domingo, 19 de mayo de 2013

El Señor de los Anillos-Tolkien Evangelizador: Bien y mal, ley natural, deseo de vida eterna, humildad, belleza, sencillez...(855)




InfoCatólica-Bruno Moreno (25.04.13): Me preguntaba una lectora en el último post si creía que salir a las plazas, para hablar de Dios a la gente, era la única forma de evangelizar. Es una de esas preguntas que te dejan sin habla, como si te preguntasen si crees que es posible comer algo que no sea zanahoria. Resulta difícil responder algo coherente. Desde que era pequeño, me ha encantado la zanahoria, pero nunca se me ocurriría considerarla el único alimento existente en el mundo. Del mismo modo, creo que salir a las calles a evangelizar es algo bueno, especialmente para llegar a la gente que ha dejado de ir a las iglesias, pero nunca se me ocurriría que sea la única o la mejor forma de evangelizar.

A fin de cuentas, la evangelización no es más que cumplir lo que dice el Shemá: “Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria. Se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado. Las atarás a tu muñeca como un signo y las pondrás como una marca sobre tu frente. Grábalas en las jambas de tu casa y en tus puertas” Dt 6,6-9. A poca sensibilidad poética y cristiana que uno tenga, escuchar este programa pone ante sus ojos la inmensidad inabarcable de la tarea evangelizadora. La belleza de Dios es inagotable e inagotables son las formas de anunciarla a los que están sedientos de ella.

Pensando sobre las innumerables formas de evangelizar que existen, me he acordado de Tolkien. Como sabrán los lectores, la madre viuda de Tolkien se convirtió al catolicismo cuando él era muy pequeño. Debido a esa conversión, su familia le dio la espalda y ella y sus hijos pasaron grandes penurias. Con estos cimientos, no es de extrañar que la fe católica fuera algo valiosísimo para Tolkien y que permease todas sus obras. Su madre había descubierto el tesoro escondido de la parábola evangélica y, literalmente, había dejado todo lo demás para tener ese tesoro.

¿Cómo evangelizaba Tolkien? Al ser escritor, evangelizaba por medio de sus obras. ¿Pero cómo, si apenas habla de Dios en ellas? He encontrado esta mañana una explicación estupenda: “Para el no cristiano, empezar una conversación sobre el cristianismo con la crucifixión y la expiación de Cristo sería como hablar de matrimonio y bebés en una primera cita. Algunas cosas, hay que tomárselas con calma. Como sucede al cortejar a una mujer, la gente necesita primero verse atraída por el romanticismo y la belleza del cristianismo. ¡El mismo hecho de que el cristianismo pueda tener algo que ver con el romanticismo y la belleza puede resultar novedoso para mucha gente! Esto es lo que consiguió Tolkien con el Señor de los Anillos. La esencia de su enfoque es lo que he descrito como la “imaginación sacramental”. Se trata de la capacidad de ver lo extraordinario detrás de lo ordinario”.

Tolkien se dio cuenta de algo muy importante para la evangelización: Mucho antes de que la gente abandonase el catolicismo, su imaginación había dejado de ser católica. Los mitos de la Ilustración habían sustituido a las verdades de la fe. La cosmovisión emotiva y referencial de la gente había pasado a ser un mundo sin misterio y, por lo tanto, desesperanzado. El optimismo ilustrado inicial se había convertido, inevitablemente, en pesimismo. Una evolución brutal e impersonal había reemplazado a la Providencia amorosa de Dios, y la lucha entre el bien y el mal había degenerado en darwinismo social.

Este horizonte imaginativo, tanto en tiempos de Tolkien como en los nuestros, hace que resulte especialmente difícil la conversión al cristianismo, porque, en ese horizonte, el cristianismo está de parte de la superstición, del oscurantismo y de la minoría de edad de la humanidad y sus grandes normas morales son, como mucho, una muestra de ingenuidad acientífica. El converso tiene que superar esos prejuicios inconscientes aun antes de que pueda considerar racionalmente la pretensión cristiana.

¿Qué hacer ante una imaginación paganizada? 

Había que “bautizar la imaginación”. El Señor de los Anillos y otras obras de Tolkien hacen precisamente eso, sin hablar normalmente de Dios de forma directa, pero introduciendo un horizonte imaginativo que es acorde con la cosmovisión cristiana y no con los mitos de la ilustración. Por eso la virtud de la humildad, que no existe en el paganismo, es el centro del Señor de los Anillos. Por eso el deseo de vida eterna, que se recibe como un regalo y no se conquista, es fundamental. Por eso los héroes tolkienescos reconocen la ley natural y saben, como lo sabría cualquier hombre del medievo, que no pueden hacer lo que les venga en gana. Cómo olvidar el impresionante diálogo en el Señor de los Anillos entre Aragorn y Éowyn:

-¿Es que no puedo hacer lo que quiera con mi vida?
-Pocos pueden hacer eso con honor

O las palabras con que Aragorn responde a Eomer:

-El mundo se ha hecho muy extraño […] ¿Cómo juzgará un hombre lo que debe hacer en estos tiempos? 
-Como siempre lo ha hecho -dijo Aragorn-. El bien y el mal no han cambiado desde antaño y no son una cosa entre elfos y enanos y otra diferente entre los hombres. A cada hombre le toca discernirlos, tanto en el Bosque Dorado como en su propio hogar.

Esta forma fundamental de entender la vida, el bien, la ley moral y el universo en general no consistía en simples principios abstractos, sino que estaba basada en la fe católica de Tolkien. Así lo dijo el mismo en diversas ocasiones, hablando de Cristo y de Nuestra Señora como el fundamento de su visión del mundo:

“Desde la oscuridad de mi vida, con tantas frustraciones, pongo ante ti lo único verdaderamente grande y digno de amor en esta Tierra: el Santísimo Sacramento… En él encontrarás romance, gloria, honor, fidelidad y el verdadero camino de todos tus amores en esta Tierra y más aún, en la muerte”.

“Creo que sé exactamente lo que quieres decir con el orden de la Gracia; y, por supuesto, con tus referencias a Nuestra Señora, en quien se cimenta toda mi humilde percepción de la belleza, tanto en la majestad como en la sencillez”.

Quien se siente atraído por el romance, la gloria, la fidelidad, los amores auténticos, la belleza, la majestad o la sencillez en las obras de Tolkien, sin darse cuenta, se está acercando a Cristo y a Nuestra Señora. De modo imperceptible pero real, su imaginación va siendo bautizada y deja de constituir un obstáculo para la predicación de la fe.

Por supuesto, el bautismo de la imaginación que las obras de Tolkien ayudan a realizar está aún muy lejos de la fe. No es más que una humilde preparación para la misma, un arar la tierra endurecida para que un día la semilla pueda fructificar. Sin la semilla, no hay nada que hacer, pero también el arado es importante. Tolkien fue un gran lingüista y escritor, pero quizá deba ser recordado, ante todo, como un gran evangelizador.

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