ALETEIA-Luis Santamaría (11/11/2016): Acaba de fallecer el célebre poeta y cantautor canadiense Leonard Cohen (Westmount, Montreal, 1934), que a los 82 años era considerado por sus seguidores como “uno de los visionarios más venerados y prolíficos de la música”, según se podía leer en su perfil oficial de Facebook. Si algo destacaba en la producción artística de Cohen, más allá de la calidad de la música y de la peculiaridad de su voz, era la profundidad de muchas de sus letras, algo que coincide con el tono de la poesía que salió de sus manos: era frecuente que abordara asuntos existenciales o espirituales.
Hallelujah
Una de sus piezas más conocidas, interpretadas y versionadas –por más de 200 artistas en diversos idiomas– es Hallelujah, de 1984. Una palabra hebrea que se hizo universal mucho antes de que el artista canadiense le pusiera una música tan difundida hoy en día. Se trata, ella sola, de una oración, ya que su traducción literal es “alabad a Dios (Yahvé)”. Del judaísmo pasó a la fe cristiana, que la ha empleado siempre en su versión latina (alleluia) o, en nuestro caso, castellana (aleluya).
El estribillo consiste en la palabra cantada cuatro veces, y las estrofas van desgranando el canto del rey David –a quien la tradición bíblica atribuye la composición de los salmos– al Señor, con reminiscencias sálmicas que pueden verse en las referencias a las notas musicales. No hay que olvidar que algunos de los salmos incluyen el término “aleluya”, e incluso los expertos llaman a algunos “salmos aleluyáticos”, al condensar la alabanza y la acción de gracias a Dios.
Tras hablar de David y de su faceta musical, Cohen se refiere a la fe del monarca judío y a un enamoramiento, que no es otro que el gran pecado que supuso hacer morir al general de su ejército Urías, el hitita, para poder quedarse con su esposa, Betsabé. La canción concluye así: “permaneceré ante el Señor de la canción sin nada más en mi lengua que el aleluya”. Cabe recordar que precisamente lo que compuso el rey David tras arrepentirse de este pecado fue el conocido salmo “Miserere” (50 ó 51 según la numeración que se use).
Otra “historia de amor” del Antiguo Testamento que parece asomar entre las estrofas de Hallelujah es la de Sansón, juez del pueblo de Israel que perdió su fuerza cuando Dalila le cortó su larga cabellera, donde residía la promesa que le había hecho Dios. En una página de Internet que traduce la letra de la canción, la persona encargada dice lo siguiente, que resume muy bien la experiencia de otras muchas personas: “No soy nada religioso, pero reconozco que esta canción es de lo más bonito que he oído en mucho tiempo”.
Un origen judío
Pero más allá de esta conocida canción (y de otras en las que podemos hallar palabras del Antiguo Testamento y de la liturgia judía), y buscando a la persona que se encontraba tras poemas y partituras, ¿quién era Leonard Cohen “religiosamente hablando”? Es de sobra sabido que era de tradición judía, lo que explica la familiaridad con la que se acercó al tema del rey David y su alabanza a Dios –al menos como excusa– para componer Hallelujah. Ahí se pueden ver sus raíces bíblicas, fundamentales para cualquier judío.
Su nombre judío era el de Eliezer. Su apellido –Cohen– nos muestra claramente su origen (viene de la palabra hebrea kohain, que significa “sacerdote” descendiente de Aarón). Su abuelo materno, Solomon Klonitsky-Kline, importante estudioso de la literatura y de la gramática talmúdica, fue también director de una yeshiva (centro de estudios de la Torá y del Talmud) en Kaunas (Lituania). Si uno bucea por las entrevistas y declaraciones de Cohen a lo largo de su vida, se encontrará con afirmaciones como ésta: “tuve una infancia muy mesiánica”.
Sharon Robinson, que trabajó con él, dijo en una ocasión que el cantante “ama su fe judía y es observante. El corazón humano resuena en su obra… Viene de una larga línea de rabinos. Pueden encontrarse referencias al judaísmo a lo largo de todo su trabajo, probablemente en cada canción. Hay una conexión muy profunda con su fe judía”.
No se avergonzaba de ello, e incluso alguna vez se le vio rezando en público. Por ejemplo, en un concierto que dio en el año 2009 en una ciudad israelí se dirigió a sus espectadores recitando oraciones y bendiciones propias de la religión judía antes del concierto. Cuando iba por la mitad del espectáculo, exclamó “Baruch Hashem” (bendito sea Dios). Y terminó despidiéndose del público con la bendición sacerdotal judía, el Birkat Kohanim.
Su lado budista
En los años 70 se acercó al budismo zen. Algo que no fue una incursión anecdótica ni una moda de juventud… ya que en 1996 fue ordenado como monje budista. Pero él se seguía considerando judío y continuaba observando el sábado. En 2009 dijo, en unas declaraciones al New York Times, que “en la tradición del Zen que yo he practicado, no hay adoración ni afirmación de una deidad. Por lo que, teológicamente, no supone una amenaza a ninguna creencia judía”.
En otras conversaciones insistió en esto, defendiendo en cierta manera la “doble pertenencia” y explicando que la modalidad de budismo que él llevaba a cabo no suponía romper con su fe judía. Así, citaba otros casos de “practicantes judíos en el movimiento Zen, muy serios”, comparándolos con los monjes católicos trapenses que también habían asumido las prácticas zen. Subrayaba que “nunca estuve interesado en una nueva religión”.
Durante varios años pasó largas temporadas de retiro en el monasterio budista zen de Mount Baldy, en California. “Todos llegamos a un punto donde debemos encontrar sentido para nuestra vida, cuando tenemos que buscar metáforas que nos expliquen el significado de nuestra vida”, decía.
Y más…
Su búsqueda espiritual no se limitó al judaísmo heredado y al budismo encontrado. En 1993 en una larga entrevista, al ser preguntado por la presencia en una de sus canciones del término clear (claro), que se emplea en la Iglesia de la Cienciología, Leonard Cohen reconoció que “era una referencia a la Cienciología. Estudié la Cienciología. Estudié muchas cosas cuando era joven. Cienciología fue una de ellas. No continué después. Pero era muy interesante… No era mala en absoluto”.
Si bien es cierto que puede valorarse su trayectoria como sincretista, por lo que hemos visto antes, no es menos real que la espiritualidad fue algo importante en su vida. Se tomaba estas cosas en serio, y cuando se declaraba judío no lo hacía por mera tradición o por conservar una identidad aprendida y respetada.
Se consideraba practicante y lo hacía con un sentido: “Soy miembro de mi sinagoga, enciendo las velas los viernes por la noche… Pienso que nuestra fe está llena de ateos y agnósticos. Pienso que hay muchos judíos de nombre alrededor. Pero pienso que hay gente que realmente cree, que ha tenido realmente una experiencia”. Se mostraba encantado de la traducción del Talmud al inglés.
Ante su aventura budista, la escritora Rosa Montero dijo hace años en El País que “viendo a Cohen, un ser que, a juzgar por su música y sus poemas, es esencialmente triste, me preguntaba cómo habría sobrellevado él el peso de su existencia. Si es cierto lo que dicen, sus estrategias han terminado siendo bastante extremas: el budismo, la opción monacal, la búsqueda de la simplicidad”. En cierto momento de su vida el mismo Cohen reconocía, hastiado: “He probado el prozac, el amor; las drogas, la meditación zen, el monasterio; he probado a dejar todas esas cosas, y vivir sobrio, pero todo es inútil”.
Cristo: Camino, Verdad y Vida
Sólo nos cabe desear que con la muerte haya llegado al final de su búsqueda, encontrándose cara a cara con Jesucristo, que es el rostro de la misericordia de Dios, del Dios cuyo nombre aprendió Leonard Cohen de su familia, que le enseñó el shemá: “Escucha, Israel: Yahvé nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor…”.
No hemos dicho nada sobre Jesús en la obra de Cohen. Sí aparece: por el nombre, en muy pocas canciones; pero “su presencia se siente en algunas otras canciones en las que no es nombrado”, como señala Doron B. Cohen. El cantautor lo veía como símbolo de amor y de sacrificio. Como en tantos poetas, en una de sus “oraciones” se refleja el grito de un buscador de la verdad que no la ha encontrado en tantas y tantas fuentes:
“Soy un pecador, pero amo a Jesús. Estoy corrompido, pero en estos momentos, cuando me encuentro contra la pared, la oración es la única salida”.
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Si Amenábar en su película “Ágora” ensalza a los gnósticos del siglo IV será porque está en el ajo de la "Nueva Era", super-herejía y eslabón último de la cadena gnóstica, como denunció Juan Pablo II.
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