La mayoría de los historiadores e intelectuales españoles siguen comulgando con la interpretación jacobina y progresista de la Revolución Francesa (1789).
Su primer gran crítico y desmitificador fue el irlandés Edmund Burke (1729 – 1797), genial ideólogo del pensamiento liberal-conservador, cuya heredera intelectual fue la primer ministro Margaret Thatcher, que pensaba que los Derechos Humanos habían ya sido proclamados por John Locke (1632 – 1704), filósofo inglés del empirismo y fundador del liberalismo. Por el contrario, Carlos Marx reconoció a la Revolución Francesa como su principal fuente de inspiración. La persistente mentira de la R.F. sitúa su inicio el 14 de julio con la toma de la Bastilla. La Declaración de Derechos Humanos estableció las libertades burguesas y la igualdad, la Ilustración como fuente de las leyes y la convivencia y la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) que nunca se cumplió.
Los clubes revolucionarios proliferaron, el más célebre y radical fue el de los jacobinos, y las logias masónicas fueron la principal fuente de dirigentes de la revolución. La Constitución (1791) sustituyó a la nobleza en el poder por la burguesía, nacionalizó (robó) los bienes de la Iglesia, creó la Guardia Nacional como garantía armada de la revolución, concedió el voto a cuatro de los veinticinco millones de ciudadanos, impulsó la secularización mediante la “constitución civil del clero” que exigía la elección popular de obispos y párrocos, con obligación de casarse.
Las masas revolucionarias asaltaron el palacio real de las Tullerías, instigadas por Dantón y Robespierre. La Convención, dominada por abogados y banqueros masones, proclamó la República y declaró la guerra a Austria y Prusia.
Los reyes de Francia, Luis XVI y María Antonieta de Austria fueron condenados y guillotinados (1793) por una exigua mayoría de votos en la Convención. Fue un asesinato legal. La guerra civil estalló formalmente en la Vendée, región occidental al sur de París, donde el pueblo se sublevó masivamente en defensa del rey y de la religión. Los jacobinos se impusieron a los girondinos en la Convención, que entregó el poder a un “comité de salud pública” dirigido dictatorialmente por un energúmeno iluminado y masón, Robespierre, que implantó el Terror (octubre de 1793 a julio de 1794). Fue un periodo sangriento de arbitrariedad totalitaria que causó más de 40.000 víctimas, sin contar el genocidio de la Vendée (más de 300.000 asesinados).
Es la verdadera historia de la primera “democracia” nacida en Europa con los ideales de libertad, fraternidad e igualdad, ninguno de los cuales se cumplió. La era napoleónica (1799-1815) es la etapa imperial de la R.F. que esclavizó a los pueblos de Europa, provocando millones de muertos.
La R.F.no fue el movimiento popular que se nos quiere certificar: sólo el 2% de la población apoyaba a los dirigentes ilustrados y masónicos, cuyo principal objetivo revolucionario era desmantelar el poder social de la Iglesia Católica, a la que estaba vinculada el 80% de la población. Los más bellos monumentos religiosos del arte románico y gótico fueron destruidos o expoliados. Ninguna guerra moderna ha aniquilado tantas riquezas.
Cuando se aplicó la “constitución civil del clero” sólo la juraron cuatro obispos (de 136) y el 44% de los curas, que se retractaron en muchos casos. No jurar significaba la pérdida del empleo, de la libertad e incluso de la vida. Miles de ellos murieron en una de las peores persecuciones religiosas de la historia; Roma (Nerón, Diocleciano,etc), México (1926-1929:guerra “cristera”) y España (1934-1939:guerra civil).
Francia había alcanzado en 1789 a Inglaterra en renta por habitante, que cayó un 65% en 1799. Diez años de revolución, el uso del papel moneda y las grandes matanzas degradaron definitivamente la economía respecto a Inglaterra. En cuanto a España, la derrota naval en Trafalgar (1805) frente a Inglaterra, por la alianza de Carlos IV con Napoleón y la invasión francesa (1808-1812), aceleraron irreversiblemente la pérdida de nuestro Imperio y la decadencia.
Además, las ideologías masónicas de la Revolución Francesa sembraron la mortal división de las “dos Españas”, una catástrofe histórica cuyas consecuencias hemos vivido en la II República (1931-1939) y llegan a nuestro tiempo con la social-masonería de Zapatero que soñó con una III República confederada anticlerical.
Fuente: Ricardo de la Cierva. Misterios de la Historia. (1990)