InfoCatólica (14/112014):
La Congregación para la Doctrina de la Fe ha hecho público un «responsum» -respuesta oficial- a un sacerdote francés, que preguntaba si podía conceder la absolución sacramental a un fiel que se había divorciado y vuelto a casar. Mons. Ladaria, arzobispo secretario del dicasterio, cita la doctrina del concilio de Trento sobre el sacramento de la penitencia e indica que no puede darse la absolución si no hay certeza de una verdadera contrición, que consiste en «un intenso dolor y detestación del pecado cometido, con propósito de no pecar en adelante»
Hace dos días mi hijo de 20 años llegó preocupado a la cocina y me dijo: “Mamá no entiendo por qué algunos obispos están de acuerdo con que los divorciados vueltos a casar (que no viven la castidad) comulguen, cuando a nosotros los jóvenes el Papa nos ha dicho que debemos tener un noviazgo casto y un matrimonio para toda la vida, y que debemos luchar con todas nuestras fuerzas, como si estuviéramos en la copa mundial, pero para ser santos”.
Entonces me tocó sentarme a explicarle que es realmente doloroso el tema de los divorciados vueltos a casar, que nosotros conocemos varios matrimonios en esa situación, muy buenos, que están educando a sus hijos en la fe y que lamentablemente no pueden comulgar, ellos hacen comuniones espirituales.
Y no es que no puedan comulgar porque no sean buenos. El problema es que no pueden comulgar porque no están en estado de gracia, porque no se puede comulgar en pecado mortal. Y cuando se está viviendo en adulterio se vive en pecado mortal. Esa es la Verdad. No la Verdad que decimos algunos, es la Verdad que dijo Jesucristo en el Evangelio muy claramente: “…en el principio de la creación los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios ha unido no lo separe el hombre… Cualquiera que repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si la mujer repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio” (Mc 10, 5-12).
Es la Verdad que se recoge también magistralmente en el Catecismo de la Iglesia Católica. Y eso lo saben nuestros amigos católicos divorciados, vueltos a casar, quienes por respeto a Dios no piden la comunión porque saben que mientras vivan en adulterio no pueden comulgar. Hay que recordar que en la Iglesia Católica se dan casos muy puntuales de personas divorciadas, vueltas a casar, quienes reciben la comunión pero siempre acompañado de un camino penitencial, o sea que deben vivir como hermano y hermana. Y eso se hace bajo la supervisión del sacerdote y/o el obispo.
Yo le dije a mi hijo: “Es como tu caso, que si tienes una novia no puedes comulgar si estás teniendo relaciones pre matrimoniales con ella. Así de sencillo”. Y el Papa le ha pedido a los jóvenes que sean valientes para vivir la castidad. Que sean valientes y luchen por llevar una vida santa, por tener un noviazgo casto y un matrimonio para toda la vida. El Papa Francisco lo ha dicho en los encuentros mundiales de los jóvenes. Mis hijos de 22, 21, 20, 18, 15 y 14 años lo han escuchado y lo han leído en familia, como todo lo que les dice el Papa.
Otra cosa que yo no entendí muy bien en el Sínodo de la Familia fue cuando oí decir, de algunos participantes, que los matrimonios perfectos en este siglo XXI son como una utopía, que no existen. Yo sé, indudablemente, que ningún matrimonio es perfecto porque todos tenemos defectos y faltas que superar hasta el día de nuestra muerte, pero muchísimos matrimonios católicos en el mundo entero (y aquí específicamente en Venezuela, porque mi esposo y yo conocemos bastantes) están luchando por ser santos (siguiendo la llamada universal a la santidad que se nos dio en el Concilio Vaticano II). Esa llamada universal a la santidad no es para que la vivan los católicos que ya están en el cielo, sino para los católicos que estamos vivos, y vivos en un mundo con muchísimos problemas y contrariedades. El mismo Jesucristo nos dijo: “Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Eso no es fácil, todos lo sabemos, pero no es imposible porque contamos con la ayuda de Dios y su Santísima Madre.
En el mundo hay muchísimos matrimonios católicos que están abiertos a la vida a pesar que piden, con graves dificultades, por el pan nuestro de cada día. Hay muchísimos matrimonios católicos que tienen miles de dificultades y tentaciones y que se mantienen fieles a sus maridos o a sus esposas. Hay muchísimos matrimonios católicos que acuden al sacramento de la confesión frecuentemente, y a la dirección espiritual, para que el sacerdote les de consejos para vivir mejor su vida de casados, porque para eso también están nuestros pastores.
Quienes vamos a misa los domingos y comulgamos no somos perfectos. Aquí en Venezuela las colas en los confesionarios son largas. Y están llenas de matrimonios que no son perfectos, pero que saben que tienen que vivir en estado de gracia para poder seguir adelante en su lucha por ser santos y por criar hijos que también sean santos. Ese será el mejor legado que le podremos dar al mundo.
Y hay muchísimos matrimonios que acuden al sacramento de la eucaristía (sin mancha alguna de pecado mortal, porque eso es esencial para comulgar) para que el Cuerpo de Cristo les de la fuerza para seguir adelante y no vayan a caer en nada malo (porque las tentaciones las tenemos ¡todos! a cada rato y ¡todos! somos capaces de lo peor).
Por eso se me dificultó un poco entender otras cosas que escuché a raíz del Sínodo donde se decía que la eucaristía la necesitaban las personas enfermas y no las sanas. Pienso que todos los católicos quisiéramos que todos, absolutamente todos, pudieran tener la inmensa dicha de comer el cuerpo de Cristo, pero lo que más queremos es que toda persona “enferma” o en pecado mortal, se convierta, se acerque a Dios, se confiese y viva tratando de no volver a pecar.
El mismo Jesucristo nos lo dice en el Evangelio cuando perdona a la mujer adúltera: “Vete y a partir de ahora no peques más” (Jn, 8,11). Jesucristo es infinitamente misericordioso y recibe a todos con los brazos abiertos, lo que Él más quiere en este mundo es que todos sus hijos estemos en sus brazos y lo podamos “comer”. Pero para eso es necesario “no pecar más”.
Y quiero dejar muy claro que los matrimonios “sanos” también necesitan la comunión frecuente para no caer en el pecado (porque eso puede pasar en cualquier momento, ya que nadie está exento del mal).
Entonces yo pregunto a quienes están de acuerdo con que se le de la comunión a los divorciados vueltos a casar, y que no viven la separación de cuerpos: ¿Cómo puede un matrimonio católico de este siglo XXI educar a sus hijos en la castidad, y para que vivan un noviazgo sano, si se permite que una persona divorciada, que vive en adulterio, pueda comulgar? ¿Cómo puede un matrimonio católico de hoy en día enseñarle a sus hijos que el matrimonio es de uno con una para toda la vida hasta que la muerte los separe, si se le da la comunión a alguien que está viviendo en adulterio?
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