jueves, 27 de octubre de 2016

Nueva Evangelización en la Carta Pastoral del obispo de Alcalá-España: La muerte de DIOS y la entronización del Hombre, Secularización y Relativismo son las consecuencias del Humanismo del Renacimiento, Ilustración-Iluminismo, Racionalismo de la Enciclopedia y la Revolución francesa, Cientifismo, Laicismo, Nihilismo, Comunismo, Nacionalsocialismo. Emotivismo, Narcisismo, Tecnonihilismo en manos del Gran Capital, Posthumanismo, Nueva Era, Ecologismo, Ideología de género y Cultura de la muerte (2416)

New Age y Herejías Gnósticas
Encíclica "LUMEN FIDEI" del Papa Francisco
Conspiración de Satanás contra la Fe

Carta Pastoral de mons. Reig 
«Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón (Sal 68)»
El Obispo Complutense, mons. Juan Antonio Reig Pla, ha hecho pública una nueva Carta pastoral para el curso 2016-2017 bajo el título «Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón (Sal 68)».
La carta pastoral consta de una introducción, dos partes centrales y la conclusión. La primera parte está dedicada al análisis de situación y la fundamentación de las propuestas para la evangelización que se desarrollan en la segunda parte.
Además, resulta de interés citar aquí el título de los seis capítulos de la carta, pues sin duda orientan al lector sobre los interesantes contenidos que Mons. Reig desarrolla en ella. Así en la primera parte encontramos: La muerte de Dios y la entronización del hombre, La cultura de la separación, Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón (Sal 68), La Nueva Evangelización. En la segunda parte el lector hallará: Orientaciones pastorales, Otras cuestiones pastorales.
Carta Pastoral de Mons. Reig 
«Buscad al Señor y revivirá vuestro corazón (Sal 68)»

I. La MUERTE de DIOS 
y la ENTRONIZACIÓN del HOMBRE 
.....Hecha esta aclaración, pasamos ahora a desmenuzar someramente las etapas que han conducido a occidente, y en particular a España, a una situación de Secularización y Relativismo que está urgiendo una Nueva Evangelización
1. La exaltación de la razón 
En el análisis que hace la antropología cristiana del hombre se distinguen en la persona humana (unidad de cuerpo-espíritu) distintas facultades o dinamismos que en la interacción cuerpo-espíritu requieren ser integrados para lograr no solo la unidad de la persona en el ser sino también en el obrar. El primero de los dinamismos espirituales es la razón, la facultad del conocimiento de la verdad. La fe y la revelación nos enseñan que, después del pecado original, la razón ha quedado debilitada y no alcanza con facilidad toda la verdad sobre el hombre y sobre Dios. Como enseñó el Papa San Juan Pablo II son dos las alas del espíritu que se reclaman mutuamente para desvelar el misterio del hombre y para conocer el camino que conduce a su plenitud: la fe y la razón (Cf. Juan Pablo II, Fides et ratio, Roma 1998). Al impulso del Renacimiento con la propuesta del humanismo, siguió la Ilustración o Iluminismo que reclaman la emancipación de la razón. No se trata de garantizar la autonomía legítima de la razón y su desarrollo en la ciencia y en la técnica. Se trata de negar toda autoridad de conocimiento a la fe y a la revelación, confnando la dimensión religiosa del hombre al ámbito de la conciencia privada cuando no reduciéndolo al simple sentimiento religioso. Este movimiento es lo que hemos conocido como Racionalismo, cuyos derivados son múltiples. Su órgano de difusión fue la Enciclopedia y su brazo ejecutor fue la Revolución francesa con sus tres grandes principios: libertad, igualdad y fraternidad. Como todas las revoluciones, la francesa se llenó de sangre y de violencia produciendo grandes injusticias. Su pretensión fue acabar con el antiguo régimen y romper con la tradición. Para ello se entroniza a la Razón dándole los atributos divinos. Como en toda ideología hay una parte de verdad que, exacerbada, acaba siendo despótica y totalitaria. A la revolución francesa siguió el despotismo ilustrado que califca a la religión de superstición e ignorancia. Este tipo de razón exaltada por la soberbia e ideologizada, continúa presente en el Cientifsmo y en el Laicismo que pretende anular la religión. En el fondo se trata de un fuerte reduccionismo antropológico que desconoce que la religión es una dimensión esencial a la persona que por su fnitud, por no haberse creado a sí misma, está religada al absoluto que ha sido revelado en Jesucristo como la Verdad y el Amor compasivo. La fe es conocimiento, es fuente de luz que ayuda a la razón a conocer en plenitud la verdad. Para comprender bien este tema hay que releer continuamente el Discurso de Benedicto XVI en el Parlamento alemán en el año 2011. En este discurso el Papa se pregunta:
¿Cómo se reconoce lo que es justo? En la historia, los ordenamientos jurídicos han estado casi siempre motivados de modo religioso: sobre la base de una referencia a la voluntad divina, se decide aquello que es justo para los hombres. Contrariamente a otras grandes religiones el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. En cambio, se ha remitido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho, se ha referido a la armonía entre la razón objetiva y subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas están fundadas en la Razón creadora de Dios”. 
Con esta reivindicación de Dios creador Benedicto XVI reclama una razón no encerrada y enclaustrada en sí misma sino abierta a la fe y a la revelación como fuentes de conocimiento. Por eso se pregunta al fnal de su discurso: 
“¿Carece verdaderamente de sentido refexionar sobre si la razón objetiva que se manifesta en la naturaleza no presupone una razón creativa, un Creator Spiritus?” (Benedicto XVI, Discurso ante el Parlamento alemán Bundestag, Berlín 2011). 
Si lo consideramos bien la afrmación de una razón positivista como criterio absoluto acaba separándose de la realidad y autoafrmándose de modo ideológico. En defnitiva, los llamados ideales de la revolución francesa, desvinculados de la naturaleza humana y de Dios creador, son imposibles. Sin un Padre común es imposible la fraternidad. La igualdad sin la verdad de la naturaleza acaba siendo igualitarismo que niega lo específco de cada persona. La libertad, sin la sanación de la gracia, acaba también siendo puro voluntarismo prometeico que no se deja guiar por la verdad del ser. La conclusión a la que llegamos, pues, es a la necesidad de poder ser guiados por las dos alas del espíritu. Sin la fe, la razón cae fácilmente en la ideología y el despotismo. 
2. La exaltación de la voluntad de poder 
Desligada de la verdad la libertad camina hacia la deriva. Por eso como fruto maduro del racionalismo y de la razón positivista vino un concepto perverso de libertad. Es el caso del flósofo Nietzsche quien después de afrmar la “muerte de Dios” propugnó un concepto de libertad creadora de sí misma. Es lo que se ha venido llamando la voluntad de poder, el superhombre situado más allá del bien y del mal. 
Como recuerda Benedicto XVI en el Discurso que hemos recordado “también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa cuando él respeta la naturaleza, la escucha, y cuando se acepta como lo que es, y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y sólo de esta manera, se realiza la verdadera libertad humana” (Benedicto XVI, Discurso al Parlamento alemán, Berlín 2011). 
De este concepto creador de la libertad han nacido las ideologías más recientes que han supuesto tantas muertes y tanto sufrimiento: el comunismo y el nacionalsocialismo o nazismo. La pretensión de la dictadura del proletariado como la afrmación de la supremacía de la raza aria arrancan de este voluntarismo que afrma la libertad como voluntad de poder. Es un concepto de libertad que desemboca en el Totalitarismo que acaba negando al otro. Tanto la razón como la libertad son los dinamismos espirituales de la persona humana. En la jerarquía de bienes son los bienes más representativos de la persona humana. Sin embargo, ambos dinamismos son precedidos por un ser que se nos ha dado, por un orden que depende de la Sabiduría infnita del Creador. En defnitiva, el absolutismo de la libertad que no se reconoce dependiente del orden creado reproduce la tentación original: “seréis como dioses” (Gen 3,5).
Esta tentación recorre toda la historia humana y en cada momento se ha manifestado de una manera. Se trata de la rebelión contra el Creador, la resistencia a no aceptarse como reglado por la divina Sabiduría que nos ha dotado de inteligencia para conocer la verdad y de libertad para practicar el bien. Ambos dinamismos, una razón encerrada en sí misma y una libertad perversa, acaban expulsando a Dios del orden personal, de la cultura familiar, del orden social y de la vida política. Es lo que explica los dramas sufridos en el siglo pasado, que contempló dos guerras mundiales, y es lo que ha ido sembrando la dictadura del relativismo que sufrimos hoy.
3. La exaltación de los sentimientos
Emotivismo y Narcisismo 
Cuando la libertad está desvinculada de la verdad acaba siendo dirigida por los sentimientos y por las emociones que oscurecen la conciencia moral. El apagón de la conciencia moral es producto del embotamiento de la mente que ha sido asaltada por los sentimientos y las emociones. Es ésta una situación dramática que conduce a estar a merced de los estímulos potentes que posee una sociedad mediática y consumista. Si la razón es fácilmente ideologizada por los masivos medios de comunicación, todavía es una presa más fácil estimular los sentimientos que acaban anulando la libertad. El asalto de los sentimientos sin verdad conduce a la más refnada de las esclavitudes: el narcisismo, la contemplación de sí mismo y la esclavitud de las emociones en nombre de la libertad. Este tipo de sociedad llamada postmoderna, líquida, emotivista y narcisista es fácilmente manipulable. 
Del reino de la verdad se pasa al reino de las opiniones en las que se afrma de tal modo la subjetividad que se hace imposible el diálogo. Sobre esta dictadura del relativismo nos ha advertido constantemente Benedicto XVI, quien veía en el origen de esta dictadura el olvido de Dios, el olvido del libro de la naturaleza y del libro de la revelación. En cualquier caso, no se trata de menospreciar la importancia de los sentimientos. Todo lo contrario. Sin embargo, los sentimientos deben acompañar el camino de la verdad y de la virtud que lleva a la libertad a permanecer en el bien. De aquí la importancia de educar la afectividad para integrarla en el ethos de la persona y hacerla camino hacia el bien y el amor auténticos. Cuando una persona y la misma sociedad son guiadas simplemente por los afectos, desconocen en la jerarquía de los bienes cuáles son los que llevan a la perfección y al bien social.
Los sentimientos y las emociones pueden ser buenos puntos de partida para acompañar a la libertad en su recorrido hacia el bien. Una afectividad educada responde inmediatamente ante la llamada del bien verdadero y del amor auténtico. Una afectividad dejada al albur de las emociones, fácilmente dirigidas y estimuladas, puede conducir a la destrucción: es el caso del alcohol, de las drogas, de la pornografía, del consumo sin criterio, etc. Todas las ideologías conocen la potencia de los sentimientos y por eso han promovido un lenguaje simbólico, una determinada estética que activa el sentimiento de pertenencia y favorece la respuesta emocional. La educación de los afectos enseña a distanciarse de los impulsos negativos y aprender a reconocer el gusto por la belleza y la bondad de la realidad. 
4. La exaltación de los sentidos 
e impulsos primarios: Tecnonihilismo 
El haber expulsado a Dios y haber entronizado al hombre no deja las cosas como estaban anteriormente. Este esfuerzo por autoafrmar al hombre frente a Dios ha colocado a la cultura en un plano invertido que acaba exaltando lo inferior sobre lo superior porque ha perdido el criterio de la jerarquización de los bienes. De la soberbia de la razón se ha pasado a la perversión de la libertad. La libertad ha sido a su vez asaltada por el emotivismo que en su descenso ha conducido a una sociedad pulsional donde han emergido como criterio los impulsos primarios, los instintos. Una vez roto el criterio de la verdad, el camino hacia el nihilismo estaba trazado. 
El Nihilismo es lo que más caracteriza a nuestra sociedad, que ha depositado toda su confanza en la técnica y en la efcacia de la razón cientifsta. La solución de los problemas hoy no se busca en el cultivo del espíritu (cultura) sino en las repuestas que posibilita la técnica. Sin embargo, hay que caer en la cuenta de que la tecnología está en manos del Gran Capital que rehusa cualquier obstáculo tanto para la investigación como para el consumo. Es lo que llamamos el surgir de una sociedad permisiva, sin normas ni difcultades para hacer posibles todos los deseos previamente suscitados y estimulados: es el imperio del Tecnonihilismo que hace de cualquier realidad humana objeto de consumo. Este es el último peldaño al que hemos llegado: una sociedad pulsional, caldo de cultivo para los totalitarismos. Ahora comprendemos la expresión del salmo: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” (Sal 117,22). 
Desecharon a Dios para entronizar al hombre y ahora, la muerte cultural de Dios está conduciendo a su propia muerte. Los signos de esta contradicción están en la llamada cultura de la muerte (anticoncepción, aborto, descenso de la natalidad y de la nupcialidad, ruptura de los matrimonios y las familias, acrecentamiento de las adicciones –alcohol, drogas, pornografía, internet, etc.– nuevas pobrezas, soledad, injusticias, abuso de los niños, desorientación sexual, pérdida de los valores del espíritu, etc. 
Se trata de un panorama contradictorio: en nombre de la libertad, cada vez abundan más las esclavitudes; en nombre de la abundancia de bienes materiales, cada vez más pobrezas y más decadencia del espíritu; en nombre del deseo de vivir, cada vez más signos de muerte –en la vida naciente, en la vida terminal y en el aumento de los suicidios. 
Al mismo tiempo que se dan estos signos de muerte, con ayuda de la neurociencia y la tecnología, con ayuda de grandes capitales, de universidades prestigiosas de Reino Unido y de América del Norte, principalmente, se están propiciando programas de “mejoramiento” de la condición humana. Estos estudios, que en principio buscan una respuesta al envejecimiento, se extienden para ir más allá de los límites de la naturaleza de la persona. Se trata de construir un nuevo ser humano con lo que se ha venido a llamar el Posthumanismo o transhumanismo que apuntan hacia un nuevo concepto de inmortalidad mediante la conjunción del organismo humano y la máquina o los productos tecnológicos. Con todos estos pasos se ha dado un progreso hacia la deconstrucción de lo humano y la construcción de un nuevo ser. 
Este es el nuevo rostro de una libertad creadora, emancipada del cuerpo humano y del ser dado en la creación. Como nos recuerda el Papa Francisco, no podemos caer “en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido con un don. Al mismo tiempo, somos llamados a custodiar nuestra humanidad, y eso signifca ante todo aceptarla y respetarla como ha sido creada (Exhortación Apostólica Amoris laetitia, 56). 
Aunque siempre hay algunos creyentes, la mayoría de los que se ocupan en promover el posthumanismo o el transhumanismo son agnósticos o ateos. Las raíces de este movimiento hay que buscarlas en el Evolucionismo y tiene sus puntos de contacto con la Nueva Era, el Ecologismo y la Ideología de género. Es preocupante su confanza en un progreso técnico amoral que no respeta la naturaleza de la persona y que contribuye a generar una sociedad cada vez más deshumanizada. Este movimiento infuye potentemente en las cuestiones en torno a la bioética. Con referencia a ello es bueno recordar las palabras de Benedicto XVI: 
“En la actualidad, la bioética es un campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la responsabilidad moral, y en la que está en juego la posibilidad de un desarrollo humano e integral. Este es un ámbito muy delicado y decisivo, donde se plantea en toda su fuerza dramática la cuestión fundamental: si el hombre es un producto de sí mismo o si depende de Dios” (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 74). 
5. El abuso de la sociabilidad 
La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, es icono de la Trinidad. Esto signifca que es un ser para la relación, para el amor. El mismo cuerpo, visibilización de la persona, ya está confgurado, como enseñaba San Juan Pablo II, con una dimensión esponsal que responde a la lógica de la reciprocidad y el don. La persona, por tanto, ha sido pensada para la relación, para la comunión. Esto explica su vocación a la sociabilidad que está en la raíz de la misma sociedad. El primer espacio de sociabilidad es la familia, el hábitat primero de la comunión de personas donde somos llamados a la existencia por amor y donde adquirimos la primera experiencia de sociabilidad. Los pueblos, las ciudades y la misma organización social que culmina en el Estado, tienen su origen en esta vocación primaria y original a la sociabilidad que nos constituye en una única familia donde es necesaria una autoridad que gobierne según los principios de la dignidad de la persona y el bien común. También en este campo el abandono de Dios ha producido sus efectos. La vocación a la sociabilidad y el espíritu de familia inspirados en la paternidad de Dios y en el orden de la creación, han sido sustituidos por la teoría del contrato social de Jean J. Rousseau. Según esta teoría los seres humanos para vivir en sociedad acuerdan un contrato social o pacto implícito que les otorga ciertos derechos a cambio de abandonar la libertad de la que dispondrían en estado de naturaleza. Siendo así, los derechos y deberes de los individuos constituyen las cláusulas del contrato social, en tanto que el Estado es la entidad creadora para hacer cumplir el contrato. 
Desde estos principios formulados como hipótesis ha surgido el Estado moderno que extiende cada vez más sus tentáculos hasta abarcar toda la vida social y cada vez más la vida familiar y personal. El verdadero desafío de la teoría del contrato social es que no parte de los bienes que confguran la dignidad de la persona, que no se inspira en el bien común y que reduce la persona a mero individuo. Tal como dice Rousseau las cláusulas del contrato pueden ir cambiando porque no la sustentan los bienes inmateriales de la naturaleza de la persona, la llamada ley natural. Solo así comprendemos que con el único marco moral de la democracia las mayorías hayan podido emanar leyes contra la vida, contra el matrimonio y, más allá de los derechos de los padres, hayan introducido la ideología de género en el sistema educativo y sanitario. Querer llamar a la persona simple individuo o ciudadano, como se dice ahora, es caer en un Reduccionismo antropológico. Si bien toda persona tiene una dimensión personal-individual, la persona tiene en su propia identidad la llamada a la relación, a la comunión. La persona es un ser en relación. La primera de las relaciones es el “yo-tú”, relación interpersonal, a la que siguen las relaciones fundantes de la familia (padre-madre-hijo-hermanoabuelo, primo, sobrino, etc.) hasta llegar al “nosotros” de las relaciones sociales que nos constituyen en sociedad. 
El ciudadano no es engendrado por nadie y por tanto desconoce las relaciones fundantes que dan identidad a la persona. Por eso una sociedad no es simplemente un conjunto de individuos. Cada persona es un ente familiar. En la familia se reconoce cada persona en su dimensión social y como un mosaico de familias, con sus derechos, y deberes, se va confgurando la sociedad como un espacio de comunión, de convivencia y de ayuda mutua que van tejiendo como una red la misma sociedad o el ámbito del nosotros. Solo cuando se desconocen los bienes de la persona (Ley natural), la soberanía de la familia como sujeto social (Juan Pablo II, Carta a las familias,17) y el conjunto de relaciones que tejen la sociedad civil, es cuando se configura un tipo de relación entre el Estado y el individuo que acaba anulando todos los bienes inherentes a la persona en sus múltiples relaciones y que son previos a la confguración del mismo Estado que hoy se manifesta con un poder omnímodo. 
Con estas refexiones quiero poner de manifesto, una vez más, que el rechazo de Dios y la entronización del hombre afecta a todas las dimensiones de la existencia humana, también al concepto de sociabilidad que está en la base de la confguración del Estado y de la sociedad. Todavía podemos decir más. Al quedar privados de la luz de la fe y de la apertura de la persona a la trascendencia, el concepto de persona queda oscurecido y determina el modo de organización social y las corrientes de pensamiento e ideologías que inciden en el construirse de la sociedad. Por un défcit de la antropología adecuada han surgido los distintos Colectivismos (marxismo, comunismo, socialismo, populismo, totalitarismo, etc.) o los Individualismos liberales (capitalismo, liberalismo, etc.). 
La persona es a la vez un ser personal individual y un ser personal comunitario, por eso son importantes los procesos educativos que desde la familia y la escuela van formando ambas dimensiones para hacer justicia al bien integral de la persona y de la sociedad. Por ello la Iglesia ha ido ofreciendo, además del Catecismo de la Iglesia Católica –exposición sistemática de las verdades de la fe–, el bagaje acumulado de la Doctrina social de la Iglesia que, con sus principios permanentes y sus criterios de juicio, va encauzando la vida cristiana en su dimensión personal, familiar, social y política. 
Hoy podemos decir que en España estamos viviendo una etapa de orfandad cultural y una falta de respuesta de los católicos en el campo social y político. Las razones son variadas y explicarlas, más allá de las refexiones anteriores, nos llevaría lejos. Sin embargo, esta no es la hora de los lamentos sino la de poner remedio. Este remedio, como explicaremos más adelante, pasa por la Evangelización y la generación de un pueblo que sea verdaderamente sujeto social. Ni la teoría del contrato social, ni la virulencia del Estado que se aprovecha del marco de la democracia, hacen justicia a los bienes que arrancan de la dignidad de la persona, ni a la soberanía de las familias, ni a la tradición de nuestro pueblo. 
Al fnal de esta primera refexión podemos observar que todas las dimensiones de la persona humana (razón, voluntad, sentimiento, instintos, sociabilidad) son importantes. Todas ellas están debilitadas por el pecado original, nuestros pecados y el pecado del mundo. Todas ellas necesitan por tanto de la Redención y necesitan ser integradas en el bien de la persona. Esta integración y jerarquización de los bienes es lo propio de la antropología cristiana, quicio que posibilita el bien de la persona, de la familia y de la sociedad.

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