InfoCatólica-Luis Fernando (9/10/2014): Llevamos décadas, no solo ahora con motivo del Sínodo, oyendo la cantinela de que la Iglesia tiene que adaptar su mensaje a las circunstancias de nuestro tiempo. La idea es la siguiente: “La doctrina no la cambiamos pero sí hemos de cambiar la pastoral". Eso, con suerte, pues no son pocos los que creen que la doctrina no deja de ser una cuestión menor que puede ser modificada o supeditada a cualquier cosa con tal de que tenga la apariencia -solo apariencia- de caridad, acogida, misericordia, etc.
Para ser sinceros, la necesidad de adaptarse al auditorio que se tiene enfrente no es nueva. San Pablo ya dijo que él se hacía judío para los judíos y gentil para los gentiles. Su predicación ante los atenienses era en el fondo esencialmente la misma que en una sinagoga, pero obviamente las formas eran muy diferentes. Y no fue la misma la predicación de San Pedro ante los judíos que estaban en Jesusalén que la de Pablo en Éfeso, donde se convirtió en objetivo de los que fabricaban ídolos.
De lo que no hay duda alguna es que tanto en el siglo I como en el XXI, el ser humano caído sigue siendo esencialmente igual. Peca en las mismas cosas, está tan de lejos de Dios como antes, precisa de la gracia de Dios para ser redimido. La idea de que el hombre de nuestra era está más capacitado para reconocer el mal y obrar el bien es simple y llanamente pelagiana, la diga quien la diga.
Si hay algo que ha cambiado, y mucho, respecto al siglo I, al menos en lo que se conoce como civilización Occidental, es que ahora vivimos en una sociedad apóstata. No se trata de que nunca haya oído el evangelio, sino que se ha apartado del mismo. No son paganos a los que llega por primera vez el mensaje de Cristo. Es una sociedad que hace medio siglo era cristiana, con todas las imperfecciones que se quieran, y hoy es mayormente pagana, tanto en la forma de pensar como en la de actuar. Sí, sigue habiendo un porcentaje de cristianos importante, pero incluso muchos de ellos se dejan llevar en no pocas veces por la avalancha de pecado que les rodea.
Ahí tienen ustedes la encuestra sobre los hombres “cristianos” de EE.UU.
De Occidente se puede decir perfectamente aquello que San Pedro decía de los cristianos que se entregaban de nuevo en manos del pecado: "Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno" (2 Ped 2,20-22).
Como ven ustedes, es bastante peor haber sido cristiano y luego caer en la letrina de la condenación, que no haber sido cristiano nunca. Es más, esta sociedad tiene la patética y necia pretensión de ser más “humana” que las de épocas precedentes. Lo cual es peligrosísimo porque se parece mucho a aquello que Cristo dijo a ciertos fariseos:
Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero ahora decís: Vemos, y vuestro pecado permanece (Jn 9,41). Hay más pecado en el Occidente que aborta a sus hijos que en los indígenas de cualquier tiempo que hacían sacrificios humanos.
¿Qué puede hacer la Iglesia en medio de estas circunstancias? La respuesta es clara. Exactamente lo mismo que hizo, guiada por Dios, hace veinte siglos. Predicar la verdad y ser instrumento de la gracia divina para la conversión de todos. ¿Se está haciendo? ¿ven ustedes a muchos apóstoles predicando como San Pedro y San Pablo? ¿Abundan entre nosotros aquellos que protagonizaron el libro de “Hechos de los apóstoles de América”?
Existe, por otra parte, algo infinitamente más peligroso y dañino que no predicar el evangelio a los que están fuera del rebaño de Cristo. Se trata de ignorar la necesidad de conducir a los ya convertidos por el camino de la santidad. Ser santo no es un sentimiento piadoso que se traduce en creer que Dios acepta, así sin más, la presencia del pecado en nuestras vidas. No, ser santo es reconocer el pecado, implorar la misericordia y postrarse en súplica de la gracia que nos libera del mismo. Cualquier pastoral que implique disminuir la gravedad del pecado es instrumento de iniquidad y no de salvación. No se trata de abrumar al pecador bajo el sentimiento de culpa, sino de ofrecerle la tabla de salvación. No decimos: “eres un pecador y estás condenado irremisiblemente al infierno", sino “eres un pecador, pero Dios te ama tanto que Cristo ha muerto en la Cruz por tus pecados y el Espíritu Santo es tu compañero fiel para que los dejes atrás".
Grande es la tentación de aguar las exigencias del evangelio. Ya se hizo en tiempos en que el Imperio romano se “convirtió” en cristiano, cuando multitudes de paganos abrazaron nominalmente la fe cristiana sin que sus almas se vieran impregnadas de la fragancia de santidad con la que el Espíritu Santo perfuma el corazón contrito. No es menor la tentación que tenemos hoy en la Iglesia. Bajo la idea de “vamos a acoger a todos", subsiste el peligro de “vamos a construir un cristianismo sin cruz, sin santidad, para que todos puedan subirse al carro".
Si así se hiciera, no olvide nadie que Dios ama tanto a los pecadores, que no estará dispuesto a que se les ofrezcan caminos de perdición disfrazados de falsa misericordia suya. El Señor es lento para la ira y rico en misericordia, pero cuando se enfada, lo hace de verdad. Y, si es necesario, su ira se manfiestará de forma clara, contundente, visible y ejemplar sobre aquellos que en vez de hacer discípulos a hombres y mujeres de todas las naciones, conducen a los que ya son discípulos por los caminos errados del mundo. Escuchadlo bien: Dios no os permitirá hacer tal cosa. Ama demasiado a su pueblo como para dejarlo en vuestras manos.
Luis Fernando Pérez Bustamante