589: Conversión del rey godo Recaredo-Toledo |
El Alcalde de Zalamea: Así se unió España (22/12/2014):
Sobre el libro "Hispania, Spania, el nacimiento de España" de Santiago Cantera, Editorial Actas, 2014. Publicado en Razón Española (nº188). Poder leer un enorme trabajo de investigación sobre el nacimiento de España es un regalo del todo reconfortante en los días en que el separatismo amenaza nuestra unidad y en los que la Hispanidad se recuerda sobretodo para emponzoñar la gran obra cultural de nuestra patria a lo largo de los siglos.
Santiago Cantera (Madrid 1972), doctor en Historia y monje benedictino, nos ha sorprendido publicando precisamente en este año de confusiones un preciso estudio que clarifica el origen de España. A lo largo de sus 563 páginas el libro aborda la investigación yendo directamente a las fuentes y a los mejores expertos, llenando las páginas de notas interesantísimas y suministrando extensa bibliografía.
Con el objetivo de animar a la lectura de esta obra imprescindible, solo comentaré aquí un aspecto de la misma, sin entrar al desarrollo del trabajo ni a sus conclusiones. Lo que más me ha impactado del libro de Cantera y lo que extraigo como lección para nuestros días difíciles de hoy, es la gran obra de unificación de los pueblos de España comenzada por el Rey Leovigildo y culminada por el Rey Recaredo:
El Rey Leovigildo abordó la tarea de la unidad con un providencial sentido de Estado. España estaba dividida en tres grandes bloques: los restos del reino suevo que poblaba Galicia, la gran mayoría hispano romana y católica y la poderosa minoría goda y arriana. Leovigildo comprendió que la Monarquía Visigoda necesitaba pacificar los pueblos de la península ibérica y comenzó la unificación en tres ámbitos fundamentales: político, jurídico y religioso. Fracasó en la unificación religiosa porque intentó imponer el arrianismo cuando la gran mayoría era católica. Además, el reino suevo se había convertido recientemente al catolicismo por las predicaciones de San Fructuoso y San Martín de Braga.
Parece ser que el propio Rey Leovigildo comprendió su fracaso y quedó impresionado por el testimonio de su hijo Hermenegildo, que se convirtió al catolicismo por influencia de San Leandro de Sevilla y fue martirizado por negarse a comulgar con la herejía arriana. Su asesinato impactó profundamente a su hermano Recaredo, el heredero, que también se convirtió a la fe católica y, al poco de convertirse en Rey de la España Visigoda, convocó el III Concilio de Toledo, en el año 589, para comunicar al mundo la conversión de su Monarquía al catolicismo. Así, las tierras de España se irían olvidando de las cinco provincias romanas para estructurarse como una nación unida y unitaria en todos los ámbitos.
El acontecimiento fue celebrado durante siglos, -el autor cita preciosas palabras de Juan Pablo II en el año 1989 recordando, 13 siglos después, el concilio que proclamó la unidad católica de España- supuso una revitalización importantísima de la Iglesia española -quizá la más viva de aquel tiempo- y trajo estabilidad política acompañada de progreso cultural y económico durante el siguiente siglo. El autor hace un intenso recorrido para mostrarnos y demostrar, en los siguientes numerosos concilios de Toledo, la presencia en los mismos de una constante conciencia de España. Impresiona comprobar que esos concilios reunían a cerca de setenta obispos de las diferentes regiones que conforman hoy nuestra nación, así como también a algunos de las Galias, cuyas regiones siempre aparecían como ajenas a la unidad reciente de nuestra patria. Aquella apasionante época dio grandes frutos en todos los ámbitos hasta que la crisis, la frivolidad, la corrupción y la traición arruinaron el país y proporcionaron todas las facilidades para la invasión musulmana de España.
Aún así, la conciencia nacional de nuestra patria estaba ya tan afianzada que nunca faltaron argumentos para intentar recuperar la unidad perdida, la unidad culminada en el III Concilio de Toledo. Los argumentos de San Isidoro de Sevilla, el empuje de la naciente Monarquía y las ansias de libertad de los españoles de aquellos años fueron suficientes ingredientes, a pesar de los siglos y las dificultades, para volver a encontrar la unidad de la patria.
Conviene resaltar el origen de España como pueblo unido y unitario y empeñado en recuperar esa unidad. Ir a las raíces ayuda a encontrar las fuentes de la savia que regenera y hoy más que nunca conviene abonar nuestra cultura con los nutrientes de la verdad. En los últimos siglos se han producido ataques a nuestra unidad que no provienen de una lógica diversidad afianzada en costumbres tan regionales como profundamente españolas. Esos ataques son fruto de ideologías irracionales que no deberían haber tenido recorrido pero que han sido potenciadas por intereses contrarios a los de España y alimentados tanto por estructuras políticas nefastas, como por gobiernos indecentes.
La unidad de España es un logro histórico, ha sido un lucha de siglos, es una herencia preciosa, es una misión, una tarea y un deber. Conviene comprender bien el origen de la España unida y unitaria porque hoy se insiste demasiado en buscar diferencias, casi siempre artificiales y recientes y que se hacen ridículas ante el "logro de la concordia" (S. Juan Pablo II) que supuso la unificación total de España.
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