miércoles, 31 de octubre de 2012

HALLOWEEN: Fiesta de disfraces en la IKASTOLA (640)

 La Gaceta de InterEconomía
LA CONTRACRÓNICA
JOSÉ ANTONIO FÚSTER
(30/10/12)

Joseba Imanol Rebollotegui no podía dormir. Eran las tres de la mañana y los nervios le picaban la piel. Faltaban horas para el concurso de disfraces de Halloween y no sabía de qué ir. Aquel concurso era algo serio. El primer premio eran 10.000 euskos y lo que para Rebollotegui era más importante, la admiración o por lo menos el respeto de sus compañeros de último curso de la ikastola Martzelo Bielsa de Llodio, centro reconocido por el Ministerio de Educación vasco desde 2065.

A las cuatro de la mañana, no lo soportó más y se levantó. Sin hacer ruido, llegó al salón, susurró “Apala” y el holograma de un mayordomo virtual se formó en el aire. Apala 3.0 preguntó qué podía hacer por él. Rebollotegui suspiró y dijo: “Apala, necesito un disfraz para Halloween”.

Una pantalla virtual se formó detrás del mayordomo, que conectó con las tiendas de disfraces en un radio de 30 millas (Euskal Herria adoptó el sistema inglés de medidas tres años después de su independencia) y ofreció a Rebollotegui un amplio catálogo de disfraces clásicos como Drácula, el Hombre Lobo, el Estrangulador de Barakaldo, la Momia... Apala añadió que “todos llevan sistemavirtualblood y screamingsounds dolby 8.0 incorporados”.

Rebollotegui miró desganado el catálogo. “Necesito algo diferente. Que dé miedo de verdad. Necesito terror, Apala. Terror, terror... Piensa conmigo, Apala. Define terror”.

En la pantalla virtual se formó la palabra “terror” y Apala 3.0 enumeró: “Uno, masculino. Miedo muy intenso. Dos, masculino, persona o cosa que produce terror”. Con un movimiento de la mano, Rebollotegui detuvo la lección y ordenó al programa que pusiera ejemplos. En el aire se formó el holograma de un tsunami. Rebollotegui enarcó las cejas: “No jodas, Apala”.

Durante los siguientes cincuenta segundos, los terrores más reconocidos de los últimos siglos desfilaron por aquel salón. Al segundo cincuenta y uno, Rebollotegui levantó la mano y un holograma quedó flotando. Rebollotegui soltó un grito de triunfo, corrió al costurero de su madre, tomó unas tijeras, fue a la cómoda de la ropa de cama, sacó una sábana blanca, la miró con ambición y cortó.

Esa noche, Rebollotegui llegó tarde a la puerta del Kursaal. La música sonaba a través de las puertas cerradas. Rebollotegui tomó aire, giró el picaporte y entró. Se hizo el silencio. Cientos de zombis pútridos se volvieron hacia él mientras se oía un grito desmayado y el sonido de una copa al hacerse añicos contra el suelo.

Rebollotegui, con sus vaqueros wrangler, su sudadera negra ajada, los guantes oscuros, el pasamontañas blanco, la txapela enroscada y el parche con el hacha y la serpiente, se quedó quieto y tragó saliva.
Kepa Satrustegi, el delegado de alumnos, le gritó: “¿Quién eres?”. Desde dentro del pasamontañas salió un tímido “Rebollotegui”. Satrustegi anduvo hacia él y le susurró al oído: “¿De etarra? ¿Has venido de etarra? ¿De etarra en Halloween? Rebollotegui, eres un capullo. La fiesta del Día de Acción de Gracias es el mes que viene, idiota”.

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