lunes, 16 de abril de 2012

Padres Educación-Ciudadanía acusan a la Iglesia (340)

Peces-Barba: ideólogo perverso de Epc
La Social-Masonería acusa a la Iglesia
 de "actuación indecente" contra la EpC

Mayoral: preboste de la Fundación CIVES para EpC
Y aquí se produce el choque de trenes entre quienes pensamos -con el aval de la Constitución- que somos los padres los primeros responsables de la educación moral y religiosa de nuestros hijos y quienes piensan - Marina, Peces-Barba o Mayoral - que el papel moralizador corresponde
principalmente al Estado pues los niños, antes que hijos, son ciudadanos.
José Antonio Marina: pedagogo "progresista"
(2 abril 2012)
Mariano Bailly-Baillière Torres-Pardo
Si el Ministro Wert se ha llevado los primeros reproches despechados del filósofo por anunciar la retirada de la actual Educación para la Ciudadanía, el padre de la asignatura descarga ahora su bilis contra su bestia negra, la Iglesia Católica, a la que acusa de ‘actuar de forma indecente’conta la

Educación para la Ciudadanía

En una extensa entrevista publicada en La Provincia precisamente titulada ´La Iglesia actúa de forma indecente con la Educación para la Ciudadanía´, el filósofo, o lo que queda de él, acusa a la Iglesia de intentar monopolizar la formación moral enfrentándose al proyecto de Educación para la Ciudadanía que, como tantas veces ha afirmado, pretende sustituir la moral religiosa por una moral de Estado: «El monopolio moral que han ejercido siempre las religiones, a estas alturas, no se puede aceptar». Para ello la moral debe establecerse en la escuela, lejos de la influencia de los padres dado que, argumenta Marina, «las familias, en muchos casos, son las más eficaces transmisoras de prejuicios religiosos, políticos, raciales, etc.».

Pero vayamos a la respuesta de Marina -los subrayados son míos- cuando, en la citada entrevista, le muestran el capote preguntándole

Hablando del marco ético necesario, el gobierno del PP ha reabierto el conflicto sobre el tipo de ética a enseñar en la escuela española al revocar la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Usted elaboró sus contenidos, ¿qué le parece?

Y Marina, sin dudarlo, entra a saco:

Yo pensé que el conflicto de Educación para la Ciudadanía había pasado. Aquello fue una campaña disparatada y un debate injustísimo que logró cargarse la asignatura, que quedó como residual. Y encima ahora llega el ministro [de Educación] y dice que no, que hay que quitarla y cambiarla por otra que se llama Educación Cívica y Constitucional. Y yo me pregunto: ¿de qué va?

Si la campaña y el debate para evitar la imposición de la asignatura fue disparatada e injusta, ¿qué decir de la misma encaminada a imponerla?. ¿Hubo proporción entre los medios y argumentos empleados por el gobierno y sus adláteres para imponerla frente a una parte de la sociedad civil que unió sus fuerzas con el único fin de preservar sus derechos? ¿Recuerda el propio Marina cómo él mismo se permitió presionar al Presidente del Tribunal Supremo para que fallara a favor de la asignatura y en contra de los padres objetores?

En cuanto al trato displicente y maleducado con el que se refiere al Ministro, se comenta por si solo.

Hay que ir al fondo del problema: los alumnos necesitan una formación ética, profunda y rigurosa, que les permita enfrentarse con recursos éticos a los problemas que van a tener. Lo que pasa es que la Iglesia actúa de una forma indecente al insistir en que la escuela no tiene competencia para educar moralmente a los niños.

Que yo sepa, lo que la Iglesia -junto a millares de personas de toda condición- defiende es que, como ratifica el artículo 27.3 de nuestra Constitución, el Estado no puede imponer a los alumnos una moral determinada que conculque la elección de sus padres, que son los primeros responsables de la educación moral y religiosa de sus hijos. Y ese es. precisamente, el objetivo declarado de la Educación para la Ciudadanía: “pretende que el alumno EVALÚE los valores del entorno, los RECONSTRUYA afectivamente y racionalmente PARA CREAR un sistema de valores propio y COMPORTARSE de acuerdo con ellos…”

Cuando se armó el conflicto, todos -sindicatos, iglesia, hasta el Ejército- hicieron sus sugerencias, se debatieron y lo que salió lo aprobaron todos.

Falso de toda falsedad. Empezando por el propio Consejo de Estado, que desaconsejó su introducción. E inconsistente. ¿Por qué, si todos estaban de acuerdo, iba a producirse la mayor contestación social de la democracia?

Pero la Iglesia persiste en querer tener la exclusiva de la educación moral en España, lo cual es irresponsable e inaceptable. ¿Entonces qué decimos en la escuela? ¿Qué da igual ser justo o injusto, o robar o matar? ¿Pero qué se cree la Iglesia que es una escuela? Sin embargo, la Iglesia sólo se plantea si se normaliza la homosexualidad o las relaciones prematrimoniales, cuando lo que se traduce es lo que hay en la Constitución; lo demás, lo principal, no les interesa… Y que el PP haya entrado por ahí es una torpeza y una irresponsabilidad.

No me corresponde a mi defender a la Iglesia, pero parece que el agudo filósofo sigue sin distinguir el matiz: no se trata de que la formación moral se produzca en un compartimento estanco -sea este la familia, la parroquia o la escuela-, porque el crecimiento moral se produce con el paso del tiempo, mediante la asimilación de influencias y el propio obrar. De lo que se trata es de establecer la prelación del derecho/deber de educar moralmente. Y aquí se produce el choque de trenes entre quienes pensamos -con el aval de la Constitución- que somos los padres los primeros responsables de la educación moral y religiosa de nuestros hijos y quienes piensan -como Marina, Peces-Barba o Victorino Mayoral- que el papel moralizador corresponde principalmente al Estado pues los niños, antes que hijos, son ciudadanos.

La Educación para la Ciudadanía no sólo es una directiva europea que la tienen todos los países sino que la necesitamos: se está produciendo una irresponsabilidad social muy grave y a los jóvenes empiezan a no sonarles ciertas cosas, como sus responsabilidades cívicas, cuando éstas son lo único que ahuyenta a los políticos que son unos mangantes.

Seamos realistas: ¿ha verificado usted algún progreso ético-cívico en nuestra juventud a raíz de la implantación de la Educación para la Ciudadanía? No ¿verdad? Pues tenemos dos opciones: la iluminada, que consiste en empecinarse pidiendo ¡más madera! y la realista, que supone parar máquinas y analizar en qué nos estamos equivocando antes de que sea demasiado tarde para corregir el rumbo.

Yo soy de la opinión de que merece la pena analizar los hechos y reflexionar sobre el fracaso de esta asignatura. Y, en cualquier caso, huir como de la peste de las imposiciones gubernamentales que recorten aún más las menguadas libertades individuales y sociales.

P.S.: un buen amigo me recuerda que los manuales de Educación para la Ciudadanía de José Antonio Marina están publicados por una ‘editorial católica’ (Ediciones SM) y son profusamente recomendados en colegios de religiosos. Yo conozco colegios de ideario estrictamente católico que participan en acuerdos con iniciativas de Marina a cambio de un puñado de ordenadores o unos libros que terminan escondidos en la biblioteca del centro. Quien quiera dar alas a este señor, que lo haga. Pero que no se engañe.

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WIKIPEDIA
José Antonio Marina: pedagogo peligroso de EpC
Biografía
Nieto del filósofo toledano Juan Marina Muñoz, José Antonio Marina es catedrático excedente de filosofía en el instituto madrileño de La Cabrera, Doctor Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia, además de conferenciante y floricultor . Estudió filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, teniendo por compañero a su amigo y también escritor Álvaro Pombo. Durante ese tiempo leyó apasionadamente a Unamuno, fundó varias revistas y dirigió varios grupos teatrales.

Su labor investigadora se ha centrado en el estudio de la inteligencia y el pensamiento divergente, en especial de los mecanismos de la creatividad artística (en el área del lenguaje sobre todo), científica, tecnológica y económica. Como discípulo de Husserl se le puede considerar un exponente de la fenomenología española. Ha elaborado una teoría de la inteligencia que comienza en la neurología y concluye en la ética. Sus últimos libros tratan de la inteligencia de las organizaciones y de las estructuras políticas. Colabora en prensa (Suplemento cultural Crónica de El Mundo, El Semanal etc.), radio y televisión. En los últimos años ha participado en tertulias y debates en Radio Nacional de España. Ha escrito ensayos y artículos periodísticos y es autor del libro de texto de la asignatura


Para sus investigaciones recurre a un amplio número de colaboradores, que resultan coautores de sus libros. Adopta formas genéricas como el diccionario, el dictamen o la novela didáctico-histórica.

Realiza un trabajo como analista de la actualidad en su ensayo El misterio de la voluntad perdida, donde analiza la crisis de este valor en la sociedad y la educación contemporánea. En su Diccionario de los sentimientos, analiza la visión de éstos que se encuentra implícita en el lenguaje, descubre que los sentimientos negativos están más ampliamente representados en él que los positivos y plantea la necesidad de una educación temprana de las emociones. En Dictamen sobre Dios, ensayo de filosofía de la religión, investiga el menhir cultural que supone el concepto de divinidad, concluyendo en su conexión ontológica con la noción de Existencia que nos proporciona la fenomenología. Además, enuncia el Principio Ético de la Verdad que supone que cuando en el ámbito público las verdades privadas entran en colisión con las universales, deben primar las últimas a fin de posibilitar la convivencia.

En Por qué soy cristiano expone su visión personal acerca del cristianismo y de la enérgica figura de Jesús, y defiende la teoría anticipada por Averroes de la doble verdad, distinguiendo las basadas en evidencias intersubjetivas y las que provienen de evidencias privadas y manifiesta que: "Los integristas trasvasan sus verdades privadas al ámbito público. Es el problema al que nos enfrentamos".

Detalla cómo, para protegerse de la natural tendencia hacia la pluralidad de las experiencias religiosas, el cristianismo se fue dogmatizando en su largo proceso de institucionalización eclesiástica, tal y como ocurre en otras religiones. En el primer concilio del Vaticano, la Iglesia Católica se declaró infalible y desde entonces no puede retractarse de sus dogmas, aun sabiendo que algunos de éstos son fruto de las presiones culturales de épocas concretas. Según el autor, es preciso limitar el alcance de las creencias religiosas sin negar su importancia, y deben defenderse siempre en el campo privado, puesto que cuando una religión se ve amenazada apela a la libertad de conciencia, pero cuando llega al poder abandona la tolerancia. Lo universalizable son los principios éticos, no las creencias personales. Algunas de estas ideas de Marina han sido debatidas desde la filosofía y la teología.