Javier Olivera Ravasi, IVE
(7/11/2014)
Como premio a tantos desvelos y a tantas búsquedas, se descubrió finalmente en 1912 en Piltdown, Inglaterra, un fósil que muestra caracteres verdaderamente intermedios entre el mono y el hombre; esto es: un cráneo de tipo humano junto con una mandíbula simiesca.
Este fósil descubierto por un aficionado, Charles Dawson, con la colaboración de Sir Arthur Smith Woodward y Teilhard de Chardin[1], fue bautizado como Eoanthropus Dawsoni –en honor de su descubridor– e hizo su entrada triunfal en los museos, enciclopedias, libros de antropología y publicaciones de distinto tipo con gran rimbombancia. Y no era para menos; al parecer el tan ansiado eslabón intermedio, ¡había aparecido al fin!
Hasta se sugirió –por la forma vagamente reminiscente a un bate de beisbol que tenía un hueso cercano al fósil– que éste ya habría jugado al cricket (¿?)[2], lo cual era de esperar tratándose de un inglés de pura cepa.
Es cierto que algunos antropólogos sugerían tímidamente que el fósil era demasiado “intermedio” para ser real y no terminaban de convencerse acerca de la validez de este hallazgo. Pero el “consenso” de la comunidad científica hizo caso omiso a tales advertencias. ¿Acaso este fósil no estaba apadrinado por Sir A. Smith Woodward, uno de los más eminentes paleontólogos de la época y respaldado nada menos que por Sir A. Keith, el más célebre de los antropólogos británicos? ¿No contaba además con el aval del mismísimo Museo Británico –el recinto más solemne de la ciencia inglesa– que le había dedicado un inmenso mural en su salón de entrada donde se reproducía, para la posteridad, la trascendente escena de la presentación del Hombre de Piltdown?
Ningún fósil en la historia de la paleo-antropología
había tenido mayor respaldo científico y periodístico
Debido a la importancia trascendental del hallazgo y con el objeto –sin duda– de evitar cualquier accidente que pudiera dañarlo, el fósil quedó instalado en una caja fuerte –dice D. Johanson– y si alguien quería mirarlo, podía hacerlo, pero no estaba permitido tocarlo ni someterlo a prueba alguna… Mirar para admirar, sí pero mirar para examinar críticamente, no, eso era dudar de la “ciencia”…, como le dijeron seguramente a Louis Leakey, uno de los pocos que intentó hacerlo. Richard Leakey (hijo de Louis) decía que su padre “pidió autorización para estudiar los ejemplares originales en 1933. Al igual que muchas otras peticiones como ésta, la de Louis fue rechazada. Solo pudo echarle un vistazo, el material se guardó de nuevo y a él le dejaron únicamente los modelos”[3].
Varios años después, en 1953 tres científicos de la Universidad de Oxford, J. Weiner, K. Oakley y W. Le Gros Clark, consiguieron finalmente examinar los originales y descubrieron que todo había sido un gran fraude: el cráneo –de un hombre moderno– había sido tratado con sustancias químicas para simular una gran antigüedad y “plantado” en el sitio del hallazgo junto con la mandíbula de un orangután, con los dientes limados, para simular un desgaste de tipo humano.
Se había desenmascarado de esta manera lo que es hoy considerado el fraude más sensacional en los anales de la paleo-antropología y uno de los más grandes en la historia de la ciencia. Ante el bochorno del “establishment” antropológico británico, el H. de Piltdown desapareció raudamente de escena y si bien la mayoría de los autores siguen considerando culpable a Dawson y deslindando de culpas a Woodward, en los últimos años ha habido una reconsideración del papel jugado por el otro investigador involucrado en este hallazgo, el pseudo-teólogo católico, padre Teilhard de Chardin, jesuita.
¿Pero cómo suceden estas cosas en los ámbitos científicos?
El problema de la Antropología, como bien marca Leguizamón, es que en su orientación está constituida por la hipótesis evolucionista-darwinista que la informa, la cual al ser aceptada prácticamente como un dogma de fe, ha creado un fuerte prejuicio respecto al origen del hombre que deforma la interpretación de la evidencia y hace arribar a conclusiones erróneas –y aun ridículas– a pesar de la indudable capacidad muchas veces eminente, de los investigadores en este campo.
Este dogma evolucionista del origen del hombre, que plantea como única alternativa racional su procedencia a partir del mono, pareciera haber suprimido toda actitud crítica en muchos científicos, en especial entre los antropólogos y en lugar de ser –en todo caso– una simple hipótesis de trabajo, se ha transformado en una venda sobre los ojos que les impide la visión.
Como decía Richard Leakey “el cuerpo científico cayó completamente en la trampa, no porque el cráneo de Piltdown fuera demostrablemente antiguo y genuino, sino porque este encajaba con los fuertes prejuicios sobre lo que debían ser nuestros antepasados”[4].
P. Javier Olivera Ravasi, IVE
* Seguimos, como siempre para estos temas, la juiciosa obra del médico argentino Raúl Leguizamón (cfr. Raúl Leguizamón, Fósiles polémicos, Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2002, 160 pp.) que resumimos aquí. En la sección “libros recomendados” de nuestro blog, se encuentran algunas de sus obras.
[1]NOTA IMPORTANTE. Teilhard de Chardin (1881-1955) fue un sacerdote jesuita, paleontólogo y pensador francés. En 1899 ingresó en la Compañía de Jesús; en 1911 fue ordenado sacerdote. Aficionado desde niño a las ciencias naturales, a partir de 1912 se orientó hacia la paleontología, a la que dedicó desde entonces gran parte de su vida, realizando numerosas exploraciones científicas en África y en Asia, especialmente en China. Su fama, sin embargo, no está ligada a esos trabajos científicos, sino a su intento de exponer la fe cristiana en el interior de una visión evolucionista del mundo, y a su interpretación de esa evolución como un movimiento cósmico y humano orientado hacia Cristo. Estas ideas, que comenzaron a perfilarse durante sus experiencias con ocasión de la I Guerra Mundial, tomaron forma explícita en Le milieu divin, obra redactada en 1926, y encontraron una exposición más acabada en su otra obra básica: Le phénomène humain (1938-40). Durante los últimos años de su vida, desde 1951, fijó su residencia en Estados Unidos, concretamente en Nueva York, donde murió. Ya en 1926 comenzaron a suscitarse dudas sobre la compatibilidad de sus ideas con la fe católica, y los superiores de la Compañía le indicaron que renunciara a toda actividad intelectual pública. Por este motivo sus obras no fueron editadas durante su vida. Al morir, T. dejó sus escritos a Mlle. Jeanne Morlier quien, ese mismo año, promovió la constitución de un comité internacional encargado de impulsar la rápida publicación de los escritos de Teilhard. El 30 de junio de 1962 la entonces Congregación del Santo Oficio emanó un Monitum (o advertencia) destinado a prevenir ante los peligros que pueden derivar de la lectura de sus escritos; en él se declara: «Independientemente del juicio con respeto a los aspectos referentes a las ciencias naturales, es claro que sus obras presentan, en las materias filosóficas y teológicas, ambigüedades, más aun, errores graves, que dañan a la doctrina católica». El Monitum fue publicado en «L’Osservatore Romano» de ese mismo día, junto con un artículo sin firma, que constituye una exposición oficiosa del propio Santo Oficio sobre las razones que fundamentan la medida tomada. Ese artículo afirma en primer lugar que el autor incurre en una indebida trasposición al plano teológico de términos y conceptos tomados de las teorías sobre el evolucionismo y que, como consecuencia, incurre en graves errores. A continuación señala algunos de ellos, concretamente: una defectuosa explicación de la creación, que no salva la libertad del acto creador divino ni la ausencia de un sujeto preexistente (creatio ex nihilo); diversos puntos débiles en la descripción de las relaciones entre Dios y el mundo, que hacen que no quede clara la trascendencia divina; presentar de tal manera a Cristo que no se salvan la libertad y gratuidad de la Encarnación; desconocer las diferencias y los límites entre la materia y el espíritu; una concepción insuficiente del pecado, que es reducido a una realidad de carácter exclusivamente colectivo; una presentación naturalista de la ascesis y de la vida cristiana (cfr. J. L. Illanes Maestre, en Gran Enciclopedia Rialp).
Errores de Teilhard de Chardin
P. Leonardo Castellani
InfoCatólica-P.Iraburu (9/9/2009):
–Primero el lenguaje de Cristo, luego el de San Pablo, ¿y ahora el de Castellani? Pero bueno…
–Los dos posts anteriores, con tantas citas bíblicas, me dieron mucho trabajo. Éste de ahora es un descanso para mí y espero que también para los lectores.
El padre Leonardo Castellani, argentino (1899-1981) fue uno de los más grandes escritores del siglo XX en lengua hispana. (cf. biografía.obras) Al analizar yo aquí su lenguaje, siempre lúcido y lleno de humor, me limitaré a destacar su ortodoxia y su valentía para combatir a los más venerados ídolos de su tiempo. Elijo como ejemplo la crítica que Castellani hizo de Teilhard de Chardin (1881-1955), admirado entonces por la mayoría de la intelligentsiacatólica, no solo la progresista.
Los errores teilhardianos. Ya en 1950 –parece increíble– se atreve Castellani a escribir en su obra ¿Cristo vuelve o no vuelve?: «quien dudare (de que se está formando ante nuestros ojos una nueva y vasta religión herética) puede leer las obras de […] o recorrer los numerosos opúsculos a mimeógrafo y sin imprimatur del P. Teilhard de Chardin, […] mezcla detonante que constituye un vasto y complejo programa de neocatolicismo profundamente heterodoxo y “modernista”». Y cinco años más tarde ofrece una lista de los principales errores de ese autor, presentes en sus obras de modo implícito o explícito:
«1.- El transformismo darwiniano dado como verdad cierta. 2.- La negación de la Parusía o Segunda Venida de Cristo tal como la entiende la Iglesia. 3.- La negación de la Redención por la obra personal de Cristo. 4.- La negación del pecado original, a la manera de Pelagius. 5.- Monismo materialista evolucionista parecido al de Spencer y Haeckel. 6.- Panteísmo sutil a la manera de Bergson. 7.- Interpretación modernista de todos los Sacramentos, empezando por la Eucaristía, a la manera de Guenther. 8.- Negación del fin primario del Matrimonio y constitución del fin primario del matrimonio en la “ayuda espiritual mutua de los esposos”. 9.- Aprobación de los medios contraconcepcionistas en el matrimonio, a la manera de Malthus. 10.- Negativa implícita de la autoridad de la Iglesia para definir, a la manera de Loisy, Tyrrel y otros» (Dinámica Social, nº 63, Buenos Aires, noviembre 1955).
La Iglesia reprobó los errores de Teilhard poco tiempo después:
–la Sagrada Congregación del Santo Oficio (6-12-1957), en tiempos de Pío XII, ordena en un decreto que «los libros del Padre Teilhard de Chardin, S. J., deben ser retirados de las bibliotecas de los Seminarios y de Instituciones religiosas; no deben ser puestos a la venta en Librerías Católicas y no es lícito traducirlos a otras lenguas». De hecho, sin embargo, sus escritos, mimeografiados, se difundieron ampliamente traducidos a muchas lenguas.
–la misma Congregación del Santo Oficio (30-6-1962), ya en tiempos del Bto. Juan XXIII, publicó un Monitum muy severo:
«Varias obras del P. Pierre Teilhard de Chardin, algunas de las cuales fueron publicadas en forma póstuma, están siendo editadas y están obteniendo mucha difusión. Prescindiendo de un juicio sobre aquellos puntos que conciernen a las ciencias positivas, es suficientemente claro que las obras arriba mencionadas abundan en tales ambigüedades e incluso errores serios, que ofenden a la doctrina católica.
«Por esta razón, los eminentísimos y reverendísimos Padres del Santo Oficio exhortan a todos los Ordinarios, así como a los superiores de institutos religiosos, rectores de seminarios y presidentes de universidades, a proteger eficazmente las mentes, particularmente de los jóvenes, contra los peligros presentados por las obras del P. Teilhard de Chardin y de sus seguidores» (AAA 54, 1962,526).
En el mismo número de L’Osservatore Romano (30-6-1962) se publicó el Monitum acompañado de un estudio muy amplio. En éste se describían y reprobaban detalladamente graves errores y ambigüedades, la mayor parte de ellas ya señaladas por Castellani. La Creación del mundo no es para Teilhard un acto libre de Dios, y la evolución mundana, infaliblemente progresiva, en la que, de alguna manera, Dios se va perfeccionando, conduce necesariamente hacia el Punto Omega. Por eso, «el Cristo de la Revelación no es otro que el Omega de la Evolución»… «Cristo salva. Pero ¿no es preciso añadir inmediatamente que él es también salvado por la Evolución?» (Le Christique, ensayo inédito 1955). Ese mismo texto afirma que hay en Cristo, «en sens vrai», una «tercera naturaleza», no humana, no divina, sino «cósmica».
La gnosis de Teilhard, su teología-evolutiva, rinde al Mundo una veneración suprema. En 1934 (Comment je crois) confesaba: «si se diera el caso de que yo sufriera una revolución interior (renversement), si llegara yo a perder sucesivamente mi fe en Cristo, mi fe en un Dios personal, mi fe en el Espíritu, pienso que continuaría creyendo en el Mundo. El Mundo (el valor, la infalibilidad y la bondad del Mundo), tal es, en último análisis, la primera y la única cosa en la que yo creo».
La rehabilitación de Teilhard de Chardin es imposible, considerando la enorme gravedad de sus errores. Puede darse en alguna ocasión una expresión, dicha al paso, de admiración en alusión a una expresión feliz de su pensamiento. Pero no más que eso. Pondré un ejemplo al contrario. La Congregación para la Doctrina de la Fe, presidida por el Cardenal Ratzinger, con muchas precisiones y explicaciones, reconoció que el sistema filosófico-teológico de Antonio Rosmini es compatible con la fe católica, teniendo en cuenta tanto las investigaciones más recientes, como el cambio histórico-contextual en el que aquellas «cuarenta proposiciones» suyas reprobadas se formularon (Nota 1-7-2001). Pues bien, una rehabilitación análoga nunca podrá darse en referencia a Teilhard, y nunca, concretamente, el Cardenal Ratzinger, en sus 23 años al frente de la Doctrina de la Fe, la ha realizado.
La anécdota siguiente es significativa. Una carta del Cardenal Casaroli al rector del Instituto Católico de París, que celebraba el centenario del nacimiento de Chardin (L’Osservatore Romano, 10-6-1981), produjo tantas y tales protestas, que la Oficina de Prensa de la Santa Sede hubo de publicar un mes después una nota aclaratoria, asegurando que el Monitum de 1962 seguía vigente, «después de haber consultado al Cardenal Secretario de Estado [Card. Casaroli] y al Cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, quienes, por orden del Santo Padre [Juan Pablo II], habían sido debidamente consultados de antemano acerca de la carta en cuestión» (L’Osservatore Romano 20-7-1981).
Escuchemos de nuevo al P. Castellani. El teilhardiano P. Luzzi, S. J. –ignorando elMonitum de 1962 y algunas obras críticas excelentes, como la del sacerdote argentino P. Julio Meinvielle (1965)–, canta la gloria de Teilhard en un artículo ¿Mundo y Dios en controversia? Y lo publica nada menos que en la revista paolina, de grandísima difusión popular, Familia cristiana (abril 1968). Poco después, el bueno de Castellani comenta adecuadamente el artículo. Pero antes de cederle la palabra, hago notar que con frecuencia él habla de Telar de Chardon, alegando que «éste es su nombre español, créanme, así lo hubieran llamado Cervantes y Luis de Granada»:
«El trabajo de este profesor constituye un intento de presentar a Telar en forma sinóptica y panegírica, para uso de la familia cristiana indefensa; a la cual la parta un rayo, si se fía de las “paolinas” […] Si Luzzi dijera palmariamente: “Nuestro Dios es un dios que se hace”, saltaría a los ojos una herejía patente […] Pero no lo dicen así: lo dicen amontonando la Cristogénesis, la centreidad, la morfología, la superconciencia, el punto Omega, el espacio-tiempo de forma cónica, la noosfera y cien más. Así, que te entienda Las Vargas.
«Las “ambigüedades” hormiguean en este escrito. Tomemos un ejemplo: Telar y su heraldo [el P. Luzzi] llaman conciencia a la afinidad química de los minerales, a los tropismos de las plantas, a la percepción del animal y a la conciencia del hombre; y por si fuera poco, también al hecho –si es hecho– de que “el portuario de Londres, el de Buenos Aires, el de Santa Fe reaccionan del mismo modo [?]. Hay algo que los hace manifestarse así, hay una conciencia común… ¿No notamos en esto una unificación de las conciencias?”. O sea una “superconciencia” destinada a unificarse en un bloque e ir a parar al Punto Omega en forma cónica.
«Esto pasa ya de la ambigüedad; es un bruto sofisma. El profesor dice que es “analogía”. Nones. Es un bruto equívoco, es equivocación. Nos toma por memos.
«Y así se podrían traer seis “ambigüedades” más. Como la que el espacio-tiempo-energía (Trinidad chardoniana) tiene necesariamente forma de cono. Risum tenete, amici! [amigos, aguanten la risa].
«Ellas [las ambigüedades] tiran a persuadir que en la Iglesia hay y había muchas cosas mal, que una buena inyección de Telar curaría como por ensalmo. Los que se opongan a eso, el Luzzi los amenaza con una cantidad de males que resumiremos en esto: se quedarán atrasados en las tinieblas de la Edad Media y no podrán convertir obreros –de los cuales Telar y el Luzzi deben haber convertido millares–; mientras los que se incorporan al movimiento gozarán de una cantidad de bienes tal que recuerdan el aria Ciarlatano en L’elisir d’amore de Donizzeti» (Jauja, nº 18, Buenos Aires, junio 1968).
Reconozcan ustedes, por favor, que hoy estamos urgentemente necesitados de la irreverencia bien documentada del lenguaje del P. Leonardo Castellani ante la manga de sabiazos elevados en nuestro tiempo, frente al Magisterio apostólico, como grandes ídolos teológicos.
Los admiradores actuales de Teilhard de Chardin siguen siendo en la Iglesia, por supuesto, los modernistas y progresistas supervivientes, cada vez más viejos y desencantados –y cada vez más fuera de la Iglesia–. Pero no deja de ser significativo que los principales enemigos actuales de la Iglesia rinden especial culto al P. Pierre Teilhard de Chardin. Por ejemplo:
–La New Age admira a Teilhard de Chardin. El Pontificio Consejo de la Cultura y el Pontificio Consejo para el Diálogo interreligioso, colaborando con otros altos organismos de la Santa Sede, elaboraron un amplio documento sobre la New Age, titulado «Gesù Cristo, portatore dell’acqua viva. Una riflexione cristiana sul “New Age”» (2-3-2003). El documento analiza el conjunto de tendencias gnósticas, panteístas, evolucionistas, naturalistas, esotéricas, etc. que confluyen en la New Age, y señala también su afinidad con el pensamiento de Teilhard, cuando dice en la nota [15] del documento:
«A fines de 1977, Marilyn Ferguson [una de las principales teóricas de la New Age], envió un cuestionario a 210 “personas empeñadas en la transformación social”, que ella llamó “Aquarian Conspirators” […] Cuando se solicitó a los encuestados que dieran el nombre de los individuos cuyas ideas les habían influido, bien a través del contacto personal, bien por medio de sus escritos, los más nombrados, por orden de frecuencia fueron éstos: Pierre Teilhard de Chardin, C. G.. Yung, Abraham Maslow, Carl Rogers, Aldous Huxley, Roberto Assagioli y J. Krishnamurti». A estos siete nombres principales, añade el documento otros 30 nombres significativos (The Aquarian Conspiracy. Personal and Social Transformation in Our Time, Tarcher, Los Ángeles 1980, pg. 50, nota 1 y pg. 434).
–La masonería admira a Teilhard de Chardin. Jacques Mitterrand, Gran Maestre de la Masonería, declaró en la Asamblea General del Gran Oriente de Francia (3/7-9-1962):
Teilhard de Chardin, «quizá sin que se diese cuenta de ello, ha cometido el crimen de Lucifer de que la Iglesia de Roma con frecuencia ha acusado a los masones: él ha afirmado que en el fenómeno de la hominización […] es el hombre quien tiene la precedencia y no Dios y es el artículo principal de este proceso. Cuando esta conciencia colectiva alcance su apogeo en el punto Omega –como dice Teilhard–, entonces habremos producido el nuevo tipo de hombre, como lo deseamos: libre en su carne y sin trabas en su mente» (Roca, XV, nº 171, 3-1982). Probablemente el Gran Maestro masónico no interpreta bien a Teilhard, pero sí es cierto que la masonería halla una afinidad profunda entre su visión y la gnosis teilhardiana. Y en todo caso, sí queda claro que tenía razón Castellani cuando entre los errores principales de Teilhard señalaba «la negación de la Parusía». Si Teilhard «profetiza» la eclosión final histórica y triunfante de la Evolución, la Iglesia católica, enseñada por Dios, muy por el contrario, nos asegura que ese advenimiento glorioso del Reino no se dará «en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal» (Catecismo 677).
Actualidad de Castellani. El lenguaje que Castellani, estando él muy solo, emplea contra tantos falsos profetas venerados en su tiempo, y concretamente, como hemos visto, contra la gnosis panteísta-evolucionista de Teilhard, es semejante al lenguaje de Cristo y de San Pablo contra letrados y fariseos. Y ése es el lenguaje que hoy queremos recuperar en la Iglesia católica. Tiene razón Castellani: nos toman por memos.
José María Iraburu, sacerdote
Índice de Reforma o apostasía