jueves, 15 de mayo de 2014

Foro Hispánico AntiMasónico: "Apocalipsis" de S.Juan, Evangelio y Primera Carta. Biografías del Apostol (1359)



1 Al principio existía la Palabra, 
y la Palabra estaba junto a Dios, 
y la Palabra era Dios.



Capítulo 1
1 Lo que existía desde el principio, 
lo que hemos oído,
 lo que hemos visto con nuestros ojos, 
lo que hemos contemplado 
y lo que hemos tocado con nuestras manos 
acerca de la Palabra de Vida, es lo que les anunciamos.
2 Porque la Vida se hizo visible,
 y nosotros la vimos y somos testigos, 
y les anunciamos la Vida eterna, 
que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado.
3 Lo que hemos visto y oído, 
se lo anunciamos también a ustedes, 
para que vivan en comunión con nosotros. 
Y nuestra comunión es con el Padre
 y con su Hijo Jesucristo.

Visión del Apocalipsis-El Greco
Capítulo 1
1 Revelación de Jesucristo, 
que le fue confiada por Dios para enseñar 
a sus servidores lo que tiene que suceder pronto. 
ÉL envió a su Ángel 
para transmitírsela a su servidor Juan.
2 Éste atestigua que todo lo que vió
 es Palabra de Dios y testimonio de Jesucristo.
3 Feliz el que lea, y felices los que escuchen 
las palabras de esta profecía y tengan en cuenta 
lo que está escrito en ella, porque el tiempo está cerca.



Fruto de unas visiones que tuvo el apóstol Juan, el Apocalipsis habla sobre el fin del mundo, la derrota definitiva de Satanás y el día en que Dios juzgará a la Humanidad. Durante siglos, sus pasajes oscuros y simbólicos han obsesionado a la civilización occidental y no ha habido época en que no se haya creído ver los supuestos “signos del fin”.

El Apocalipsis, también conocido como Revelación, Libro de las revelaciones o Apocalipsis de Juan, es el último libro del Nuevo Testamento y de la Biblia, siendo también el más complejo, simbólico, difícil de comprender e intrigante por sus múltiples implicaciones escatológicas y relativas al fin de la historia humana tal cómo la conocemos. Supuestamente escrito por el apóstol Juan a raíz de las impactantes visiones que tuvo mientras cumplía su destierro en la isla de Patmos, este libro ha sido el más polémico de todo el canon bíblico, siendo recién integrado de forma oficial a la Iglesia Católica en el siglo IV.

Más que ningún otro, el Apocalipsis ha logrado inocular en el imaginario social de Occidente el temor y la obsesión por el fin de los tiempos, viniendo aquella obsesión cultural a tener su cima en este último siglo en que otras fuentes como el Calendario Maya o Las Profecias de Nostradamus han convergido con el amenazante Libro de las Revelaciones para mover a muchas mentes hacia una especulación interpretativa no desprovista de fantasía y poco rigor. Y es que el Apocalipsis, entre otras cosas, es conocido por hablar de cuatro poderosos jinetes que traerán plagas y desgracias, de un Gran Dragón que al parecer es el mismo Satanás, del famoso Anticristo y de un Jesus-Rey que vendrá por segunda vez para, luego que la Tierra haya sido purgada bajo el poder del Ángel Exterminador y otras fuerzas purificadoras, juzgar a la Humanidad y llevarse consigo a “los justos”, los cuales morarán en la Nueva Jerusalén.

Pese a todo el debate, el Apocalipsis fue finalmente aceptado en el año 382 por un decreto del papa Dámaso I, ratificado en el concilio de Hipona en el 393, en el de Cartago en el 397, y más tarde en el Concilio de Trento durante la Contrareforma. Por su parte, la Iglesia Ortodoxa lo aceptó recién en el siglo IX y en la actualidad el libro es generalmente aceptado en el Protestantismo y sus diversas manifestaciones. 

Su fecha es también algo discutido: Ireneo, San Jerónimo y Eusebio, señalan el final del reinado de Domiciano, opinión ésta comunmente aceptada por los especialistas modernos, quienes piensan que fue escrita de una sola vez; Epifanio en cambio cree que la composición fue en el reino del emperador romano Claudio y Pio I que fue en época de Nerón (quien según ciertas interpretaciones es La Bestia que menciona el Apocalipsis). Finalmente, algunos estudiosos (Touilleux, Feuillet, Gelin, etc) hacen una separación: la fecha de publicación, supuestamente bajo el reinado de Domiciano; y la fecha de las visiones en la época de Vespasiano. Así, según estas teorías el documento habría sido retocado por varios editores, lo cual es muy útil para explicar las diferencias entre el Evangelio de Juan y el Apocalipsis.

Los CUATRO Jinetes-Durero

CONTEXTO HISTÓRICO

A pesar de las discrepancias en cuanto a la fecha de redacción del texto, existe un amplio consenso en relación al hecho de que el Libro de las Revelaciones fue escrito en un contexto histórico de persecución contra los cristianos, llegando inclusive a darse casos como el del emperador Domiciano (fines del s.I). Ya a nivel de hechos puntuales, podríamos señalar los siguientes como relevantes en el contexto histórico del Apocalipsis: (1) muerte y resurrección de Cristo en los años 30, (2) posibles muertes de los apóstoles Pedro y Pablo y persecuciones contra los cristianos, todo esto en los 60 (del s.I d.C.), (3) destrucción del Templo de Jerusalén y expulsión de los judíos de Jerusalén durante el 70-73, (4) surgimiento de conflicto y separación entre cristianos y judíos, desde el 73 al 90, (5) Imposición, por parte de Domiciano (81-96), del culto al emperador; y, con ello, acrecentamiento de las persecuciones contra los cristianos.

Existen cuatro niveles de sentido en el Apocalipsis:

1. Literal: Éste es el nivel de las cosas tal y como aparecen en el texto. Así, en este nivel La Gran Ramera se quedaría simplemente como tal y no sería interpretada como Babilonia, Roma o El Vaticano, por ejemplo. Este es el nivel más epidérmico del texto y no conduce a ninguna comprensión real del mismo; siendo, como se trata, de un texto que es indiscutiblemente simbólico y no de carácter discutiblemente simbólico

2. Literario: Cada género literario se constituye, a nivel formal, de un conjunto de recursos expresivos y estructuras que tienden a repetirse, entre otras cosas. Por eso, este nivel resulta fundamental para ubicar al Apocalipsis en el contexto del género apocalíptico, pudiendo de ese modo analizarlo comparativamente y, a través de eso, hallar lo que lo particulariza y lo que lo integra a su género, vislumbrando consecuentemente sus intenciones expresivas (lo qué quizo decir) a partir de sus procedimientos expresivos (cómo lo dijo, qué herramientas textuales usó para transmitir su mensaje).

3. Histórico: Éste, a diferencia de los otros, no es un nivel intrínseco o inherente al texto sino que es un plano de significaciones exterior al mismo: concretamente, es su contexto histórico aplicado a la interpretación del mismo (del texto). Este nivel es muy importante en tanto que proporciona una base real y concreta para el vuelo interpretativo, limitando de esa forma los vuelos fantasiosos de la especulación hermenéutica.

4. Simbólico: Es el nivel que está más allá del nivel literal, es el nivel que se compone a partir de los múltiples símbolos presentes en el texto. Aquí la interpretación se encontrará con símbolos fáciles como el Dragón (Satanás) y el Cordero (Cristo), con símbolos de mediana dificultad como los Cuatro Ginetes y con otros de gran problematicidad como la Gran Ramera y los Siete Sellos.

CORRIENTES HERMENÉUTICAS

1. Preterista o Histórico-Contemporánea: Plantea que, en general, las visiones del Apocalipsis se refieren a hechos ocurridos en los últimos decenios del siglo I después de Cristo, época en la que aún vivía Juan. Basicamente, según los preteristas el Apocalipsis aludiría a la persecución desatada por la Bestia contra los cristianos, siendo la Bestia identificada con Nerón o Domiciano; consecuentemente, esta persecución habría sido continuada por la llamada Babilonia, interpretada así mismo en relación al Imperio Romano. Por todo eso, para la mayoría de preteristas el Apocalipsis habría sido escrito para fortalecer la moral cristiana en una época de grandes dificultades, inoculando a través del texto la esperanza en la futura intervención de Dios, con el subsiguiente aniquilamiento de la Bestia, la liberación del pueblo de Dios y el establecimiento del reino celestial. No obstante hay preteristas que dicen que el Apocalipsis solo remite a la destrucción del Templo de Jerusalén y a la era del judaísmo apóstata, situándose todo ello a comienzos de los 70 del siglo primero. Mas, lejos de no ser atacada, la Escuela Preterista ha recibido la acusación de ser reduccionista y parcial en sus interpretaciones, forzando así el sentido del texto y omitiendo cosas como el arrebatamiento de la Iglesia, el surgimiento del Anticristo y del falso profeta y el regreso de Cristo, hecho este último que obviamente es planteado como algo que ocurrirá literalmente.

2. Historicista: Esta corriente, aunque interpreta muchos hechos en relación al Imperio Romano tal como hacía el Preterismo, no se limita a eso sino que tiene una visión más amplia en la que las visiones son interpretadas en relación a una amplia línea de sucesos históricos que va desde los tiempos de Juan hasta nuestros tiempos y, potencialmente, más allá de nuestros tiempos. Muchas son las sub-corrientes e interpretaciones concretas dentro de esta corriente (la de los Adventistas del Séptimo Día, por ej.), habiendo, más marcadamente que en otras corrientes, unificación solo a partir de la actitud interpretativa más que de las interpretaciones concretas. Por ejemplo, en esta línea hay quienes han visto veladas referencias a las invasiones bárbaras, al surgimiento del Islam, a la Reforma y la Contrareforma, a la Revolución Francesa, a la Primera Guerra Mundial, a la Segunda Guerra Mundial (periodo de especial relevancia en esta corriente), etc. Así, la Bestia ha sido identificada con personajes como Mahoma, el Papa, Napoleón, Hitler, entre otros. Las críticas a esta corriente consisten basicamente en decir que todas las visiones aún no han ocurrido y, más que todo, en acusar a los historicistas de forzar mucho las interpretaciones y no tener en cuenta el amplio grado de aplicabilidad que en general tienen los hechos históricos en relación a textos tan difusos y generales como el Apocalipsis. En esta actitud de cuestionamiento, dijo José Grau lo siguiente de esta corriente en su Escatología: ‹‹Al igual que en el esquema futurista, los históricos cometieron en el pasado el error de suponer siempre que su siglo era el último de la historia de la humanidad y que se hallaban viviendo en los últimos días. Esto ha obligado a ir rectificando constantemente, de siglo en siglo, los calendarios propuestos, ya que el esperado fin del mundo no acaba de llegar››

3. Futurista: La naturaleza de esta corriente, según es descrita en algunos lugares del cyber-espacio, no queda del todo bien delimitada sin que se preste a cierta confusión con el Historicismo; mas algunos, como José Grau (a quien se citará a continuación), sí la presentan con suficiente claridad: ‹‹Esta escuela mantiene que, a partir del capitulo 4, el Apocalipsis sólo se ocupa de acontecimientos que tienen que ver con el final de los tiempos y con todo lo que está relacionado con la segunda venida de Cristo…[…]..Fue el jesuíta Ribera (en 1603) quien dio origen a esta interpretación, para oponerla a la histórica de los reformadores. El dispensacionalismo la adoptó en el siglo pasado y, desde entonces, ha sido ampliamente expuesta y difundida mediante la Biblia Anotada de Scofield, lo que la ha hecho popular entre nosotros. Para esta escuela, la mayor parte del texto del Apocalipsis es historia que todavía espera su cumplimiento, es decir, profecías no cumplidas. Pero profecías que ya comienzan a cumplirse en nuestro tiempo›› Por último, para los futuristas todo culminará con una nueva Tierra en la que Dios more en medio de los hombres, un reino de Cristo que no es de ninguna manera el paradigma mesiánico de corte político del Judaísmo convencional sino, lejos de eso, es un estado de la Humanidad caracterizado por la consecución de la redención espiritual definitiva.

4. Idealista, Espiritual o Simbólica: En esencia plantea que el apocalipsis es una alegoría de la lucha espiritual que todo creyente debe librar para alcanzar el reino de Dios; entendido, en el contexto de la interioridad del sujeto, como un estado del alma. Consecuentemente tiende a encontrar muy pocas referencias a hechos pasados o por venir dentro del Apocalipsis, ya que aquel es concebido principalmente como una exposición simbólica y narrativa de los grandes “principios espirituales” encaminados a motivar y guiar al creyente de cualquier etapa histórica. Por lo anterior, a más de lo dicho al inicio, esta corriente proyecta significaciones sobre el plano social e histórico en tanto que plantea que el Apocalipsis ilustra el plan mismo de Dios en la historia, no ya a modo de sucesión de hechos concretos sino a modo de una dinámica, de un proceso constante que siempre se ha venido dando y cuya naturaleza estriba en la visión de un Dios-Juez-Rey que, mediante el desarrollo histórico, selecciona a lo largo del tiempo a sus elegidos, a quienes no se “inclinan ante la Bestia” (el mal) y siguen sus preceptos hasta conseguir que su alma acceda al reino de Dios, aunque, más allá de las salvaciones individuales, para esta corriente la historia se presentaría como un proceso que converge hacia “un nuevo cielo y una nueva tierra”, desencadenados no tanto por acontecimientos puntuales como por una evolución espiritual progresiva de la Humanidad. De entre todas parecería ser la más racional de las corrientes si no fuera porque, en opinión de sus detractores, incurre en el error de ignorar que el Apocalipsis se autodefine (Ap. 1:3) como un libro profético y por ende como un texto abocado a pronosticar sucesos concretos.

DIVISIONES ESTRUCTURALES

1-Introducción y Cartas a las Iglesias (Ap 1-3)
2-El Cordero, los Siete Sellos y Trompetas (Ap 4-11)
3-El Dragón y el combate (Ap12-20)
4-La Nueva Jerusalén (Ap 21-22)

Otro criterio, basado principalmente en los cambios a nivel de los símbolos:
1-Introducción y Presentación (Ap 1)
2-El mensaje a las Iglesias (Ap 2-3)
3-Las Teofanías de Dios (Ap 4)
4-El Cordero (Ap 5)
5-Los Siete Sellos (Ap 6-8)
6-Las Siete Trompetas (Ap 8-11)
7-El Dragón y las Bestias (Ap 12-13)
8-Los Vencedores (Ap 14-15)
9-Las Siete Copas (Ap 16)
10-La Prostituta y la caída de Babilonia (Ap 17-19)
11-La Derrota (Ap 20)
12-La Nueva Jerusalén (Ap 21-22)

También es posible dividir el Apocalipsis en siete grupos de elementos semejantes, teniendo cada uno de esos grupos siete elementos, característica ésta que muestra la complejidad y lo bien planificado que es el Libro de las Revelaciones. Esta división es la llamada “estructura numérica” o “división por septenarios”, donde “septenario” es el término usado para referirse a cualquiera de las series con el número siete que aparecen a lo largo del Apocalipsis.

Título del libro y prólogo (Ap 1:1-3)
1- Las siete cartas a las Iglesias (Ap 1:4-3:22)
Destinatarios (Ap 1:4-8)
Visión preliminar (Cristo resucitado) (Ap 1:9-20)
Carta a la Iglesia de Éfeso (Ap 2:1-7)
Carta a la Iglesia de Esmirna (Ap 2:8-11)
Carta a la Iglesia de Pérgamo (Ap 2:12-17)
Carta a la Iglesia de Tiatira (Ap 2:18-29)
Carta a la Iglesia de Sardis (Ap 3:1-6)
Carta a la Iglesia de Filadelfia (Ap 3:7-13)
Carta a la Iglesia de Laodicea (Ap 3:14-22)

2- Los siete sellos (Ap 4:1-8:1)
Visión preliminar (el trono de Dios, su corte, el Cordero, las oraciones de los santos, y el libro de los siete sellos) (Ap 4:1-5:14)
El primer sello (el jinete del caballo blanco) (Ap 6:1-2)
El segundo sello (el jinete del caballo rojo) (Ap 6:3-4)
El tercer sello (el jinete del caballo negro) (Ap 6:5-6)
El cuarto sello (el jinete del caballo verde o amarillo) (Ap 6:7-8)
El quinto sello (los mártires) (Ap 6:9-11)
El sexto sello (los desastres naturales) (Ap 6:12-17)
Visión intermedia (los 144.000 y los que se salvarán) (Ap 7:1-17)
El séptimo sello (un silencio y el comienzo de las trompetas) (Ap 8:1)

3. Las siete trompetas (Ap 8:2-11:19)
Visión preliminar (las trompetas y la purificación de las oraciones de los santos) (Ap 8:2-5)
La primera trompeta (desastres sobre la tierra) (Ap 8:6-7)
La segunda trompeta (desastres sobre el mar) (Ap 8:8-9)
La tercera trompeta (desastres sobre las aguas) (Ap 8:10-11)
La cuarta trompeta (desastres sobre el cielo) (Ap 8:12-13)
La quinta trompeta (el primer ¡Ay!) (Ap 9:1-12)
La sexta trompeta (el segundo ¡Ay!, que se prolonga durante los 3 excursos siguientes) (Ap 9:13-21)
Excurso 1 (el ángel y el librito) (Ap 10:1-7)
Excurso 2 (el librito) (Ap 10:8-11)
Excurso 3 (los dos testigos) (Ap 11:1-14)
La séptima trompeta (el tercer ¡Ay!, aclamación celestial, el Arca de la Alianza vuelve a verse (Ap 11:15-19)

4. Las siete visiones de la Mujer y el combate con el Dragón (Ap 12:1-14:20)
Visión de la Mujer (Ap 12:1-2)
Visión del Dragón (Ap 12:3-17)
Visión de la Bestia (Ap 12:18-13:10)
Visión de la Segunda Bestia (Ap 13:11-18)
Visión del Cordero y los 144.000 (Ap 14:1-5)
Visión de los Tres Ángeles (Ap 14:6-13)
Visión del Hijo del Hombre y la Siega por parte de Tres Ángeles (Ap 14:14-20)

5. Las siete copas (Ap 15:1-16:21)
Visión preliminar (las copas de la ira de Dios) (Ap 15:1-8)
La primera copa (primera plaga) (Ap 16:1-2)
La segunda copa (segunda plaga) (Ap 16:3)
La tercera copa (tercera plaga) (Ap 16:4-7)
La cuarta copa (cuarta plaga) (Ap 16:8-9)
La quinta copa (quinta plaga) (Ap 16:10-11)
La sexta copa (sexta plaga, promesa de esperanza y Armagedón) (Ap 16:12-16)
La séptima copa (séptima plaga) (Ap 16:17-21)

6. Los siete cuadros sobre la caída de Babilonia (Ap 17:1-19:10)
Visión de Babilonia (Ap 17:1-18)
Visión del Ángel anunciando la caída de Babilonia (Ap 18:1-3)
Recomendaciones al pueblo de Dios en Babilonia (Ap 18:4-8)
Lamentaciones sobre Babilonia (Ap 18:9-19)
La alegría en el Cielo (Ap 18:20)
La caída de Babilonia (Ap 18:21-24)
El triunfo en el Cielo (Ap 19:1-10)

7. Las siete visiones del fin (Ap 19:11-22:5)
Visión del Cielo abierto y del Verbo de Dios (sobre un caballo blanco) (Ap 19:11-16)
Visión del Ángel Exterminador (Ap 19:17-18)
Visión de la Bestia y de su Derrota (Ap 19:19-21)
Visión del Reinado de Mil Años y juicio a Gog y Magog (Ap 20:1-8)
Visión de la Primera Resurrección, el Segundo y Último Combate Escatológico (Ap 20:4-10)
Visión del Juicio de las Naciones (Ap 20:11-15)
Visión de la Jerusalén Celestial (Ap 21:1-22:5)
Un epílogo (Ap 22:6-21)
Recomendaciones finales (Ap 22:6-21)

Un tipo de propuesta interesante es el de las estructuras concéntricas, estructuras en las cuales el Apocalipsis tiene una zona central y un conjunto de zonas periféricas que presentan correspondencias mutuas. No obstante, en ninguna de las propuestas de esta índole se ha llegado a esclarecer con suficiencia las correspondencias entre las partes periféricas. Ahora, de entre las existentes hasta la fecha, una bastante buena es la de Xabier Pikaza:

Prólogo: El profeta y su libro 
1, 1-8
Visión del Hijo del Hombre y cartas a las Iglesias 
1,9 - 3,22
Dios-Rey: visión del trono 
4, 1-11
Cordero degollado 
5, 1-14
Los siete sellos 
6,1 - 7,17
Siete trompetas 
8,1 - 9,21
Interludio: Libro y testigos 
10,1 - 11,14
Mujer y Dragón, las dos bestias 
11,15 - 13,18
Interludio: Evangelio eterno 
14, 1-20
Siete copas 
15,1 - 16,21
Babel, la prostituta 
17,1 - 19,10
Triunfo de Cristo 
19,11 - 20,6
Juicio de Dios. Reino Eterno 
20, 7-15
Bodas mesiánicas 
21,1 - 22,5
Conclusión y llamada 
22, 6-21 

SIMBOLOGÍA
.
La liturgia
Para el estudioso Ugo Vanni, en el trasfondo del Libro de las Revelaciones subyace la estructura propia de la liturgia de los primeros siglos del cristianismo. Por su parte, Scott Hahn cree que la Eucaristía está simbolizada en el Apocalipsis, por lo que empareja varios pasajes del libro con partes concretas del rito eucarístico: Culto Dominical (Ap 1:10), Sumo Sacerdote (Ap 1:13), Altar (Ap 8:3-4,11:1,14:18), Sacerdotes (Ap 4:4,11:16,14:3,19:4), Ornamentos (Ap 1:13,4:4,6:11,7:9,15:6,19:13-14), Célibes consagrados (Ap 14:4), Candelabros o menoráh (Ap 1:12,2:5), Penitencia (Ap 2,3), Incienso (Ap 5:8,8:3-5), Libro o rollo (Ap 5:1), Hostia eucarística (Ap 2:17), Cálices (Ap 16,15:7,21:9), La señal de la cruz (Ap 7:3,14:1,22:4), el Gloria (Ap 15:3-4), el Aleluya (Ap 19:1;3;4;6), Levantemos el corazón (Ap 11:12), ‹‹Santo, santo, santo›› (Ap 4:8), el Amén (Ap 19:4,22:21), el ‹‹Cordero de Dios›› (Ap 5:6 y a través de todo el libro), la Virgen María (Ap 12:1-6;13-17), Intercesión de ángeles y santos (Ap 5:8,6:9-10,8:3-4), el arcángel Miguel (Ap 12:7), Canto de antífonas (Ap 4:8-11,5:9-14,7:10-12,18:1-8), Lectura de la Sagrada Escritura (Ap 2,3,5,8:2-11), Sacerdocio de los fieles (Ap 1:6,20:6), Catolicidad o universalidad (Ap 7:9), Silencio meditativo (Ap 8:1), La cena nupcial del Cordero (Ap 19:9,17)

Números
El estudioso Jean-Pierre Prévost plantea que los números siempre tienen un carácter simbólico en el Apocalipsis, mas los significados de dichos simbolismos numéricos deberían ser planteados en función del sentido que tenían para los cristianos del siglo I; quienes, según Prévost, interpretaban los simbolismos numéricos del Apocalipsis en gran parte movidos por la influencia del significado que los judíos otorgaban a aquellos símbolos. Concretamente, Prevost interpreta así los siguientes números:

Uno: Generalmente remite a Dios

Un medio, tres y medio: Estos números representarían un tiempo limitado y restringido, tiempo que no llegaría a adquerir las significaciones del uno (que representa la plenitud de Dios) o las del cuatro (que representa lo terrenal o universal). En cuanto a las raíces del simbolismo de estos números, todo parece indicar que se hallan en el libro de Daniel.

Cuatro: Sobre todo debido a la cuestión de los cuatro puntos cardinales, representa lo terrenal, lo universal e incluso la Creación. También se cree que puede representar a los llamados Cuatro Vivientes que están junto a Dios, los cuales podrían a su vez representar a los cuatro evangelistas o, por generalización, al dominio de Dios sobre la totalidad de lo creado.

Seis: En general, debido a que el siete simboliza la perfección y éste es justamente el número anterior al siete, representa la imperfección; aunque, teniendo los Cuatro Vivientes seis alas (al igual que los serafines que vio el profeta Ezequiel), el seis no siempre simboliza la imperfección tal y como lo hace en el archi conocido 666, el “número de la Bestia”

Siete: Representa la perfección

Doce: En sus inicios representaba unicamente a las doce tribus de Israel, lo cual equivalía a representar al pueblo de Dios; ya que, antes de Cristo, Israel era el pueblo elegido. Luego de Cristo, y en parte porque sus apóstoles fueron doce, el número pasó a representar al nuevo pueblo de Dios (los creyentes de Cristo). Pero el simbolismo del doce no se queda allí sino que participa en la composición de otros simbolismos numéricos tales como el veinticuatro (24 = 12 x 2), el cuarenta y ocho (48 = 12 x 4) y el ciento cuarenta y cuatro (144 = 12 x 12). (p.ej. Ap 4:4,10;5:8;7:4-8;11:16;19:4)

Mil: En el Apocalipsis el mil nunca debe tomarse literalmente y, cuando de tiempo se trata (como cuando encierran al Dragón por “mil” años), simplemente representa un gran periodo de tiempo.

Colores

Al igual que los números pero incluso de forma más patente, en el Apocalipsis los colores no son nunca fortuitos:

Blanco (p.ej. Ap 1:14;4:4;19:14;20:11): Simboliza pureza, victoria y justicia, se le menciona 17 veces en el Apocalipsis y se aplica a los santos y a Cristo

Negro (p.ej. Ap 6:5,12): Representa la desgracia, el hambre, la miseria del hombre sumergido en el pecado. Su empleo viene desde el Antiguo Testamento: por ejemplo, en Jeremías 4:28 se lo emplea para representar el luto y el lamento personal y nacional.

Rojo (p.ej. Ap 6:4;9:17;12:3): Es la violencia, está asociado a la sangre y se emplea a la hora de simbolizar la ira con que se darán las guerras que pulverizarán a la Humanidad en el fin de los tiempos. Así mismo, este color es propio de Satanás (Ap 12:3; 17:4)

Verde o amarillo (p.ej. Ap 6:8): Representan la muerte y, en el caso del amarillo, se lo puede rastrear en el Antiguo Testamento: por ejemplo, en Isaías 29:22 y en Jeremías 30:6 representa la muerte y los “ayes” futuros

Púrpura (p.ej. Ap 17:4;18:12,16): Es el desenfreno y la opulencia, aunque también representa la apostasía en tanto que está en la vestimenta de la Gran Ramera. Su presencia, como simbolo de realeza y riquezas, se la puede rastrear en el Antiguo Testamento (Éxodo 25:4) y, ya en el N.T., en Lucas 16:19 y Juan 19:2.

Escarlata (p.ej. Ap 17:3-4;18:12,16): Simboliza el desenfreno



Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis

El orígen de este simbolismo se remonta al A.T. con el Libro de Zacarias. Ahora, dado que el cuatro representa la totalidad y está asociado a los cuatro puntos cardinales, no es fortuito el número de ginetes, siendo así el cuatro una forma de aludir al hecho de que estos cuatro ginetes serán los encargados de llevar plagas y desgracias a toda la Tierra y la Humanidad, esparciendo la miseria por los cuatro puntos cardinales. Los significados de los cuatro caballos son básicamente estos:

1. Caballo rojo: Guerra, violencia
2. Caballo negro: Hambre, pobreza, miseria
3. Caballo verde o amarillo: Enfermedad, pestes, muerte
4.Caballo blanco: Para unos sería la misma muerte; para otros, por llevar corona y no ser la muerte invencible (según el cristiano), aludiría al mismo Cristo, lo cual se apoyaría en el hecho de que en Ap 19:11-21 se ve a Cristo montando el caballo blanco. En síntesis, o bien sería la muerte; o bien, por su simbolismo crístico, sería la victoria sobre la muerte, la majestad, la pureza.

Los 144.000

Pese a que la Iglesia Adventista piensa que el 144000 es literal y representa al escaso número de elegidos, la interpretación más extendida es que aquella cifra es simbólica y representa a la totalidad del pueblo de Dios, a todos los que serán salvos. El argumento es el siguiente: 12 eran las tribus de Israel antes de Cristo, 12 fueron los apóstoles de Cristo; cuando Cristo vino, el pueblo de Dios dejó de ser Israel (simbolizado en el 12) para convertirse en la totalidad de seguidores de Cristo, sean o no judíos; con el tiempo, el nuevo pueblo de Dios pasó a ser una multitud enorme y mayor a la del inicial pueblo de Dios (Israel), llegando así a ser figurativamente incontable. Tenemos así que todo lo anterior se resume en las siguientes operaciónes simbólicas: “12 (Israel) x 12 (seguidores de Cristo) = 144 (simboliza el pueblo de Dios incrementado tras Cristo)” y “144 x 1000 (número simbólico que equivale a una gran cantidad) = 144000 (el multitudinario pueblo de Dios al final de los tiempos)”


La Bestia y su número

El famoso 666 o “número de la Bestia” es la cifra más famosa de todo el Apocalipsis pese a solo mencionarse una vez (Ap 13:18). En líneas generales su sentido es claro pues, si el 6 es imperfección, el 666 es la extrema imperfección, la antítesis diabólica (por tener 3 dígitos y ser el 3 un número asociado a Dios) de la perfección. En un plano de sentido literal, es el número de la Bestia que sirve al Dragón. Asociado con el Anticristo y con la marca que la Bestia pone a todos los que están del lado del Dragón, en el plano de las interpretaciones concretas el 666 ha dado lugar a numerosas hipótesis. Así, bajo el método de la gematría[1] se puede llegar a concluir que el 666 representa a Domiciano o a otro de los césares romanos que perseguían cristianos y hacían adorar sus estatuas; no obstante, la hipótesis más aceptada es que se trataba de Nerón. Otros han dicho que el 666 podría simbolizar a un papa, a Hitler o incluso a la Internet…Con todo, ciertas investigaciones han concluído que la presencia del 666 en el Apocalipsis es errada pues hay versiones anteriores (del siglo II o III) en las que el número que sale es 616.

La primera Bestia y los Dos Testigos

En general se ha pensado que la Bestia es Nerón y que, los dos[2]testigos asesinados por la Bestia, son Pedro y Pablo (que murieron en la época de Nerón); no obstante en el Apocalipsis no se precisa que la primera Bestia sea la misma que la del 666. Hahn cree que los dos testigos son el profeta Elías y Moisés puesto que ellos personifican a la Los Profetas y La Ley respectivamente. Por último, una hipótesis bastante importante es la que ve a Elías y a Enoc como los dos testigos, ya que estos son los únicos personajes bíblicos que no probaron la muerte (Elias fue llevado en un carro de fuego, Enoc desapareció caminando con Dios) y que por tanto pueden haber sido “testigos” de la historia humana; y además, justamente por no haber muerto, recién habrían de morir bajo el poder de la Bestia.

La gran Ramera
Babilonia y la Gran Ramera

Muchas han sido las teorías sobre quién es Babilonia[3] y quién es la Gran Ramera. No obstante cabe aclarar que no está muy delimitada una de la otra pues comparten las mismas significaciones de idolatría, perversión y desenfreno, entre otras, por lo cual se suele aplicar el título de “Gran Ramera” y “Babilonia” a la misma entidad que se elige en el marco de las interpretaciones. 

Ejemplificando, las hipótesis más populares son:

1. Roma Imperial: Debido a la persecución contra los cristianos y a la idolatría que los emperadores trataban de imponer a través del culto a sus estatuas, muchos han creído que Roma es Babilonia.

2. Jerusalén judía: La Jerusalén judía de los 70 del siglo I representaría a Babilonia, por contraposición a la Nueva Jerusalén que se ve al final del Apocalipsis, esto se debería basicamente a la oposición realidad-idealidad inherente en dicha contraposición entre aquella Jerusalén donde la ley divina no era practicada y aquella Jerusalén futura que no es otra cosa sino el mismísimo Reino de Dios.

3. El Vaticano: Sobre todo en estos últimos tiempos ha cobrado importancia aquella lectura apocalíptica en la que el Vaticano represente a Babilonia y a la Gran Ramera. Esto se debería a razones como estas: (1) el Vaticano representa la corrupción de la ley divina en manos de los hombres, (2) el Vaticano es una ramera en el sentido de que se ha vendido a los diversos poderes mundanos, politizándose y ajustando las enseñanzas de la Revelación a sus ambiciones terrenales, (3) el Vaticano representa una opulencia poco ética, una ostentación contraria a los principios de Cristo.


La Mujer Vestida de Sol y el Niño

En el Apocalipsis, el Niño (que quiere ser combatido por el Dragón) es engendrado por la “mujer revestida del sol, la luna bajos sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas”, luego el Niño es “raptado” hacia el cielo, donde reinará; finalmente, habiendo ido al cielo el Niño, el Dragón se vuelca para luchar contra la Mujer y su descendencia. En general se concuerda que el Niño representa a Jesús, sobre todo teniendo en cuenta el cristocentrismo del Libro de las Revelaciones; sin embargo, algunas corrientes protestantes piensan que el niño representa a una minoría elegida de la cristiandad, a un pequeño grupo que fue llevado al cielo previamente a los juicios del Apocalipsis, quedando así en la Tierra la enorme mayoría de creyentes (el “resto de sus hijos” según Ap 12:17), los cuales habrán de sufrir la persecución. En cuanto a la Mujer, dentro de la perspectiva mariológica, ella representaría a la Virgen María; aunque nuevamente, e incluso dentro del Catolicismo, muchos creen que ella representa al pueblo de Dios, tanto pre-crístico (Israel) como crístico. Pero las diferencias entre una y otra visión son más de forma que de fondo puesto que, quienes creen que la Mujer es María, lo hacen desde una perspectiva de comunidad en la que la Mujer representaría a María; pero, a su vez, María representaría a la comunidad creyente. Finalmente, cabe decir que el parecido entre la Mujer y la Virgen María es algo que parece haberse proyectado en la imagen de la Virgen de Guadalupe, imagen en la cual ella está tapando el sol (salen rayos amarillos detrás de su cabeza), tiene un manto de estrellas (no precisamente 12) en la cabeza y está encima de la luna; mas, como en los otros casos, si la Virgen de Guadalupe es o no es la Mujer del Apocalipsis, es algo que también se discute mucho.

La Nueva Jerusalén

La Nueva Jerusalén, en su oposición a la Babilonia del Apocalipsis, compone la dicotomía ciudad santa (Nueva Jerusalén) vs ciudad perversa (Babilonia). Jean Pierre Prévost, desde una perspectiva hermenéutica marcada por un cierto escepticismo realista, piensa que solo la parte de la Nueva Jerusalén (junto con el capítulo 20) tendría carácterísticas escatológicas (relativas a la vida después de la muerte y asuntos relacionados); así, el resto del Apocalipsis solo sería un sistema de referencias simbólicas que representarían la situación histórica dificultosa que estava viviendo la comunidad cristiana de aquel entonces, además de una exhortación a permanecer fieles y una predicción de que esos conflictos cesarían algún día y ellos (los cristianos) saldrían finalmente victoriosos. También, para este autor la Nueva Jerusalén estaría, en el marco de las descripciones apocalípticas, asociada al gozo y a la alegría frente a la lamentación y el sentido negativo atribuido a Babilonia.

Muchos son los movimientos religiosos que han creído que la Nueva Jerusalén era principalmente un lugar físico; entre ellos están los siguientes: (1) Los montanistas (s.II a s.VI d.C.), que incluso llegaron a creer que la Nueva Jerusalén descendería del cielo sobre Pepuza o Tymion…(2) La Iglesia Ortodoxa Orienta, que cree que la ciudad divina efectivamente descenderá al final de los tiempos tal y como dicen las visiones, (3) Los mormones, quienes no solo creen que se trata de una reino físico sino que también postulan que ese reino será construido en Norteamérica, cerca de Independence, en Missouri, (4) Los Testigos de Jehová, quienes piensan que la Nueva Jerusalén es una ciudad real habitada por 144000 elegidos que habitan como reyes en el cielo y sacerdotes en la Tierra.

Por su parte, el Catolicismo sí afirma que en efecto la Nueva Jerusalén representa un lugar en el que morarán los elegidos, aunque no por ello deja de atribuirle sentidos simbólicos, ya que postula que la Nueva Jerusalén existe como una comunidad triunfante en el cielo (la Iglesia Triunfante) y como una comunidad de avanzada en la Tierra: la Iglesia Militante.
Visión del Apocalipsis (o Visión de San Juan; o El quinto sello del Apocalipsis o la Apertura del Quinto Sello) es un cuadro pintado por El Greco (Domenikos Theotokopoulos, 1541-1614). Este óleo sobre tela, ejecutado entre 1608 y 1614, se conserva en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, Estados Unidos. El tema está tomado del Libro del Apocalipsis (6:9-11), donde las almas de los mártires perseguidos gritan a Dios clamando justicia sobre sus perseguidores sobre la tierra. La extática figura de san Juan domina el lienzo, mientras que detrás de él almas desnudas se retuercen en una tormenta caótica de emoción cuando reciben las ropas blancas de la salvación.

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San Juan Evangelista
Biografias


Aciprensa: San Juan Evangelista (27 de diciembre): Tuvo la inmensa dicha de ser el discípulo más amado por Jesús. Nació en Galilea y fue hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el mayor. San Juan era pescador, tal como su hermano y su padre, y según señalan los antiguos relatos, al parecer fue San Juan, que también fue disicípulo de Juan el Bautista, uno de los dos primeros discípulos de Jesús junto con Andrés. La primera vez que Juan conoció a Jesús estaba con su hermano Santiago, y con sus amigos Simón y Andrés remendando las redes a la orilla del lago; el Señor pasó cerca y les dijo: "Vengan conmigo y los haré pescadores de almas". Ante este subliminal llamado, el apóstol dejó inmediatamente sus redes, a su padre y lo siguió. 

Juan evangelista conformó junto con Pedro y Santiago, el pequeño grupo de preferidos que Jesús llevaba a todas partes y que presenciaron sus más grandes milagros. Los tres estuvieron presentes en la Transfiguración, y presenciaron la resurrección de la hija de Jairo. Los tres presenciaron la agonía de Cristo en el Huerto de los Olivos; y junto con Pedro se encargó de preparar la Última Cena. 

A Juan y su hermano Santiago les puso Jesús un sobrenombre: "Hijos del trueno", debido al carácter impetuoso que ambos tenían. Estos dos hermanos vanidosos y malgeniados se volvieron humildes, amables y bondadosos cuando recibieron el Espíritu Santo. Juan, en la Última Cena, tuvo el honor de recostar su cabeza sobre el corazón de Cristo. Fue el único de los apóstoles que estuvo presente en el Calvario. Y recibió de Él en sus últimos momentos el más precioso de los regalos. Cristo le encomendó que se encargara de cuidar a la Madre Santísima María, como si fuera su propia madre, diciéndole: "He ahí a tu madre". Y diciendo a María: "He ahí a tu hijo". 

El domingo de la resurrección, fue el primero de los apóstoles en llegar al sepulcro vacío de Jesús. Después de la resurrección de Cristo, en la segunda pesca milagrosa, Juan fue el primero en reconocer a Jesús en la orilla. Luego Pedro le preguntó al Señor señalando a Juan: "¿Y éste qué?". Jesús le respondió: "Y si yo quiero que se quede hasta que yo venga, a ti qué?". Con esto algunos creyeron que el Señor había anunciado que Juan no moriría. Pero lo que anunció fue que se quedaría vivo por bastante tiempo, hasta que el reinado de Cristo se hubiera extendido mucho. Y en efecto vivió hasta el año 100, y fue el único apóstol al cual no lograron matar los perseguidores. Juan se encargó de cuidar a María Santísima como el más cariñoso de los hijos. 

Con Ella se fue a evangelizar a Éfeso y la acompañó hasta la hora de su gloriosa muerte. El emperador Dominiciano quiso matar al apóstol San Juan y lo hizo echar en una olla de aceite hirviente, pero él salió de allá más joven y más sano de lo que había entrado, siendo desterrado de la isla de Patmos, donde fue escrito el Apocalipsis. Después volvió otra vez a Éfeso donde escribió el Evangelio. 

A San Juan Evangelista se le representa con un águila al lado, como símbolo de la elevada espiritualidad que transmite con sus escritos. Ningún otro libro tiene tan elevados pensamientos como su Evangelio. 

Según señala San Jerónimo cuando San Juan era ya muy anciano se hacía llevar a las reuniones de los cristianos y lo único que les decía siempre era esto: "hermanos, ámense los unos a otros". Una vez le preguntaron por qué repetía siempre lo mismo, y respondió: "es que ese es el mandato de Jesús, y si lo cumplimos, todo lo demás vendrá por añadidura". San Epifanio señaló que San Juan murió hacia el año 100 a los 94 años de edad.

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Catholic.net: San Juan, Apóstol y Evangelista, el discípulo amado: Hijo de Zebedeo y de Salomé, hermano de Santiago, fue capaz de plasmar con exquisitas imágenes literarias los sublimes pensamientos de Dios. Hombre de elevación espiritual, se lo considera el águila que se alza hacia las vertiginosas alturas del misterio trinitario: “En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios”.

Es de los íntimos de Jesús y le está cerca en las horas más solemnes de su vida. Está junto a él en la última Cena, durante el proceso y, único entre los apóstoles, asiste a su muerte al lado de la Virgen. Pero contrariamente a cuanto pueden hacer pensar las representaciones del arte, Juan no era un hombre fantasioso y delicado, y bastaría el apodo que puso el Maestro a él y a su hermano Santiago -”hijos del trueno”- para demostrarnos un temperamento vivaz e impulsivo, ajeno a compromisos y dudas, hasta parecer intolerante.

En el Evangelio él se presenta a sí mismo como “el discípulo a quien Jesús amaba”. Aunque no podemos indagar sobre el secreto de esta inefable amistad, podemos adivinar una cierta analogía entre el alma del “hijo del trueno” y la del “Hijo del hombre”, que vino a la tierra a traer no sólo la paz sino también el fuego. Después de la resurrección, Juan parmanecerá largo tiempo junto a Pedro. Pablo, en la carta a los Gálatas, habla de Pedro, Santiago y Juan “como las columnas” de la Iglesia.

En el Apocalipsis Juan dice que fue perseguido y relegado a la isla de Patmos por la “palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.” Según una tradición, Juan vivió en Éfeso en compañía de la Virgen, y bajo Domiciano fue echado en una caldera de aceite hirviendo, de la que salió ileso, pero con la gloria de haber dado también él su “testimonio”. Después del destierro en Patmos, regresó definitivamente a Éfeso en donde exhortaba infatigablemente a los fieles al amor fraterno, como resulta de las tres epístolas contenidas en el Nuevo Testamento. Murió de avanzada edad en Éfeso, durante el imperio de Trajano, hacia el año 98.

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Corazones.org: San Juan el Evangelista, Apostol. Hijo del Zebedeo, hermano del Apóstol Santiago. Autor del cuarto evangelio, de las tres cartas que llevan su nombre en el NT y del Apocalipsis. Emblema: El águila (por su visión mística elevada)-Un libro (por su escritos llenos del Espíritu Santo). Patrón de teólogos y escritores 

Símbolos de los Cuatro Evangelistas
Mateo: Hombre. Marcos: León. ç
Lucas: Toro. Juan: Aguila

Los cuatro autores de los Evangelios (San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan) han sido relacionados simbólicamente con los cuatro seres vivientes del Apocalipsis 4,7: 

San JUAN el Evangelista, a quien se distingue como "el discípulo amado de Jesús" y a quien a menudo le llaman "el divino" (es decir, el "Teólogo") sobre todo entre los griegos y en Inglaterra, era un judío de Galilea, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, con quien desempeñaba el oficio de pescador.

Junto con su hermano Santiago, se hallaba Juan remendando las redes a la orilla del lago de Galilea, cuando Jesús, que acababa de llamar a su servicio a Pedro y a Andrés, los llamó también a ellos para que fuesen sus Apóstoles. El propio Jesucristo les puso a Juan y a Santiago el sobrenombre de Boanerges, o sea "hijos del trueno" (Lucas 9, 54), aunque no está aclarado si lo hizo como una recomendación o bien a causa de la violencia de su temperamento.

Se dice que San Juan era el más joven de los doce Apóstoles y que sobrevivió a todos los demás. Es el único de los Apóstoles que no murió martirizado.

En el Evangelio que escribió se refiere a sí mismo, como "el discípulo a quien Jesús amaba", y es evidente que era de los mas íntimos de Jesús. El Señor quiso que estuviese, junto con Pedro y Santiago, en el momento de Su transfiguración, así como durante Su agonía en el Huerto de los Olivos. En muchas otras ocasiones, Jesús demostró a Juan su predilección o su afecto especial. Por consiguiente, nada tiene de extraño desde el punto de vista humano, que la esposa de Zebedeo pidiese al Señor que sus dos hijos llegasen a sentarse junto a Él, uno a la derecha y el otro a la izquierda, en Su Reino.


Juan fue el elegido para acompañar a Pedro a la ciudad a fin de preparar la cena de la última Pascua y, en el curso de aquella última cena, Juan reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús y fue a Juan a quien el Maestro indicó, no obstante que Pedro formuló la pregunta, el nombre del discípulo que habría de traicionarle. Es creencia general la de que era Juan aquel "otro discípulo" que entró con Jesús ante el tribunal de Caifás, mientras Pedro se quedaba afuera. Juan fue el único de los Apóstoles que estuvo al pie de la cruz con la Virgen María y las otras piadosas mujeres y fue él quien recibió el sublime encargo de tomar bajo su cuidado a la Madre del Redentor. "Mujer, he ahí a tu hijo", murmuró Jesús a su Madre desde la cruz. "He ahí a tu madre", le dijo a Juan. Y desde aquel momento, el discípulo la tomó como suya. El Señor nos llamó a todos hermanos y nos encomendó el amoroso cuidado de Su propia Madre, pero entre todos los hijos adoptivos de la Virgen María, San Juan fue el primero. Tan sólo a él le fue dado el privilegio de llevar físicamente a María a su propia casa como una verdadera madre y honrarla, servirla y cuidarla en persona.


Gran testigo de la Gloria del Maestro

Cuando María Magdalena trajo la noticia de que el sepulcro de Cristo se hallaba abierto y vacío, Pedro y Juan acudieron inmediatamente y Juan, que era el más joven y el que corría más de prisa, llegó primero. Sin embargo, esperó a que llegase San Pedro y los dos juntos se acercaron al sepulcro y los dos "vieron y creyeron" que Jesús había resucitado.

A los pocos días, Jesús se les apareció por tercera vez, a orillas del lago de Galilea, y vino a su encuentro caminando por la playa. Fue entonces cuando interrogó a San Pedro sobre la sinceridad de su amor, le puso al frente de Su Iglesia y le vaticinó su martirio. San Pedro, al caer en la cuenta de que San Juan se hallaba detrás de él, preguntó a su Maestro sobre el futuro de su compañero:

«Señor, y éste, ¿qué?» (Jn 21,21)
Jesús le respondió: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme.» (Jn 21,22) 

Debido a aquella respuesta, no es sorprendente que entre los hermanos corriese el rumor de que Juan no iba a morir, un rumor que el mismo Juan se encargó de desmentir al indicar que el Señor nunca dijo: "No morirá". (Jn 21,23).

Después de la Ascensión de Jesucristo, volvemos a encontrarnos con Pedro y Juan que subían juntos al templo y, antes de entrar, curaron milagrosamente a un tullido. Los dos fueron hechos prisioneros, pero se les dejó en libertad con la orden de que se abstuviesen de predicar en nombre de Cristo, a lo que Pedro y Juan respondieron: «Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios. No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.»
(Hechos 4:19-20)

Después, los Apóstoles fueron enviados a confirmar a los fieles que el diácono Felipe había convertido en Samaria. Cuando San Pablo fue a Jerusalén tras de su conversión se dirigió a aquellos que "parecían ser los pilares" de la Iglesia, es decir a Santiago, Pedro y Juan, quienes confirmaron su misión entre los gentiles y fue por entonces cuando San Juan asistió al primer Concilio de Apóstoles en Jerusalén. Tal vez concluido éste, San Juan partió de Palestina para viajar al Asia Menor.

Efeso

San Ireneo, Padre de la Iglesia, quien fue discípulo de San Policarpo, quién a su vez fue discípulo de San Juan, es una segura fuente de información sobre el Apóstol. San Ireneo afirma que este se estableció en Efeso después del martirio de San Pedro y San Pablo, pero es imposible determinar la época precisa. De acuerdo con la Tradición, durante el reinado de Domiciano, San Juan fue llevado a Roma, donde quedó milagrosamente frustrado un intento para quitarle la vida. La misma tradición afirma que posteriormente fue desterrado a la isla de Patmos, donde recibió las revelaciones celestiales que escribió en su libro del Apocalipsis.


Maravillosas revelaciones celestiales

Después de la muerte de Domiciano, en el año 96, San Juan pudo regresar a Efeso, y es creencia general que fue entonces cuando escribió su Evangelio. El mismo nos revela el objetivo que tenía presente al escribirlo. "Todas estas cosas las escribo para que podáis creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y para que, al creer, tengáis la vida en Su nombre". Su Evangelio tiene un carácter enteramente distinto al de los otros tres y es una obra teológica tan sublime que, como dice Teodoreto, "está más allá del entendimiento humano el llegar a profundizarlo y comprenderlo enteramente". La elevación de su espíritu y de su estilo y lenguaje, está debidamente representada por el águila que es el símbolo de San Juan el Evangelista. También escribió el Apóstol tres epístolas: a la primera se le llama Católica, ya que está dirigida a todos los otros cristianos, particularmente a los que él convirtió, a quienes insta a la pureza y santidad de vida y a la precaución contra las artimañas de los seductores. Las otras dos son breves y están dirigidas a determinadas personas: una probablemente a la Iglesia local, y la otra a un tal Gayo, un comedido instructor de cristianos. A lo largo de todos sus escritos, impera el mismo inimitable espíritu de caridad. No es éste el lugar para hacer referencias a las objeciones que se han hecho a la afirmación de que San Juan sea el autor del cuarto Evangelio.

Predicando la Verdad y el amor

Los más antiguos escritores hablan de la decidida oposición de San Juan a las herejías de los ebionitas y a los seguidores del gnóstico Cerinto. En cierta ocasión, según San Ireneo, cuando Juan iba a los baños públicos, se enteró de que Cerinto estaba en ellos y entonces se devolvió y comentó con algunos amigos que le acompañaban: "¡Vámonos hermanos y a toda prisa, no sea que los baños en donde está Cerinto, el enemigo de la verdad, caigan sobre su cabeza y nos aplasten!".

Dice San Ireneo que fue informado de este incidente por el propio San Policarpio el discípulo personal de San Juan. Por su parte, Clemente de Alejandría relata que en cierta ciudad cuyo nombre omite, San Juan vio a un apuesto joven en la congregación y, con el íntimo sentimiento de que mucho de bueno podría sacarse de él, lo llevó a presentar al obispo a quien él mismo había consagrado. "En presencia de Cristo y ante esta congregación, recomiendo este joven a tus cuidados". De acuerdo con las recomendaciones de San Juan, el joven se hospedó en la casa del obispo, quien le dio instrucciones, le mantuvo dentro de la disciplina y a la larga lo bautizó y lo confirmó. Pero desde entonces, las atenciones del obispo se enfriaron, el neófito frecuentó las malas compañías y acabó por convertirse en un asaltante de caminos. Transcurrió algún tiempo, y San Juan volvió a aquella ciudad y pidió al obispo: "Devuélveme ahora el cargo que Jesucristo y yo encomendamos a tus cuidados en presencia de tu iglesia". El obispo se sorprendió creyendo que se trataba de algún dinero que se le había confiado, pero San Juan explicó que se refería al joven que le había presentado y entonces el obispo exclamó: "¡Pobre joven! Ha muerto". "¿De qué murió, preguntó San Juan. "Ha muerto para Dios, puesto que es un ladrón" , fue la respuesta. Al oír estas palabras, el anciano Apóstol pidió un caballo y un guía para dirigirse hacia las montañas donde los asaltantes de caminos tenían su guarida. Tan pronto como se adentró por los tortuosos senderos de los montes, los ladrones le rodearon y le apresaron. "¡Para esto he venido!", gritó San Juan. "¡Llevadme con vosotros!" Al llegar a la guarida, el joven renegado reconoció al prisionero y trató de huir, lleno de vergüenza, pero Juan le gritó para detenerle: "¡Muchacho! ¿Por qué huyes de mí, tu padre, un viejo y sin armas? Siempre hay tiempo para el arrepentimiento. Yo responderé por ti ante mi Señor Jesucristo y estoy dispuesto a dar la vida por tu salvación. Es Cristo quien me envía". El joven escuchó estas palabras inmóvil en su sitio; luego bajó la cabeza y, de pronto, se echó a llorar y se acercó a San Juan para implorarle, según dice Clemente de Alejandría, una segunda oportunidad. Por su parte, el Apóstol no quiso abandonar la guarida de los ladrones hasta que el pecador quedó reconciliado con la Iglesia.

Aquella caridad que inflamaba su alma, deseaba infundirla en los otros de una manera constante y afectuosa. Dice San Jerónimo en sus escritos que, cuando San Juan era ya muy anciano y estaba tan debilitado que no podía predicar al pueblo, se hacía llevar en una silla a las asambleas de los fieles de Efeso y siempre les decía estas mismas palabras: "Hijitos míos, amaos entre vosotros . . ." Alguna vez le preguntaron por qué repetía siempre la frase, respondió San Juan: "Porque ése es el mandamiento del Señor y si lo cumplís ya habréis hecho bastante".

San Juan murió pacíficamente en Efeso hacia el tercer año del reinado de Trajano, es decir hacia el año cien de la era cristiana, cuando tenía la edad de noventa y cuatro años, de acuerdo con San Epifanio.

Según los datos que nos proporcionan San Gregorio de Nissa, el Breviarium sirio de principios del siglo quinto y el Calendario de Cartago, la práctica de celebrar la fiesta de San Juan el Evangelista inmediatamente después de la de San Esteban, es antiquísima. En el texto original del Hieronymianum, (alrededor del año 600 P.C.), la conmemoración parece haber sido anotada de esta manera: "La Asunción de San Juan el Evangelista en Efeso y la ordenación al episcopado de Santo Santiago, el hermano de Nuestro Señor y el primer judío que fue ordenado obispo de Jerusalén por los Apóstoles y que obtuvo la corona del martirio en el tiempo de la Pascua". Era de esperarse que en una nota como la anterior, se mencionaran juntos a Juan y a Santiago, los hijos de Zebedeo; sin embargo, es evidente que el Santiago a quien se hace referencia, es el otro, el hijo de Alfeo.

La frase "Asunción de San Juan", resulta interesante puesto que se refiere claramente a la última parte de las apócrifas "Actas de San Juan". La errónea creencia de que San Juan, durante los últimos días de su vida en Efeso, desapareció sencillamente, como si hubiese ascendido al cielo en cuerpo y alma puesto que nunca se encontró su cadáver, una idea que surgió sin duda de la afirmación de que aquel discípulo de Cristo "no moriría", tuvo gran difusión aceptación a fines del siglo II. Por otra parte, de acuerdo con los griegos, el lugar de su sepultura en Efeso era bien conocida y aun famosa por los milagro que se obraban allí.

El "Acta Johannis", que ha llegado hasta nosotros en forma imperfecta y que ha sido condenada a causa de sus tendencias heréticas, por autoridades en la materia tan antiguas como Eusebio, Epifanio, Agustín y Toribio de Astorga, contribuyó grandemente a crear una leyenda. De estas fuentes o, en todo caso, del pseudo Abdías, procede la historia en base a la cual se representa con frecuencia a San Juan con un cáliz y una víbora. Se cuenta que Aristodemus, el sumo sacerdote de Diana en Efeso, lanzó un reto a San Juan para que bebiese de una copa que contenía un líquido envenenado. El Apóstol tomó el veneno sin sufrir daño alguno y, a raíz de aquel milagro, convirtió a muchos, incluso al sumo sacerdote. En ese incidente se funda también sin duda la costumbre popular que prevalece sobre todo en Alemania, de beber la Johannis-Minne, la copa amable o poculum charitatis, con la que se brinda en honor de San Juan. En la ritualia medieval hay numerosas fórmulas para ese brindis y para que, al beber la Johannis-Minne, se evitaran los peligros, se recuperara la salud y se llegara al cielo.

San Juan es sin duda un hombre de extraordinaria y al mismo tiempo de profundidad mística. Al amarlo tanto, Jesús nos enseña que esta combinación de virtudes debe ser el ideal del hombre, es decir el requisito para un hombre plenamente hombre. Esto choca contra el modelo de hombre machista que es objeto de falsa adulación en la cultura, un hombre preso de sus instintos bajos. Por eso el arte tiende a representar a San Juan como una persona suave, y, a diferencia de los demás Apóstoles, sin barba. Es necesario recuperar a San Juan como modelo: El hombre capaz de recostar su cabeza sobre el corazón de Jesús, y precisamente por eso ser valiente para estar al pie de la cruz como ningún otro. Por algo Jesús le llamaba "hijo del trueno". Quizás antes para mal, pero una vez transformado en Cristo, para mayor gloria de Dios.

Zenit.org: Juan, hijo del Zebedeo. Benedicto XVI, audiencia general (5/7/2006): Dedicamos el encuentro de hoy a recordar a otro miembro muy importante del colegio apostólico: Juan, hijo de Zebedeo, y hermano de Santiago. Su nombre, típicamente hebreo, significa «el Señor ha dado su gracia». Estaba arreglando las redes a orillas del lago de Tiberíades, cuando Jesús le llamó junto a su hermano (Cf. Mateo 4, 21; Marcos 1,19). Juan forma siempre parte del grupo restringido que Jesús lleva consigo en determinadas ocasiones. Está junto a Pedro y Santiago cuando Jesús, en Cafarnaúm, entra en casa de Pedro para curar a su suegra (Cf. Marcos 1, 29); con los otros dos sigue al Maestro en la casa del jefe de la sinagoga, Jairo, cuya hija volverá a ser llamada a la vida (Cf. Marcos 5, 37); le sigue cuando sube a la montaña para ser transfigurado (Cf. Marcos 9, 2); está a su lado en el Monte de los Olivos cuando ante el imponente Templo de Jerusalén pronuncia el discurso sobre el fin de la ciudad y del mundo (Cf. Marcos 13, 3); y, por último, está cerca de él cuando en el Huerto de Getsemaní se retira para orar con el Padre, antes de la Pasión (Cf. Marcos 14, 33). Poco antes de Pascua, cuando Jesús escoge a dos discípulos para preparar la sala para la Cena, les confía a él y a Pedro esta tarea (Cf. Lucas 22,8). 

Esta posición de relieve en el grupo de los doce hace en cierto sentido comprensible la iniciativa que un día tomó su madre: se acercó a Jesús para pedirle que sus dos hijos, Juan y Santiago, pudieran sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda en el Reino (Cf. Mateo 20, 20-21). Como sabemos, Jesús respondió planteando a su vez un interrogante: preguntó si estaban dispuestos a beber el cáliz que él mismo estaba a punto de beber (Cf. Mateo 20, 22). Con estas palabras quería abrirles los ojos a los dos discípulos, introducirles en el conocimiento del misterio de su persona y esbozarles la futura llamada a ser sus testigos hasta la prueba suprema de la sangre. Poco después, de hecho, Jesús aclaró que no había venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate de la multitud (Cf. Mateo 20, 28). En los días sucesivos a la resurrección, encontramos a los «hijos del Zebedeo» pescando junto a Pedro y a otros más en una noche sin resultados. Tras la intervención del Resucitado, vino la pesca milagrosa: «el discípulo a quien Jesús amaba» será el primero en reconocer al «Señor» y a indicárselo a Pedro (Cf. Juan 21, 1-13). 

Dentro de la Iglesia de Jerusalén, Juan ocupó un puesto importante en la dirección del primer grupo de cristianos. Pablo, de hecho, le coloca entre quienes llama las «columnas» de esa comunidad (Cf. Gálatas 2, 9). Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, le presenta junto a Pedro mientras van a rezar al Templo (Hechos 3, 1-4.11) o cuando se presentan ante el Sanedrín para testimoniar su fe en Jesucristo (Cf. Hechos 4, 13.19). Junto con Pedro recibe la invitación de la Iglesia de Jerusalén a confirmar a los que acogieron el Evangelio en Samaria, rezando sobre ellos para que recibieran el Espíritu Santo (Cf. Hechos 8, 14-15). En particular, hay que recordar lo que dice, junto a Pedro, ante el Sanedrín, durante el proceso: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20). Esta franqueza para confesar su propia fe queda como un ejemplo y una advertencia para todos nosotros para que estemos dispuestos a declarar con decisión nuestra inquebrantable adhesión a Cristo, anteponiendo la fe a todo cálculo humano o interés. 

Según la tradición, Juan es «el discípulo predilecto», que en el cuarto Evangelio coloca la cabeza sobre el pecho del Maestro durante la Última Cena (Cf. Juan 13, 21), se encuentra a los pies de la Cruz junto a la Madre de Jesús (Cf. Juan 19, 25) y, por último, es testigo tanto de la tumba vacía como de la misma presencia del Resucitado (Cf. Juan 20, 2; 21, 7). Sabemos que esta identificación hoy es discutida por los expertos, pues algunos de ellos ven en él al prototipo del discípulo de Jesús. Dejando que los exegetas aclaren la cuestión, nosotros nos contentamos con sacar una lección importante para nuestra vida: el Señor desea hacer de cada uno de nosotros un discípulo que vive una amistad personal con Él. Para realizar esto no es suficiente seguirle y escucharle exteriormente; es necesario también vivir con Él y como Él. Esto sólo es posible en el contexto de una relación de gran familiaridad, penetrada por el calor de una confianza total. Es lo que sucede entre amigos: por este motivo, Jesús dijo un día: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos… No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer». (Juan 15, 13. 15). 

En los apócrifos «Hechos de Juan» el apóstol, no se le presenta como fundador de Iglesias, ni siquiera como guía de una comunidad constituida, sino como un itinerante continuo, un comunicador de la fe en el encuentro con «almas capaces de esperar y de ser salvadas» (18, 10; 23, 8). Le empuja el deseo paradójico de hacer ver lo invisible. De hecho, la Iglesia oriental le llama simplemente «el Teólogo», es decir, el que es capaz de hablar en términos accesibles de las cosas divinas, revelando un arcano acceso a Dios a través de la adhesión a Jesús. 

El culto de Juan apóstol se afirmó a partir de la ciudad de Éfeso, donde según una antigua tradición, habría vivido durante un largo tiempo, muriendo en una edad extraordinariamente avanzada, bajo el emperador Trajano. En Éfeso, el emperador Justiniano, en el siglo VI, construyó en su honor una gran basílica, de la que todavía quedan imponentes ruinas. Precisamente en Oriente gozó y goza de gran veneración. En los iconos bizantinos se le representa como muy anciano, según la tradición murió bajo el emperador Trajano-- y en intensa contemplación, con la actitud de quien invita al silencio. 

De hecho, sin un adecuado recogimiento no es posible acercarse al misterio supremo de Dios y a su revelación.Esto explica por qué, hace años, el patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, a quien el Papa Pablo VI abrazó en un memorable encuentro, afirmó: «Juan se encuentra en el origen de nuestra más elevada espiritualidad. Como él, los "silenciosos" conocen ese misterioso intercambio de corazones, invocan la presencia de Juan y su corazón se enciende» (O. Clément, «Dialoghi con Atenagora», Torino 1972, p. 159). Que el Señor nos ayude a ponernos en la escuela de Juan para aprender la gran lección del amor de manera que nos sintamos amados por Cristo «hasta el final» (Juan 13, 1) y gastemos nuestra vida por Él.