lunes, 30 de enero de 2023

QUEVEDO, precursor de los anti-Masones + Ilustres anti-Masones españoles de todos los tiempos: Pérez Galdós, Obispo Mz.Vigil, Vázquez de Mella, Menéndez y Pelayo, General Franco (1303)




Hispanismo-Foro (17/5/2011): Nos alegramos de verte por aquí, si es la primera vez que nos visitas te recomiendo que te des una vuelta por los distintos foros que forman esta página, en ella encontraras a gente interesada por la Historia de España y la política actual, donde se tratan los hechos pasados y presentes desde un óptica hispanista para tratar de darle la respuesta adecuada a los problemas del futuro. 



Ilustres Anti-Masones Españoles 

LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA ha de rendir un homenaje a los precursores de LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA, pues LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA nació hace muchos siglos, cuando los mejores y más capaces españoles -muchos de ellos, para nuestra desgracia, postrados en el olvido- advirtieron el peligro que entrañaba permitir una asociación conspirativa que socava y mina, como puede comprobarse en la historia, el Estado que la cobija y la tolera. 

Es por ello que LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA puede jactarse de contar con eximios antecedentes -hombres de ciencia y hombres de acción que, movidos por los más nobles ideales católicos y patrióticos denunciaron a la masonería, desde que ésta (levantando columnas) puso el pie en nuestro solar hispano, sembrando aquí su cizaña. Y la denunciaron por algo más que por una animadversión visceral, por una paranoia persecutoria, por una cuestión de gustos; la denunciaron por entender con claridad meridiana que en lo poco que se sabe de su cuerpo doctrinal -así como lo poco que se conoce de sus modos de operar- ésta está en flagrante antagonismo con el ser católico de España.

La lista de esos antecesores de LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA se dilata en el curso de los siglos. Por eso mismo, habremos de dedicar más de un artículo a ilustrar la semblanza y obra de estos españoles (algunos más famosos que otros) que valientemente, arrostrando grandes sacrificios, se expusieron a la pérdida de sus bienes y de la buena fama, a la persecución -incluso con riesgo de sus vidas- y todas las penalidades las abrazaron por plantarle cara a la soterrada y secreta enemiga de España.


1. QUEVEDO, 
Entre MONOPANTONES... oteando MASONES 

En este elenco de antimasones es de justicia admitir que D. Francisco de Quevedo ocupa un distinguido y eminente lugar, por destacarse como el más temprano debelador de la masonería. Decir esto puede suponer dejar en cierta perplejidad a quienes, siguiendo la opinión común, convienen en admitir que la fecha de fundación de la masonería es la del año 1717, cuando las logias La Oca, La Corona y Las Uvas de Londres, sitas en las tabernas londinenses homónimas, se unificaron en la llamada Gran Logia de Londres. Nació entonces, en 1717, la masonería moderna; en efecto, así es, pero gracias a Quevedo podemos aseverar que algo parecido a la masonería (Quevedo se tomó la licencia poética de llamarlos "monopantones"), merced a Quevedo sabemos que cierto conciliábulo, sorprendentemente similar a la masonería en su doctrina y en su conducta, pudo existir en la España del Conde Duque de Olivares.

Es en el discurso XXXIX de "La hora de todos y la fortuna con seso" en donde nos encontramos esta enigmática secta -como tal "secta" la califica el mismo Quevedo. Atendamos a las características descritas por Quevedo de dicho grupo, discerniendo a los "monopantones" de los "rabinos" judaicos con los que, literariamente, se dan cita en una especie de congreso imaginario en Salónica. Conviene hacer esta distinción entre unos y otros, dado que todo el discurso XXXIX puede prestarse a interpretaciones unilaterales con las que, en estos tiempos tan políticamente correctos, se podría lastrar la obra de Quevedo, motejándola burda y anacrónicamente de "antisemita".

¿Qué son los monopantones? Etimológicamente: "monopantos" sería algo así como: "uno que es todo". Quevedo nos los describe plásticamente: "Son hombres de cuadruplicada malicia, de perfecta hipocresía, de extremada disimulación, de tan equívoca apariencia, que todas las leyes y naciones los tienen por suyos. La negociación les mulplica caras y los muda los semblantes, y el interés los remuda las almas".

Los gobierna, según Quevedo, Pragas Chincollos -apellido "Chincollos", bajo el cual camufla Quevedo el apellido neoconverso "Conchillos" que, por un antepasado, tenía el Conde Duque de Olivares; en este Pragas Chincollos ha cifrado Quevedo al Conde Duque de Olivares. Entre los que se dan cita con los rabinos de Salónica figuran estos otros, algunos de los cuales pueden ser identificados con personajes históricos de cierto relieve en la España de la época; se trata de la camarilla política del Conde Duque: Filárgiros (el avaro, etimológicamente: "el amigo de la plata"), Crisóstheos (etimológicamente, el "dios de oro"), Danipe (el Padre Pineda), Arpiotrotono (el protonotario D. Jerónimo de Villanueva), Pacas Mazo (el licenciado José González) y Alkemiastos (el P. Hernando de Salazar; en este caso se desliza, por la semejanza del alias, una insinuación alquimística).

Quevedo piensa que el objetivo que se proponen conseguir tanto los rabinos judíos como los monopantones es contrario a la Cristiandad, pues la esencia de unos y otros es el ateísmo.

"Ellos y nosotros, de diferentes principios y con diversos medios, vamos -pone Quevedo en boca de Rabbi Saadías- a un mesmo fin, que es a destruir, los unos, la cristiandad que no quisimos; los otros, la que ya no quieren, y por esto nos hemos juntado a confederar malicia y engaños". Esa actitud apóstata en unos y proterva en los otros es tal vez una de las más remotas denuncias de lo que es un ancestral y primitivo "laicismo", tan del gusto masónico. 

Se entiende, pues, que los monopantones no son necesariamente de raza judía, ni siquiera tienen que ser conversos, son más bien apóstatas que, habiendo sido bautizados en la fe católica, han renegado de ella, exhibiendo esta paradójica resultante que satiriza Quevedo: los monopantones "creyendo que Jesús era el Mesías que vino, le dejan pasar por sus conciencias: de manera que parece que jamás llegó para ellos ni por ellas". Es el "como si" no existiera Dios de tantos bautizados que actúan por el mundo de espaldas a Cristo Jesús.
 Los judíos del Antiguo Testamento están representados por el rabinato que se congrega en Salónica. Los judíos del Nuevo Testamento -los monopantones- acuden para ligarse a ellos y aunar esfuerzos en el mismo propósito: la descristianización de Europa, mientras que la codicia alienta a unos y a otros a deshacerse de todo compromiso moral que no sea el propio provecho económico.

Después de un discurso del portavoz de los rabinos, toman el turno de la palabra los monopantones, no sin antes haberles invitado el rabino a que expongan los monopantones los trazos principales de la estrategia a seguir para alcanzar el fin. Los monopantones ofrecen sus malas artes para lograr ser los señores de los señores del mundo: "dejamos los apellidos a las repúblicas y a los reyes, y tomámosles el poder limpio de la vanidad de aquellas palabras magníficas; encaminamos nuestra pretensión a que ellos [los reyes] sean señores del mundo y nosotros [los monopantones, señores] de ellos [los reyes]". Estamos ante la quintaesencia de la manipulación; hay aquí un espíritu moderno que renuncia a los timbres nobiliarios, por amor del dinero y en aras del poder efectivo.

En su cinismo, los monopantones expresan su determinada resolución de no pararse en escrúpulos religiosos; se demuestra así que ellos son auténticos "todo en uno": monopantones (fingen y disimulan, pasando por turcos, cristianos, moros o judíos), pues les importa un ardite las lealtades que pudiera tener cualquier persona decente para con su nación, su raza y su religión. Son, en este sentido, verdaderos y genuinos cosmopolitas gracias a esa camaleónica plasticidad que les permite el no tener lealtades, como afirma su portavoz Pacas Mazo (recordemos Lcdo. José González): "tenemos costumbres y semblantes que convienen con todos, y por esto no parecemos forasteros en alguna secta o nación. Nuestro pelo le admite el turco por turbante, el cristiano por sombrero y el moro por bonete, y vosotros por tocado. No tenemos ni admitimos nombre de reino ni de república, ni otro que el de Monopantos". El cosmopolitismo es, a su vez, uno de los rasgos más identificados con la masonería de todos los tiempos, que lo promueve y alimenta entre sus socios, dependiendo de los países de origen de esos socios.

Es tal el cinismo político y moral de los monopantones que hasta los rabinos judíos recelan de ellos. Así es como Quevedo nos pinta en este discurso a un rabino que le responde a otro: "Ahora acabo de reconocerlos por maná de doctrinas, que saben a todo lo que cada uno quiere". Otra de las notas que predominan en los primeros grados de la masonería es admitir a cualquier persona, independientemente de su religión; los símbolos y las pompas masónicas "saben a todo lo que cada uno quiere", pues se forman seleccionando eclépticamente reminiscencias cristianas (San Juan) o judaicas (Hiram). 

Aunque están en conversaciones para confederarse como dos fuerzas para alcanzar un único objetivo (el enriquecimiento material a la vez que descristianizan el mundo) entre los monopantones no falta uno de ellos que también se malicia que los judíos tampoco son trigo limpio. Se trata de Crisóstheos que comenta, a cencerros tapados, a Filárgiros y Danipe: "Yo atisbo la sospecha destos perversos judíos".

Al final del discurso, los monopantones reconocen tener como norte de su práctica política las inmorales doctrinas de Nicolás Maquiavelo. La conclusión final de todo el discurso parece profética: "Con esto se apartaron, tratando unos y otros entre sí de juntarse y hacerse pedazos hasta echar chispas contra todo el mundo, para fundar la nueva secta del dinerismo, mudando el nombre de ateístas en dineranos".

Desde hace mucho tiempo los expertos en masonería vienen sosteniendo que existe una soterránea relación entre judaísmo y masonería. Como vemos, uno de los precursores antimasónicos españoles más ínclitos, D. Francisco de Quevedo, intuyó que esto era así. Aunque la Gran Logia de Londres no se hubiera instituido cuando se escribió "La hora de todos...", las señales del tiempo fueron leídas de un modo admirable por este genio español que adivinó que una facción de apóstatas (renegados) empezaba a vivir y planear un mundo muy distinto al de la Cristiandad: Monopantos, la utopía cosmopolita sin raíces, atea por laicista... económica por antonomasia. Compartiendo tantos y tan parejos intereses, estos monopantones aproximaban posiciones arrimándose a los judíos.

Antes de la llegada del Duque de Wharton, en España había comenzado lenta y reptante, como un gusano, la decadencia; y en la decadencia, mucho había de ver un oscuro conciliábulo de hombres, de hombres próximos al poder político, dispuestos a todo -incluso a pactar con el más peligroso y oculto enemigo del cristianismo. Los monopantones son, en rigor, el antecedente de la masonería que anidaría en el siglo XVIII.

2. PÉREZ GALDÓS, 
LIBERAL... pero ANTIMASÓN


Es uno de los gigantes de la literatura española y universal del siglo XIX. Pese a su liberalismo, Benito Pérez Galdós no fue clemente con la secta masónica. En la segunda serie de su monumental colección de novelas -los EPISODIOS NACIONALES- tendrá ocasión de presentarnos a la masonería en su abyección. A D. Benito le gustaba poner nombres "simbólicos" a sus personajes, y mucho nos parece que sabía de la masonería; con mucha probabilidad en su juventud pudo estar próximo a los antros hirámicos*. Salvador Monsalud, uno de los protagonistas de estas novelas galdosianas, será masón y conspirador liberal, sin embargo en el capítulo VI de "El Grande Oriente", Galdós se despacha a su sabor con la secta:

"Era ésta [la masonería] una poderosa cuadrilla política, que iba derecha a su objeto, una hermandad utilitaria que miraba los destinos* como una especie de religión (hecho que parcialmente subsiste en la desmayada y moribunda masonería moderna), y no se ocupaba más que de política a la menuda, de levantar y hundir adeptos, de impulsar la des-gobernación del reino; era un centro colosal de intrigas, pues allí se urdían de todas clases y dimensiones; una máquina potente que movía tres cosas; Gobierno, Cortes y clubs, y a su vez dejábase mover a menudo por las influencias de Palacio; un noviciado de la vida pública, o más bien ensayo de ella, pues por las logias se entraba a "La Fontana"* y "La Cruz de Malta"*, y de Aprendices se hacían diputados, así como Venerables los ministros. Era, en fin, la corrupción de la masonería extranjera, que al entrar en España había de parecerse necesariamente a los españoles.

Durante la época de persecución, es notorio que conservó cierta pureza a estilo de catacumbas; pero el triunfo desató tempestades de ambición y codicia en el seno de la hermandad, donde al lado de hombres inocentes y honrados había tanto pobre aprendiz holgazán que deseaba medrar y redondearse. Apareció formidable el compadrazgo, y desde la simonía, el cohecho, la desenfrenada concupiscencia de lucro y poder, asemejándose a las asociaciones religios en estado de desprestigio, con la diferencia de que éstas conservan siempre algo de simpático idealismo de su instituto original, mentras aquélla sólo conservaba con su embrollada y empalagosa liturgia el grotesco aparato mímico y el empolvado atrezzo de las llamas pintadas y las espadas de latón".Cualquier parecido con la actualidad no es mera coincidencia. Queda, pues, caracterizada la masonería del siglo XIX por el ínclito Benito Pérez Galdós que, a pesar de su liberalismo, supo pintarnos magistralmente, como hemos visto, el cuadro de la secta masónica con los tintes más realistas.

El antimasonismo de Galdós se alimenta de las crudas experiencias del siglo XIX, así como -tal y como hace patente- por los viles objetivos de la secta y sus malas artes para lograrlos. Perdonémosle su optimismo en cuanto a la "masonería extranjera" que pareciera que, al no ser española, pudiera salvarse y poder presentar algo digno. No obstante, por el valor que tiene esta descripción, podemos otorgarle a Pérez Galdós el honroso título de español antimasónico. Nos da igual que, por su liberalismo, pudiera estar tan equivocado en cuanto a la conceptuación que se hacía de la masonería extranjera.


3. Monseñor MARTÍNEZ VIGIL, 
doctísimo OBISPO de OVIEDO

Monseñor Ramón Martínez Vigil nació en Santa María de Tiñana (Siero, Asturias) el 12 de septiembre de 1840 y pasó a mejor vida el 17 de agosto de 1904, en Somió (Gijón). Estudió en el Colegio de los Dominicos de Ocaña, ordenándose presbítero en 1863 y estuvo en Manila (Filipinas)*, donde se doctoró en Teología, siendo discípulo del también asturiano Fray Zeferino González Díaz de Tuñón, gloria filosófica de la Orden de Predicadores de Santo Domingo de Guzmán. Monseñor Martínez Vigil fue rector de la Universidad de Manila, retornando a España en 1876. Su formación académica lo condujo a la Universidad Central de Madrid. En 1884 fue promovido a Obispo de Oviedo, donde impulsó, entre otras muchas, las obras tan importantes como la Basílica de Covadonga y el edificio del Seminario Sacerdotal.

En el invierno del año 1887 (Fiesta de la Epifanía del Señor) Monseñor Martínez Vigil predicó un sermón, en la Santa Iglesia Catedral de Oviedo, cuyo título es elocuente: "La francmasonería" (publicado en Santiago de Compostela, en la Imprenta de José M. Paredes, Virgen de la Cerca, núm. 80, el mismo año de 1887).

En este sermón, Monseñor Martínez Vigil muestra su vasto conocimiento sobre el asunto que anuncia el título homilético. Presenta el Obispo de Oviedo a la masonería como lo que es en su plano interior. A saber, "gnosticismo", que define el mitrado como: "...nefando sincretismo de las doctrinas mosaicas y de las doctrinas cristianas, de los misterios de Isis y de Ceres, y de la ciencia de Zoroastro y de Platón".

La cantidad y calidad del material sobre el que construye Monseñor Martínez Vigil su sermón es magnífico: emplea textos impresos de la misma secta masónica. Todas las citas en cursiva que aparezcan en este artículo son pasajes literales de este sermón.

La masonería es presentada en su descarado ateísmo militante de que hacen gala: "Ellos niegan la existencia de Dios, porque se opone, dicen, al progreso indefinido; niegan la distinción entre el espíritu y la materia, entre el alma y el cuerpo, porque es incompatible con la igualdad absoluta."

El obispo describe la francmasonería: "La educación obligatoria de la juventud, sustrayéndola a la autoridad paterna y a la autoridad de la Iglesia; la licencia de la prensa; la esclavitud del Papa *; la humillante dependencia en que se coloca el clero católico, mientras que nadie se mete con los ministros de la falsas religiones; la exaltación de los adeptos iniciados de la secta a los puestos más importantes; la unidad de objeto, el proselitismo, los juramentos más execrables, las pasiones legitimadas en sus más bastardas manifestaciones, y un secreto misterioso que todo lo encubre, constituyen, por decirlo así, el activo de esta sociedad anónima".

Desenmascara a la masonería, arrebatándole la careta de filantrópica: "La Masonería se propone otra cosa que la moral, la caridad y la beneficencia; se propone hacer feliz al hombre. Pero hacerlo feliz como lo intentaron los revolucionarios franceses, segando ocho millones y medio de cabezas; como lo intentaron los comunistas, incendiando á París *; como lo intentan los internacionalistas *, por el hierro, el fuego y la dinamita; como lo hicieron los cantonales españoles en Alcoy, Cartagena y otros puntos *. La Masonería es una asociación montada a lo militar, esencialmente social y política, cuyo fin único es aniquilar la iglesia Católica y la Monarquía, simbolizadas en el Papa Clemente V y en el rey Felipe el Hermoso".

Describe cuanto se puede saber de la iniciación masónica en sus grados, sobre cuyo número dice: "Comprende la masonería 33 grados, tal vez en memoria de los años de Cristo, porque los hermanos son algun tanto cabalistas, á causa de su origen hebraico. Su iniciación, es decir, el conocimiento de la secta, se recibe únicamente en el grado 30, cuando éste se da por iniciación. A los Reyes, Príncipes y personajes esclarecidos que dan lustre a la institución, se les confieren los grados sin iniciación, y sin admitirlos jamás á las sesiones de las tras-logias, ó tenidas secretas." [Algún día, Dios mediante, tendremos que enfrentarnos a una cuestión a la que alude aquí el prelado: la relación entre judaísmo y masonería. Y no nos temblará el pulso.]

Sabe distinguir nuestro prelado a los masones ingenuos, captados por la labor proselitista a los que se les inculcan ridículas ideas a través de las pantomimas, de aquellos otros que, estando en el secreto, manipulan y emplean a los demás a su discreción.

Para terminar su sermón (recordemos que era con motivo de la fiesta de la Epifanía del Señor) Monseñor Martínez Vigil termina identificando, muy congruamente, a los masones con "los herodianos": "Los campos están deslindados: ó con los Magos y creyentes á ofrecer al Niño Dios los dones de nuestra adoración; ó con Herodes y los masones á perseguirle de muerte, derramando la sangre inocente del pueblo."

Propone Monseñor Martínez Vigil el rezo del Santo Rosario como arma para combatir a la masonería, evocando la gruta de Lourdes "...donde se reza el Rosario á todas horas, y donde se levanta hoy un templo monumental en honor del Rosario". Y acaba exhortando a sus feligreses: "Orad por vuestros enemigos; por esos infelices sectarios, por esos ilusos masones, ingratos á ese Niño Dios, que murió para salvar al mundo, mientras que ellos conspiran, ó cooperan, sin darse acaso cuenta, para envolver al mundo en sangre y ruinas".

NOTAS:
* Poco después de su regreso a España, en 1892, en Filipinas una sociedad secreta, sediciosa, criminal y masónica, compuesta en su mayoría por indígenas tagalos, el KATIPUNAN ["Kataastaasan kagalanggalang Katipunan Nag Mga Anak ng Bayan" (Suprema y Venerable Asociación de los Hijos del Pueblo)], liderará el proceso independentista contra España. Capítulo siempre renovado que da idea de la sempiterna hostilidad que profesan los masones contra España; ya explicaremos algún día, siquiera aproximadamente, por qué razón.
* El Papa Pío IX estuvo confinado en el Vaticano, tras la unificación italiana que no aceptó por haberse hecho a costa de la soberanía pontificia. 
* Los comunistas a los que se refiere el prelado son los revolucionarios de la Comuna de París que desde el 18 de marzo al 28 de mayo de 1871 impusieron la revolución en la capital de Francia.
* Monseñor Martínez Vigil llama "internacionalistas" a los anarquistas que practicaban frecuente y estruendosamente el crimen terrorista contra personalidades políticas.
* Como al avisado no se le escapará, está refiriéndose al movimiento republicano cantonalista que tuvo que ser sofocado violentamente por los republicanos unitarios en la España de la I República.


4. Don JUAN VÁZQUEZ de MELLA,
el ínclito DEFENSOR DE ESPAÑA


Hasta la presente hemos ido ofreciendo algunos artículos dedicados a eminentes antimasones españoles, pero los hasta ahora tratados eran obispos y religiosos, es hora de ilustrar sobre la acción de los seglares -pues no son pocos de ellos los que han servido con excelencia a la causa. Y queremos empezar por uno de los hombres más grandes que tuvo España, D. Juan Vázquez de Mella y Fanjul (1861-1928). Filósofo, escritor y orador de cualidades tan grandes que le valieron el título de "Verbo de la Tradición", temido y admirado por sus contrincantes -muchos de ellos masones. Juan Vázquez de Mella fue uno de los políticos españoles de su tiempo más inteligentes y, por eso mismo, tuvo un muy cabal y certero conocimiento de los efectos de la masonería en nuestra historia. 

Fue diputado a Cortes desde 1893 hasta 1916. A lo largo de toda su carrera política mostró estar absolutamente convencido de la importancia que tenía la masonería en la derrota de nuestra historia, hasta tal punto que presentó una petición a las Cortes. En dicha petición el filósofo y político católico solicitaba de las Cortes la ilegalización de las logias, mientras las declaraba traidoras a la Patria y -cuestión nuclear- abogaba por evitar que los masones ocuparan cargos públicos, pues era notorio que los adeptos que los ocupaban habían llegado a ellos aupados por la secta y, una vez encaramados en esos despachos, servían con mayor celo a la secta que al bien público.

En 1896 D. Juan Vázquez de Mella fue uno de los participantes que más interés concitó y que más aplausos mereció en el Congreso Antimasónico de Trento. Este Congreso fue convocado por la "Ligue international antimaçonnique", bendecido por Su Santidad León XIII. El Congreso fue inaugurado en la iglesia de Santa María la Mayor de Trento, el día 26 de septiembre de 1896. D. Juan Vázquez de Mella intervino de forma magnífica, llegando a su apoteosis cuando, el día en que se clausuraba el encuentro internacional, el periodista italiano Pedro Pacelli solicitó una ovación para el político español por su valentía al presentar a las Cortes españolas la petición, a la que más arriba hemos aludido, de retirar a los masones de los puestos públicos, declarando a la masonería como fuerza facciosa y traidora a España. En el Congreso se atendió a esclarecer la doctrina masónica y descubrir su acción y también se estudió la mejor forma de combatirla, optándose por la oración y la acción propagandística antimasónica. En ese sentido se animó a los participantes de las delegaciones respectivas a divulgar la esencia y procedimientos de la organización revolucionaria para advertencia de incautos.

Durante la Gran Guerra, la germanofilia de D. Juan Vázquez de Mella, sustentada en su concepción geopolítica y filosófico-histórica de España, lo posicionó frente a los postulados aliadófilos de D. Jaime de Borbón. Aquel desencuentro provocó que Vázquez de Mella rompiera con el carlismo dinástico al que tan digna y lealmente había servido, pero no cejó su empeño patriótico y católico y vino a fundar, el año 1918, el Partido Católico Tradicionalista. 

Los planteamientos políticos de D. Juan Vázquez de Mella hunden sus raíces en el ponderado estudio de la Historia de España, interpretada en clave católica y tradicionalista. El prohombre del tradicionalismo español se nos presenta como celoso defensor de las particularidades regionales de España contra el liberalismo centralista y uniformista, inorgánico y extraño. Las singularidades regionales habrían de ser armónicamente articuladas en la unidad nacional, coronada por una monarquía tradicional (ni absolutista ni parlamentaria). Vázquez de Mella era partidario de una democracia, digamos que básica, la que se concreta en las saludables instituciones naturales que son la familia, el municipio y la región. Y denunció con valentía, como el más esforzado, el caciquismo liberal del tándem Cánovas-Sagasta, con su farsa electoral y esa apariencia de democracia que contradecían los hechos.

En cuanto a la masonería, Vázquez de Mella hizo de ella una de las principales causas de la decadencia española:  "La masonería ha sido, desde el siglo XVIII, el gran motor de las revoluciones del XIX y del XX, y el judaísmo es el gran director de la masonería. La logia no es más que la antesala de la sinagoga ... Ya en las cartas que publicaron los primeros historiadores sobre los orígenes de la masonería aparece su filiación judaica ... Esta sucursal judaica tomó una gran parte en la iniciación de la guerra europea, en su desarrollo y término y en lo que ahora se llama "postguerra" [se refiere a la Gran Guerra del 14, Primera Guerra Mundial, según la historiografía típica]." ("Obras Completas", Tomo XIII, pág. 249).

A juicio de Vázquez de Mella, la masonería y el judaísmo son indisociables: "La logia masónica es el atrio de la sinagoga. De los consistorios israelitas ha salido la masonería, como lo demuestran, con datos abrumadores, los historiadores modernos de la secta, y como lo revelan los símbolos, desde el templo, la hoja de acacia y el triángulo, hastas los nombres que reciben los principales dignatarios de su jerarquía". (Pensamiento Español 28 de febrero de 1920, en "Obras Completas", Tomo III.)

Vázquez de Mella coincide con los mejores estudiosos de la masonería cuando establece la relación que ésta guarda con el judaísmo. Con el tiempo, esta interpretación no ha sufrido apenas rectificaciones, pero sí que esta fórmula se ha convertido en un tópico -incluso en un tabú que parece que no pueda ni siquiera pronunciarse. La maestría que tienen para inducir a la opinión pública está puesta fuera de toda duda. Han conseguido, con su propaganda, que la más leve sugerencia que se haga de ese nexo suscite una sonrisa. 

Borraremos la sonrisa de los labios de esos necios -y lo haremos, no le quepa duda a nadie: sine ira et studio- cuando llegue el momento de demostrar que lo que Vázquez de Mella afirmaba se ve declarado por los mismos interesados. Para demostrarlo no recurriremos a la autoridad de los estudiosos antimasones tradicionales (a cuyos análisis siempre se les puede acusar como viciados por su antimasonismo); no, acudiremos a fuentes estrictamente masónicas. Traeremos a capítulo textos elocuentísimos que corroboran este aserto.

5. Don MARCELINO MENÉNDEZ y PELAYO


Haremos bien en considerar que nuestras desgracias nacionales nacen de un profundo desconocimiento de nuestros más grandes genios. Por eso muy pocos españoles pueden a día de hoy hacerse una idea de la portentosa erudición de D. Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912), actualmente ignorado por pigmeos intelectuales (progresistas o neoconservadores) que incluso, hace poco tiempo de ello, pretendieron retirar la estatua sedente que al polígrafo cántabro se le levantó en la Biblioteca Nacional de España.

D. Marcelino fue un talento precoz. Nada que fuese propio de la cultura era ajeno a Menéndez y Pelayo. Prolífico ensayista, baste mencionar de entre su legado intelectual dos de sus monumentales obras: "Historia de las ideas estéticas en España" y la "Historia de los heterodoxos españoles".

Muy joven, D. Marcelino se topó con los krausistas que se habían adueñado de la universidad española. Su impecable lógica así como su exquisita sensibilidad reaccionaron con virulencia ante los vaniloquios pedantescos de los figurones krausistas que le dieron clases. Salmerón, uno de los krausistas más famosos, fue profesor suyo y de él dirá D. Marcelino en una carta a Rubió y Lluch: "Salmerón no nos ha enseñado una palabra de Metafísica, ni de Lógica subjetiva, ni mucho menos de ninguna particular ciencia (como él dice), pues en todo el año no ha hecho otra cosa que exponernos la recóndita verdad de que la Metafísica es algo, y algo que a la Ciencia toca y pertenece, añadiendo otras cosas tan admirables y nuevas como ésta, sobre el conocer, el pensar, el conocimiento, que (palabras textuales) "es un todo de esencial y substantiva composición de dos todos en uno, quedando ambos en su propia substantividad, o más claro, el medio en que lo subjetivo y lo objetivo comulgan".

El krausismo tenía una relación estrechísima con la masonería, el artífice de esa filosofía -Karl Christian Friedrich Krause- había sido masón. Y sus secuaces españoles, algunos de ellos investidos con la aureola de "santones laicos", también eran clientes de las logias.

En cuanto a lo que Menéndez y Pelayo nos revela sobre los trabajos conspirativos de la masonería hay que remitirse a la "Historia de los heterodoxos españoles", donde trata por extenso de ella en ciertos capítulos muy concretos. Válganos como una muestra este enjundioso pasaje: "Un motín militar vergonzoso e incalificable [Menéndez y Pelayo se refiere al Pronunciamiento de Las Cabezas de San Juan, año 1820], digno de ponerse al lado de la deserción de D. Oppas y de los hijos de Witiza, vino a dar, aunque no rápida ni inmediatamente, el triunfo a los revolucionarios. La logia de Cádiz, poderosamente secundada por el oro de los insurrectos americanos y aun de los ingleses y de los judíos gibraltareños, relajó la disciplina en el ejército destinado a América, introduciendo una sociedad [logia] en cada regimiento; halagó todas las malas pasiones de codicia, ambición y miedo que pueden hervir en muchedumbres militares, prometió en abundancia grados y honores, además de la infame seguridad que les daría el no pasar a combatir al Nuevo Mundo, y de esta suerte, en medio de la apática indiferencia de nuestro pueblo, que vio caminar a Riego desde Algeciras a Córdoba sin que un solo hombre se le uniese en el camino, estalló y triunfó el grito revolucionario de Las Cabezas de San Juan, entronizando de nuevo aquel abstracto código [la Constitución de Cádiz], ni solicitado ni entendido. Memorable ejemplo que muestra cuán fácil es a una facción osada y unida entre sí por comunes odios y juramentos tenebrosos sobreponerse al común sentir de una nación entera y darle la ley, aunque por tiempo breve, ya que siempre han de ser efímeros y de poca consecuencia tales triunfos, especie de sorpresa o encamisada nocturna. Triunfos malditos además cuando se compran, como aquél, con el propio envilecimiento y con la desmembración del territorio patrio.

D. Marcelino Menéndez y Pelayo, egregia figura que se yergue sobre las muchedumbres de ignorantes de ayer y hoy, merece con todo el derecho ocupar un honorabilísimo puesto en el Panteón de Ilustres antimasones españoles.

"Pero desde 1808, la francmasonería, única sociedad secreta conocida hasta entonces en España, retoñó con nuevos bríos, pasando de los franceses a los afrancesados, y de éstos a los liberales, entre quienes, a decir verdad, la importancia verdadera de las logias comienza sólo en 1814, traída por la necesidad de conspirar a sombra de tejado".

Marcelino Menéndez y Pelayo: "Historia de los heterodoxos españoles".


6. FRANCO, ¿El ENEMIGO de la MASONERÍA?
y  el general masón Cabanellas Ferrer


Con motivo del aniversario, el18 de julio, del Alzamiento Nacional que condujo a la guerra civil en España, vamos a dejar a un lado a D. Marcelino Menéndez y Pelayo y vamos a considerar una cuestión que puede ser interesante, para conocer mejor a algunos protagonistas de ese episodio nacional.

El dirigente socialista en el exilio, D. Indalecio Prieto reprochaba al General Francisco Franco que para el Dictador hubiera masones aceptables y masones perseguibles. Veamos lo que nos dice Indalecio Prieto sobre este asunto en su obra autobiográfica: "De mi vida". Y pongamos las cosas en su sitio.

"El primer organismo dirigente que tuvo el movimiento subversivo contra la República española fue la titulada junta de Defensa Nacional, constituida en Burgos el 23 de julio de 1936. La presidía el general de división Miguel Cabanellas Ferrer."

Cierto, D. Miguel Cabanellas Ferrer, veterano combatiente en Cuba y en África, fue uno de los militares más partidarios del advenimiento de la II República española, por lo que se le ascendió a Capitán General de la II División Orgánica de Andalucía a los pocos días de proclamarse la República. Su filiación masónica (y, algo que las más de las veces iba adherido al masonismo: sus ideas republicanas) explican este apoyo de Cabanellas a la República, así como la recompensa que obtuvo en su ascenso. Sustituyó a D. José Sanjurjo en la Dirección General de la Guardia Civil y fue (1934-1935) diputado electo a Cortes en Jaén por el Partido Republicano Radical, formado por la flor y nata de la masonería centro-derechista.

Se designa a Cabanellas presidente de la Comisión de Guerra, pero renuncia a tal cargo por ser nombrado, de la mano del gobierno Azaña, Inspector General de Carabineros, más tarde es Inspector General de la Guardia Civil y, luego, Jefe de la V División Orgánica de Zaragoza. La carrera militar de Cabanellas a lo largo de la II República había sido fulgurante con el amparo y el impulso de sus hermanos masones. Sin embargo, la vorágine de desórdenes sociales, de terrorismo callejero y violencia incivil promovidas por el Frente Popular parece inclinar a D. Miguel Cabanellas a la conspiración militar que eclosionará el 18 de julio de 1936. Parece ser que fue Queipo de Llano quien le demandó su adhesión. Y el General Cabanellas accedió a unirse a los sublevados.

La muerte "accidental" del general Sanjurjo (20 de julio de 1936) que, estaba convenido, sería el presidente del Directorio Militar de los sublevados obliga a estos a constituir una Junta de Defensa Nacional (24 de julio de 1936) y Cabanellas resulta designado presidente de la misma por su veteranía en el generalato. 

Continuemos con los recuerdos de D. Indalecio Prieto: "Cabanellas firmó el 24 de julio un decreto disponiendo que "el excelentísimo señor general de división don Francisco Franco Bahamonde asuma las funciones de general jefe del ejército de Marruecos y del Sur de España". 

"Cabanellas suscribió seguidamente la declaración-programa de dicha junta al país. Cabanellas restableció el 29 de agosto la bandera roja y gualda de la monarquía. Cabanellas nombró el 29 de septiembre "Jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos al general de división don Francisco Franco Bahamonde". Cabanellas, dispensándole honores máximos, dio posesión de esa jefatura a Franco el 1 de octubre en la Capitanía general de Burgos."

Cierto. Pero D. Indalecio Prieto ignoraba -o silencia- que el masón Cabanellas se opuso a concederle la jefatura a Franco. Según los historiadores Daniel Sueiro y Bernardo Diaz Nosty -nada sospechosos de franquismo, por cierto: el general Cabanellas, presidente de la Junta de Defensa Nacional, nada más conocer que se iba a investir a Franco como Jefe... "hizo algunas gestiones desesperadas para evitar lo irreparable: "Ustedes no saben lo que han hecho -comentó el hasta entonces presidente de la Junta a algunos de los generales que se habían pronunciado a favor de Franco-, porque no lo conocen como yo, que lo tuve a mis órdenes en el Ejército de África como jefe de una de las unidades de la columna a mi mando; y si, como quieren, va a dársele en estos momentos España, va a creerse que es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra ni después de ella, hasta su muerte"." ("Historia del Franquismo", 1º Tomo, Daniel Sueiro y Bernardo Diaz Nosty, Editorial Sarpe, 1986, pág. 57.)

Sigue Indalecio Prieto recordándonos dos fragmentos del pomposo discurso por el que Cabanellas entregaba a Franco la Jefatura, en nombre de la Junta de Defensa Nacional y la no menos pomposa respuesta de Franco al veterano General, en la que le decía Franco al masón Cabanellas: "Ponéis en mis manos a España; yo os aseguro que mi pulso no temblará, que mi mano estará siempre firme. Llevaré a la patria a lo más alto o moriré en mi empeño. Quiero vuestra colaboración. La junta de Defensa Nacional seguirá a mi lado". El altisonante palabrerío en público que, con ocasión tan solemne, cruzan Cabanellas y Franco es algo circunstancial a lo que Indalecio Prieto, no sin miras interesadas, da un relieve que no tiene; pues, por mucho que Cabanellas -masón- y Franco -antimasón- pudieran discrepar, en ese momento ambos eran camaradas de armas (con una guerra civil como telón de fondo).

Y continúa Indalecio Prieto, con el ánimo de acusar a Franco de contradictorio en su posición frente a la masonería: "Pues bien, Miguel Cabanellas Ferrer, de quien recibió sus actuales poderes dictatoriales Francisco Franco Bahamonde, aquel a quien éste quiso conservar junto a sí y al que gratificó con la investidura de inspector general del ejército, era masón. Y Franco lo sabía, como lo sabíamos todos, por pertenecer Cabanellas al sector de masones pintorescos y exhibicionistas, estilo del "Ciudadano Medina", que andaban por peñas de cafés y cervecerías jactándose de figurar en las logias."Lo de Indalecio Prieto no puede interpretarse sino como pura y neta propaganda política, inspirada por el rencor y la revancha contra Franco. Pues, si es cierto que Franco concedió a Cabanellas el cargo de "inspector general del ejército", dicho cargo no era, en rigor, ninguna gratificación, sino que todo lo contrario era anular a Cabanellas con un cargo nominal que no tenía funciones, como el mismo Cabanellas reconoció con amargura, una vez pasado todo. Para ello habría que leer "Cuatro Generales. La lucha por el poder", de Guillermo Cabanellas de Torres que, como hijo del mismo D. Miguel Cabanellas, contiene una riquísima información de primera mano para poner las cosas en su sitio, y no ponerlas donde le da la gana ponerlas al resentido Indalecio Prieto.

En cuanto a la indulgencia que tuvo Franco para con Cabanellas, puede añadirse la que también tendría más tarde -tras la victoria- con D. Alejandro Lerroux que, pese a su pública militancia en la masonería y a las escandalosas proclamas incendiarias de sus años revolucionarios juveniles, pudo regresar a España, abandonando su exilio en Portugal, allá por el año 1947, como el también masón D. José Ortega y Gasset que en 1945 pudo volver a España, instalándose en Madrid... Franco tenía muy claro que a la masonería había que tenerla a raya, pero también hay que decir a favor de Franco que demostró una tolerancia que ahora -en estos tiempos en que todos lo denigran- puede resultar extraña, pero que no podrá estar siempre silenciada, por mucho que hagan por ocultarlo los enemigos de Franco que de manera tan cobarde, cuando ya no hay peligro alguno, lo somenten a la "damnatio memoriae".

¿Entonces, en qué quedamos?
¿Franco... el enemigo de la masonería?
¿O... Franco el Clemente?

¿Era Franco un ogro malvado y cruel por perseguir a la masonería...? ¿O es que Franco tenía más manga ancha de la que conviene reconocer? Si se reconociera esa manga ancha, ¿cómo se podría sostener la imagen de Franco que se han ocupado de distorsionar con la propaganda antifranquista de ayer y hoy?

Pero la verdad se impone. Y es justo reconocer que el General Francisco Franco permitió, a sabiendas de la filiación masónica de algunos personajes públicos, que estos eminentes masones (militares, políticos, intelectuales) pudieran vivir en la España franquista, sin ser inquietados. Franco tenía mucho sentido común, más del que nos tienen acostumbrados a ver que tengan esos que se desgarran las vestiduras cuando hablan de Franco, esos que alardean de su obsesión enfermiza contra Franco. Entre sus detractores, todo hay que decirlo, no faltan grandes vividores desagradecidos que eran, durante el franquismo, los más franquistas y ahora, que cambiaron las tornas, se han convertido en neo-anti-franquistas.

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