miércoles, 5 de agosto de 2015

Cardenal primado de España: Francisco Antonio de Lorenzana, arzobispo de México y Toledo,(1902)

Francisco Antonio de Lorenzana
Fuente: Policarpo Mingote 
Nació en León (1738) de familia con el noble apellido Lorenzana, que hicieron grande los santos Vicente de León y Toribio de Mogrovejo. Arzobispo de México. Cardenal de la sede primada de Toledo. Historiador de la Iglesia de México y Toledo. Liturgista y humanista ilustrado, amigo del masón Jovellanos. Editó los escritos del sabio judío Maimónides. Creó un gabinete de ciencias naturales y un museo de la cultura india de California y México (Guadalajara y Michoacán).
Fundó la universidad de Toledo y legó su biblioteca (400 incunables, 1.000 manuscritos antiguos y más de 100.000 libros impresos) a la ciudad, hoy la segunda de España, localizada en el Alcázar de Toledo. Gastó gran parte de su fortuna personal en atender a multitud de clérigos franceses, emigrados por la persecución de la Revolución liberal-masónica. Desterrado por Godoy, que vendió España a Napoleón, fue honrado por Pío VII. Su sepulcro (1820) está en la Basílica de Santa Cruz de Jerusalén en Roma.
Fuente: 
Policarpo Mingote en “Varones ilustres de León”. León-1978

Orígenes familiares del cardenal Lorenzana
MARGARITA TORRES SEVILLA
Ponencia en el Congreso (2004)
II Centenario de la muerte del Cardenal Lorenzana
Padres: Jacinto Manuel María Rodríguez de Lorenzana Buitrón y Varela (León 1686), Alcalde mayor de los Hijosdalgo de León y Regidor perpetuo de la ciudad; y María Josefa Irauregui y Salazar (Castro Urdiales).
Abuelos paternos: Pedro Francisco Buitrón Lorenzana y Nieto Osorio (León 1665), Capitán del Regimiento de España y Corregidor de Carrión de los Condes: y Beatriz María Varela y Sotomayor (Chantada).
Bisabuelos paternos: Manuel Rodríguez de Lorenzana (León 1641), regidor perpetuo de León y María Nieto Osorio (León). Diego Varela y Beatriz Sotomayor.
La hidalguía de los Lorenzana leoneses quedaba atestiguada casi en cada muro de la ciudad al igual que su prestigio y poder social. De cara a la sociedad de la corte, el cardenal incorpora informaciones que completan el perfil de su nobleza:
-Antepasados que ejercieron el cargo de Alcalde de los Hijosdalgo de León
-Mayorazgo de la Casa de Lorenzana, cuyo solar está desde 1540 en la plaza de las torres de Ares de Omaña
-Pertenencia a la Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro
-Pertenencia a la Cofradía de Caballeros Hijosdalgo de León
-Enlaces de la Casa de Lorenzana con estirpes de la primera nobleza: condes de Luna y marqueses de Villasinda a través del apellido Quiñones
-Sepulturas dotadas y honorables en: Conventos de san Francisco y de Santo Domingo de Guzmán de León, Real Monasterio de san Claudio, Crucero y capilla del Dado en la Catedral de León, Parroquia de santa Ana de León
-Pruebas de hidalguía y limpieza de sangre de sus ancestros
-Santos y beatos de la estirpe: San Vicente Mártir y Venerable Padre Marcial de Lorenzana
-Pedro de Lorenzana, hermano del Cardenal, poseedor de los mayorazgos y señoríos de la Casa de Lorenzana
-Otros antepasados directos: Andrés de Lorenzana, caballero de Santiago y canónigo de san Marcos de León. Diego Riaño Lorenzana, caballero de Santiago.
Parientes de calidad y nobleza probada 
-Diego (Rodríguez) de Lorenzana, mayordomo del principe Felipe (Felipe IV).
-Alonso Rodríguez de Lorenzana, caballero de Santiago y capitán de Caballería en Nápoles.
-Diego Rodríguez de Lorenzana, caballero de la Orden de Malta.
-Luis de Santisteban Lorenzana, capellán de honor de su Majestad.
-Francisco de Aguirre y Lorenzana y Ambrosio Varela y Lorenzana, canónigos de la Catedral de -León y arcedianos de Mayorga
Durante la Baja Edad Media, la estirpe del Cardenal desempeñó oficios de Regidores de León sin renunciar al comercio y posteriormente elevaron su nivel originario de burquesía urbana al rango de nobleza de linaje mediante: Matrimonios con nobleza de sangre y Creación de mayorazgos.
Otro de ls rasgos que reflejan el prestigio de una estirpe es la recreación de leyendas y genealogias míticas que se remontan hasta los tiempos heroicos de la Reconquista de España.
Conclusión: Los siglos XVI y XVII consolidan el poder de los Lorenzana, Con el Cardenal el linaje se aúpa a los primeros puestos de la nobleza española.
Origen legendario del apellido Lorenzana:
Fray Antonio de Lobera en "Historia de las Grandezas de la ciudad de León" (1596) cita al cronista real Pedro Feijóo en "Crónica de los linajes antiguos del reino de Galicia" sobre el origen de los caballeros Lorenzana:
"...los moros pidieron al rey don Ramiro el tributo de las cien doncellas...En ese tiempo había un valiente caballero llamado Lorenzo, hijo de don Gutierre, conde del Bierzo y sobrino del rey don Ramiro. A este caballero señaló el rey por Capitán General en la guerra contra los moros a causa del tributo...En la última, fue el que primero invocó la ayuda de Santiago, en la que mató a un rey de ellos y ganó cuatro banderas. Hizo el mismo oficio en Galicia contra los normandos y en Portugal contra los moros. Por los cuales servicios se dice allí que el rey le dio tierras del valle de Mondoñedo y le señaló por armas dos leones echados con ocho eslabones alrededor..."
"...Los gallegos comenzaron a llamar a este valle, el valle de don Lorenzo y doña Ana, el valle de Lorenzana como hoy se llama..."
"...un hijo de Lorenzo y Ana se llamó Alonso de Lorenzana y fue Capitán General del rey don Ordoño, hijo de don Ramiro...Ganó una gran batalla contra los moros, que habían tomado la villa de Albelda, venciendo a 60.000 de ellos...Este don Alonso fue el primero que se quedó en León por causa de su mujer Blanca que se negó a vivir en Galicia..."
"...Alonso y Blanca tuvieon dos hijos Rodrigo y Alonso. De ellos descienden los señores condes de Puente de Eume y el conde don Sancho, el cual edificó un Monasterio en aquel valle de Lorenzana..."
Estos datos han sido transmitidos por genealogistas posteriores:
-López de Haro (1622)
-Piferrer (1857)
-García Carrafa (1919)
-Marqués de Alcedo: "Quiñones de León" (1918)
Casa condal gallega, origen del linaje Lorenzana
-Gutierre de Osorio, c/ Elvira, coetáneo de Ramiro I
-Osorio Gutiérrez (890-920), hijo de Gutierre, conde
-Hermenegildo Gutiérrez (+912), hijo de Gutierre, c/ Ermesinda Gatóniz
-Gutierre Osóriz, hijo de Osorio, conde c/ Ildonza, hija de Hermenegildo Gutiérrez
-Elvira Menéndez, hija de Hermenegildo Gutiérrez, c/ Ordoño II de León
-Osorio Gutiérrez, hijo de Gutierre Osóriz, conde fundador del monasterio de San salvador de Villanueva de Lorenzana (Lugo)
-Adosinda, hija de Gutierre Osóriz, c/ Ramiro II de León
-Ramiro II, hijo de Elvira Menéndez y Ordoño II
Origen documentado de los Lorenzana leoneses
Durante el reinado de Juan II, encontramos como jefe de la familia leonesa a Lope Rodríguez de Lorenzana "el de la Rua", junto a su cuñado el caballero don Suero de Quiñones durante las querellas entre la estirpe Lorenzana, los Quiñones y los Guzmanes de Toral.
En 1521, el comendador Diego de Lorenzana fue comisionado por la ciudad de León para presentar excusas al emperador CarlosV por haber tomado parte en el levantamiento de las Comunidades.
En 1642, otro pariente del cardenal, Álvaro de Quiñones Osorio y Lorenzana. gobernador de Guatemala es premiado con la dignidad de marqués de Lorenzana por Felipe IV.

Francisco Antonio de Lorenzana
Cardenal de la Iglesia Católica
Fuente: Wikipedia
Francisco Antonio de Lorenzana y Butrón (León 1722-Roma 1804), cardenal, historiador, liturgista y humanista ilustrado español, hermano del deán de Zaragoza y obispo de Gerona Tomás de Lorenzana.
Tras completar sus estudios en el colegio jesuita de su ciudad natal, entró al estado eclesiástico y alcanzó una canonjía en Toledo. Desde el 5 de junio de 1765 al 14 de abril de 1766 asumió el obispado de Plasencia.. De ideología acentuadamente regalista, impulsó la expulsión de los jesuitas en 1767. Desde el 14 de abril de 1766 al 27 de enero de 1772 asumió el arzobispado de México, donde desplegó una energía y capacidad de trabajo tales que se hizo tan famoso como temido, sobre todo por los conventos de monjas, cuyos estatutos intentó reformar, y por los jesuitas, contra los cuales chocó desde el principio. Supo conjugar la fe católica con el reformismo ilustrado e intereses sociales e incluso científicos.
Recogió y publicó las actas de los primeros concilios provinciales de México en 1555, 1565 y 1585: Concilios provinciales, I, II, III, de México (México, 1769-70). En 1771 él mismo convocó el cuarto concilio provincial mexicano, que comenzó el 13 de enero y terminó el 26 de octubre. Desafortunadamente sus decretos, que envió a Madrid para ser confirmados, no fueron aprobados por los monarcas ni por el Papa y quedaron sin publicar. También se dedicó a la historia profana escribiendo y anotando prolija y eruditamente una Historia de la Nueva España, escrita por su esclarecido conquistador Hernán Cortés (México 1770) que incluye la primera edición mexicana de las Cartas de Relación de Hernán Cortés, con importantes mapas y ampliaciones con textos de Lorenzo Boturini Benaducci y fray Agustin de Betancourt.
Vuelve a España en 1772 como Arzobispo de Toledo hasta el año 1800, en que renunció al puesto en teoría por razones de salud, si bien la causa verdadera eran sus conflictivas relaciones y roces con el valido Manuel Godoy. En Toledo reunió una gran biblioteca que hizo pública en 1771 y levantó un apropiado y funcional edificio para la misma. Formó una colección de 379 incunables, cerca de mil manuscritos de los siglos XI al XIX y más de 100.000 libros impresos entre el siglo XVI y el XIX, que constituyeron el núcleo de la Biblioteca Pública del Estado en Toledo, integrada en 1998 en la actual gran Biblioteca de Castilla-La Mancha, sita en el Alcázar de Toledo.
Buscó y preparó la edición de los antiguos escritores hispano-latinos toledanos, que apareció publicada bajo el título SS. Patrum Toletanorum opera (Madrid,1782-93). Asimismo preparó la edición del breviario gótico del rito mozárabe, Breviarium Gothicum (Madrid, 1775), y del misal mozárabe Missale Gothicum (Roma,1804). En las introducciones a estas ediciones discurre con gran erudición sobre liturgia mozárabe. Mandó realizar las llamadas Descripciones o Relaciones de Lorenzana (1784), un cuestionario de catorce preguntas al que debían contestar los vicarios, jueces eclesiásticos y curas párrocos del arzobispado para recabar información de todo tipo sobre la archidiócesis, sobre aspectos tan variados como los sistemas de cultivos, las limitaciones climáticas, la comercialización de los productos, la bondad de sus aguas o la enfermedad más común que se sufría en su pueblo, entre otras informaciones fundamentalmente de naturaleza geográfica. El manuscrito con las respuestas se conserva en el Archivo Diocesano de Toledo. Y junto al interés por el presente de su diócesis, sintió casi el mismo por su pasado medieval: quiso editar las obras de primitivos autores cristianos toledanos venerados en Toledo, como San Eugenio, Eulogio, San Ildefonso y Julián de Toledo, pero también recuperó el Manus fortis de Maimónides.  La ingente tarea fue posible gracias a la colaboración de importantes eruditos, como su bibliotecario Pedro Manuel Hernández, el padre Enrique Flórez, Francisco Pérez Bayer, Faustino Arévalo o Francisco de Santiago Palomares.
Consciente del espíritu de su siglo, Francisco Antonio de Lorenzana creó también un gabinete de historia natural y un museo de antigüedades (durante su estancia en México reunió una interesante colección de objetos etnográficos procedentes de los indios de California, cuadros de mestizaje pintados en Puebla de los Ángeles, piezas de cerámica de Tonalá (Guadalajara) y bateas de Michoacán, que trasladó a Toledo, desde donde se dispersaron por diferentes instituciones españolas). Por otra parte, encomendó al académico alicantino Ignacio Haan la construcción de un nuevo edificio para la Real Universidad de Toledo, el hoy llamado Palacio del Cardenal Lorenzana, y la rehabilitación del Palacio Arzobispal, así como la construcción del Hospital del Nuncio Nuevo y la Puerta Llana de la catedral. La Biblioteca Arzobispal, de gran importancia y abultada por los fondos exclaustrados de los jesuitas, se vio enriquecida con el Fuero Juzgo. Entre 1794 y 1797 fue nombrado Inquisidor General. Según Marcelino Menéndez Pelayo, se había dejado manipular por diversos intrigantes contra Manuel Godoy: El cardenal Lorenzana tuvo en 1796 el valor laudable de admitir tres denuncias que otros tantos frailes le presentaron contra el Príncipe de la Paz como sospechoso de bigamia y ateísmo y pecador público y escandaloso. El arzobispo de Sevilla, D. Antonio Despuig y Dameto, famoso como arqueólogo y fundador del museo de Raxa, y el obispo de Ávila, Muzquiz, confesor de la reina, juntaron sus esfuerzos contra el privado y acabaron de persuadir a Lorenzana, varón virtuoso y muy docto, pero que pasaba por tímido e irresoluto, a emprender la instrucción secreta que debía preceder al mandamiento de prisión. Llorente refiere, aunque su narración parece novelesca y poco creíble, que Bonaparte interceptó en Génova un correo de Italia en que venían cartas del nuncio Vincenti al arzobispo Despuig sobre este negocio y que, deseoso de congraciarse con Godoy, las puso en sus manos por medio del general Pérignon, embajador de la república francesa en Madrid. A consecuencia de esto fueron desterrados de España Lorenzana, Despuig y Muzquiz en 14 de marzo de 1797 con el irrisorio pretexto de mandarlos a consolar a Pío VI. Lorenzana murió en Roma después de haber mostrado magnificencia, digna de un príncipe italiano del Renacimiento, en costear las ediciones críticas que hizo el P. Arévalo de San Isidoro, de Prudencio, de Draconcio y de otros monumentos de nuestra primitiva Iglesia. Nunca logró volver a España; se le obligó a renunciar la mitra y le sustituyó el infante D. Luis de Borbón.
En efecto, Lorenzana fue un gran mecenas y protegió y alentó en Roma los proyectos del jesuita expulso, filólogo y humanista extremeño Faustino Arévalo, muy parecidos a los suyos, y le tuvo como secretario hasta su muerte. Al acaecer la misma, Arévalo pronunció su elogio fúnebre. En gran parte la edición de Arévalo de las S. Isidori Hispalensis Opera Omnia (Roma, 1797-1803) se debió a su empeño personal. 
Su labor social fue memorable, aunque sus sucesores no supieron estar a la altura del formidable impulso que dio a estas empresas; fundó dos hospicios, en Toledo y Ciudad Real, en los que además se instruía a los menesterosos en faenas para que se ganaran la vida con una idea típicamente ilustrada de los beneficios que reporta la caridad activa. Acogió a los religiosos franceses emigrados por la Revolución francesa. Fue nombrado cardenal el 30 de marzo de 1789 por Pío VI y tras participar en el cónclave tras su fallecimiento (1799-1800), renunció a su arzobispado y acompañó al antiguo cardenal Chiaramonti y nuevo Papa Pío VII a Roma y allí permaneció hasta su muerte. En 1801 fundó una nueva Academia Católica en la Ciudad Eterna. A su muerte nombró como herederos suyos a todos los pobres. Su sepulcro está en Roma, pero fue trasladado a la Ciudad de México. En la sala capitular de la Catedral de Toledo se conserva el retrato del cardenal, realizado por el pintor Zacarías González Velázquez.

Escuela de Estudios Hispanoamericanos-CSIC
Salvador Bernabéu Albert 
Eclesiástico español, obispo de Plasencia (Cáceres) y arzobispo de México y Toledo, nacido en León en 1722 y muerto en Roma en 1803. Descendiente de una ilustre familia, Francisco Antonio fue bautizado en la ciudad de León el 22 de septiembre de 1722. Era el tercer hijo de Jacinto de Lorenzana y Varela, regidor perpetuo de la ciudad, y de María Josefa de Salazar Taranco, quienes tuvieron otros cuatro vástagos. Los padrinos fueron su tío Atanasio de Lorenzana, canónigo de la catedral de León, y Micaela, su hermana. Otro hermano, Tomás de Lorenzana, llegó a ser deán de la catedral de Zaragoza y obispo de Gerona. Huérfano de padre a la edad de nueve años, Francisco Antonio fue inscrito en el estudio de gramática que la Compañía de Jesús regentaba en su ciudad natal. Su tío Anastasio lo llevó posteriormente al convictorio del priorato benedictino de San Andrés de Espinareda, en el Bierzo leonés, donde recibió la tonsura, grado preparatorio para recibir órdenes menores, el 23 de abril de 1734. El 8 de marzo de 1739 obtuvo el grado de bachiller en artes, y un año después se trasladó a Valladolid para continuar sus estudios en la universidad. El 19 de noviembre de 1742 consiguió el grado de bachiller cesáreo civilista en la universidad de Santa Catalina de Burgo de Osma (Soria), y el 24 de noviembre de 1744, tras superar varias pruebas, ingresó en el Gimnasio Canónigo-Civil de Santo Tomás (Valladolid), escuela de práctica jurídica en la que tuvo de tutor a Juan Antonio Sáenz de Santa María, catedrático y futuro vicario general de la catedral de Toledo.
En el otoño de 1748, Lorenzana se trasladó a Salamanca para licenciarse en leyes. En esta ciudad permaneció tres años, durante los cuales residió en el elitista Colegio Mayor de San Salvador de Oviedo. En él conoció a personajes de la talla de José Nicolás de Azara, futuro embajador en Roma. En 1751 obtuvo por oposición una canongía en la catedral de Sigüenza, en donde realizó un inventario de los libros y documentos antiguos y un catálogo de las reliquias y alhajas de la diócesis. El 23 de julio de 1755, Lorenzana se trasladó a Toledo, en cuya catedral alcanzó notables puestos (vicario general, vicetesorero y deán). En el cabildo coincidió con importantes eclesiásticos de la España del XVIII, como José Javier Rodríguez de Arellano, Juan Sáenz de Buruaga o su amigo Francisco Fabián y Fueros. Con este último, a quien conoció en la catedral de Sigüenza, formó una academia de historia eclesiástica e inició varias investigaciones históricas y lingüísticas, que dieron como resultado la edición de primitivos concilios toledanos y la célebre Missa Gótica seu Mozarabica, misal mozárabe publicado en Puebla de Los Ángeles en 1770, durante su etapa mexicana.
En 1765, Lorenzana fue nombrado obispo de Plasencia (Cáceres) por Carlos III, ciudad en donde residió pocos meses, pues al año siguiente fue elegido vigésimo cuarto arzobispo de México. El 23 de julio de 1766 entró en la capital del virreinato de la Nueva España. Tomó posesión el 22 de agosto. En la travesía transatlántica había viajado con el nuevo virrey, marqués de Croix, quien entró en la capital mexicana semanas más tarde. Ambas autoridades colaborarían en diversas empresas, contando con la ayuda del obispo de la Puebla, Francisco Fabián y Fueros, y del visitador general José de Gálvez. Sin duda, la medida más difícil que tuvieron que afrontar estas autoridades del virreinato fue la expulsión de los jesuitas (24 de junio de 1767). En los meses siguientes redactaría hasta tres cartas pastorales para desterrar la doctrina de los jesuitas y detener el descontento popular por su destierro. La administración de las posesiones y bienes de los jesuitas y la sustitución de misioneros y sacerdotes en el centro y norte del virreinato crearon muchos problemas al arzobispo, cuya imagen salió muy perjudicada por los ataques y sátiras promovidos por los contrarios a la expulsión.
Las empresas y reformas de Lorenzana en México fueron muy numerosas, desde el toque de las campanas a lo largo del día a la disposición de los pobres a la entrada de la iglesia catedral. Mandó elaborar un nuevo atlas de su inmensa diócesis (doscientos dos curatos, dieciocho misiones, mil presbíteros y mil trescientos religiosos), la que visitó para mejorar la administración, y realizó una nueva división de las parroquias mexicanas. En estos trabajos contó con la colaboración del sacerdote ilustrado José Antonio de Alzate. También fundó una Casa de Expósitos y Hospicio de Pobres, cuyos internos llevaron el apellido Lorenzana en recuerdo del arzobispo.
Con el fin de restaurar la vida común en los conventos femeninos, Lorenzana escribió varias cartas pastorales y edictos con el fin de reducir las criadas, impedir la venta de celdas, conducir a las monjas a la oración y la comida en común y desterrar las doctrinas jesuitas, lo que provocó varios conflictos con las monjas rebeldes, llamadas “apasionadas”. También tuvo conflictos con la secularización de los curatos, cuestión que venía preocupando a otros antecesores en el cargo. Como colofón de estas empresas, impulsó la celebración del IV Concilio Mexicano (1771), en donde se debatió y legisló sobre la castellanización y evangelización de los indígenas, la reforma de los tribunales judiciales y de las ceremonias abusivas, la fijación de nuevos aranceles, el destierro de las doctrinas jesuitas, el estado de las órdenes religiosas, la disciplina eclesiástica, la beatificación de Palafox, la pintura de imágenes religiosas y la erección de un obispado en Nuevo León, situado al noreste del virreinato mexicano. Aunque contó con la colaboración de las autoridades locales, las relaciones con el virrey no siempre fueron buenas. Se enfrentaron por el apoyo del marqués de Croix al sacristán mayor de la catedral, José Antonio Pinedo, acusado de absentista, y se distanciaron por problemas de protocolo en la inauguración del IV Concilio Provincial.
Como buen ilustrado, Lorenzana se preocupó por el pasado de México. En 1770 publicó la Historia de Nueva España escrita por su esclarecido conquistador, Hernán Cortés, aumentada con otros documentos y notas. En realidad, se trataba de una edición parcial de las cartas de relación que escribiese en el siglo XVI el célebre conquistador extremeño, ilustradas con 478 notas redactadas por el propio arzobispo, en las que demostró su interés por el pasado indígena y las peculiaridades geográficas del territorio. También editó las actas de los primeros concilios mexicanos, acompañadas de varias biografías de todos los arzobispos que le precedieron.
Nombrado arzobispo de Toledo, Lorenzana dejó la capital mexicana en marzo de 1772 y llegó a su nueva sede el 3 de octubre siguiente. De nuevo, el conocimiento del arzobispado (llegó a visitar Orán en 1786) y las reformas en la administración y las finanzas fueron completadas con un programa artístico e histórico que dejó profunda huella en Toledo. Partidario de los gustos neoclásicos, construyó varias capillas en la catedral, quitó adornos superfluos, adquirió lienzos de afamados autores (Francisco Bayeu y Mariano Maella, por ejemplo) y reformó las tres principales puertas del templo catedralicio: el Perdón, los Leones y el Niño Perdido o Reloj. Sin embargo, el impulso de Lorenzana se repartiría por toda la ciudad: el Alcázar (1774-1776), la Fonda de la Caridad (1774), el Nuevo Hospital de Dementes (1790-93), el Hospital de San Juan de Dios (1790), las reformas del palacio arzobispal, la universidad y los accesos hacia el Miradero desde la puerta de Biznaga. Para estas labores, Lorenzana contrató a artistas de la talla de Ignacio Haan o Ventura Rodríguez. Este último construyó, dentro del palacio arzobispal, varias dependencias destinadas a la biblioteca arzobispal y a gabinetes de historia natural y de antigüedades, en donde se dispusieron los fondos secuestrados a la Compañía de Jesús y otras donaciones particulares.
También Ventura Rodríguez sería el encargado de reconstruir el antiguo alcázar, incendiado por los portugueses durante la Guerra de Sucesión, para transformarlo en la Real Casa de Caridad. Las obras se iniciaron el 26 de febrero de 1774 y quedó inaugurado el 15 de julio de 1776. En el edificio se instalaron fábricas de seda, lino, lana y esparto, y una escuela para enseñar a los internos, quienes podían perfeccionar los oficios, tras cinco años de aprendizaje, en la Escuela de Nobles Artes con clases de arquitectura, pintura y escultura. El alcázar, destinado a educar y socorrer a los pobres, se convirtió en una institución modelo de la beneficencia ilustrada, que la Corona y la Iglesia intentaron expandir por España y América. Con el fin de socorrer a los pobres de Ciudad Real, se levantó la Real Casa de Caridad, que fue inaugurada por Lorenzana el 30 de abril de 1788.
Sus aficiones históricas adquirieron también nuevos impulsos, contando con las enormes riquezas de arzobispado. Estas obras se vieron completadas con la promoción de las devociones al Santo Niño de la Guarda, san Eugenio y santa Leocadia, y la edición del Breviarium gothicum secundum regulam Beatissimi Isidori Archiepiscopi Hispalensis (Madrid, imprenta de Joaquín Ibarra, 1775) y de las Obras Completas de los Santos Padres Toledanos (1793) empresa para la que se rodeó de varios eruditos como el padre Flórez o su bibliotecario, Pedro Manuel Hernández.
Seguidor de santo Tomás de Aquino y simpatizante de algunas de las máximas jansenistas, como la moralidad del clero, la vuelta al cristianismo primitivo y el reforzamiento de la jurisdicción episcopal frente a la autoridad de Roma, Lorenzana fue fiel al programa reformista de Carlos III y Carlos IV, si bien esta fidelidad no le privó del aislamiento y el ostracismo en los últimos años de su vida. Nombrado cardenal por Pío VI el 30 de marzo de 1789, fue enviado a Italia en 1797, tras un intento de procesar a Manuel Godoy, junto al arzobispo de Sevilla y al confesor de la reina. El 14 de septiembre de 1800 se instaló en Roma tras una breve estancia en Venecia para elegir al sucesor del papa Pío VI. El arzobispo se alojó en un palacio de la plaza de Venecia, y se dedicó a cumplir con los preceptos religiosos, deleitarse con los estudios literarios y practicar la beneficencia. El 17 de abril de 1804 murió a la edad de ochenta y dos años. Tres días después, su cuerpo fue enterrado en el coro de la iglesia de la Santa Cruz de Jerusalén. El 18 de septiembre de 1956, sus restos fueron trasladados a la cripta de arzobispos de la catedral de México. Durante su estancia en Roma, Lorenzana adquirió una parte de la colección de manuscritos que había coleccionado el cardenal Zelada.
Bibliografía
HIGUERUELA DEL PINO, Luis. “Don Francisco Antonio de Lorenzana, Cardenal ilustrado”, en Toletum, 23, 1989 (pp. 161-191).
LORENZANA, Francisco Antonio. Historia de Nueva España escrita por un esclarecido conquistador, Hernán Cortés, aumentada con otros documentos y notas. Edición facsimilar del original de 1770. (México: Universidad Castilla-La Mancha y Miguel Angel Porrúa, 1992).
MALAGÓN, Javier. “Los escritos del cardenal Lorenzana”, en Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 4, 1970 (pp. 223-263).
SÁNCHEZ SÁNCHEZ, Isidoro (coordinador). El cardenal Lorenzana y la Universidad de Castilla-La Mancha. (Ciudad Real: Universidad de Castilla-La Mancha, 1999).
SANTOS VAQUERO, A. La Real Casa de Caridad de Toledo: Una institución ilustrada.(Toledo: Diputación Provincial, 1994).
SIERRA NAVA-LASA, Luis. El cardenal Lorenzana y la Ilustración. (Madrid: Fundación Universitaria Española, 1975).
ZAHINO PEÑAFORT, Luisa (recopiladora). El cardenal Lorenzana y el IV Concilio Provincial Mexicano. (México: Miguel Angel Porrúa-UNAM-Universidad de Castilla La Mancha-Cortes de Castilla-La Mancha, 1999).
Fuente:
Salvador Bernabéu Albert-Escuela Estudios Hispanoamericanos CSIC

Arte Español del Siglo XVIII
 Ismael Gutiérrez Pastor
Recién vuelto de México, el cardenal D. Francisco Antonio Lorenzana, arzobispo de Toledo (1772-1804), nombró a Ventura Rodríguez Maestro Mayor de la Catedral (1772) y promovió la reforma de su fachada principal, cuyos proyectos presentó el arquitecto en 1773, siendo rechazados por el Cabildo. Era un pórtico o pronaos extendido entre la torre y la capilla mozárabe, con un frontis exástilo de columnas con fustes estriados y capitel compuesto, sobre altos pedestales; presentaba a los lados un intercolumnio alineado con la torre y en él centró un saliente tetrástilo de columnas dobladas. El entablamento y ático con esculturas se adaptaba a la planta, fusionándose con un templete de pilastras, frontón recto y candeleros, que integraba sin alterarlo el rosetón gótico. Por si quedara duda de cuáles seguían siendo sus postulados estéticos, en la memoria explicativa Rodríguez recurrió a ejemplos de basílicas romanas, renovadas con pórticos barrocos como San Juan de Letrán (A. Galilei), Santa María la Mayor (F. Fuga) y Santa Cruz de Jerusalén (D. Gregorini), detectándose también rasgos palladianos en la columnata y herrerianos en el escalonamiento de los dos niveles, como ya había ideado en El Burgo de Osma. El mensaje era claro: si los cardenales romanos habían renovado sus basílicas con pórticos, la Catedral Primada podía hacer lo mismo, aunque de hecho los canónigos rechazaron la idea. 
El orden corintio era el adecuado a la Virgen, titular de la Catedral, siendo Rodríguez coherente con el uso modal clásico-barroco, como volvería a poner de manifiesto en el Patio del Colegio de Doncellas Nobles (1775), con doble galería superpuesta de corintio y compuesto, o en la Capilla del Palacio Arzobispal (hacia 1776), que junto a la reforma del Alcázar para hospicio (1773) y los retablos de la Capilla de Reyes Nuevos (hacia 1775), cuya estructura es idéntica a la de los cuerpos laterales de S. Maria della Pace de P. da Cortona y de San Ildefonso (1777), fueron las obras más importantes ejecutadas en Toledo.

Semblanza de un gran arzobispo de Toledo en tiempos de la Ilustración
Ángel Fernández Collado  
El acercamiento a un personaje histórico, un cardenal ix con una importante presencia en la sociedad intelectual, cultural y civil de su tiempo y con una influencia decisiva en la Iglesia por su actividad pastoral, caritativa, cultural y de gobierno, requiere siempre una actitud de gran respeto y responsabilidad. Semejante tarea conlleva a la vez un sentimiento profundo de gozo y complacencia interior al contemplar cómo alguien se va convirtiendo en persona de valía e influencia en la medida en que, conscientemente, adquiere valores, conocimientos y saberes tanto humanos como cristianos; se abre a la realidad concreta de las personas y del tiempo en que le toca vivir y se inserta en la misma, apreciando sus valores y transformándola en algo mejor y más útil a todos; y se deja engrandecer por la gracia del espíritu del Señor en su vida, pudiendo ser así un buen modelo y pastor de su rebaño, una manifestación del ejercicio de la caridad cristiana y un entusiasmado impulsor de las ciencias, las artes, las letras, la historia y la cultura. Me estoy refiriendo ciertamente a la persona de don Francisco Antonio de Lorenzana y Butrón, arzobispo de Toledo, primado de España y cardenal de la Iglesia. Han sido muchos autores los que en los últimos años se han interesado por conocer la figura y la actividad tanto cultural como pastoral del culto y magnánimo arzobispo toledano. Cada uno lo ha hecho desde su ámbito de conocimiento e interés, pero todos coinciden en la grandeza de su persona y la importancia de sus proyectos y logros. Así, el doctor Gregorio Marañón en su obra Elogio y nostalgia de Toledo lo presenta como uno de los grandes arzobispos que han regido la Iglesia toledana y cuya memoria ha quedado grabada en la historia de España por las importantes y grandes obras que realizó y que siguen hablando de su buen hacer hasta nuestros días: «Lorenzana, todo patriotismo, pacifismo y caridad, ha sido para mí uno de los más grandes señores de la Iglesia española; más grande, en ciertos aspectos, que [los cardenales] Mendoza y Cisneros, cuyas glorias políticas y guerreras admiro, pero siempre que las oigo referir las comparo y salen perdiendo con las [obras] del cardenal de los telares de seda y de lino»1 . Por su parte, el doctor don Francisco Antonio Gonzá- lez, en la oración fúnebre pronunciada a los pocos días del fallecimiento de Lorenzana, lo recordaba con estas expresiones que hoy día siguen teniendo validez: «La muerte, tributo impuesto al primer hombre, arrebató del mundo al eminentísimo Lorenzana, pero no pudo arrebatar sus virtudes heroicas. Viven todavía, viven su piedad y su celo en un alma grande que, dirigida y educada según sus principios y máximas, ha gobernado el rebaño de Jesucristo por El cardenal Francisco Antonio de Lorenzana. Semblanza de un gran arzobispo de Toledo en tiempos de la Ilustración Ángel Fernández Collado las sendas de la verdad; ... Viven asimismo su esplendidez y protección en tantos corazones reconocidos, en tantos domicilios piadosos erigidos para amparo de la humanidad afligida. Vive finalmente su caridad en las dos Casas [de Caridad] de Ciudad Real y Toledo, con las que se ha mostrado tan liberal al tiempo de su fallecimiento»2 . Y, como un anticipo de lo que posteriormente dirían de él respecto a su atención y cuidado de su clero y fieles como arzobispo y pastor diocesano de Toledo, escribía él mismo en una de sus primeras cartas pastorales nada más llegar a la archidiócesis: «La gloria de un padre es el hijo sabio y bien educado; y la gloria, la corona y verdadero honor de un obispo es la instrucción de su Clero [y sus fieles], su buena vida y ejemplo. Las piedras preciosas de la Mitra de un Prelado son las virtudes de los sacerdotes de su diócesi[s] y sus santos ejercicios en beneficio de los fieles; el Báculo pastoral lo sostienen los sacerdotes para que, como Pastor mayor de todo el Rebaño, [sea] bien gobernado y todos [le] ayuden a dirigirle por pastos saludables»3 . En un ambiente ilustrado El siglo XVIII es el siglo de la Ilustración4 , y en él se encuentra inmersa y se desarrolla la mayor parte de la vida consciente y activa del cardenal don Francisco Antonio de Lorenzana. Se suele presentar al cardenal como un eclesiástico ilustrado. Sin embargo, el término no se le puede aplicar en toda su extensión, y menos aún en su concepción enciclopedista de persona eminentemente racionalista y naturalista, atea, contraria a los dogmas, a la Iglesia y a la intervención de Dios en el mundo. Nada más lejos de la personalidad de Lorenzana. Sin embargo, al conocer sus numerosísimas obras de caridad, de promoción humana, de conocimiento y difusión del pensamiento, de las artes y de la cultura, su interés por el glorioso pasado cristiano en España, por el bien público en sus diferentes manifestaciones, por el cultivo de las ciencias naturales, exactas e históricas, y sus predicaciones, sermones e instrucciones al clero y al pueblo, sí podemos decir que algunos aspectos del llamado despotismo ilustrado del siglo XVIII están presentes en su vida y obras. Aunque, sin duda, los aspectos que realmente marcaron el conjunto de sus actuaciones como arzobispo y como hombre de gobierno en la Iglesia fueron la caridad hacia los más necesitados y la promoción social y cultural de las gentes
El acercamiento a un personaje histórico, un cardenal ix con una importante presencia en la sociedad intelectual, cultural y civil de su tiempo y con una influencia decisiva en la Iglesia por su actividad pastoral, caritativa, cultural y de gobierno, requiere siempre una actitud de gran respeto y responsabilidad. Semejante tarea conlleva a la vez un sentimiento profundo de gozo y complacencia interior al contemplar cómo alguien se va convirtiendo en persona de valía e influencia en la medida en que, conscientemente, adquiere valores, conocimientos y saberes tanto humanos como cristianos; se abre a la realidad concreta de las personas y del tiempo en que le toca vivir y se inserta en la misma, apreciando sus valores y transformándola en algo mejor y más útil a todos; y se deja engrandecer por la gracia del espíritu del Señor en su vida, pudiendo ser así un buen modelo y pastor de su rebaño, una manifestación del ejercicio de la caridad cristiana y un entusiasmado impulsor de las ciencias, las artes, las letras, la historia y la cultura. Me estoy refiriendo ciertamente a la persona de don Francisco Antonio de Lorenzana y Butrón, arzobispo de Toledo, primado de España y cardenal de la Iglesia. Han sido muchos autores los que en los últimos años se han interesado por conocer la figura y la actividad tanto cultural como pastoral del culto y magnánimo arzobispo toledano. Cada uno lo ha hecho desde su ámbito de conocimiento e interés, pero todos coinciden en la grandeza de su persona y la importancia de sus proyectos y logros. Así, el doctor Gregorio Marañón en su obra Elogio y nostalgia de Toledo lo presenta como uno de los grandes arzobispos que han regido la Iglesia toledana y cuya memoria ha quedado grabada en la historia de España por las importantes y grandes obras que realizó y que siguen hablando de su buen hacer hasta nuestros días: «Lorenzana, todo patriotismo, pacifismo y caridad, ha sido para mí uno de los más grandes señores de la Iglesia española; más grande, en ciertos aspectos, que [los cardenales] Mendoza y Cisneros, cuyas glorias políticas y guerreras admiro, pero siempre que las oigo referir las comparo y salen perdiendo con las [obras] del cardenal de los telares de seda y de lino»1 . Por su parte, el doctor don Francisco Antonio Gonzá- lez, en la oración fúnebre pronunciada a los pocos días del fallecimiento de Lorenzana, lo recordaba con estas expresiones que hoy día siguen teniendo validez: «La muerte, tributo impuesto al primer hombre, arrebató del mundo al eminentísimo Lorenzana, pero no pudo arrebatar sus virtudes heroicas. Viven todavía, viven su piedad y su celo en un alma grande que, dirigida y educada según sus principios y máximas, ha gobernado el rebaño de Jesucristo por El cardenal Francisco Antonio de Lorenzana. Semblanza de un gran arzobispo de Toledo en tiempos de la Ilustración Ángel Fernández Collado las sendas de la verdad; ... Viven asimismo su esplendidez y protección en tantos corazones reconocidos, en tantos domicilios piadosos erigidos para amparo de la humanidad afligida. Vive finalmente su caridad en las dos Casas [de Caridad] de Ciudad Real y Toledo, con las que se ha mostrado tan liberal al tiempo de su fallecimiento»2 . Y, como un anticipo de lo que posteriormente dirían de él respecto a su atención y cuidado de su clero y fieles como arzobispo y pastor diocesano de Toledo, escribía él mismo en una de sus primeras cartas pastorales nada más llegar a la archidiócesis: «La gloria de un padre es el hijo sabio y bien educado; y la gloria, la corona y verdadero honor de un obispo es la instrucción de su Clero [y sus fieles], su buena vida y ejemplo. Las piedras preciosas de la Mitra de un Prelado son las virtudes de los sacerdotes de su diócesi[s] y sus santos ejercicios en beneficio de los fieles; el Báculo pastoral lo sostienen los sacerdotes para que, como Pastor mayor de todo el Rebaño, [sea] bien gobernado y todos [le] ayuden a dirigirle por pastos saludables»3 . En un ambiente ilustrado El siglo XVIII es el siglo de la Ilustración4 , y en él se encuentra inmersa y se desarrolla la mayor parte de la vida consciente y activa del cardenal don Francisco Antonio de Lorenzana. Se suele presentar al cardenal como un eclesiástico ilustrado. Sin embargo, el término no se le puede aplicar en toda su extensión, y menos aún en su concepción enciclopedista de persona eminentemente racionalista y naturalista, atea, contraria a los dogmas, a la Iglesia y a la intervención de Dios en el mundo. Nada más lejos de la personalidad de Lorenzana. Sin embargo, al conocer sus numerosísimas obras de caridad, de promoción humana, de conocimiento y difusión del pensamiento, de las artes y de la cultura, su interés por el glorioso pasado cristiano en España, por el bien público en sus diferentes manifestaciones, por el cultivo de las ciencias naturales, exactas e históricas, y sus predicaciones, sermones e instrucciones al clero y al pueblo, sí podemos decir que algunos aspectos del llamado despotismo ilustrado del siglo XVIII están presentes en su vida y obras. Aunque, sin duda, los aspectos que realmente marcaron el conjunto de sus actuaciones como arzobispo y como hombre de gobierno en la Iglesia fueron la caridad hacia los más necesitados y la promoción social y cultural de las gentes.
Escuela española de Historia y Arqueología en Roma-CSIC 
Cándido de la Cruz Alcañiz
Francisco Antonio de Lorenzana y Buitrón (1722-1804), como personaje histórico, genera una proyección advertida en una imagen continuada. Damos a conocer y analizamos los retratos de su etapa como arzobispo de México (1766-1772) y como arzobispo de Toledo (1772-1800), testimonios de su actividad social. Ver texto e imágenes...AQUÍ

Manuscritos miniados en colecciones españolas
 Elena De Laurentiis-Emilia Anna Talamo
En 1798, el cardenal Francisco Antonio de Lorenzana compró en Roma diversos códices litúrgicos procedentes de la Sacristía de la Capilla Sixtina, y los envió a España para salvarlos de la «maxima in Urbis direptione». La localización en Toledo de estos espléndidos códices miniados, todavía íntegros y perfecta mente conservados, ha permitido reconstruir y presentar, al menos en parte, lo que en tiempos constituyó uno de los núcleos de manuscritos litúrgicos más importantes y valiosos del patrimonio bibliográfico pontificio. Este volumen está concebido como catálogo sistemático de todos los códices sixtinos recuperados por el cardenal Lorenzana y actualmente conservados en la Catedral de Toledo y en la Biblioteca de CastillaLa Mancha de la misma ciudad, así como en la Biblioteca Nacional de España. El catálogo incluye códices de los siglos XI al XVIII realizados para ser utilizados por papas, cardenales y obispos durante los oficios litúrgicos celebrados en la Capilla Sixtina y en la basílica vaticana. La riqueza de las decoraciones miniadas y el valor de las encuadernaciones –en las que aparecen los escudos de los propietarios de los códices– confirman el prestigio de sus antiguos dueños, entre los que se cuentan el cardenal Pietro Barbo, luego papa Pablo II, los cardenales Jean Balue, Girolamo Basso Della Rovere, Francisco de Borja o Antoniotto Pallavicini, y los papas Julio II, Clemente VII, Pío V, Urbano VIII y Alejandro VII. Los ensayos introductorios abordan las cuestiones relacionadas con el fondo de la Sacristía Sixtina, los avatares de su dispersión y su recuperación gracias al prelado español, y el resto están dedicados al estudio de la situación de la miniatura en Roma durante los siglos XVI y XVII, con especial atención al pontificado de Urbano VIII Barberini (1623-1644). A través de la reconstrucción de la figura y la personalidad artística de algunos miniaturistas implicados en la elaboración de los códices de este papa, el lector se encontrará inmerso en la tupida red de relaciones entre la refinada corte pontificia y el ambiente artístico y anticuario de la época, en el que vieron la luz el Museo Cartaceo de Cassiano dal Pozzo y la Roma sotterranea de Antonio Bosio. El libro incluye además un importante aparato documental y la reconstrucción de las localizaciones actuales de los códices, folios arrancados y miniaturas procedentes del fondo vaticano, rastreados a partir de los inventarios de la Sacristía de 1547 y 1714, así como del catálogo de la venta de la colección de miniaturas del abate Luigi Celotti (Christie’s, Londres, 26 de mayo de 1825).
Elena De Laurentiis, profesora de Historia del Arte en la Universidad de Génova, se especializó en Historia del Arte Medieval y Moderno en la Universidad de Pisa y completó sus estudios en la Universidad Autónoma de Madrid. Desde 1997 desarrolla sus investigaciones sobre todo en el campo de la miniatura italiana y española de los siglos XVI y XVII. Es autora de diversos artículos aparecidos en revistas internacionales especializadas, monografías y catálogos de exposición, donde ha publicado novedades y obras inéditas de Giulio Clovio (1998), Giovanni Battista Castello el Genovés y los miniaturistas del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (2000 , 2002), Luis Lagarto (2002) y Francesco da Castello (2006). Desde 2007 es miembro de la Sociedad Internacional de Estudios de Historia de la Miniatura.
Emilia Anna Talamo, catedrática de Historia del Arte Moderno en la Universidad de Calabria. Desde 1987 centra sus investigaciones en el estudio de la miniatura presente en Roma entre los siglos XVI y XX, y ha publicado diversas obras inéditas entre las que cabe destacar el estudio sobre los misales del cardenal Juan Álvarez de Toledo (1989) y un volumen dedicado por entero a los códices miniados de la Capilla Sixtina conservados en la Biblioteca Apostólica Vaticana (1998). Ha participado en numerosos congresos internacionales y ha escrito artículos en revistas especializadas italianas y de otros países, así como en catálogos de exposición. Ha editado junto con otros especialistas varios facsímiles como el Misal Borgia (2001) y la Vita Nova de Dante, edición de 1921 (2003). Desde 1998 es miembro activo de la Sociedad Internacionales de Estudios de Historia de la Miniatura.
Imprime esta entrada