Alexis Carrel (1873-1944), doctor en Medicina, anatomista experto en patología y ciencias experimentales, obtuvo el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1912 y es considerado uno de los mayores intelectuales de Francia en el siglo XX, reconocido mundialmente por su obra "La incógnita del hombre" (PDF).
Recibió formación religiosa en el colegio, pero la vida le había alejado de la Fe. Absorbido por los estudios científicos y seducido su espíritu por la filosofía alemana de Kant, se había ido convenciendo de que la certidumbre no existía fuera del método positivo. Destruidos sus principios religiosos por la acción del análisis racionalista le quedaba el recuerdo de un bello sueño. Se había refugiado en un escepticismo indulgente, rechazando a los fanáticos y creyendo en la bondad de todas las creencias (relativismo) sinceras. El racionalismo le satisfacía totalmente, pero en el fondo de su corazón subsistía una vaga esperanza, probablemente inconsciente, de poder alcanzar los hechos que dan la certidumbre, el reposo espiritual y el amor (es decir, la felicidad).
Se había sentido interesado en relatos referentes a curaciones inexplicables, referidas en periódicos católicos, en los libros del prestigioso doctor Boissarie y por un testigo tan poco sospechoso como el famoso novelista Zola.
En 1903, con ocasión de que un facultativo, encargado del servicio médico en las peregrinaciones de la diócesis de Lyon, le pidió que le reemplazara, aceptó con alguna repugnancia e inició el viaje a Lourdes en un tren destartalado con la responsabilidad de ocuparse de trescientos enfermos, ninguno de los cuales se resignaba a morir. Aquella noche tuvo que atender a M.F. cuando sufrió un síncope muy grave.
M.F. era una joven desahuciada por el Hospital, que no quiso operarla debido a su débil estado, cuyos padres y hermanos murieron tísicos. Desde los quince años padeció vómitos de sangre, pleuresía , un derrame cerebral y tuberculosis, por último se le diagnosticó peritonitis tuberculosa.
Alexis Carrel presenció la curación de M.F. mientras rezaba en la gruta después de ser rociada con el agua milagrosa de la Piscina en la que no fue posible sumergirla. El médico no tenía dudas de que M.F. sufría una enfermedad orgánica y fue testigo de una curación en breves instantes. El milagro golpeó fuertemente a Carrel; en aquel tiempo la pusilanimidad de los médicos era tal que quienes habían visitado Lourdes y habían presenciado los prodigios no se atrevían a confesarlo. Carrel tenía la idea de que nada prueba que Dios exista, ni lo contrario; se había interesado por el gran investigador Pasteur que llegó a conciliar la fe científica con la fe religiosa.
La noche de la curación de M.F., Carrel sintió que del fondo de su alma brotaba esta plegaria: “Virgen Santa, Socorro de los desgraciados que te imploran humildemente, sálvame. Creo en Ti. Has querido responder a mi duda con un gran milagro. Mi gran deseo es ahora creer ciegamente sin discutir ni criticar nunca más”.
Alexis Carrel confesó a su biógrafo, lleno de convicción: “Quiero creer y creo todo lo que la Iglesia Católica quiere que creamos, porque no hallo nada que esté en oposición real con los datos ciertos de la Ciencia”.
Al final de su vida, confesó y recibió la Eucaristía y la Extremaunción con la sencillez de un niño, según relata el sacerdote que le asistió.
Fuente: Alexis Carrel. Viaje a Lourdes (PDF)