1917: ¿La Revolución de la hoz y el martillo
o la escuadra y el compás?
Juan Robles
ACTUALL (9/11/2017)
Se habla poco de ello, pero la Revolución que impuso más de 70 años de terror en Rusia, y medio mundo, hubiera sido imposible sin las logias. Los principales artífices, el moderado Kerenski y el radical Lenin, eran masones. Marxismo y masonería tenían objetivos comunes. Uno de ellos era acabar con el cristianismo.
Mucha filantropía pero ahí están los 20 millones de muertos de la Revolución bolchevique, la subsiguiente guerra civil en Rusia (1918-1922) y los campos de concentración. Los masones iban de idealistas benefactores pero lo que provocaron no fue sino sangre, muerte y destrucción.
Ocurrió en la Revolución rusa -en la que tuvieron un papel decisivo-, como había ocurrido antes en la Revolución francesa de 1789, y en la Revolución mexicana de 1910.
Y es que el ideal masónico, a pesar del buenismo de sus principios programáticos, bebe directamente de la filosofía idealista del siglo XVIII, de donde han manado los totalitarismos marxista y nazi.
Como proclama el marxismo, también la masonería pretende construir un mundo ideal, un paraíso en la Tierra (sin clases en el caso del socialismo real), y un hombre nuevo. El problema es que eso exige, sangre y violencia.
Todo el proceso revolucionario ruso sigue una falsilla masónica, como lo había seguido la revolución francesa. Con guión masónico y personajes masónicos o vinculados con la masonería desde el príncipe Lvov a Trotski, pasando por Lenin.
Vladimir Lenin
Aunque paradójicamente, cuando se asentó el estalinismo, las logias pasaron a ser consideradas un invento burgués y perseguidas y purgadas. Pero sin ellas, no es fácil que hubiera caído el Palacio de Invierno y se hubiera creado la URSS.
La Gran Logia Nacional de Rusia estaba implantada desde finales del siglo XVIII, aunque el zar Alejandro la prohibió en 1822.
A principios del siglo XX, unos 15 masones de la órbita del socialista Alexander Kerenski (1881 – 1970) que habían emigrado a Francia se unieron a logias en París, principalmente la logia Kosmos y la logia Monte Sinaí.
Alexander Kerenski
A su regreso a Rusia, en 1908 fundaron las logias La Estrella Polar en San Petersburgo y la logia Regeneración en Moscú.
Cuando llega 1917 y a la población rusa le aplasta el peso del hambre y de la Gran Guerra, quienes mueven la silla al zar Nicolás son políticos burgueses y liberales, y muchos de ellos de obediencia masónica.
Miliukov, ministro de Exteriores en el primer gobierno provisional, escribió en sus Memorias que el golpe de 1917 fue un complot masónico
El primer gobierno provisional con la que principia la Revolución (marzo de 1917), estaba presidido por el príncipe Georgui Lvov, del Partido Constitucional Democrático, que pertenecía a una logia. Le apoyaba otro masón Pavel Miliukov, ministro de Exteriores, y personaje clave en aquellos primeros meses de Gobierno provisional.
Miliukov escribirá expresamente en sus Memorias que el golpe de 1917 fue un complot masónico
El segundo gobierno (julio de 1917) está encabezada por otro masón, el socialista Kerenski, que había entrado en una logia en 1912. Y todos los ministros del Gabinete que organizó, menos uno, eran masones.
Fue un personaje clave en la demolición del orden zarista. Participó en la abdicación de Nicolás II y fue ministro de Justicia, de la Guerra y primer ministro.
Kerenski llegó a ser Gran Maestro del Gran Oriente Ruso y secretario del Supremo Consejo Masónico de Rusia.
Y cuando en noviembre del 17, Kerenski cae, tras la toma del poder por parte de los bolcheviques, le sucede otro masón: Vladimir Ilich Ulianovich, Lenin (1870 – 1924).
Según algunos autores, Lenin entró en contacto con una logia en Suiza y era masón del grado 31
Había acatado la obediencia masónica en 1908 en la logia suiza “Art et Travail”. Además se unió a la “B’nai B’rith” exclusiva para hebraicos, y participó en la “Conferencia Masónica Internacional”, celebrada en Copenhague en 1910.
Lo cuentan, entre otros autores, Nikolai Svitkov, en un trabajo publicado en París, en 1932: “Sobre la Francmasonería en el Destierro Ruso”.
Sus ascendientes familiares eran luteranos y judíos. Pero pronto tuvo vínculos con las logias, llegando a ser fundador de la Ur-Lodge o “superlogia” supranacional Joseph Maistre.
En concreto, el fundador de la URSS, era masón del grado 31 (Grand Inspecteur Commander) –y así lo narra Oleg Platonov, autor de La historia secreta de la francmasonería (1731-1996)-.
Pero el otro personaje decisivo para el triunfo de la revolución comunista, también era masón: León Davídovich Bronstein (1879 – 1940), más conocido por Trotski. Aunque mantuvo disputas personales con Lenin, tuvo un importante papel como comisario de asuntos militares y organizador del Ejército Rojo.
León Trotski
Judío –como otros muchos dirigentes bolcheviques- se hizo masón en 1897 y al igual que Lenin perteció a la logia “Art et Travail” y a la “B’nai B’rith”.
También era masónico su entorno, incluido su secretario Frederiz Zeller, que se exilió a Noruega y andando el tiempo fue Gran Maestro del Gran Oriente de Francia (1971-1973).
Trotsky terminaría echando pestes de las logias. Decía que la masonería “una ideología de concepción burguesa contraria en sus principios a la dictadura del proletariado”
Trostky confiesa en su autoboografía que las logias le llevaron a difundir el comunismo.
Aunque luego echaría pestes de ellas. En 1919 señala que es preciso elegir entre hermano (“masón”) o camarada (“comunista”). Y en el IV Congreso Mundial de la Internacional Comunista, en 1922, declaró que ser masón y ser comunista eran incompatibles.
Y lanzó un anatema contra la masonería porque era “una ideología de concepción burguesa contraria en sus principios a la dictadura del proletariado, que tiende a establecer un Estado dentro del Estado”.
Igual que pasó con la ciencia -cuando se resistía a someterse a los postulados marxistas-, la masonería fue considerada burguesa, una “fatwa”. Y si la escuadra y el compás habían servido como ariete para derribar el zarismo, se convirtieron en un estorbo.
De suerte que decenas de masones fueron vigilados o purgados; y la institución, plagada de intelectuales con contactos en Europa Occidental, hubo de exiliarse en Francia hasta la década de 1990.
Situado a la izquierda de Stalin, tras su exilio de la URSS Trostki fue el líder internacional de la izquierda revolucionaria. Murió asesinado en México por el español Ramón Mercader, agente de Stalin.
Masonería y bolchevismo adoptaron, pues, caminos divergentes. Pero inicialmente, a comienzos del siglo XX, tuvieron objetivos comunes. Por ejemplo, acabar con los grandes imperios, como el zarista o el alemán del kaiser Guillermo II, o ir contra el cristianismo.
En una carta del arzobispo de Colonia se dice que los planes del Gran Oriente pasaban por lograr la abdicación de los soberanos de Europa y crear una sociedad nueva mediante el bolchevismo
Resulta muy reveladora una carta escrita en 8 noviembre de 1918 por el arzobispo de Colonia, el cardenal Von Hartmann, y dirigida al nuncio apostólico en Alemania, Eugenio Pacelli, que 20 años después se convertiría en el papa Pío XII.
En esa carta se cuenta que, según había podido saber el kaiser Guillemo, los planes del Gran Oriente pasaban por lograr la abdicación de todos los soberanos de Europa. Y que el arma externa para conseguirlo y crear una sociedad nueva no era otro que el bolchevismo.
Todo eso se terminó cumpliendo, con la caída del zar Nicolás en 1917, y del kaiser Guillermo en 1918, el fin de los imperios ruso y alemán, y unido a ello la persecución contra el cristianismo.
Desde la Revolución Rusa en 1917 a la muerte de Lenin en 1924, unos 25.000 eclesiásticos ortodoxos fueron encarcelados y 16.000 ejecutados, según un estudio publicado en 2004 por un profesor universitario, Nikolai Yemelianov.
También los católicos sufrieron la represión bolchevique: en los primeros cinco años después de la Revolución de Octubre, 28 obispos y 1.200 sacerdotes fueron asesinados, muchos por orden de León Trotsky.
De las 1.240 parroquias católicas que había en Rusia antes de la Revolución, los bolcheviques sólo dejaron dos
Antes de comenzar la Revolución, en la Rusia zarista había 1.240 capillas, parroquias y lugares de culto católicos, en zonas de población armenia, alemanes del Volga, lituanos.
Pero en sólo dos décadas las autoridades soviéticas los borraron del mapa, dejando solo 2 templos católicos: uno ligado a la embajada francesa en Moscú, y otro en Leningrado (la actual San Petersburgo).
De hecho, la Santa Sede está estudiando el martirio de 422 sacerdotes y de otros 962 monjes, religiosas y seglares durante la persecución comunista.
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