Yo acuso
InfoCatólica-Eleuterio (25/9/13): A lo largo de los meses (ya muchos) que llevamos de esta legislatura han pasado cosas. Otras, sin embargo, no han pasado y, al parecer, pudiera dar la impresión de que algunos no quieren que pasen.
Así, por ejemplo, el aborto sigue donde estaba y, en todo caso, los que gobiernan quieren que se siga matando pero de una forma más, digamos, light. Pero matar, lo que se dice matar al nasciturus se podrá seguir haciendo con protección de la ley que, en verdad, ¡hay que echarle!…
Si hablamos del imposible “matrimonio” entre personas del mismo sexo, la cosa está aún peor (que ya es decir) pues no se oyen ni campanas ni campanillas al respecto de que pudiera anularse una legislación aberrante que proclama como bueno y benéfico lo que no es más que un mero capricho de un grupo de presión homosexual que parece tener más poder que el que merece por número de sus miembros.
Y así, en temas que son muy importantes para los católicos las cosas siguen igual o pintan mal o muy mal.
Por eso, es indispensable acusar a quienes hacen lo que no deben hacer y se ciscan en su presunta fe católica con gozo de muchos y aplausos, siempre, de los discípulos de Satanás.
Yo acuso a los gobernantes actuales de malbaratar el caudal histórico y humano que, siglo tras siglo, ha dado lugar a la constitución de familias bajo el sentido dual y hermoso del hombre y la mujer.
Yo acuso a los gobernantes actuales de ir contra natura y contra todo lo que no suene a políticamente correcto y adecuado a una sociedad light y nihilista.
Yo acuso a los gobernantes actuales de no entender ni diferenciar entre hombre mujer y de tergiversar el sentido de la dignidad humana a favor de sus espurios intereses, siempre apoyando lo contrario a la tradición, porque les asquea; siempre denigrando lo bueno; siempre escupiendo sobre el pensar que no sea el suyo.
Yo acuso a los gobernantes actuales de dejarse llevar por una ideología que hace primar la voluntad de unos pocos sobre la voluntad de los más, de favorecer a unos en detrimento de otros, de confundir los deseos de una minoría con lo que representan éstos.
Yo acuso a los gobernantes actuales de actuar con prepotencia, de abusar del escaño, de sentirse inasequibles al desaliento de su desastre por ostentar un puñado de votos que, entienden, les hace inmunes a todo lo que sea ajeno a su pensamiento.
Yo acuso a los gobernantes actuales de no entender más que lo propio, de falsear la realidad ocultando su existencia, de vocear sus propuestas callando las voces de quienes se oponen a sus dicterios y dictados.
Yo acuso a los gobernantes actuales, a aquellos que estropean, aniquilan, arruinan, ocasionando grave daño, el espíritu de una nación que se opone, sin poder hacer nada, a lo que entienden que va contra no sólo su forma de pensar y ser sino, sobre todo, el natural discurrir del mundo.
Yo acuso a los gobernantes actuales de ahogar el espíritu libre que no puede permitir que se diga lo que es a lo que no es; de simular democracia donde sólo hay simulación; de hacer ver que basta con el ejercicio del poder para que todo sea válido; de hacer que nos sintamos como si fuéramos esa escoria que les sobra y de la que se desprenden a golpe de ordeno y mando.
Yo acuso a los gobernantes actuales de comportarse con una falsa neutralidad moral cuando, en realidad, siempre acaban favoreciendo a las minorías no, precisamente, silenciosas.
Yo acuso a los gobernantes de lo peor que se puede acusar a nadie: de no ser nada sino lo que representan; de no representar sino a sus burdas miras cortas.
Ahora bien, alguno podría decirme que creer que los gobernantes actuales son católicos es llevar la bondad demasiado lejos. Y es más que posible que eso sea así pero, qué quieren que les diga, a uno le da por creer que las personas, y si son creyentes más, tienen algún tipo de conciencia y de Ley de Dios en sus corazones. Y eso lo escribió un tan Pablo a unos fieles de Roma refiriéndose a los gentiles que, claro, no es que no creyesen en Dios Todopoderoso sino que, seguramente, ni conocían su existencia pues aquellos eran otros tiempos. Cuanto más no hubiera dicho si se hubiera referido a los hijos de Dios que “saben” que lo son…
Aunque también es cierto que cualquiera puede decir que yo no soy nadie para acusar. Yo diría, sin embargo, que soy un creyente católico y lo menos que se puede hacer es decir las cosas como son. Eso, como poco.
Eleuterio Fernández Guzmán