Lo que deben a Franco la Iglesia
la monarquía y la democracia
3 julio, 2018
Hay tres grandes instituciones que lo deben todo a Franco o, si se prefiere, al franquismo: la Iglesia, la monarquía y la democracia. No hace falta argumentar las dos primeras, por su evidencia, pero muchos considerarán un despropósito mencionar la tercera, dado el confusionismo creado al respecto. El análisis más elemental nos permite ver que la democracia nunca pudo venir de la oposición antifranquista, lo mismo que basta observar la composición del Frente Popular para entender que no solo no eran demócratas, como desvergonzadamente se les ha presentado sino precisamente los más feroces enemigos de las libertades y de España. Franco tuvo dos clases de oposición, la comunista y/o terrorista, y la de algunos chisgarabises, intrigantes y aprovechadillos manifestados en el "contubernio de Múnich” y más tarde en la Junta y la Plataforma “democráticas”, que agrupaban en torno a los “democráticos” PCE y PSOE a una mezcolanza de democristianos, socialdemócratas, maoístas, carlistas-trotskistas y personajillos sueltos que creían llegada su ocasión de mandar; en Cataluña separatistas, socialistas, terroristas, cristianos “progres”, etc. se agrupaban en torno a los comunistas.
El franquismo, hay que repetirlo frente a las demagogias, dejó un país próspero y sin los odios y miserias de la república, creó las condiciones sociales y económicas para una democracia real. Los promotores de la democratización de España fueron políticos del franquismo: el rey, Torcuato Fernández Miranda, Suárez, Fraga, etc. La opción final fue la de Torcuato, que triunfó plenamente de los antifranquistas con el referéndum de diciembre del 76, que por abrumadora mayoría decidió una evolución o cambio de la ley a la ley, desde la legitimidad de Franco y no contra ella. No debe olvidarse que lel prestigio del rey entonces provenía muy directamente de la autoridad de Franco, respetado y en general querido por la gran mayoría de los españoles, como demostró no solo su entierro sino también el citado referéndum contra las pretensiones rupturistas de los aspirantes a un nuevo y criminal Frente Popular, del que se consideraban herederos. Muy pronto empezó a traicionarse dicha decisión popular por unos dirigentes salidos del franquismo, pero de ínfimo nivel, empezando por el rey y Suárez. En lugar de mantener a raya política e ideológicamente a los nuevos frentepopulistas, les cedieron la bandera de la historia, la democracia, el progreso, la cultura y las ideas en general.
Ahora, los herederos de los criminales piensan profanar la tumba de Franco, el mayor estadista que ha producido España quizá desde Felipe II. Con ello vuelven a demostrar su ingente mezcla de estupidez y canallería, que decía Marañón de los republicanos. No es una cuestión menor, sino un intento delictivo del mayor alcance político, moral y finalmente histórico. Intento que puede transformarse en realidad si la Iglesia, la monarquía y los demócratas reales no se oponen con la suficiente energía. Vivimos en una democracia fallida, en pleno golpe de estado permanente desde Cataluña y con leyes totalitarias como las LGTBI y las de memoria histórica. No es casual que quienes pretenden profanar la tumba de Franco planeen atacar al mismo tiempo las libertades de opinión, expresión, investigación y cátedra. En esta ocasión van a tener que retratarse todos. No los actuales partidos, verdaderas mafias que parasitan las normas democráticas, desde hace mucho, pero sí los que de algún modo se consideran demócratas. Las consecuencias de no hacerlo serán demoledoras, contra lo que piensan los de “la economía lo es todo”, como aquel necio infame que ha legado al país una situación crítica.
La Reconquista no se dio en España aislada de Europa y el mundo mediterráneo, sino en estrecho contacto con ambas. El paso del siglo IX al X fue en extremo difícil en Europa: no solo por los ataques islámicos, vikingos y magiares, sino también porque el papado, centro espiritual de la cristiandad, entró en su “Siglo de hierro”, de una increíble abyección. Hay quien interpreta que el hecho mismo y no haberse hundido por él demuestra la intervención divina en favor de la Iglesia. En “Una hora con la historia”: https://www.youtube.com/watch?v=vGrHsyaiYH
…Acabo de leer su novela Sonaron gritos y golpes… Es realmente extraordinaria, una rarissima avis en el pantano literario español actual. Y diría también que europeo. No entiendo cómo no se la reconoce ampliamente en su calidad yo diría que revolucionaria. Me ha costado encontrarla, he tenido que encargarla en una librería… (Diego S. R.)
Hoy se publican tantas novelas y libros en general, que los que no disponen de promoción en los medios importantes difícilmente salen de una venta reducida. Aunque hay excepciones. Los dos casos que me vienen a la cabeza son italianos: uno la novela primera de Umberto Eco El nombre de la rosa, que ya antes de salir al público dispuso de una increíble publicidad en todos los países europeos, supongo que porque atacaba al cristianismo en una onda liberal-progresista. En cambio la primera de Susanna Tamaro, Donde el corazón te lleve, fue igualmente un gran éxito internacional, sobre todo entre el público femenino, a pesar de ir contra la corriente progre; y lo fue sin apenas publicidad, mediante el boca a oído.
No voy a entrar en la calidad literaria de las dos obras, solo señalar que o bien hay publicidad o hay un público sensible y activo que difunde aquello que considera importante. Mi novela, aunque claramente contraria a la llamada corrección política, no ha gozado del favor del público adecuado. Dicho de otro modo, la derecha, lo que convencionalmente llamamos derecha, desde la “pesada” hasta la liberal conservadora, no solo es incapaz de generar cultura, es incapaz de apreciarla y difundirla. Las reseñas fueron muy buenas, pero limitadas a los blogs de diversas personas interesadas en literatura, y no muy visitados, salvo quizá el de Luis del Pino. Es lógico que no todo el mundo tenga una opinión tan favorable como la de usted, pero aún así… Enseguida vi dos tipos de personas a quienes no les gustó: los economistas y los catolicones. En fin, está también el prejuicio de que un historiador no puede novelar bien, lo que suele ser cierto, pero no necesariamente.