domingo, 13 de julio de 2014

Isaac Peral, inventor del submarino español, no perteneció a la Masonería. Conferencias: Historia de la Masonería en España (1424)

(04-07-2014)
(11-07-2014)

IMPOSTURAS y FRAUDES de la MASONERÍA
Origen de un malentendido y su posterior manipulación

Javier Sanmateo Isaac-Peral (4/6/2014): En 1889, coincidiendo con la época de máximo apogeo público del inventor, se propaló el rumor, ciertamente tóxico, de la inverosímil y falaz pertenencia de Isaac Peral a la Masonería. Dicho rumor estaba basado en la supuesta adscripción de Peral a la obediencia masónica de Rito Antiguo y Primitivo Oriental de Memphis y Mizraím, de carácter irregular, y de origen italiano, enfrentada al Gran Oriente en el que militaban los masones españoles más influyentes, como Morayta, Castelar, Beránger y Sagasta.

La sección española del Rito Antiguo y Primitivo Oriental de Memphis y Mizraím se fundó (por masones pertenecientes en parte al descompuesto Gran Oriente de España) el 15 de febrero de 1887, si bien su reconocimiento por Italia no se realizó hasta el 10 de enero de 1889. Su legalización como Gran Logia Simbólica Española del Rito Antiguo Primitivo y Oriental de Memphis y Mizraím por el Gobierno Civil de Madrid tuvo efecto el 15 de marzo de ese mismo año. Desde el 5 de octubre de 1889 comenzó a disponer de su propio órgano de prensa, bajo el título de Boletín de Procedimientos del Soberano Gran Consejo General Ibérico (BPRMM), que años después añadiría como subtítulo el de Revista Sociológica Ilustrada, y del cual todos los números publicados se conservan en la Biblioteca Nacional de España. 

La sede oficial del Consejo se establecía en la capital de España, Carrera de San Jerónimo, número 28, domicilio que era también del denominado Centro de Coalición Republicana, lo que es un indicio de la orientación política republicana o, al menos, muy progresista de todos o de la mayor parte de sus dirigentes. La organización española de los distintos Cuerpos que formaban el conjunto del Rito se estructuró en torno a un Soberano Gran Consejo Federal Ibérico, máximo organismo, presidido en 1889 por el Soberano Gran Maestre Manuel Jimeno y Catalán (que había sido Interventor General de Tabacos y Labores del Archipiélago Filipino, en el periodo del Sexenio) y del que formaba parte Nicolás Díaz y Pérez (de nombre simbólico Viriato), masón grado 33, como Gran Ministro de Estado. A Manuel Jimeno le sustituyó en 1890, como Gran Maestre, Enrique Pérez de Guzmán, cordobés y republicano federal ferviente, que llevaba por su mujer el título de marqués de Santa Marta; a este le sustituye, en 1894, Isidro Villarino del Villar, madrileño, ex comandante del batallón de voluntarios francos de Nouvilas, que el 9 de agosto de 1878 se sublevó en Navalmoral de la Mata (Cáceres) contra el régimen de la Restauración a los gritos de “¡Viva la República!” y “¡Abajo los consumos!”, estaba en posesión de dos placas del Mérito Militar. 

Dependiente de este Soberano Gran Consejo General Ibérico (GCFI), encargado de la administración superior, estaba la Gran Logia Simbólica Española cuyo Gran Maestre Presidente era Ricardo López Sallaberry (con nombre simbólico Justiniano), abogado del Estado en Barcelona y hermano del gran arquitecto José López Sallaberry.

Por puro afán propagandístico, coincidiendo con el éxito de las pruebas realizadas al submarino en La Carraca (Cádiz), la Gran Logia incluyó en 1889 entre sus “socios honorarios” al teniente de navío cartagenero Isaac Peral y Caballero y lo publicó en el primer número del Boletín (5 de octubre de 1889). También, y por idénticos motivos, la Logia había nombrado “socio honorario” al mecenas Carlos Casado de Alisal, residente en Argentina y ferviente admirador del inventor, al que ofreció su fuerte apoyo económico. El inventor accedió, como explicó más adelante en una carta dirigida a la prensa, porque era corriente que se le hicieran este tipo de propuestas desde muy diversas y variopintas organizaciones y tenía por costumbre acceder siempre, sin discriminar a ninguna de ellas, al considerarlas nacidas del mismo espíritu patriótico que a él mismo animaba. Peral estaba lejos de imaginar que aquello iba a ser utilizado fraudulentamente por la Logia, ni que, más adelante, se evidenciaría la falsedad de dicho apoyo, cuando el inventor más lo necesitaba. 

El caso se complicó pocos meses después. El Soberano Gran Consejo Ibérico organizó a principios de 1890 una exposición para recabar fondos con destino a un asilo (que, por cierto, nunca llegó a fundarse). En esa exposición aparecieron los retratos de Isaac Peral y de Casado de Alisal como “consejeros supernumerarios” de la Orden. Inmediatamente, una revista confesional, La Unión Católica, arremetió contra el inventor y contra el Gran Consejo. Al primero, injustificadamente, le reprochó que permitiese la utilización de su imagen para hacer propaganda masónica y le conminaba a que se manifestara en contra de ello (ignoraba la publicación que todo esto se hacía a espaldas del inventor); pero, al mismo tiempo, como en la revista no debían estar tan seguros de que esto fuera así, también se dirigieron al Gran Consejo para afearles su conducta, al hacer un uso torticero de la popularidad del inventor sin su consentimiento expreso. La logia masónica contestó en su siguiente boletín de 30 de marzo, publicando un durísimo editorial en el que acusaba a La Unión Católica de intolerancia y animadversión contra la masonería, pero no tenía inconveniente en reconocer que el puesto de honor en el Gran Consejo se lo habían dado a Peral sin su conocimiento y, por tanto, sin su consentimiento. Además, según la Constitución del Rito, dicho puesto no conllevaba tener voz, ni voto, ni asiento en las deliberaciones (es decir, que no era masón ni miembro efectivo de la Logia), aunque la Logia argüía que por sus cualidades científicas podía ser considerado un Príncipe de la Masonería. 

Ante esta situación creada por la artera acción de la Logia, de una parte, y al ver, por el otro lado, puesto en entredicho por parte de La Unión Católica su fe; Peral decidió mandar una carta a la prensa esclareciendo los hechos. En ella renunciaba (si se puede renunciar a algo de lo que se es desconocedor) a su supuesto nombramiento honorario en la Masonería, reafirmándose en sus “profundas creencias religiosas” y afirmando que “jamás he sido masón”. La carta fue publicada integra por La Política Moderna y reproducida parcialmente en primera página por varios periódicos como El Siglo Futuro, El Imparcial, El Globo o La Fe. Por el contrario, el Boletín de Procedimientos no se hizo eco de ella, sin embargo, el Boletín Oficial del Gran Oriente Español, dirigido por su Gran Maestre Miguel de Morayta, sí que recogió la noticia en su número del 15 de abril de 1890, culpando de ligereza a la otra rama masónica: “Lamentamos en extremo el percance, que es lógica consecuencia de los actos irreflexivos de ciertos masones”. No obstante, en 1915, el mismo Miguel de Morayta, incurre en el mismo “acto irreflexivo” y manipulador, al incluir a Isaac Peral en una lista de masones célebres en su libro "La Masonería española, páginas de su historia", lo que pone de manifiesto la catadura moral y la baja estofa de este masón en particular, y de todos los masones en general, que jamás han reconocido la falsedad de la imputación.

Coincidiendo con el éxito de las pruebas definitivas del submarino, el Boletín de Procedimientos (BPRMM) publicó una editorial, en el número que correspondía al mes de junio de 1890, en la que se adhirió a las felicitaciones que llovieron a Peral desde toda España. Fue la última vez que apareció citado el nombre de Isaac Peral en dicho Boletín. Más tarde, cuando el Gobierno, el ministerio de Marina y la España oficial le dieron la espalda al inventor, desencadenando una inicua campaña de difamaciones en su contra, el Gran Consejo guardó un ominoso silencio. De sobra es sabido, que es un deber ineludible de los masones el socorrerse y ayudarse en los momentos de persecución o de peligro. En el caso de Isaac Peral, tanto esta Logia, que utilizó con falsía su nombre como reclamo, así como el resto de los masones miraron hacia otro lado. ¿Por qué? ¿Porque no era masón? Sí, en efecto; pero no sólo por eso. Conviene recordar que eran miembros del complot que sepultó su invento bajo la podrida maquinaria administrativa del Gobierno, acreditados masones de alto rango, como los influyentes prohombres de la política nacional, entre los que debemos destacar a Sagasta, Moret, Beránger, Castelar y Romero Robledo (siempre quedará la duda de si Cánovas fue o no masón) y a sus directos enemigos en la Armada, como Víctor Concas, Emilio Ruiz del Árbol y Juan de Madariaga, entre otros. En todo caso, en esta ocasión, como casi siempre, los masones estuvieron del lado de sus hermanos.

Esta impostura, con la que la Masonería quiso “enredar” a Peral, tuvo los efectos destructivos previstos por quienes la fabricaron y propalaron. La figura de Peral se granjeó la desconfianza y, en muchos casos, la abierta hostilidad de sus compañeros de armas y de cierta parte de la población. Pero quienes lanzaron la imputación de que Peral pertenecía a la Masonería habían planificado otro objetivo mucho más perverso: enajenar a Peral el apoyo que le dispensaba la Reina Regente. 

Volviendo un poco hacia atrás, debemos recordar que en enero de 1889, cuando esta singular Logia hizo utilización del nombre del inventor con afanes de buscar proselitismo, la prensa francesa difundió la falsa noticia de que la Regente española, María Cristina, se había iniciado en la Masonería en una tenida realizada dentro del mismísimo Palacio Real de Madrid. A ambos lados de los Pirineos se generó una fuerte y agria polémica, demostrándose que la noticia era totalmente falsa. Le Figaro tuvo que desmentirla pocos días después. Por tanto, en aquellas circunstancias hacer creer que Peral era masón, tenía la clara intención de que María Cristina se viera obligada a alejarse públicamente de él, para que no se diera por cierto el bulo.