lunes, 26 de mayo de 2014

Foro Hispánico AntiMasónico-José María Iraburu: El arrianismo antiguo favoreció el acercamiento de los paganos a Cristo. Y el arrianismo actual favorece el abandono total de la fe católica (1358)


San Atanasio el Grande
El arrianismo antiguo favoreció el acercamiento de los paganos a Cristo. Y el arrianismo actual favorece el abandono total de la fe católica. Los católicos-arrianos actuales [círculos cuadrados] son personas que han perdido la fe, unas veces sin darse cuenta siquiera y otras negándose a reconocerlo.

InfoCatólica-José María Iraburu (3/5/14):

–No sé si habrá usted observado que hoy no es ayer.
–Ayer, efectivamente, día de San Atanasio, comencé a escribir este artículo, pero varias tareas me impidieron terminarlo.

Hoy, 2 de mayo, celebramos en la liturgia a San Atanasio el Grande. Memoria obligatoria en Tiempo de Pascua. Bendigamos al Señor. Y con esta ocasión va lo que sigue.

Los arrianos antiguos y los actuales

La tesis que muy brevemente mantengo en este artículo nada tiene de original, aunque pocos la expresan abiertamente. El arrianismo antiguo favorece el acercamiento de los paganos a Cristo. Y el arrianismo actual favorece el abandono total de la fe católica. Los católicos-arrianos actuales [círculos cuadrados] son personas que han perdido la fe, unas veces sin darse cuenta siquiera y otras negándose a reconocerlo.

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Siglo IV

–Constantino el Grande (272-273) abre el Imperio Romano a la Iglesia Católica en el edicto de Milán (313). Cesan por tanto las persecuciones y se ve favorecida una rápida cristianización del mundo romano. El cristianismo ha vencido al precio de mucha sangre martirial, comenzando, claro, por la de nuestro Señor Jesucristo, muerto «en tiempo de Poncio Pilato». Son muchos los paganos que invaden entonces rápidamente la Iglesia Católica, subiéndose al carro del vencedor por convicción o por oportunismo.

–Arrio (256-336), presbítero de Alejandría, al parecer de origen libio, discípulo de Luciano de Antioquía, afirma el protagonismo absoluto del Padre, principio único de todos los seres. Desvaloriza así relativamente al Logos, que no es eterno, coeterno al Padre, increado como éste, porque del Padre ha recibido la vida y el ser. Antes de ser engendrado no existía. Y como la Divinidad no sólo es increada, sino que es también ingénita, no engendrada, es claro que el Logos no es propiamente Dios. Fue creado de la nada. Fue la primera creación de Dios, pero hubo un tiempo en que no existía. No participa realmente de la Divinidad, sino que ocupa más bien un lugar intermedio entre Dios y el Universo creado. Él fue el instrumento divino empleado en la creación; y en este sentido, «por él fueron creadas todas las cosas». Y el Espíritu Santo es la primera criatura del Logos divino.

Presentado Jesucristo a los paganos al modo arriano, no resulta para ellos demasiado chocante o inadmisible: pueden «creer» en él sin demasiada dificultad. Pero en esta visión, relacionada con el neoplatonismo de un demiurgo intermedio entre Dios y el mundo, se destruye totalmente la fe cristiana: el Verbo encarnado no es Dios, no hay una real Encarnación de Dios en el hombre, ni se produce la Redención sacrificial que reconcilia a Dios con la humanidad. Jesucristo puede decirse «Salvador del mundo» en cuanto modelo de perfecta santidad (causa exemplaris), pero no en cuanto comunicador permanente del Espíritu y de su gracia (causa efficiens).

El arrianismo se difunde con enorme rapidez y extensión. Y junto a él se producen muchas variantes, que no voy a describir: subordinacionismo, adopcionismo, nestorianismo. Jesucristo, después de todo, es así creíble para los paganos: no es propiamente Dios; es un hombre divino, perfectamente unido a Dios; pero es sólo hombre.

Nota breve: Los visigodos que invaden Hispania a mediados del siglo V eran arrianos. Leovigildo pretende unificar sus reinos en el arrianismo. Pero sólo consigue el martirio de su hijo, San Hermenegildo (564-585), convertido al catolicismo. Y su otro hijo y sucesor, Recaredo (586-601), también converso, logra la unificación pretendida en el catolicismo (III Concilio de Toledo, 589). 

–Pelagio (354-427), monje de origen británico, negando el pecado original, y el estado de la naturaleza humana caída, enseña un optimismo antropológico según el cual el hombre puede cumplir todos los mandamientos de Dios sin el auxilio de su gracia. La gracia de Dios es propiamente el libre albedrío que ha concedido al hombre. Dios nos da en Cristo un modeloperfecto que expresa en su Evangelio y en su vida la voluntad de Dios. Pero, estrictamente hablando, no necesita el hombre del auxilio de su gracia para realizar lo que sabe que debe hacer. En este sentido, la oración de petición no tiene sentido, es inútil. ¿Para qué pedir a Dios lo que el hombre, si quiere, puede realizar por sí mismo?

Se comprende perfectamente que los monjes pelagianos, cuando eran rechazados en Iglesias locales católicas, se refugiaban al amparo de Obispos arrianos. Y el movimiento se daba también a la viceversa. Arrianos y pelagianos siempre fueron y son hermanos.

–El Concilio I de Nicea (325) reacciona muy pronto contra el arrianismo, afirmando la fe católica. Abrevio: «Creemos en un solo Dios, Padre omnipotente, y en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, engendrado unigénito del Padre, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho,consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció y resucitó al tercer día, subió a los cielos y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos. Y en el Espíritu Santo» (Denz 125).

–Nicenos y anti-nicenos. Aunque Nicea logra reafirmar la unidad en la fe católica –sólo 2 Obispos, de los 318, se negaron a firmar su doctrina–, se comprueba posteriormente que no se ha logrado una victoria decisiva sobre el arrianismo. En el tiempo siguiente, hay emperadores católicos y los hay arrianos. Hay Obispos nicenos, auténticamente católicos, a la cabeza de los cuales está San Atanasio. Y sobre todo, curiosamente, cuando la corte imperial se inclina por el arrianismo, hay Obispos arrianos o semiarrianos, que aceptan el arrianismo activamente, o que al menos lo admiten pasivamente, absteniéndose de combatirlo. Siempre se cita aquí aquella frase de San Jerónimo (347-420), dicha a fines del siglo IV (379), después de los conciliábulos de Rímini y Seleucia: «Ingemuit totus orbis et arianum se esse miratus est» (todo el mundo quedó consternado, al verse arriano: Adversus Luciferiani).

Constancio II (337-361), sucesor de Constantino en Oriente, favorece fuertemente el arrianismo, mientras que Constante defiende en Occidente la fe católica. Juliano el Apóstata, sucesor suyo (361-363), procura reavivar los cultos paganos tradicionales. Y es preciso llegar a fines del siglo IV, con Teodosio I (346-395), de origen hispano, para que el Imperio proscriba el arrianismo y declare finalmente la fe católica como religión oficial de todo el Imperio romano (391), prohibiendo incluso los cultos paganos, tolerados hasta entonces. 

–San Atanasio (295-273), Obispo de Alejandría durante 45 años y gran doctor de la Iglesia, encabeza a los Obispos niceno-católicos, luchando con gran fuerza contra el arrianismo y contra el poderío imperial que a veces le era adicto. Elegido Obispo de Alejandría a los 33 años de edad, sufre cinco exilios de su sede, perseguido por el poder imperial y difamado y hostilizado por los Obispos anti-nicenos. Tuvo apoyos notables, como el de San Hilario (315-368) y el del monacato egipcio, muy numeroso y venerado. En la oración colecta de su Misa hemos dicho: «Dios todopoderoso y eterno, que hiciste de tu Obispo San Atanasio un preclaro defensor de la divinidad de tu Hijo»… San Atanasio ha pasado a la historia como el defensor invicto, y en parte bastante solitario, de la fe católica. Pablo VI, en el XVI centenario de su muerte, le dedicó una preciosa homilía (6-V-1973).

San Atanasio, «el confesor invicto de nuestra común fe nicena, la fe en la divinidad de nuestro Señor Jesucristo… El valiente e impávido confesor de la fe… Un santo que ha dado una contribución extraordinaria a la vida de la Iglesia en un momento decisivo de su historia, cuando los herejes negaban la consubstancialidad divina del Verbo, es decir, de Cristo… Cuando reflexionamos en las vicisitudes de la vida humana, encontramos en él un creyente sólidamente fundado en la fe evangélica, un confesor convencido y defensor de la verdad, dispuesto a sufrir calumnias, persecuciones, violencias. De los cuarenta y cinco años de su episcopado una veintena de ellos transcurrieron en repetidos exilios [cinco]… Siempre y en todas partes y de frente a todos, poderosos y errados, profesó la fe en la divinidad de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, con tal firmeza que la tradición litúrgica orienta lo define como “columna de la fe verdadera” (Apolytikion, 2-V), mientras que la Iglesia católica lo reconoce como doctor de la Iglesia.

«La divinidad de Cristo es el núcleo central de la predicación de San Atanasio frente a los hombres de su tiempo, tentados por la crisis arriana. La definición del I Concilio ecuménico de Nicea (325)… constituye el punto constante de referencia de su doctrina. Sólo si se acepta esta doctrina puede hablarse de redención, de salvación, de restauración de la comunión entre el hombre y Dios.Sólo el Verbo de Dios redime perfectamente. Sin la Encarnación, el hombre permanecería en el estado de naturaleza corrupta, de la que ni la misma penitencia podría liberarlo (cf. De Incarnatione, PG 25,144,119). Liberado por Cristo de la corrupción, salvado de la muerte, el hombre renace a una nueva vida y reconquista la imagen primitiva de Dios, según la cual había sido creado y que el pecado había corrompido…. El Verbo de Dios “se ha hecho hombre, para que nosotros fuéramos divinizados” (ib.)…

«Este sublime mensaje es el que hoy nos llega de San Atanasio el Grande: ser fuerte en la fe y coherentes en la práctica de la vida cristiana, aunque sea a costa de graves sacrificios. Por la oración de San Atanasio, Padre y Doctor de la Iglesia, nos conceda Dios poder confesar fielmente en nuestro tiempo que Jesucristo es el Señor y el Salvador del mundo». (El precioso libro de San Atanasio, La Encarnación del Verbo, puede hallarse en la Edit. Ciudad Nueva, Madrid 1989).

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Siglo XX-XXI

Hoy son los escrituristas y teólogos católicos criptoarrianos los que más favorecen la apostasía de los fieles católicos. Ellos son los protagonistas de la apostasía de Occidente. Ellos facilitan con sus escritos arrianos el abandono de la fe católica, pues presentan en su enseñanza –ampliamente difundida por las editoriales, librerías y medios de comunicación católicos– un Cristo que propiamente no es Dios, sino un hombre divino; es decir, un hombre. En realidad, sus doctrinas se alejan de la fe católica mucho más que Arrio y sus seguidores. Haciendo a Cristo puramente humano, en modo alguno facilitan el acceso de los paganos actuales a la fe católica. Con su duda metódica sobre las Escrituras y su humanización reductiva de Jesucristo, no convierten a nadie. Pero sí consiguen, en cambio, que muchos católicos abandonen la Iglesia, pensando que siguen siendo católicos: católicos adultos y modernos.

No van a Misa, no practican la oración de petición, ni creen en la presencia eucarística de Jesucristo, ni en la virginidad de María, ni en los milagros del Evangelio, ni en el demonio, ni, por supuesto, en el pecado original, ni en la necesidad de la gracia para la salvación, ni tampoco creen en un juicio final, en el que haya una posibilidad de condenación. Pero son «católicos», pues tienen un sin fin de autores católicos que enseñan todo eso, en forma explícita o implícita. Y que lo enseñan en cátedras de instituciones católicas, al mismo tiempo que sus escritos son difundidos por editoriales y librerías católicas, en ocasiones diocesanas.

¿Por qué han de poner, pues, en duda que siguen siendo católicos… aunque rechacen en su mayor parte el Catecismo de la Iglesia? Podemos comprobar todo esto visitando alguna librería religiosa, y ojeando algunos libros, especialmente de cristología.

Del nacimiento, infancia y juventud de Jesús no podemos saber nada, porque los Evangelios de la infancia (Mt-Lc) no son realmente históricos. Nada sabemos tampoco de la virginidad de María, que es una cuestión «todavía abierta en el plano bíblico». Pero sí sabemos que Jesús es «un buscador de Dios», «un creyente fiel», con «una profunda experiencia de Dios». Ya adulto, visita a Juan Bautista y «comenzó a verlo todo desde un horizonte nuevo». Jesús enseña que Dios perdona «sin condiciones», «no excluye a nadie», «acoge a todos» en su bondad. En cuanto a su identidad misteriosa, se piensa erradamente que «Cristo es la gran excepción, el gran milagro de lo humano [nada menos que unido hipostáticamente con Dios], y que consiguientemente habría que pensarlo conotras categorías al margen de como pensamos la relación de Dios con cada hombre y la relación del hombre con Dios».

Por otra parte, «el camino de Jesús no pasa necesariamente por la religión, el culto y la confesión de fe, sino por la compasión hacia los pequeños». «Los milagros no son hechos históricos», sino composiciones literarias postpascuales que expresan la fe de los discípulos en la santidad excelsa de Jesús. «Debemos considerar leyendas muchas historias de milagros contenidas en los Evangelios. Hay que buscar menos en estas leyendas su contenido histórico que su expresión teológica». Maestro valiente de la verdad de Dios, se expone a la muerte, enfrentándose con los poderosos políticos y religiosos. Pero no pre-conocía su fin mortal, «ni elaboró ninguna teoría sobre su muerte, ni hizo teología sobre su crucifisión. No interpretó su muerte en una perspectiva sacrificial, entendida como una expiación ofrecida al Padre por el pecado del mundo». Y la última Cena «no es una cena de Pascua», en la que se anticipa el sacrificio de la Cruz y se instituye la Eucaristía y el sacerdocio ministerial, sino «una cena especial de despedida con sus amigos y amigas más cercanos».

Su muerte «no fue cumplimiento de un designio de Dios, ni era inherente a su misión». Los acontecimiento adversos que fueron produciéndose en torno a él durante la vida pública, le llevaron a percibir su muerte «como posible, a columbrarla después como inevitable, a aceptarla como condición de su fidelidad, y finalmente a integrarla como expresión suprema de su condición de mensajero del Reino». Por lo demás, los relatos evangélicos de la Pasión y de la Resurrección no son históricos, ni tampoco tuvieron realidad objetiva las «apariciones» del Resucitado a los discípulos, que han de entenderse más bien como experiencias espirituales interiores de los creyentes.

Et sic de cæteris. No necesidad de la oración de petición, ni del cumplimiento de los preceptos de Dios. No obligación de obediencia a las leyes de la Iglesia. En realidad Cristo no organiza ninguna jerarquía espiritual entre sus seguidores, ni piensa en formar una gran institución religiosa, la Iglesia, diferente del Israel de Dios. Por tanto, cualquier ley eclesiástica, toda obligación de ley para la salvación, es una judaización del cristianismo verdadero. La misma Misa dominical es algo puramente optativo, un recuerdo piadoso de Jesús, pero en el fondo no es un rito necesario para la vida cristiana. Como tampoco son necesarios los sacramentos, concretamente el de la penitencia. Y los dogmas de la Iglesia no sólo pueden cambiar, sino que deben cambiar, ajustándose en diálogo permanente con la cultura del mundo, que se desarrolla en los siglos.

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Muchos paganos a partir del siglo IV se acercaron al cristianismo por la puerta del arrianismo. Y por esa puerta arriana muchos católicos salen hoy de la Iglesia, quedándose en un cristianismo falso y ambiguo, horizontal, secularista y pelagiano, sin oración y sin gracia, sin culto a Dios y sin sacramentos, totalmente desconectado de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del Magisterio apostólico. Y a este grave diagnóstico, hemos de añadir finalmente que la religiosidad de los arrianos antiguos –paganos conversos– era incomparablemente mayor que la de los arrianos actuales –cristianos apóstatas–. Corruptio optimi pessima.

José María Iraburu (Pamplona, 1935): estudié en Salamanca y fuí ordenado sacerdote (Pamplona, 1963). Primeros ministerios pastorales en Talca, Chile (1964-1969). Doctorado en Roma (1972), enseñé Teología Espiritual en Burgos, en la Facultad de Teología (1973-2003), alternando la docencia con la predicación de retiros y ejercicios en España y en Hispanoamérica, sobre todo en Chile, México y Argentina. Con el sacerdote José Rivera (+1991) escribí Espiritualidad católica, la actual Síntesis de espiritualidad católica. Con él y otros establecimos la Fundación GRATIS DATE (1988-). He colaborado con RADIO MARIA con los programas Liturgia de la semana, Dame de beber y Luz y tinieblas (2004-2009). Y aquí me tienen ahora con ustedes en este blog, Reforma o apostasía.

Índice de Reforma o apostasía

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