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viernes, 16 de noviembre de 2018

El mayor crimen político y moral de la derecha en la transición fue aceptar la demagogia rupturista que equiparaba democracia y anti-franquismo. La profanación del Valle de los Caídos y de la tumba de Franco implica necesariamente la abolición de la democracia

11 noviembre, 2018 
Pío Moa
El mayor crimen (porque fue política y moralmente, un crimen) de la derecha en la transición, desde Suárez, fue aceptar la demagogia rupturista que equiparaba democracia y antifranquismo. Esa aceptación, pronto convertida en complicidad, demuestra, para empezar, una vacuidad intelectual y moral permanente desde entonces. 
¿De dónde viene semejante tara a la derecha? 
Creo que del Vaticano II. No me incumbe decidir si el mismo atacó o no al dogma, ni sus consecuencias puramente religiosas, pero sí observar sus efectos políticos e históricos. El “diálogo con los marxistas” allí proclamado derivó en España a colaboración con los comunistas, terroristas y separatistas.
Aquella política eclesiástica redundó en vaciamiento de iglesias y seminarios y huida de clérigos, y en un enorme confusionismo y descrédito de la Iglesia. Y de paso el franquismo perdió su principal soporte ideológico, quedó por así decir descerebrado, con sus políticos preparados para doblegarse a la ideología –totalitaria y separatista—de los vencidos en la guerra civil. No es de extrañar que la derecha les cediese el campo de las ideas y de la cultura, porque se había quedado sin nada coherente que oponerles.
Es esa deriva la causa del actual frente popular golpista, que gobierna sin pasar por las urnas tal como el de 1936 lo hizo falsificándolas y se propone como venganza simbólica e histórica ultrajar y profanar los restos de Franco. Fechoría apoyada de hecho por el PP (y la Iglesia y la monarquía), por lo antes dicho. Arguyen los profanadores que “No puede permitirse el mausoleo de un dictador en una democracia”. Argucia falsa en cada palabra, pues ni el Valle de los Caídos es un mausoleo ni deja de haber democracias que honren a dictadores que salvaron a la nación, como a Pilsudski en Polonia. El Valle de los Caidos, seguramente el monumento más grandioso y armonioso del mundo en el siglo XX, conmemoró primero la victoria sobre un régimen totalitario, separatista y criminal; y luego la reconciliación reuniendo restos de combatientes de los dos bandos. Franco lo ideó, y no hay sitio más adecuado para que descansen en paz sus restos.
Lo más insultante es que para semejante delito invoquen la democracia, como si esta les debiera algo a ellos, a un gobierno no elegido, compuesto de estafadores académicos y nulidades intelectuales, sustentado en partidos que se sienten ya próximos a cumplir sus sueños de dividir a España en estaditos impotentes y enfrentados, reducidos a títeres de potencias exteriores. Ni el frente popular vencido en 1939 ni el actual tienen la menor legitimidad democrática. Y si algo lo demuestra es que sus planes incluyen, inevitablemente, el ataque planeado, a las libertades de opinión, expresión, asociación, investigación y cátedra so pretexto de franquismo. Es decir, la profanación del Valle de los Caídos y de la tumba de Franco implica necesariamente la abolición de la democracia. Pues sin tales libertades no hay democracia. Y solo esto ya expone la vileza unos individuos cuyos rasgos característicos describió inmejorablemente el liberal Grecorio Marañón refiriéndolos al primer frente popular: “estupidez y canallería”.
Destruir la democracia para ultrajar a un dictador parece una extraña paradoja, pero solo lo parece debido a la práctica ausencia de pensamiento democrático, tanto en la derecha como en la izquierda. Ante todo, lo opuesto a democracia no es dictadura, sino tiranía. La dictadura puede ser necesaria y lo fue entonces para salvar la integridad nacional, la libertad personal y la cultura cristiana. Fue una dictadura, si así la queremos llamar, históricamente necesaria y extraordinariamente fructífera. No fue una tiranía, por más que comunistas, separatistas y terroristas vieran en ella mermadas sus libertades. En cambio el gobierno actual, con sus adjuntos separatistas y comunistas, sí es tiránico, lo demuestra cada día pisoteando las leyes y los derechos ajenos. Su “democracia” es solo el disfraz indecente de su despotismo
Otro punto clave ignoran los “demócratas” de izquierda y derecha, exentos de todo pensamiento que no sea demagógico: la democracia no es una palabra mágica utilizable a conveniencia ni un sistema milagroso. Se trata de un régimen históricamente muy reciente, sin que ello quiera decir que los anteriores fueran forzosamente tiranías. No depende solo de los votos, sino también de una legalidad firme. Y solo funciona en condiciones de cierta prosperidad, básica unidad social y escasez de odios antagónicos. Si algo hundió la república fue una sobreabundancia de miseria y de odios sociales y políticos. Franco heredó aquella situación y dejó en cambio un país próspero y reconciliado. Con esta herencia fue posible la transición a la democracia, que por abrumadora votación popular se hizo desde el franquismo y no contra el franquismo, y sí contra la ruptura propuesta por el embrión de segundo frente popular, derrotado cívicamente en 1976.
Pese a la decisión popular, la ausencia de pensamiento democrático ha permitido las aberraciones crecientes de estos 40 años, el socavamiento de las libertades y de la unidad nacional hasta reconstruir un frente popular promotor de un golpe de estado permanente que sufrimos hoy. A Franco, siendo dictador, se debe la democracia o las condiciones para ella, mientras que al actual gobierno estafador y a sus soportes antiespañoles se debe un peligro creciente de tiranía brutal, como fue el primer frente popular. Por todo ello la democracia, si ha de subsistir, exige el máximo honor al estadista que la hizo posible, y la expulsión de los nuevos tiranos que intentan vengarse villanamente de él.
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