sábado, 6 de octubre de 2012

X aniversario de la Canonización de San Josemaría, fundador del Opus Dei (614)


InfoCatólica
Blog "Mera Defensa de la Fe"
Eleuterio Fernández Guzmán
(6.10.12)

Cada cual tiene conocimiento de las realidades que hay en el seno de la Iglesia católica según son sus circunstancias o, lo que es lo mismo, como Dios quiere que se tenga. Por eso mi caso particular puede ser el de cualquiera.

Corría el año 2002 y puedo decir, sin temor a equivocarme ni pretender ser tergiversador, que el conocimiento que tenía sobre el Opus Dei era el de muchos otros católicos pues me parecía una realidad eclesial de la que sabía poco y lo poco que sabía estaba influenciado por la mala prensa que tenía la Obra fundada por el entonces Beato Josemaría Escrivá.

Un domingo, cuando entré en el templo para celebrar la Santa Misa, encontré un folleto referido a la ceremonia de beatificación del fundador del Opus Dei que había tenido lugar diez años antes, en 1992. Había sido un 17 de mayo de aquel recordado año (500 años del descubrimiento de América).

En aquel folleto encontré muchas referencias a las obras que había escrito el ya Beato de la Iglesia católica que iba a ser canonizado unos meses después por el mismo Santo Padre que lo había inscrito en el libro eterno de los mejores de nosotros.

De allí a utilizar los medios entonces disponibles para acceder a la obra escrita de quien tanta admiración me produjo leyendo aquellas pocas páginas no medió nada. Me “bajé” todos los libros que había escrito y los leí todos, uno a uno (alguno de ellos varias veces) y llegué a la conclusión de que el Beato Josemaría Escrivá lo era por haberlo sido en vida. Entonces me hizo mucho bien espiritual e, incluso, material, haberme embaulado en pocos meses aquellas páginas llenas de gozo y de amor hacia Dios y hacia el prójimo. Por eso, creo yo, debo tanto al entonces Beato de la Iglesia católica a quien tanto le pedí e, incluso, obtuve algún que otro beneficio para el prójimo.

Pero llegó, como estaba previsto, la ceremonia de canonización de la que se cumplen, hoy mismo, 10 años. Era, pues, un 6 de octubre de 2002 y, aunque parezca muy lejano aquel día, no es poco lo que entonces sucedió en una plaza de San Pedro a rebosar de fieles en Cristo y de creyentes, muy especialmente, en aquel joven aragonés que, seguramente con tozudez y perseverancia, había conseguido formar y conformar una gran obra, la Obra de Dios.

Juan Pablo II, entonces Santo Padre, que ya había presidido la ceremonia de beatificación 10 años, pronunció la fórmula necesaria:

“Hoy, por tanto, en una solemne Misa en la Plaza de San Pedro y ante una ingente multitud de fieles, hemos pronunciado la siguiente fórmula: “En honor de la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y crecimiento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, después de haber reflexionado largamente, invocado muchas veces la ayuda divina y oído el parecer de numerosos hermanos en el Episcopado, declaramos y definimos Santo al Beato Josemaría Escrivá de Balaguer y lo inscribimos en el Catálogo de los Santos, y establecemos que en toda la Iglesia sea devotamente honrado entre los Santos. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".”

El Beato Josemaría Escrivá era, ya, santo (su festividad es el 26 de junio) y, con el nombre de San Josemaría, iba a ser requerido (como lo había sido muchas veces antes desde el mismo momento de su beatificación) por multitud de personas que necesitaban su especial intervención en los asuntos espirituales. Y se hacía, y hace, con esta oración:

Oh Dios, que por mediación de la Santísima Virgen otorgaste a San Josemaría, sacerdote, gracias innumerables, escogiéndole como instrumento fidelísimo para fundar el Opus Dei, camino de santificación en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano: haz que yo sepa también convertir todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte, y de servir con alegría y con sencillez a la Iglesia, al Romano Pontífice y a las almas, iluminando los caminos de la tierra con la luminaria de la fe y del amor. Concédeme por la intercesión de San Josemaría el favor que te pido… (pídase). Así sea.

(Padrenuestro, Avemaría, Gloria)

Y para redondear lo mucho y bueno que pasó aquel 6 de octubre de 2002, justo al día siguiente, al acabar la Santa Misa de acción de gracias por la canonización del fundador del Opus Dei, Juan Pablo II se dirigió a los asistentes que había recibido en audiencia y les dijo algo que resume, en pocas palabras y más que bien, lo que es y será siempre San Josemaría. Dijo esto:

San Josemaría fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a la santidad y para indicar que la vida de todos los días, las actividades comunes, son camino de santificación. Se podría decir que fue el santo de lo ordinario. En efecto, estaba convencido de que, para quien vive en una perspectiva de fe, todo ofrece ocasión de un encuentro con Dios, todo se convierte en estímulo para la oración. La vida diaria, vista así, revela una grandeza insospechada. La santidad está realmente al alcance de todos.

Fue elegido por Dios… y supo y quiso responder; nos hizo entender que la santidad no es algo que está al alcance de superhéroes sino al de cualquiera que esté dispuesto a hacerla suya y a manifestarla en su existencia diaria y ordinaria.

Demos gracias a Dios por haber derramado tanta gracia y que a la misma se haya respondido con tanto ahínco y tesón espiritual.

Fundación del Opus Dei
“Tenía yo veintiséis años, la gracia de Dios 
y buen humor, y nada más
Y tenía que hacer el Opus Dei”

Campanas de N. Sra. de los Ángeles que sonaban cuando San Josemaría vió el Opus Dei.
El 2 de octubre de 1928 Josemaría Escrivá de Balaguer se encontraba en la Casa Central de los Paúles de Madrid, participando en unos ejercicios espirituales junto con otros sacerdotes de la diócesis. Era un día más del otoño madrileño. Por la mañana, a primera hora, celebró la Santa Misa. Luego, se retiró a su habitación, donde comenzó a releer las notas en las que había ido recopilando durante los últimos años: mociones de Dios, inspiraciones y propósitos de su oración.
Fue entonces cuando vio con total claridad lamisión que Dios le encomendaba, aquello por lo que venía rezando desde su juventud. Usaba siempre el verbo ver para referirse a aquella inspiración divina del 2 de octubre, aquella visión intelectual del querer divino, tal como Dios lo quería y tal como debía ser a lo largo de los siglos.

El Opus Dei

¿Qué fue lo que vio? Vio, de modo inefable, a personas de toda raza y nación, de todas las culturas y mentalidades, buscando y encontrando a Dios en su vida ordinaria, en su familia, en su trabajo, en su descanso, en el círculo de sus amistades y conocidos. Personas con el afán de vivir en Cristo, de dejarse transformar por Él, de luchar por la santidad en medio de sus ocupaciones habituales en el campo, en la fábrica o en el despacho, en todas las profesiones honradas de la tierra.

Vio a multitudes aspirando a la santidad. A miles de santos en medio del mundo. Personas que se esforzarían por santificar su trabajo, por santificarse en su trabajo y por santificar a los demás con su trabajo; que lucharían por cristianizar su ambiente con el calor de su cercanía con Cristo; que serían, entre sus parientes y amigos, Cristo que pasa. Personas con un afán grande por llevar la fe y el mensaje cristiano a todos los sectores de la sociedad.

Vio a cristianos corrientes que vivirían con plenitud la vocación recibida en el bautismo. Apóstoles de Cristo, que hablarían de Él con sencillez y naturalidad, esforzándose por ponerlo en la cumbre de las actividades humanas, viviendo gozosamente su participación en el sacerdocio de Cristo y ofreciendo a Dios cada día el sacrificio santificante de su propia existencia.

Vio un camino de santidad y de apostolado para servir a la Iglesia. Eso, que no tenía nombre aún, era Iglesia y para la Iglesia. La Voluntad de Dios estaba clara: Dios quería abrir un panorama vocacional en medio de la calle para su Iglesia, dirigido a personas de todas las edades, estados civiles y condiciones sociales. Era un nuevo horizonte eclesial que prometía frutos abundantes de santidad y de apostolado en toda la tierra.

Don Josemaría, emocionado, se arrodilló mientras las campanas de la cercana iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles repicaban en el día de su fiesta. “Tenía yo veintiséis años, la gracia de Dios y buen humor, y nada más. Y tenía que hacer el Opus Dei”.

Un nuevo camino en la Iglesia

Se informó prudentemente sobre otras realidades de la Iglesia para comprobar si existía ya alguna con las características que Dios le había hecho ver. Hizo pesquisas, escribió pidiendo información sobre otras iniciativas eclesiales..., pero al fin, ante la evidencia de la originalidad del mensaje que había recibido, se rindió. Dios quería que fuese él quien abriera ese nuevo camino dentro de la Iglesia.

Comenzó a reunir personas —estudiantes, profesionales, sacerdotes— a las que fue transmitiendo ese ideal, esa misión que Dios le había encomendado. Les aseguraba con una fe sin fisuras que aquello se haría realidad. Con tanta fe hablaba, que uno de los que le escucharon durante aquel tiempo comentaría años después:
“Pero, ¿tú crees que eso es posible?— le decía yo.
Y él me contestaba: —Mira, esto no es una invención mía, es una voz de Dios—.
Y, fiel a esa voz, aquel sacerdote, pobre, humilde, sencillo y desconocido, se entregaba con su alma y con su vida a un empeño gigantesco, alentado sólo por una fuerza sobrenatural que le impulsaba poderosamente”.

Solicitaba oraciones a todas las personas que conocía, porque se daba cuenta de la desproporción abismal que mediaba entre la Voluntad de Dios y sus cualidades personales. Para llevar a cabo su misión —lo sabía bien— debía identificarse totalmente con la Voluntad divina; no bastaba con que fuera un sacerdote bueno: debía ser un sacerdote ¡santo!

Durante ese tiempo, estuvo atendiendo espiritualmente en el lecho de muerte a una dama apostólica, se llamaba Mercedes Reyna y falleció con fama de santidad. “Sin haberlo pensado de antemano —escribió en sus Apuntes íntimos—, se me ocurrió pedirle lo siguiente: Mercedes, pida al Señor, desde el cielo, que si no he de ser un sacerdote, no bueno, ¡santo!, me lleve joven, cuanto antes. Después, la misma petición he hecho a dos personas seglares —una señorita y un muchacho—, que todos los días en la Comunión renuevan ante el buen Jesús esa aspiración”.

Las instituciones católicas de aquella época solían ser femeninas o masculinas, y el joven fundador pensaba que debía llevar a cabo aquel empeño de Dios sólo con hombres. Pero el 14 de febrero de 1930 recibió una nueva gracia interior que le hizo profundizar en la luz fundacional del 2 de octubre. Comprendió, mientras celebraba la Santa Misa, que debía comenzar el apostolado del Opus Dei también entre las mujeres. Labor que sería fecundísima y trascendental, porque, como diría el fundador, “la mujer está llamada a llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico, que le es propio y que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad...”

Nuevos horizontes apostólicos

Soñaba con inmensos horizontes de apostolado y evangelización, convencido de que la Voluntad de Dios se haría realidad, y de que muy pronto miles de cristianos se esforzarían por poner a Cristo en el corazón de los afanes humanos. Dios quiso confirmarle en su esperanza con nuevas y repetidas mociones interiores. Una de ellas tuvo lugar el 7 de agosto de 1931, cuando celebraba la Santa Eucaristía:

“Creo que renové el propósito de dirigir mi vida entera al cumplimiento de la Voluntad divina: la Obra de Dios (propósito que, en este instante, renuevo también con toda mi alma). Llegó la hora de la Consagración: en el momento de alzar la Sagrada Hostia, sin perder el debido recogimiento, sin distraerme —acababa de hacer in mente la ofrenda del Amor Misericordioso—, vino a mi pensamiento, con fuerza y claridad extraordinarias, aquello de la Escritura: et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum (Jn 12, 32). Ordinariamente, ante lo sobrenatural, tengo miedo. Después viene el ne timeas! , soy Yo. Y comprendí que serán los hombres y mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con la doctrina de Cristo sobre el pináculo de toda actividad humana... Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí todas las cosas.

A pesar de sentirme vacío de virtud y de ciencia (la humildad es la verdad, sin garabato), querría escribir unos libros de fuego que corrieran por el mundo como llama viva, prendiendo su luz y su calor en los hombres, convirtiendo los pobres corazones en brasas, para ofrecerlos a Jesús como rubíes de su corona de Rey”.