domingo, 19 de agosto de 2018

Contradicciones entre la Realidad y los Valores de nuestra Cultura: Aldea global, Libertad, Solidaridad y Tolerancia

Creados para la Gloria
Contradicciones de nuestra cultura 
Aldea global, Libertad, Solidaridad, Tolerancia
Homilía de Monseñor Munilla 
Permitidme que comience esta homilía con una afirmación fuerte, en la que se resume el sentido de la fiesta que hoy celebramos: ¡Hemos sido creados para la gloria! Sí, la solemnidad de la Asunción de la Virgen María al Cielo, en cuerpo y alma, nos recuerda a todos que nuestra meta es la gloria, es decir, el encuentro y la unión con Dios en la vida eterna.
El caminante que olvida su punto de partida, pierde fácilmente la dirección de la meta a la que se dirige. Al mismo tiempo, si la meta es confusa, el camino es incierto. Y cuando se emprende un camino equivocado, cuanto más se camina, más se aleja uno de la meta.
Por ello, nuestra Madre del Cielo nos ayuda a descubrir nuestro punto de partida, el de llegada, así como el camino, que como peregrinos, estamos llamados a recorrer. Ella ilumina nuestra noche, al tiempo que comparte nuestro camino y nos indica la meta. María es peregrina de la fe y portadora de la antorcha en la que brilla la luz de su Hijo, convirtiéndose así en estela para todos nosotros. Hacemos nuestra la oración de ese gran enamorado de la Virgen María, llamado San Bernardo: “Mira a la estrella, invoca a María… No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara”.
Hoy en día, al igual que siglos atrás, la luz de la fe continúa siendo vital para orientar el sentido de la existencia. Os pido que prestéis atención a la siguiente cita contenida en la primera encíclica del Papa Francisco, “Lumen Fidei”, al inicio de su pontificado: «Perdida la orientación fundamental que da unidad a su existencia, el hombre se disgrega en la multiplicidad de sus deseos; negándose a esperar el tiempo de la promesa, se desintegra en los múltiples instantes de su historia. Por eso, la idolatría es siempre politeísta, ir sin meta alguna de un señor a otro. La idolatría no presenta un camino, sino una multitud de senderos, que no llevan a ninguna parte, y forman más bien un laberinto. (…) He aquí la paradoja: en el continuo volverse al Señor, el hombre encuentra un camino seguro, que lo libera de la dispersión a que le someten los ídolos.» (Lumen Fidei nº 13).
Repito la primera frase de la cita del Papa Francisco: «Perdida la orientación fundamental que da unidad a su existencia, el hombre se disgrega en la multiplicidad de sus deseos». Es evidente que en nuestra cultura comprobamos la existencia de multiplicidad de deseos, en forma de grandes contradicciones; de valores y de antivalores; de progresos y de retrocesos; de evoluciones y de involuciones… Quisiera fijarme en cuatro de estas contradicciones:
  1. En la teoría hemos crecido en la conciencia del mundo como una aldea global, como una gran familia, en la que compartimos un destino común. La concepción individualista de la existencia se revela como anticuada y superada…Sin embargo, la realidad está muy alejada de este valor teóricamente en alza. Lo cierto es que nuestra cultura nos ha aislado: nuestras familias son frágiles y se desintegran con facilidad, la tecnología nos lleva a vivir aislados en una burbuja, y las amistades fuertes parecen más el recuerdo de un pasado que una realidad del presente. En definitiva, aunque el sentido comunitario de la existencia triunfa en la teoría, la vida real camina en sentido contrario, hacia la soledad.
  2. En la teoría, hemos crecido en la conciencia del valor de la libertad, como expresión de la dignidad humana. La democracia se presenta como la forma de configuración irrenunciable de una sociedad fundada en la libertad humana…Sin embargo, constatamos las graves consecuencias de una comprensión reduccionista del concepto de libertad, que olvida que la dimensión antropológica precede a la política. En efecto, nuestra cultura ensalza la libertad, como concepto político; mientras que genera “esclavos” de forma verdaderamente preocupante. El crecimiento de multitud de adicciones en nuestra sociedad es la punta del iceberg, que deja patente la fragilidad y la inconsistencia del valor de la libertad entre nosotros.
  3. La solidaridad con los desheredados de la sociedad y del planeta, es otro valor en alza. Mientras la riqueza no esté repartida en el mundo de forma justa, no podrá ser garantizado un desarrollo sostenible. De forma progresiva, la opinión pública se sensibiliza hacia los colectivos más desfavorecidos y frágiles…Sin embargo, queda patente que esta sensibilidad social se circunscribe con frecuencia hacia determinados focos de atención mediática, ignorando otros dramas humanos que son ocultados; acaso por no ser considerados políticamente correctos. El “descarte” de los niños concebidos y no nacidos, en palabras del Papa Francisco, es ejemplo elocuente de lo que afirmamos.
  4. El diálogo y la tolerancia son valorados como puntales básicos de la convivencia. Nadie puede considerarse en posesión absoluta de la verdad; y en teoría, nuestra cultura ha entendido que es necesaria la apertura al que piensa diferente, como fórmula de crecimiento…Pero la práctica nos demuestra que la realidad está lejos de este ideal teórico… Lo cierto es que estamos siendo testigos de una creciente agresividad hacia el que piensa distinto; bien sea a través de las redes sociales, bien sea en la convivencia diaria, bien sea en el contexto de un ambiente social impositivo, en el que es perseguido quien se atreve a pensar de forma matizada.
En definitiva, la frase subrayada por el Papa Francisco en su encíclica “Lumen Fidei” («Perdida la orientación fundamental que da unidad a su existencia, el hombre se disgrega en la multiplicidad de sus deseos»), permite que podamos y debamos dirigir nuestra atención hacia una propuesta de esperanza. La sociedad no está condenada necesariamente a esa disgregación en una multiplicidad de deseos contradictorios. La coherencia es posible, en la medida en que existe una cosmovisión que conjuga los valores; y sin que estos se disuelvan en otros antivalores.
Y es que, antes que una ética, el ser humano requiere una clave de comprensión del sentido último de la vida, sin la cual nuestra existencia es inconsistente y huérfana… Por ello, no podemos sino concluir recordando el papel de María como estela luminosa del sentido de la existencia, ya que: El que olvida el punto de partida, no encuentra fácilmente la meta. Si el destino es confuso, el camino es incierto. Y cuando se emprende un camino equivocado, más y más, nos alejamos de la meta.
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