grèzes
¿Qué es el evolucionismo teísta?
Desde un punto de vista puramente terminológico, la expresión “evolucionismo teísta” debería designar simplemente la forma de pensamiento que combina “evolucionismo” y “teísmo”. Si “evolucionismo” se define en sentido amplio, como la doctrina que sostiene la mutabilidad y el origen interdependiente de las especies, que provienen las unas de las otras por transformación, a partir de un ancestro común; y si “teísmo” se define como un monoteísmo compatible con la teología natural católica, entonces, a mi juicio, en principio no habría nada que objetar al “evolucionismo teísta”.
Sin embargo, en la práctica la expresión “evolucionismo teísta” suele tener otro significado más cuestionable. Históricamente, el “evolucionismo teísta” ha surgido principalmente del intento de combinar una forma específica de evolucionismo (la teoría darwinista de la evolución) con la fe cristiana. A continuación trataré de mostrar que esa corriente principal del evolucionismo teísta (que debería llamarse en realidad “darwinismo cristiano”), debido a sus concesiones injustificadas a los adversarios de la fe cristiana, generalmente defiende diversas posturas contrarias a la fe o a una sana filosofía.
El evolucionismo teísta y el diseño inteligente divino
Muchos evolucionistas teístas sostienen una visión que podría describirse como “creación sin diseño inteligente” (o con diseño inteligente parcial). Veámoslo con más detalle. La tesis principal de esa corriente es que, aunque Dios es el creador de todos los seres vivos, no es su diseñador en un sentido propio y auténtico, porque los ha creado a través de un proceso evolutivo en el que desempeñan un rol primordial los fenómenos aleatorios: sobre todo las mutaciones genéticas aleatorias (según el mecanismo evolutivo postulado por el neodarwinismo), pero también el indeterminismo cuántico (según la teoría cuántica, interpretando la relación de Heisenberg como un principio de indeterminación física u ontológica).
En general, los autores de esta corriente niegan que la evolución biológica sea guiada inteligentemente por Dios. Más bien, Dios se habría limitado a crear un universo con leyes naturales (físicas y químicas) finamente sintonizadas para producir un ambiente capaz de soportar la vida biológica y la vida humana. Después de crear el primer ser vivo, Dios habría dejado que el mecanismo darwinista (mutación-selección), actuando autónomamente, produjera de un modo aleatorio las distintas especies, con sus diversas características anatómicas y fisiológicas.
Esta forma de concebir la creación de los seres vivos contradice el dogma cristiano. La Divina Revelación (transmitida en la Sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia) enseña sin lugar a dudas que Dios no sólo ha creado todas las cosas visibles e invisibles, sino que lo ha hecho según un designio sapientísimo; y también que la Providencia de Dios gobierna todos los acontecimientos de este mundo, grandes y pequeños. La fe cristiana es totalmente incompatible con cualquier limitación del diseño inteligente o del gobierno inteligente del mundo y de la vida por parte de Dios. Esto es tan evidente que no me tomaré el trabajo de documentarlo aquí.
El evolucionismo teísta y el multiverso
La visión de una “creación sin diseño inteligente” es llevada a un extremo por algunos autores que intentan una justificación teológica del multiverso. La idea del multiverso ha sido propuesta y sostenida principalmente por motivos anti-teológicos. Dado que el diseño inteligente de nuestro universo y de sus seres vivos es casi evidente, para negarlo se suele recurrir hoy a un postulado audaz: hay un número inmenso o infinito de universos, de modo que el nuestro (que parece tan bien diseñado) es un mero resultado del azar. Según los evolucionistas teístas que defienden el multiverso (por ejemplo, Francis Collins), el uso del azar por parte de Dios juega un rol estelar no sólo en la evolución biológica, sino también en la evolución cósmica. Dios habría creado muchísimos o infinitos universos y en cada uno de ellos las cosas evolucionan sin intervención de Dios de tal modo que en uno de ellos, por puro azar, se ha producido una evolución biológica darwinista que dio lugar a la existencia del ser humano.
Esto es mala ciencia, porque no hay la menor evidencia científica del multiverso. Pero también es mala teología: Dios no necesita crear infinitos universos para ver si, de ese "juego de azar", resulta por casualidad algún universo que sirva a sus propósitos. Si Dios puede crear el universo de la nada, también puede diseñarlo inteligentemente según sus fines, empleando para ello (como medios o causas segundas) una combinación apropiada de fenómenos determinísticos o aleatorios. Para Dios no hay azar ni probabilidad. Dios conoce todas las cosas con certeza, en su eterno presente. Como Einstein, tiendo a pensar que Dios no juega a los dados; pero, y esto es lo decisivo, si Dios jugara a los dados, ningún resultado lo sorprendería, porque ninguno sería independiente de su inteligencia y su voluntad. Esto vale como argumento contra todos los evolucionismos teístas que defienden una creación sin diseño inteligente, tanto los más moderados (que niegan sólo el diseño inteligente de los seres vivos), como los más radicales (que niegan también el diseño inteligente del universo y de las leyes naturales).
El evolucionismo teísta y el darwinismo
Los evolucionistas teístas suelen pensar: a) que el darwinismo es una buena teoría científica, con una buena base experimental (los casos comprobados de microevolución); b) que no es un evolucionismo aleatorio; y c) que no favorece el ateísmo.
Estos pensadores no tienen en cuenta que la extrapolación de la microevolución a la macroevolución es infundada. Que el mecanismo darwinista (mutación-selección) pueda modificar las proporciones de las variantes de una especie presentes en una población local no prueba que sea capaz de crear el ojo o el ala, o de transformar un pez en un anfibio. Tampoco tienen en cuenta el peso abrumador de las objeciones contra el darwinismo que provienen de la paleontología, de la biología molecular y de la teoría de la información. He presentado con algún detalle esas formidables objeciones en el Capítulo 4 de mi libro
Todo lo hiciste con sabiduría.
Los evolucionistas teístas suelen insistir en que la evolución darwinista no es aleatoria porque uno de sus factores (la selección natural) no lo es. No tienen en cuenta que, de los dos factores del mecanismo darwinista (mutación-selección) sólo el primero (las mutaciones) juega un rol creativo, mientras que el segundo (la selección natural) juega un rol meramente destructivo. En la teoría darwinista de la evolución, todas las nuevas variantes biológicas son generadas por las mutaciones genéticas aleatorias, que no son otra cosa que errores aleatorios en la copia de la información genética. Vale decir que, según la síntesis neodarwinista, una afortunadísima sucesión de errores de copia ha transformado al ancestro común primigenio (digamos, una bacteria) en un elefante o un ser humano; mejor dicho, lo ha transformado en ambas cosas y en muchísimas otras cosas más, a través de muchísimas y afortunadísimas sucesiones de errores.
Por otra parte, desde la misma época de Darwin, muchos cristianos y no cristianos han estado persuadidos de que el darwinismo era esencialmente una teoría atea. Ésa fue la razón principal por la que Darwin propuso su teoría, por la que Haeckel, Huxley y el Club X la difundieron, y por la que Wallace (co-descubridor de la selección natural, pero partidario del diseño inteligente) cayó en el olvido. Esto fue lo que captó inmediatamente Engels al leer la primera edición de El Origen de las Especies, escribiendo a Karl Marx: “La teleología todavía no estaba destruida. Y eso es lo que ha ocurrido ahora.” Además, es innegable que hoy (habiendo caído en desgracia el marxismo y el freudismo), el darwinismo es el principal sostén intelectual del ateísmo cientificista.
El evolucionismo teísta y el problema del mal
Muchos “evolucionistas teístas” cristianos, indebidamente impresionados por los argumentos ateos, piensan que es necesario recurrir a la indeterminación cuántica y al azar darwinista para poder resolver el problema del mal físico en general, y el problema de la “imperfección” de los organismos vivientes en particular. Así rechazan implícitamente las soluciones de la teología cristiana clásica al problema del mal, porque ésta no tuvo en cuenta en absoluto esos dos fenómenos, descubiertos recién en los siglos XIX y XX.
En realidad, ambos argumentos ateos son falaces: se basan en la falsa premisa de que un Dios infinitamente sabio y bueno no puede crear un mundo en el que exista el mal físico o un ser vivo con una determinada y supuesta imperfección. Pero los cristianos en cuestión dan por buenos estos argumentos falaces y por eso, para “disculpar” a Dios de la existencia de los males físicos o de las imperfecciones de los seres vivos, defienden una idea (incompatible con la fe cristiana) de creación sin diseño inteligente, en la que dichos males e imperfecciones son el resultado de procesos aleatorios no diseñados ni guiados por Dios.
En verdad, Dios no necesita de esas “disculpas” nuestras; pero si las necesitara, tampoco servirían, por dos razones: a) el azar no existe para Dios; b) incluso si (por el absurdo) el azar fuera algo incontrolable para Dios, Dios seguiría siendo responsable de las consecuencias del mecanismo aleatorio puesto en marcha por Él. Con perdón del ejemplo (pero no se me ocurre otro mejor): análogamente, es tan responsable de su propia muerte quien se suicida de un disparo a la cabeza que quien muere jugando a la ruleta rusa. En otras palabras, si se rechazan las respuestas cristianas clásicas a las objeciones ateas, ni la indeterminación cuántica ni el azar darwinista permiten resolver de veras el problema del mal. Dios es siempre responsable de su obra creadora, tanto si la lleva a cabo por medios determinísticos o por medios azarosos.
El evolucionismo teísta y el libre albedrío
Muchos evolucionistas teístas piensan que es necesario recurrir a la indeterminación cuántica para poder sostener el libre albedrío porque –dicen– en un mundo donde todos los cuerpos (incluso las neuronas cerebrales) siguen las leyes de la mecánica de Newton todos los movimientos están determinados por las leyes naturales, y entonces un ser humano no podría mover un brazo a la derecha o a la izquierda, según su libre elección. Un ente con suficiente capacidad de cálculo (como el ficticio “demonio de Laplace”) que conociera la posición inicial y la velocidad inicial de todas las partículas en el instante del Big Bang podría conocer anticipadamente toda la historia cósmica, hasta en sus menores detalles. No habría espacio alguno para el libre albedrío.
Los “teístas” que piensan así rechazan implícitamente las respuestas de la teología cristiana clásica a las objeciones del mecanicismo, porque la teoría cuántica surgió recién en el siglo XX. Pero si se rechazan las respuestas cristianas clásicas al mecanicismo, la indeterminación cuántica no permite resolver de veras la cuestión del libre albedrío. Si el alma humana espiritual es incapaz de mover un brazo en un mundo donde vale la física newtoniana, ¿por qué sería capaz de mover un electrón en un mundo donde vale la física cuántica? Y a la inversa, si el espíritu es capaz de mover un electrón en un marco cuántico, ¿por qué no sería capaz de mover un brazo en un marco newtoniano?
La postura aquí criticada (que en realidad es una especie de mecanicismo) se basa en una extrapolación de la física más allá de su ámbito de validez. Para explicar esto me referiré, a modo de ejemplo, a dos leyes de la física que no se aplican sin más a los seres humanos.
El primer ejemplo se refiere a la primera ley de Newton (o ley de inercia). Esta ley fundamental de la mecánica dice que las partículas y los cuerpos rígidos no sometidos a ninguna fuerza se comportan de la siguiente manera: si están en reposo, continuarán en reposo; y si están en movimiento, continuarán moviéndose con un movimiento rectilíneo y uniforme. Ahora bien, considerando el caso estático (el de un cuerpo rígido en reposo), es evidente que la validez de la ley de inercia se restringe a los cuerpos sin vida, que por esa razón se llaman cuerpos inertes o materia inerte. Un ser vivo en reposo, aunque no esté sometido a ninguna fuerza externa, puede comenzar a moverse por sí mismo en cualquier momento. Simplemente, el modelo físico de “cuerpo rígido” (que por definición no tiene fuerzas internas) no se aplica a los organismos vivos.
El segundo ejemplo se refiere al segundo principio de la termodinámica. Este principio puede enunciarse aproximadamente así: en un sistema termodinámico cerrado, la variación de la entropía entre dos estados de equilibrio será positiva o nula. Otro enunciado del mismo principio dice que la entropía total del universo tiende a aumentar con el tiempo. La entropía es una magnitud física asociada al desorden molecular, el cual a su vez se relaciona con el desorden a nivel macroscópico. El principio en cuestión permite justificar la irreversibilidad de ciertos procesos físicos. Por ejemplo, si una botella de vidrio cae al suelo, probablemente se rompa en muchos pedazos; pero jamás sucede que, a través de procesos físicos, los distintos fragmentos de vidrio asciendan del suelo por sí mismos y se ensamblen perfectamente entre sí para volver a adquirir la forma perfecta de la botella completa. Algo análogo ocurre en la muerte. Ningún proceso físico logrará resucitar un cadáver en estado de descomposición avanzada.
Es claro que el segundo principio de la termodinámica no se aplica a sistemas cerrados que incluyen seres inteligentes. Si una casa se mantiene cerrada y deshabitada durante un año, al cabo de ese tiempo mostrará claros signos de su entropía (o desorden) creciente. Si en cambio, la misma casa se mantiene cerrada durante un año, pero habitada por un ser humano hábil, trabajador y con suficientes provisiones y recursos, es probable que el ser humano, debido a su inteligencia, evite que la entropía (o desorden) crezca.
Algo parecido podría decirse de la vida en general. Si bien la tendencia general del universo material es hacia una entropía creciente, la evolución biológica se ha movido en el sentido contrario, hacia un orden cada vez mayor y más complejo.
El evolucionismo teísta y la física cuántica
En síntesis aproximada, el principio de Heisenberg, uno de los pilares de la física cuántica, dice que no podemos conocer, con exactitud y a la vez, la posición y la velocidad de una partícula subatómica. En mi opinión, esto debe ser interpretado como un mero principio de incertidumbre gnoseológica, no como un principio de indeterminación física u ontológica, como hacen los evolucionistas teístas en cuestión. Tratar de resolver el problema del libre albedrío de esa forma es un poco como matar a un mosquito con una bomba atómica, porque son muchos más los problemas que se crean que los que se resuelven.
Si la posición y la velocidad de un electrón no están determinadas por leyes naturales, ¿entonces por qué razón el electrón tiene tal posición y tal velocidad, y no otras? A mi entender, en esencia sólo hay tres respuestas posibles:
a) No hay ninguna razón. Esta respuesta implica nada menos que la negación del principio de razón suficiente, principio metafísico evidente y fundamental para toda recta filosofía. Por ejemplo, sin principio de razón suficiente cae el principio metafísico de causalidad, y sin este último pierden validez todas las pruebas filosóficas de la existencia de Dios.
b) El electrón se ubica y se mueve así porque quiere. Esto implica una absurda personificación de un ente irracional.
c) El electrón (mejor dicho, todos los electrones, siempre y en todo lugar) es movido por seres espirituales (Dios, los ángeles o los hombres). Esto da lugar a una filosofía insensata, que niega la legítima autonomía de las realidades terrenas.
La teoría científica del diseño inteligente y la doctrina cristiana del diseño inteligente
La teoría científica del diseño inteligente (en adelante TCDI) da los siguientes pasos básicos:
1. Define a los sistemas con información compleja y especificada (en adelante ICE) como aquellos sistemas cuya información es a la vez compleja (es decir, con probabilidad menor que 10-150, el umbral de probabilidad universal) y especificada (es decir, conforme con un patrón independiente).
2. Comprueba que, según la experiencia humana universal, todos los sistemas con ICE con causa conocida son resultados de un diseño inteligente, es decir de la acción de un agente inteligente con un plan inteligente.
3. Infiere, mediante una abducción (o inferencia con base en la mejor explicación) que la ICE es causada siempre por un diseño inteligente. Llamemos LDI-ICE (ley del diseño inteligente de la ICE) a esta ley. En otras palabras, la LDI-ICE sostiene que tanto el azar, como la necesidad (o leyes naturales), como cualquier combinación de azar y necesidad (sin diseño inteligente), son incapaces de producir ICE. El test de la ICE para detectar diseño inteligente no da falsos positivos, pero puede dar falsos negativos. Hay sistemas con diseño inteligente y sin ICE; pero no hay sistemas sin diseño inteligente y con ICE.
4. Demuestra que tanto los organismos vivientes completos como muchos de sus componentes (tanto a nivel molecular como a nivel macroscópico) son sistemas con ICE. (La TCDI puede aplicarse también a sistemas no biológicos, pero aquí dejaré eso de lado).
5. Infiere, mediante la LDI-ICE, que esos organismos y componentes han sido diseñados por un agente inteligente.
6. Define a los sistemas con complejidad irreducible (SCI) como aquellos sistemas complejos con una función determinada, compuestos por cierto número de partes que interaccionan entre sí, tales que, si se quita una cualquiera de esas partes, el sistema cesa de funcionar.
7. Formula la siguiente hipótesis razonable (o regla heurística), que debe verificarse caso a caso: todos los SCI tienen ICE.
8. Demuestra que hay muchos SCI en los organismos vivientes, tanto a nivel molecular como a nivel macroscópico.
Veamos un ejemplo de inferencia de diseño. Alguien que camina por la playa se encuentra junto al mar con una roca que reproduce de forma minuciosa y magnífica la forma de un caballo rampante. El caminante infiere inmediatamente y con certeza plena que la roca ha sido esculpida por un agente inteligente. Ésta no es la única explicación posible, pero es (con enorme diferencia) la mejor explicación. La hipótesis de una formación natural (por medio del movimiento aleatorio de las olas, la erosión del agua sobre la roca, etc.) es metafísicamente posible, pero casi infinitamente improbable, por lo cual todo observador humano la descartaría.
Por su parte, la doctrina cristiana del diseño inteligente (en adelante DCDI) afirma que Dios no sólo es el Creador de todas las cosas visibles e invisibles (incluso todos los organismos vivos y cada una de sus partes), sino también su inteligentísimo diseñador, porque Dios crea y gobierna todas las cosas mediante su sabiduría, bondad y poder infinitos.
Relaciones entre TCDI y DCDI, cristianismo y evolucionismo
Consideremos ahora las relaciones entre estas dos teorías o doctrinas (TCDI y DCDI) con la fe cristiana, con el evolucionismo y entre sí.
Por un lado, la TCDI, por sí misma, no identifica al diseñador inteligente de los seres vivos, si bien una reflexión filosófica correcta que parta de la TCDI puede llegar a esa identificación. Por lo tanto, entre los partidarios de la TCDI hay personas de casi todas las posturas religiosas posibles: católicos (como Michael Behe), protestantes (como William Dembski), judíos (como David Berlinski), miembros de otras religiones no cristianas (como Jonathan Wells) o agnósticos (como Michael Denton).
Por otra parte, la TCDI, en cuanto tal, no defiende ningún mecanismo concreto por el cual el diseñador no identificado habría llevado a cabo su plan inteligente. Por lo tanto, al menos en teoría o en principio, la TCDI es compatible tanto con el fijismo como con el evolucionismo, y en este segundo caso, es compatible tanto con el evolucionismo saltacionista como con el evolucionismo gradualista. Es incompatible, en cambio, con las formas de evolucionismo que niegan el diseño inteligente y afirman que el azar y la necesidad (sin diseño inteligente) permiten explicar toda la complejidad y la diversidad de la vida.
Por último, desde el punto de vista de la fe católica, la TCDI es una cuestión opinable. La doctrina católica no se pronuncia ni a favor ni en contra de la TCDI; y de hecho hay católicos a favor y católicos en contra de esa teoría.
En cuanto a la DCDI, es una parte integral e irrenunciable de la doctrina cristiana. En otras palabras, la fe cristiana exige creer en la DCDI. De hecho, algunos católicos aceptan la DCDI y otros la niegan, pero los segundos cometen un grave error doctrinal. En general estos últimos limitan en mayor o menor medida el diseño inteligente divino y la providencia divina, postulando que Dios interviene sólo dando algunas directrices generales y deja librado todo lo demás al mero juego del azar y la necesidad, de tal modo que no se puede decir que Dios es el diseñador inteligente de todas las cosas. Esta postura del diseño inteligente parcial y la providencia divina parcial es contraria a la fe cristiana.
En cuanto a la relación entre TCDI y DCDI, se deduce de lo dicho hasta aquí. De por sí, la TCDI no implica la DCDI; y a la inversa, la DCDI no implica la TCDI. Pero un cristiano que defiende la TCDI debe defender también la DCDI. Sin embargo, un cristiano que defiende la DCDI no está obligado a abrazar la TCDI.
Ahora bien, consideremos dos católicos ortodoxos, A y B; A rechaza la TCDI y B la defiende.
A deduce la DCDI por medios filosóficos y teológicos. B, partiendo de la TCDI, concluye que los seres vivos han sido diseñados por un agente inteligente. Luego, por los mismos medios filosóficos y teológicos que A, deduce la misma DCDI que A. En otras palabras, el diseño inteligente divino de los seres vivos (según la fe católica) es exactamente la misma cosa para A y B; y en principio también las formas en que Dios pone en práctica su plan inteligente. No hay un “diseño inteligente divino verdadero” (el de la DCDI) y un “diseño inteligente divino falso” (el de la TCDI interpretada católicamente). En ambos casos se trata exactamente del mismo concepto, que, vuelvo a subrayar, es exigido formalmente por el dogma católico. Por supuesto, B puede equivocarse al hacer filosofía o teología; pero también A se puede equivocar. Además, si B es un científico del movimiento del diseño inteligente y su filosofía o teología es defectuosa, no cabe achacarle sus errores filosóficos o teológicos a la TCDI. De un modo análogo, no cabe achacar a la metafísica aristotélica los errores de Aristóteles en física; como tampoco cabe achacar a la teología o la filosofía tomistas las deficiencias de Tomás de Aquino en su conocimiento de la embriología o la cosmología.
Objeciones del evolucionismo teísta a la teoría científica del diseño inteligente
Muchos evolucionistas teístas consideran “pseudo-científica” a la TCDI. Así agravian sin razón a notables científicos y filósofos de la ciencia, como Michael Behe, William Dembski, Stephen Meyer, Michael Denton y muchos otros. Los representantes del movimiento del diseño inteligente han llevado a cabo estudios científicos serios y han publicado muchos libros interesantísimos y muchos artículos revisados por pares en revistas científicas.
La acusación de pseudo-cientificidad a la TCDI se basa en el supuesto “naturalismo metodológico de la ciencia”. Éste consiste en definir la ciencia como una actividad humana con una regla fundamental, a la que todo científico debería adherirse estrictamente: “procede siempre como si el naturalismo filosófico fuera verdadero”. Y el naturalismo filosófico es la doctrina que sostiene que lo sobrenatural no existe o no interviene en nuestro mundo. El naturalismo está tan ligado al ateísmo que algunos autores hablan del “ateísmo metodológico de la ciencia”. He criticado con algún detalle el naturalismo metodológico de la ciencia en el Capítulo 1 de mi libro
Todo lo hiciste con sabiduría. Aquí me limitaré a decir, apelando a un refrán del mundo del fútbol, que el naturalismo metodológico de la ciencia es como intentar ganar “en la Liga” un partido que no se pudo ganar “en la cancha”. En otras palabras, es un intento de ganar una discusión por medio de una mera definición que de entrada excluye la consideración de otras alternativas racionales.
Los mismos evolucionistas teístas acusan a la TCDI de ser una nueva versión de la vieja e inútil teología del «Dios de los huecos». Sin embargo, la TCDI no defiende a un “Dios de los huecos”, porque no se basa en lo que no sabemos, sino en lo que sabemos: sólo los agentes inteligentes pueden producir información compleja y especificada.
En cambio el neodarwinismo se vuelve cada vez más un “ateísmo de los huecos”, porque en esa teoría los cambios sustanciales (entre una especie y otra) suceden de tal forma que siempre escapan a toda posible detección. En el fondo los darwinistas se conforman con un conjunto de conjeturas sobre cómo podría haber ocurrido la evolución, sin poder demostrar de un modo científicamente riguroso y detallado toda la cadena de transformaciones necesarias para generar ni siquiera una nueva especie. A veces parecen conformarse con que su teoría sea metafísicamente posible, aunque sea improbabilísima. Pero usan un doble estándar, porque exigen una certeza metafísica a las teorías alternativas.
Por último, estos evolucionistas teístas acusan a los partidarios de la TCDI de no dar una respuesta alternativa al modelo evolucionista estándar o de procurar ocultar su solución alternativa, que consistiría en un regreso al fijismo. A esta última objeción se puede dar una respuesta doble. Primero, para refutar una teoría científica falsa no es imprescindible proponer otra mejor. Las graves debilidades del neodarwinismo ameritan que cese de ser el paradigma científico reinante acerca de la evolución biológica. Segundo, la gran mayoría de los partidarios de la TCDI no son fijistas.
Personalmente, no he escondido lo esencial de mi visión alternativa. Defiendo un evolucionismo teleológico. Incluso me he arriesgado a opinar que el próximo paradigma de la evolución (que yo veo ya en génesis en la TCDI) se caracterizará por proponer un evolucionismo teleológico “cuasi-fijista” (saltacionista) y por reducir drásticamente el rol de las mutaciones genéticas aleatorias en la macroevolución, considerando a éstas a lo sumo como meras ocasiones (no causas) de la manifestación de transformaciones pre-programadas.
Inversión Polar y Tormenta Solar
20. EVOLUCIONISMO
La bioquímica como callejón sin salida del evolucionismo
Javier Olivera Ravasi