martes, 4 de septiembre de 2018

MASONERÍA: religión prometeica, gnóstica, secreta y ANTI-CATÓLICA. Gran influencia en la difusión del Liberalismo. Instrumento de primer orden en: Revolución francesa, Guerras de independencia en Hispanoamérica, Revolución rusa, II República española, Parlamento de la UE

Carta abierta al Papa
Pío Moa
30-agosto-2018
Sin ser creyente, siento gran respeto por la cultura católica, raíz fundamental de la cultura española. Solo tengo que viajar un poco por el país para percatarme de la acumulación inmensa de arte, belleza y cultura en general que ha producido; y repasar la historia para constatar el altísimo número de escritores, artistas y pensadores generados por la Iglesia española a lo largo de siglos.
Pero, durante la pasada guerra civil, 
la Iglesia sufrió la persecución 
quizá más sangrienta y sádica de su historia, 
abundantemente documentada. 
Unos 7.000 clérigos fueron asesinados cruelmente 
así como numerosos cristianos por el hecho de serlo, 
miles de templos, monasterios, ermitas, bibliotecas 
y centros de enseñanza fueron incendiados y expoliados. 
Aquellas acciones constituyen técnicamente un genocidio, el único perpetrado en aquella contienda, y se realizó en nombre de una democracia o libertad negadas por los propios partidos que lo cometieron: se trataba de totalitarios socialistas y estalinianos, más ácratas, auxiliados por golpistas y grupos racistas-separatistas. Los cuales, por cierto, también se persiguieron y masacraron abundantemente entre ellos mismos. Y si el exterminio de la Iglesia no fue total, se debió primordialmente al general Francisco Franco, que derrotó a los exterminadores, restableció el culto y favoreció extraordinariamente a la Iglesia tras haberla salvado, literalmente, de la aniquilación en España.
Pío Moa
7-agosto-2018 
Desde luego, no puede igualarse liberalismo y masonería. Probablemente la mayoría de los liberales no tienen ni han tenido relación con la masonería, y bastantes incluso han sido hostiles a ella. Pero también es verdad que la masonería ha tenido gran influencia en la difusión del liberalismo. Buen número y varios de los principales líderes de la independencia useña fueron masones, y así ha seguido siendo desde entonces. La masonería fue también un instrumento muy importante en la liberal Inglaterra del siglo XIX y antes, y en la expansión de su imperio. También desempeñó un papel de primer orden en la Revolución francesa, en los movimientos revolucionarios de corte liberal en la Europa del siglo XIX, en las Guerras de independencia en Hispanoamérica, también de corte liberal, y en los grupos liberales y republicanos de España de dicho siglo. También tuvo su parte en el intento de encauzar la Revolución rusa de febrero de 1917, en la II República española, en el intento de aislar a la España franquista, y en muchos otros sucesos políticos de grandes consecuencias. Según parece, el número de Masones en el Parlamento de la UE es muy elevado, y el aire anticristiano que viene tomando esa organización internacional tiene probablemente algo que ver. Ideología de "género” y Abortismo, emplean argumento de tipo liberal y son defendidos en general por los masones. Con gran frecuencia encontramos masones, más o menos influyente y más o menos numerosos, en los sucesos políticos euroamericanos –y no solo– de los últimos dos siglos y medio, y la Masonería ha convivido muy bien con los regímenes inglés, useño, francés y los de Hispanoamérica, entre otros.
La masonería ha aumentado su influjo mediante organizaciones dependientes, como ligas de derechos humanos y similares. Y siempre ha insistido en que la calidad de “hijos de la luz” o “hijos de la viuda”, es decir, de masones, no estaba reñida con ninguna religión o credo político, salvo los abiertamente anti-masónicos, de modo que podía pertenecer a ella lo mismo un católicos (pese a las condenas de la Iglesia) que un budista, un musulmán o, en alguna de sus ramas principales, un ateo; lo mismo un demócrata que un marxista (los hubo o hay, aunque la URSS proscribió la masonería como “organización burguesa”), un anarquista, un fascista (hubo fascistas masones), etc. Aunque la corriente principal de la masonería se orienta claramente hacia el liberalismo.
Por consiguiente, no puede estudiarse el liberalismo sin esa conexión, como tampoco la masonería sin su tendencia liberal, aunque ambas cosas, como dije al principio, no son lo mismo, por más que algunos quieran identificarlos, o extiendan la indudable influencia de la masonería a una especie de poder omnímodo detrás de cada suceso nefasto en los últimos dos siglos y medio.
Solo la constatación de estos hechos indudables demuestra lo extremadamente dudoso de las pretensiones de dicha organización de no tener otros fines que los humanitarios al margen del poder, y de actuar solo “discretamente”. Ahora bien, no menos chocante es que el liberalismo haya admitido tal sociedad secreta, pues no existen en medios liberales, hasta donde yo sé, condenas algo contundentes a ella. Y deberían existir, porque, por todas sus características de secretismo e influencia oculta a través de su hermandad “discreta”, la masonería choca con principios liberales como la igualdad de principio o ante la ley o la publicidad que ha de acompañar a las libertades públicas, por no hablar de sus barrocos y desde luego nada racionales rituales de iniciación, etc.
El problema nos lleva a otra pregunta. ¿qué es, en fin, la masonería? He publicado en este blog un ensayo sobre la misma, y en mi ensayo sobre Europa la he tratado asimismo. Podemos definirla, en fin, como una Religión, con sus templos, mitos, ritos, etc., que pretende estar por encima de las demás; religión gnóstica, no abierta a todo el mundo, sino limitada a iniciados con distintos grados o jerarquías, cuyos supuestos saberes especiales les permitirían manipular a los “profanos” (se supone que por su bien); y de carácter prometeico, ligado a la idea por así decir salvífica de la técnica. Por todo ello es anticristiana, y muy posible su carácter secreto se entienda como un modo eficaz de corroer y socavar al cristianismo, muy especialmente en su versión católica.
En suma, sin entrar en otro tipo de derivaciones o especulaciones, creo que estos hechos son innegables: su carácter de religión prometeica, gnóstica, secreta y de influencias oscuras, que deberían repugnar a todo liberal; y desde luego anticatólica. Y sin embargo, insisto, el liberalismo se ha mostrado por lo general muy poco crítico con la masonería. Quizá sea hora de clarificar esta cuestión.
¿Sociedad Secreta?
Pío Moa
La Masonería o Francmasonería, cuyos miembros se autodenominan “hijos de la Luz”, se ha considerado tradicionalmente una sociedad secreta, entrar en la cual exige un rito de iniciación. La palabra masonería alude a sociedades antiguas de albañiles o constructores de templos y otros edificios. Según parece, existían ya en tiempos de Roma y luego se adaptaron al cristianismo, conservando reminiscencias paganas. Tenían interés en guardar los secretos del oficio, que envolvían en esoterismos y ritos más o menos pintorescos. Los masones se declaran procedentes de esas sociedades, cosa posible aunque no del todo probada, y aquí poco relevante, porque la masonería actual comienza en el siglo XVIII, con un período de formación a finales del XVII en Escocia e Inglaterra, y por influjo y orientación de personajes ajenos a la albañilería. A esta nueva masonería suele llamársela especulativa para distinguirla de la anterior u operativa, y puso especial atención en integrar a personas influyentes, como políticos, militares, magistrados e intelectuales diversos. De hecho ha sido la sociedad de su tipo más exitosa de la historia y el interés por ella se debe precisamente a su influencia política y social, exagerada o no, pero indudable en los últimos dos siglos.
Sobre la masonería han corrido mil rumores, siendo difícil, de primeras, distinguir lo verdadero y lo falso en ellos. Procederemos, pues, a partir de la ignorancia, resumiendo algunas opiniones. Los propios masones se presentan como miembros de una orden, fraternidad o sociedad filantrópica, respetuosa con el poder público y las religiones, ceñida a labores humanitarias y caritativas en pro de los derechos humanos, la libertad y la razón. Así lo acepta el estudioso jesuita Ferrer Benimeli. La aversión antimasónica de algunos poderes obedecería a que estos defienden el despotismo, la superstición y la ignorancia. Otros estudiosos la han tenido por una empresa diabólica, y así lo ha razonado el historiador Ricardo de la Cierva, entre otros. Para el general Franco, la masonería “no representaba la lucha franca, que incluso el marxismo ha presentado muchas veces: era la lucha sorda, la maquinación satánica, el trabajar en la sombra, los centros y los clubs desde los cuales se dictaban las consignas (…). Sobre los Estados, sobre la vida propia de los gobiernos, existe un superestado: el superestado masónico” (Amanecer, Zaragoza, 12 de IX 75). También encontramos testimonios de ex masones que califican a la orden como una asociación de ingenuos algo estrafalarios. El propio Azaña, que entró en ella, alude con visible desdén a sus barrocas ceremonias. Por su parte, el intelectual italiano Benedetto Croce resumió así su juicio: “Escucho las jactancias de esa institución sobre su grande y saludable eficacia; escucho las atroces acusaciones que le lanzan sus adversarios (…) Y me inclino a creer que jactancias y acusaciones son por igual exageradas (…) Pero conozco la mentalidad masónica (…) y veo en ella un serio peligro para la cultura italiana (…) Abstractismo y simplismo (…) Simplifica todo: la historia, que es complicada, la filosofía, que es difícil, la ciencia, que no se presta a conclusiones precisas, la moral, que es rica en inquietudes y contrastes. Pasa triunfalmente sobre todas esas cosas en nombre de la razón, de la libertad, de la humanidad, de la fraternidad, de la tolerancia. Y con tales abstracciones pretende distinguir a golpe de ojo el bien del mal y clasifica hechos y hombres por signos externos y por fórmulas” Y califica su ideología de “pésima no solo intelectualmente sino también moralmente” (Cultura e vita morale, 1914, p. 162-3).
Hay, por tanto, opiniones para todos los gustos. Empecemos por examinar si se trata de una sociedad secreta o no. Este dato es crucial, porque una sociedad de tal índole persigue por su propia naturaleza fines ocultos, en función de los cuales aspira a manejar al resto de la gente sin que esta se percate. Frente a esta acusación, la masonería suele insistir en que no es secreta, sino solo discreta, al igual que cualquier otra sociedad o club. Para dilucidar la cuestión, lo mejor es recurrir a sus propios rituales, que permanecieron mucho tiempo sin estar escritos y nunca lo fueron en España antes de que Ricardo de la Cierva los tradujera del inglés en su libro El triple secreto de la Masonería”, de gran valor documental. De la Cierva lo plantea como crítica desde el catolicismo, pero aquí me limitaré a hacer una exposición descriptiva.
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Ritos Masónicos
La cuestión de si la masonería es o no una sociedad secreta tiene gran importancia. Un indicio al respecto pueden ser sus ritos:
Los ritos se llevan a cabo en los templos masónicos, llamados logias, un término arquitectónico en recuerdo de la albañilería, y en reuniones llamadas tenidas. El cargo mayor de la logia, llamado Venerable Maestro, preside sobre un estrado, asistido por un Diácono en el centro del lado de Oriente de la sala; un Primer Vigilante se sitúa en el lado de Occidente, un Segundo Vigilante en el lado Sur, y en medio permanecen los demás asistentes. Hay dos Guardianes, el Interior a la puerta de la logia y el Exterior, provisto de una espada desnuda, en el vestíbulo. Los presentes llevan mandiles con símbolos distintos para cada categoría y a menudo guantes blancos. Los símbolos, la Biblia, la escuadra, el compás, el mallete o martillo, tablas de resonancia, caja de herramientas, un nivel, un bloque cúbico de piedra pulimentada y otro sin desbastar, etc., se colocan en lugares y formas precisas. La tenida suele comenzar con un himno y a continuación, previo golpe de mallete, el Venerable Maestro dice: “Hermanos, ayudadme a abrir la logia”. Se levantan todos y el Venerable llama al Segundo Vigilante por su nombre: “Hermano Tal, ¿cuál es el primer cuidado de todo masón?”. El interpelado responde: “Comprobar si la logia está adecuadamente cerrada”, cosa necesaria para evitar la curiosidad de los profanos. “Haced que así sea”. Se informa al Venerable de que la logia está cerrada, y él pregunta al Primer Vigilante por el siguiente cuidado, con la respuesta consabida: “Comprobar que solo se hallan presentes quienes son masones”. Y siguen preguntas y respuestas retóricas sobre los cargos y deberes de cada cual. En la masonería hay varios grados, con aperturas de tenida algo diversas. A continuación, los reunidos se dedican a sus discusiones y trabajos, que deben permanecer secretos, al menos muchos de ellos. No me extiendo sobre las joyas, cánticos, números místicos y otros signos típicos de la orden.
Pero vale la pena detenerse en el rito de iniciación. Parece que a Azaña, le pareció grotesco, según el tono despectivo con que menciona el suyo en el apunte de su diario, el 5 de marzo de 1932: “No se cabía en los salones de la [logia de la] calle del Príncipe. No me importó nada aquello, y durante los preliminares estuve tentado de marcharme. Había cuatro ministros, y Barcia, con una cadena de oro. Martínez Barrio, que es el gran gerifalte de la casa, no asistió”. La intención de Azaña al hacerse masón parece haber sido puramente práctica: contrarrestar la influencia que tuviera su rival político Lerroux a través de la orden. No volvió a pisar una logia, al parecer. En cambio Juan Simeón Vidarte, allí presente y masón muy convencido, creyó notar a Azaña “visiblemente emocionado”, y expone parte del ritual: “Se oyen golpes violentos en la puerta del templo. El Venerable Maestro dice: “¿Quién osa interrumpir nuestros trabajos?”. “Soy el Hermano Terrible que conduce a un profano. Dice que es hombre libre, honesto y de buenas costumbres”. “¿Quién responde de él?”. “Yo, que soy su conductor”. “Dadnos su nombre”. “Manuel Azaña Díaz”. “Hacedle entrar”. Se oye el chocar de decenas de espadas…” (Las Cortes constituyentes, p. 365). Como puede verse, se trata de una ceremonia realmente barroca.
En la Masonería hay varias corrientes, pero las dos principales y realmente directivas son las Grandes Logias, de origen inglés, y los Grandes Orientes, de origen francés, de cuyas diferencias hablaremos luego. Resumo el rito iniciático de la Gran Logia, poco distinto del Gran Oriente. El Guardián Exterior (Hermano Terrible en el Gran Oriente), encargado de cerrar el paso a los profanos, prepara al candidato en el vestíbulo de la logia, cerrando la puerta exterior y la de paso a la logia misma. Quita al candidato la chaqueta, chaleco, cuello y corbata y todos los artículos de metal que lleve encima, le abre la camisa para dejar el pecho izquierdo al descubierto y le enrolla sobre el codo el guante derecho. Le sube la pernera izquierda del pantalón sobre la rodilla, le sustituye el zapato derecho por una zapatilla, le coloca alrededor del cuello un lazo corredizo y le cubre los ojos con un capuchón. Después, el Guardián da en la puerta de paso a la logia unos fuertes golpes ceremoniales, a los que siguen unas preguntas rituales del Venerable Maestro sobre el candidato, como si no lo conociera. El Guardián Exterior le “informa”:
–Es el señor Tal y Tal, un pobre candidato en estado de oscuridad, que ha sido bien y dignamente recomendado, reglamentariamente propuesto y aprobado en logia abierta, y ahora llega por su propia y libre iniciativa, convenientemente preparado, y suplica humildemente ser admitido a los misterios y privilegios de la Francmasonería.
La ceremonia de iniciación prosigue con muchas preguntas y respuestas, signos y gestos rituales, hasta el largo y pomposo juramento, que gira en torno al secreto: “Sincera y solemnemente juro que siempre ocultaré, esconderé y jamás revelaré parte ni partes, punto ni puntos, de los secretos o misterios propios o que pertenezcan a los Masones, que puedan en adelante ser conocidos por mí o se me comuniquen en el futuro, a no ser a algún o algunos verdaderos y legales Hermanos y ni siquiera a ellos sin la debida comprobación, estricto examen o segura información de un Hermano (…) Además prometo solemnemente que no escribiré esos secretos, ni los dictaré, grabaré, marcaré, esculpiré o dibujaré de cualquier otra manera ni provocaré ni toleraré, si está en mi poder hacerlo, que así se haga por otros, sobre cualquier cosa móvil o inamovible bajo la bóveda del cielo (…) Juro observar todos estos puntos sin evasión, equivocación o reserva mental de cualquier clase, bajo una pena no menor –en caso de violación de alguno de ellos, de que mi cabeza sea cortada, mi lengua arrancada de raíz y enterrada en la arena del mar sobre la línea de la marea baja o a distancia de un cable desde la playa, donde la marea fluye y refluye dos veces en veinticuatro horas , o el más efectivo castigo de ser marcado como un individuo conscientemente perjuro, privado de toda dignidad moral; etc.
Hecho el juramento, el Venerable Maestro pregunta al candidato cuál es su mayor deseo, respondiendo este que desea la Luz. El Maestro hace una serie de señales, los hermanos aplauden, se le quita al candidato parcialmente la capucha de modo que pueda ver una Biblia ante él. Se le explica que las tres luces de la masonería son las Sagradas Escrituras (interpretadas como veremos), la Escuadra y el Compás. “Las Escrituras han de gobernar nuestra fe, la Escuadra regular nuestras acciones y el Compás mantenernos en la debida vinculación con toda la Humanidad, particularmente con nuestros Hermanos. Le señala también la existencia de tres luces menores, que “representan al Sol, para regir el día, la Luna para gobernar la noche y el Maestro para dirigir su logia. Y le advierte que durante la iniciación ha eludido “dos grandes peligros: los de ser apuñalado y estrangulado, porque a vuestra entrada en la logia este puñal (lo empuña y muestra al candidato) se esgrimió hacia vuestro pecho izquierdo desnudo de modo que si intentabais lanzaros hacia adelante hubierais provocado vuestra propia muerte (…) Esta soga con su nudo corredizo alrededor de vuestro cuello hubiera hecho fatal cualquier intento de retirada; pero el peligro que os aguardará hasta vuestra última hora es el castigo por vuestro juramento, vuestra garganta cortada si inicuamente reveláis los secretos de la Masonería “. Luego le notifica la existencia de varios grados en la orden, cada cual con sus secretos propios. Para empezar con ellos le enseña las señales para reconocerse entre sí los adeptos “y distinguirnos del resto del mundo”. La presencia de escuadras, niveles y plomadas indica también al masón.
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Contradicciones
Las ceremonias masónicas buscan, evidentemente, impresionar y ejercer una fuerte sugestión sobre el nuevo adepto, haciéndole sentirse miembro de una Fraternidad dotada de conocimientos muy fuera de lo común, y del consiguiente poder. Los masones atribuyen a sus ritos un profundo simbolismo y los toman plenamente en serio, aunque no todos, como vimos con Azaña. Y debe admitirse que para una sociedad dedicada a defender la razón resultan muy poco racionales, una contradicción que encontraremos a menudo. Y destaca en ellas una especie de culto casi (o sin casi) obsesivo al secreto. Además, los secretos van ampliándose conforme se sube de grado. Las diversas masonerías operan con distinto número de grados o jerarquías, pero el rito más extendido, el Escocés Antiguo y Aceptado, abarca 33, que van desde los tres inferiores o simbólicos a los tres superiores o sublimes. Los nombres de muchos de estos grados son curiosos: “Maestro secreto”, “Secretario íntimo”, “Sublime Caballero Elegido”, “Caballero de Oriente y Occidente”, “Caballero Rosa Cruz”, “Príncipe de Jerusalén”, “Caballero Kadosh”, etc. Los tres grados superiores, “Gran Inspector Inquisidor Comendador”, “Sublime y Valiente Príncipe del Real Secreto”, y “Soberano Gran Inspector General” gobernarían a los inferiores. Ricardo de la Cierva cree que conforme se sube en la jerarquía se vuelve más preciso el carácter anticristiano y pagano que achaca a la orden, hasta culminar en el rito del Arco Real. No entro aquí en cuestiones accesorias como las influencias atribuidas a los templarios, o a otras sociedades secretas como los Illuminati o los rosacruces, que han dado lugar a mucha especulación, en buena parte arbitraria.
Pero ¿cuáles son los misterios y privilegios que tan celosamente guarda la orden y que debieran llevar “la luz” a los iniciados? “El secreto de la masonería consiste en que no tiene secreto”, han dicho algunos, con frase ingeniosa y despistante, pero sin significado: o lo tiene, o no lo tiene. Aparentemente el núcleo misterioso es lo que llaman el Arte, compuesto de recomendaciones éticas un tanto banales, y orientaciones para desarrollar una personalidad moralmente elevada. Así, al candidato se le presentan las herramientas: el calibre de 24 pulgadas, el martillo común y el cepillo. “El calibre para medir nuestro trabajo, el martillo para arrancar a golpes los nudos y excrecencias superfluos; y el cepillo para alisar y preparar la piedra y hacerla apta para las manos de un trabajador más experto. Pero nosotros (…) aplicamos estas herramientas a nuestra moral. Las 24 pulgadas representan las veinticuatro horas del día que, deben emplearse parcialmente en el rezo al Dios todopoderoso; dedicarse en parte al trabajo y al recreo; y en parte a servir a un amigo o Hermano en situación de necesidad, sin detrimento nuestro o de nuestras relaciones. El martillo representa la fuerza de la conciencia, que debe repeler todos los pensamientos vanos e inconvenientes que puedan perturbarnos durante alguno de los períodos indicados; con el fin de que nuestras palabras y acciones puedan ascender inmaculadas al Trono de la Gracia. El cepillo nos señala las ventajas de la educación, por la cual nos convertimos en miembros adaptados de una sociedad regularmente organizada”.
Cuesta trabajo creer que tales cosas requieran tanto misterio. Y salta a la vista que una sociedad meramente filantrópica y humanitaria no precisa iniciaciones ni grados extraños u organismos secretos, como tampoco cultivar una hermandad casi mística entre sus miembros, ni un aparato chocante de símbolos, atuendos, jergas y grados esotéricos, con preocupación extrema de evitar la curiosidad ajena. No hace falta mucha sagacidad para entender que hay ahí algo más que filantropía, razón y demás, y que una sociedad de ese estilo constituye por su naturaleza un medio privilegiado para la conspiración, se produzca esta de hecho o no. Por ello no debe extrañar que la Masonería haya suscitado una densa prevención en medios muy variados. La Iglesia la ha condenado por esa y otras razones, Franco la persiguió, los regímenes comunistas la han prohibido por ser una asociación burguesa, es decir, servidora de la explotación. También en medios protestantes ha suscitado muchas reservas y oposición, pero en esos países ha gozado de mayor tolerancia, especialmente en Inglaterra y Usa, y también en Francia y en diversos regímenes latinoamericanos. El general Franco advirtió que la orden había desempeñado un papel patriótico en Inglaterra y en Francia, apoyando los imperialismos de ambos países, pero que en España había sido esencialmente antiespañola. Ya hablaremos de ello. En todo caso, la influencia de la masonería en la historia de Europa y América desde la Ilustración es evidente.
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El Mito Masónico
¿Cuáles son, entonces, los secretos cuya celosa posesión se atribuye la masonería? Parecen variados, pero creo que el fondo de ellos se encuentra en su doctrina, cuyo fundamento vienen a ser las llamadas Constituciones de Anderson, que datan de 1723 y a las que me referiré de preferencia. James Anderson era un pastor protestante escocés, y sus Constituciones incluyen un relato pretendidamente histórico, seguido de las “leyes, obligaciones, ordenanzas, reglamentos y usos” de la orden (Citaré de la traducción hecha por Ricardo de la Cierva en su referida obra El triple secreto de la Masonería).
Lo primero que llama la atención en esas Constituciones es su actitud hacia la religión. Un masón, dicen, “nunca será un estúpido ateo ni un libertino irreligioso”. Por tanto, debe ser un hombre religioso. Pero ¿de qué religión? El documento advierte que antaño, es decir, en tiempos de los albañiles, cada masón debía profesar la religión imperante en su país; pero en la actualidad debían “obligarse solo a la religión en la cual coinciden todos los hombres, dejando sus particulares opiniones a ellos mismos”. Por tanto, la Fraternidad se arroga la definición y profesión de la religión universal, situándose en el mismo golpe por encima de las demás religiones y sin oponerse en apariencia a ninguna de ellas. Nueva contradicción, pues el cristianismo se proclama también universal y por tanto en conflicto con la religión de Anderson; y lo mismo puede decirse de otros credos. Además, al profesar una religión “para todos los hombres” queda sin declarar, pero implícita, la orientación de sustituir a las demás religiones, consideradas particulares y relegadas al campo de la opinión privada. Su dinámica tendería a diluir poco a poco las religiones no masónicas. Aún más sorprendente es otra contradicción: la suprarreligión masónica, supuestamente común a todos los hombres, solo sería accesible en realidad a los miembros de la orden, previa iniciación. Se trata, por tanto, de una religión iniciática reservada a grupos iluminados acerca de determinados arcanos, algo típico de las llamadas sectas gnósticas.
Salta a la vista el choque con el cristianismo, sobre todo en su versión católica, pues este ha rechazado siempre las sectas ocultistas, las sociedades secretas y las tendencias gnósticas: el conocimiento de la verdad religiosa y la salvación deben estar abiertas a todos los seres humanos y no a miembros de algún grupo conocedor de supuestos secretos inaccesibles al vulgo y de relaciones ocultas entre sí. Por tanto, la masonería solo podía ser mirada con máxima reserva inicial y pronta condena por Roma. Pero la contradicción mengua en el caso del protestantismo. Anderson era pastor protestante y la orden empezó a tomar cuerpo en las protestantes Escocia e Inglaterra, para generar luego otro foco en Francia. Lutero estableció que no existía libertad para salvarse o condenarse, pues las obras humanas carecían de valor a tal fin. Desde la eternidad, Dios había decidido quiénes se salvarían y quiénes se condenarían. La idea de que los elegidos para la salvación podrían reconocerse entre sí y formar grupo aparte, surge de forma espontánea. Esta concepción es reminiscente a su vez de la de “pueblo elegido” que se atribuían los judíos. Y Anderson afirma –obviamente sin la menor prueba, como en casi todo lo demás– que, al menos en la antigüedad, los judíos eran un pueblo íntegramente compuesto de masones, dueños de los secretos propios de la orden.
Como otras religiones, la masónica incluye una fe, expresada en el mito; un culto, expresado en el rito, ya mencionado; un templo, la logia; y una moral,que veremos luego. Las Constituciones empiezan por una introducción histórica bastante larga. A menudo se ha resaltado su carácter disparatado como historia racional, pero a mi juicio esa crítica no da del todo en el blanco, pues el relato no busca tanto establecer una historia real como un mito. La palabra mito se utiliza en muchos sentidos, desde el de simple embuste al aquí empleado, como relato fundacional-explicativo del sentido de la vida o de hechos generales, con proyección moral y psicológica. A nuestra razón se le escapa la razón de ser de las cosas, el sentido del mundo y de la vida, pero nuestra psique no acepta el caos de una vida sin significado que le llevaría a la desesperación y la amoralidad. Así, el mito viene a constituir el núcleo de las religiones. Puede tener base histórica o racional, pero la trasciende. Creo, aunque no voy a desarrollar el tema, que Cicerón decía una verdad al señalar que todos los pueblos creen en dioses, fuerte indicio de que el ser humano es por naturaleza religioso, sea en un sentido animista, politeísta o monoteísta. El mito exige fe, que es una forma particular de creencia, dado que el sentido último de las cosas escapa a nuestra capacidad mental. También es verdad que siempre ha habido ateos, pero quienes en nuestros días se proclaman tales, suelen depositar su fe en algún concepto que opera psicológicamente de modo similar a la divinidad, dando sentido a la vida: la Ciencia, la Razón, la Humanidad, el Proletariado, el Progreso, la Ecología, etc. Así consideradas, todas esas ideologías incluyen al menos cierto sentimiento religioso, pues aunque pretendan apoyarse en la razón o la ciencia, atribuyen a ambas unas virtudes salvíficas indemostrables.
Enfocada así, la Historia mítica de Anderson tiene el mayor interés. Parte de la Biblia, si bien, de acuerdo con el libre examen protestante, la interpreta de un modo peculiar y pasa por alto a Jesús. Dios aparece como “el Gran Arquitecto del Universo”. Esta idea se comprende como metáfora ingenua de un gremio de albañiles, pero cuando la masonería toma carácter más intelectual, su alcance es mucho mayor y un tanto ambiguo. Un arquitecto trabaja con normas, leyes y materiales distintos y previos a él, con lo que se introduce implícitamente una concepción de la divinidad diferente de la del Dios Creador de la Biblia y del cristianismo, y limita la visión del mundo a la de una arquitectura, cosa solo aceptable como metáfora gremial. El Gran Arquitecto habría infundido en Adán ese conocimiento de las “Ciencias liberales y especialmente de la Geometría”, haciendo de él el primer masón. Y Adán habría transmitido esas ciencias a sus hijos, entre quienes menciona Anderson a Caín y a Set, cada uno de ellos “Príncipe de la mitad de la Humanidad”, sin explicar la diferencia entre uno y otro. Todos ellos resultan ser “masones”, pero sería la estirpe de Caín (cuyo asesinato primordial no es mencionado ni se le atribuye significación alguna) la que mejorase “la noble Ciencia y el útil Arte”: el trabajo del metal, la música, la ganadería, la construcción de tiendas, la arquitectura. Da la impresión, no muy clara, de que la masonería se identifica de preferencia con Caín.
Después del Diluvio, los sucesores de Noé (otro gran masón, dice Anderson) construyeron la “prodigiosa torre” de Babel, a partir de la cual los hombres se dispersaron y diversificaron sus lenguas. Y aunque al principio permanecieron los conocimientos masónicos en las ciencias, artes y geometría, estos fueron perdiéndose, salvo para grupos de sabios, a quienes se deben las construcciones de Mesopotamia y Egipto. Posteriormente, los judíos constituyeron un pueblo íntegro de masones, como señalé antes, con Abraham y Moisés, masones a su turno. Su obra capital sería el templo de Salomón, presentado por Anderson con extraordinaria fantasía, y cuyo mérito principal atribuye al fenicio Hiram Abif, hijo de una viuda judía (de ahí que, por identificación, los masones suelan llamarse “hijos de la viuda”). Hiram habría sido el más grande maestro masón que haya existido, y sobre él y su asesinato construyó la masonería a su vez un mito simbólico. Las Constituciones están escritas para los adeptos, pero aun así está presente en ellas el secretismo con avisos de que “no conviene hablar con mayor claridad de estos asuntos, excepto dentro de una Logia formada”, de “no mencionar” más que algunos hechos parciales, etc.
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El Secreto básico
El relato de Anderson abarca hasta su época, pero creo que lo expuesto permite aclarar un rasgo clave de la neorreligión masónica. El ser humano ha sido definido de muchos formas, como animal racional, animal moral, animal político etc. Aquí figura como “animal técnico”, capaz de utilizar la naturaleza en su beneficio y de satisfacer así sus deseos. Se trata de una concepción esencial que hallamos también en el marxismo, en alguna rama del liberalismo y en diversas ideologías, aunque en religiones de otro tipo aparece como un peligro esencial de la condición humana. Así en el mito de Prometeo o, de otro modo, en el Génesis, por lo que me extenderé un poco al respecto. Prometeo es un titán, hijo de la tierra, y en una versión crea a los hombres con barro, mientras que en otra se limita a traspasarles la técnica (el fuego) y les enseña menospreciar y burlarse de los dioses. Finalmente, Zeus lo castiga encadenándole a una roca y enviándole un águila que todos los días le devora el hígado. Suele verse en el titán a un benefactor de la humanidad, y en los dioses a tiranos celosos de la capacidad humana, que lo castigan injustamente. Paul Diel ofrece, en El simbolismo en la mitología griega, una interpretación que suena más coherente y profunda. La técnica permite al hombre mejorar su situación material, pero es inútil para dar un sentido a su vida. Ese sentido aparece en los mitos como algo en parte misterioso vinculado a los dioses. Cuando esta limitación de la técnica es pasada por alto y el bienestar material se convierte en el objetivo total del ser humano, la vida se trivializa y genera mil conflictos, agravados por el poder técnico, porque los deseos humanos suelen ser contradictorios en sí mismos, y opuestos entre unas personas y otras. Además, la limitada capacidad humana de previsión no logra captar las consecuencias últimas de sus actos, hecho que refleja el mito hermanando a Prometeo, El previsor, con Epimeteo, El que piensa tarde: las dos caras del pensamiento humano.
De este modo la técnica y el bienestar material derivado, concebidos como el objetivo esencial de la vida y no como subordinados al espíritu, figurado en los dioses, se convertirían en fuente de males, representados por la Caja de Pandora. La estéril roca a la que es encadenado Prometeo simboliza su propia elección exclusiva por los bienes terrestres, por los bienes materiales y la consiguiente trivialización de la vida. Y al devorar el hígado del titán, el águila, enviada del espíritu clarividente que se eleva sobre la tierra, figuraría el remordimiento por la pérdida de una vida más elevada. En fin, Prometeo representaría el peligro humano de elegir en exclusiva o primordialmente los bienes terrestres y despreciar al espíritu. No abordo aquí la distinción entre materia y espíritu, que todo el mundo intuye aunque sea difícil de explicitar y haya generado tanto debate; aunque un ejemplo algo tosco ayudaría a ello: desde el punto de vista material, un libro es una cantidad de papel y de tinta, con un volumen, forma y masa fácilmente medibles. Desde otro punto de vista, es solo el continente de un mensaje o intención, expuesto en las complicadas disposiciones de la tinta, aunque estas por sí mismas no signifiquen nada. Cada unidad de libro es materialmente única y el total cuantificable, pero el contenido no es medible. El Quijote,por ejemplo, es siempre uno aunque se presente en millones de ejemplares y en formas y aspectos materiales muy diversos. Quizá podamos captar con esto algo de la diferencia.
Y en el relato del Génesis el hombre, hecho de barro, tiende al barro, a la materia contra el espíritu, tendencia representada por la tentación de la serpiente, que se arrastra por el suelo: le promete que desobedeciendo al mandato de Dios se hará igual a este. La semejanza de fondo con el mito de Prometeo ha sido subrayada por Paul Diel. No voy a adentrarme más en la cuestión, pues solo quiero poner de relieve el carácter prometeico de la masonería, una religión y una mística de la materia y la técnica. No existe para ella la tensión y el conflicto del alma humana entre el espíritu (la divinidad) y la materia, ni propiamente entre el bien y el mal. El ser humano es un ser técnico que encuentra la plena satisfacción de la vida en el conocimiento y el desarrollo de conocimientos científico-técnicos en un progreso indefinido. No existe en la masonería la oposición entre Zeus y Prometeo o entre Dios y Lucifer, el “portador de luz”. El Gran Arquitecto figura al mismo tiempo como Dios y Lucifer o Prometeo.
Habíamos caracterizado a la masonería como una religión gnóstica, de las que ha habido muchas, pero debe anotarse una particularidad. La mayoría de los gnosticismos oponen radicalmente el espíritu a la materia y condenan esta última como foco de todas las corrupciones y sufrimientos, llegando incluso a proponer el suicidio y a mirar a Jesucristo como el espíritu del mal, por haberse encarnado. El gnosticismo masónico toma el rumbo contrario, al exaltar la técnica, la materia como la fuente del significado de la vida. Pero siempre con los mismos rasgos ocultistas e iniciáticos. Sus templos se llaman logias, en el espíritu de la arquitectura, esto es, de la técnica.
Dicho en otras palabras, la masonería deposita su fe en los que llama el Arte o el Arte Real, la técnica en definitiva, y con arreglo a esa fe moldea la concepción misma de la divinidad. Algo que otras religiones, en especial el cristianismo, repito, ven como un peligro esencial del alma humana. Creo que el secreto básico de la masonería, del que derivan los demás, reside justamente en esa concepción de fondo, acaso no muy consciente para muchos de los mismos hijos de la luz. 
Cabe señalar que la Masonería entra en una tradición intelectual algo más antigua, en la que Francis Bacon marca un hito fundamental con su novela utopista Nueva Atlántida. Se trata de una isla con una sociedad esplendorosa, cristiana aunque de un cristianismo sui generis, en la que prácticamente está excluido el mal. Una sociedad integrada por gentes “generosas e ilustradas, dignas, castas y piadosas y llenas de espíritu público”. A su cabeza, por encima incluso del estado, se encuentra la Casa de Salomón dedicada a la investigación científica y técnica y que decide qué inventos y hallazgos difundir y cuáles no, incluso por encima de los responsables políticos. Salvo que la masonería no se dedica a la investigación científica, encontramos en la Nueva Atlántida ciertas similitudes con ella: una religión de la técnica, que estaría tanto por encima de las demás religiones como de los estados, según veremos. Algunos creen a Bacon miembro de la sociedad secreta de los rosacruces.
Aquí llegados, debe recordarse que, si bien hay diversas masonerías, las dos mayores son las Grandes Logias, de origen y orientación inglesa, y los Grandes Orientes, nacidos en Francia. El Gran Oriente de Francia, fue fundada por masones ingleses, separándose progresivamente de las Grandes Logias en tres puntos: en 1877 suprimió las menciones a Dios, admitiendo a ateos, que llegaron a tener un papel relevante. Ello provocó cierto escándalo y un pequeño cisma. En segundo lugar, admitió las discusiones políticas directas en el seno de las logias, prohibidas en la corriente inglesa. Finalmente, y también contra los reglamentos ingleses, aceptó ocasionalmente a algunas mujeres, aunque sin permitir su iniciación hasta muy recientemente, en 2010. Con todo, ambos grupos se reconocen entre sí como masónicos. Oficialmente, el Gran Oriente se dedica a “la búsqueda de la verdad, la investigación moral y la solidaridad”, al tiempo que preconiza un laicismo que los católicos sienten como extremo y agresivo.
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La Moral 
La masonería se presenta como una orden muy especial, cargada de un simbolismo moralista. Según afirma Anderson: “Las sociedades y Órdenes de los caballeros militares y también las religiosas han tomado de esta antigua Fraternidad (la masonería) muchos de sus usos solemnes; porque ninguna de ellas estuvo mejor constituida, más decentemente instalada ni observó con mayor fervor las leyes y obligaciones que los Aceptados (masones) en todos los tiempos”. Asimismo, después de señalar la obligación de profesar la “religión de todos los hombres”, adjudica a la masonería la tarea de “convertirse en Centro de unión y medio para conciliar una verdadera amistad entre personas que sin ella permanecerían a perpetua distancia”.Estas personas, iniciadas, serían “hombres buenos y verdaderos, de honor y honradez”. Uno de los objetivos de los ritos y secretos consiste, precisamente, en “desbastar” el bloque de piedra, es decir, el carácter del adepto, perfeccionándolo moralmente.
Conviene detenerse en lo dicho sobre la aspiración masónica a convertirse en una suprarreligión. Claramente, nadie podría mostrar desacuerdo con la bondad, el honor, la amistad o la honradez exigidas por la orden, pues son aspiraciones comunes a casi todos los seres humanos. Pero cabría disentir de la pretensión implícita de que alcanzar o culminar tales virtudes exija una iniciación en extraños misterios o que la “verdadera amistad” precise de una sociedad secreta. Por el contrario, de acuerdo con la “religión de todos los hombres”, tales virtudes nacerían espontáneamente de la humanidad. Por otra parte, las mismas son predicadas por las religiones en general, con lo que la masonería resultaría superflua. Debe observarse, además, que en el cristianismo la elaboración moral es mucho más compleja y depurada que los tópicos masónicos, cuyo “abstractismo y simplismo” condenaba el escritor italiano Croce.
Demos aquí un pequeño rodeo. El ser humano vive inmerso en la esfera de la moral. De ahí que los términos “inmoral” o “amoral”, con los que se califican determinadas conductas, resulten poco adecuados: el individuo se ve constreñido a justificar sus actos ante sí y ante los demás, a presentarlos como “buenos”, con uno u otro criterio. Y por eso el hombre es siempre moral, aunque se trate de una moral perversa o defectuosa. El relato de Adán y Eva podría interpretarse como el paso de la inconsciente inocencia animal al reino de la moral, relacionado con la libertad, la responsabilidad y la culpa. Pero el hombre no llega a comprender del todo el sentido de la moral, que en los mitos aparece como mandato de Dios o de los dioses frente a las inclinaciones perversas. La tentativa humana de dominar la ciencia del bien y del mal fracasa lamentablemente en el Génesis. No han faltado intentos, sin éxito hasta ahora, de establecer una moral plenamente racional, o científica. El racionalismo la relativiza, dejándola en producto de conveniencia de algún grupo o clase social o de los individuos en abstracto. Lo cual los anularía como mandatos de valor general. De esa dificultad o imposibilidad surgen varias tendencias, como la de sustituir la moral por la ley positiva, la cual, sin más raíz que la decisión política de supuestos representantes de cambiantes mayorías, puede dar pie a aberraciones y a leyes totalitarias, como las nazis. Otra tendencia es la de una imposible vuelta al reino del instinto, de la inocencia animal, que el poeta useño Walt Whitman expresaba en un poema: “Podría irme a vivir con los animales, tan plácidos y satisfechos de sí mismos (…) No sudan ni gimen por su condición, no yacen despiertos en la oscuridad ni lloran sus pecados”.
Fácilmente se aprecia que esa tensión hacia una imposible sociedad organizada al modo de los animales, sin culpa, por tanto sin libertad y sin moral, está en la raíz de las ilusiones utópicas y totalitarias. En la Nueva Atlántida de Bacon no existía el mal, gracias a un sistema social tecnicista, y por ello tampoco podía existir el bien, reducido a mera retórica convencional sin contenido. En la masonería, la moral deriva de su concepción del hombre prometeico o técnico. Así, las Constituciones oponen la perfección moral lograda por los masones gracias a su conocimiento del Arte, a las “épocas oscuras e iletradas”, ajenas al “Saber y la Geometría”. El mensaje es claro: el bien consiste en el saber y el mal en la ignorancia. Los masones poseen la Luz, la sabiduría esencial, y el común de la Humanidad no. Ideas similares cundieron durante la Ilustración, una de cuyas tendencias fue el culto, realmente religioso, a la razón, a la que no reconocía límites. Haré aquí una pequeña digresión sobre Bakunin, uno de los fundadores del anarquismo. Su doctrina básica era: el mal es la ignorancia y el bien la sapiencia que él mismo se atribuía y quería transmitir a la humanidad, para liberarla. Por desgracia, los ignorantes no acababan de apreciar sus ilustradas prédicas, y Bakunin adquirió una verdadera manía por crear sociedades secretas, para impulsar la revolución manipulando a unas masas tercas en su ignorancia. En función del bien, según él lo concebía, justificó el terrorismo, el bandidaje, el engaño sistemático, cualquier acto por criminal que lo considerasen… los ignorantes. Llegó a promover sociedades secretas dentro de sociedades secretas en una deriva algo enloquecida. Cabe encontrar ahí la huella masónica, máxime cuanto que Bakunin alcanzó en la masonería el grado 32, uno de los más altos, según documentó el historiador anarquista Max Nettlau,
Desde luego, la ignorancia es un mal, pero quien reduce el mal a la ignorancia, atribuyéndose de paso el bien del conocimiento, muestra una arrogancia pasmosa. Nadie podría ni remotamente dominar el ámbito del conocimiento humano, técnico o no, ni prever adónde llegará o qué teorías tomadas por verdaderas en un momento dado quedarán luego descartadas por falsas o insuficientes. Como toda arrogancia, esta es en sí misma maligna. Aparte de que el conocimiento y la técnica pueden emplearse de forma malvada, como por lo demás ocurre cotidianamente. Una vez más encontramos la trivialidad y la simpleza bajo la capa del secretismo y el misterio.
Debemos preguntarnos por qué entran en la masonería personajes de alto nivel intelectual, relevantes en la política, la milicia, el pensamiento o las artes (aunque la masonería gusta de exagerar al respecto, por razones de prestigio). Creo que el mismo carácter de la orden da algunas pistas. Pertenecer a una élite inspirada y sapiente seduce a ciertos espíritus ingenuos o vanidosos, no necesariamente estúpidos. Para otros, la Fraternidad da salida a un ansia natural de perfeccionarse y entender los misterios de la vida. No faltan razones prácticas: una organización así supone un poder social, y sirve muy bien como medio de promoción profesional o política a través de contactos opacos, pasando por encima de profanos con méritos iguales o mayores. Esta acusación se hizo mucho durante la II República. En el ejército se extendió el dicho: “¿Quién es masón? Quien se mete delante de ti en el escalafón”. En 1904 se produjo en Francia un escándalo al saberse que el Gran Oriente había elaborado un fichero de los oficiales católicos en el ejército, a fin de impedirles acceder a puestos relevantes. Seguramente habrá habido muchas más maniobras semejantes que permanecen en la oscuridad. Una sociedad secreta se presta especialmente bien a formar redes subterráneas informales con obligaciones fraternas y solidarias ocultas al público profano. La existencia de tales redes opacas no es una especulación, deriva de la propia naturaleza de la masonería.
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Ideales Masónicos y Política

Todo lo anterior tendría interés limitado si no fuera por la influencia social y política atribuida a la orden. Como vimos al principio, sobre ella abundan las opiniones más opuestas, desde quienes la dejan en un influjo puramente humanitario sin connotaciones de partido ni de religión particular, hasta quienes la definen como el centro operativo de casi todas las conmociones sufridas por la humanidad, al menos en Occidente, en los últimos dos siglos y medio. Dejaré la exposición de algunos datos concretos para la próxima conferencia, ciñéndome ahora a la lógica interna del asunto. En principio, las Constituciones excluyen las discusiones políticas y declaran: “Un Masón es un súbdito pacífico de los poderes civiles, dondequiera que resida o trabaje y nunca debe implicarse en complots y conspiraciones contra la paz y el bienestar de la nación”. Es decir, el masón debe acomodarse al régimen en que viva, sea el que fuere, aunque, como siempre, esa declaración resulta demasiado simple para tomarla muy en serio.
La declaración se entiende mejor cuando explica que en la Inglaterra del momento la orden vivía una época de prosperidad, por lo que resultaría inapropiada una actitud subversiva. Aun así, advierte, si un masón se comporta como rebelde contra el Estado, “se le debe mostrar compasión como a hombre infeliz”, pero no podrá ser expulsado por eso de la Fraternidad. Y es obvio que los masones tendrán alguna idea, derivada de su doctrina, sobre lo que conviene a “la paz y el bienestar de la nación”, por lo que no estarán muy cómodos con gobiernos que, a su juicio, vulneren esas conveniencias. Sería inverosímil que los políticos, intelectuales y militares masones no trasladasen sus principios al ejercicio del poder, aun suponiendo que obren por propia iniciativa y no por consignas de la orden. También sería inverosímil que no aprovechasen la red de contactos creada en las logias para acceder a puestos clave en el estado y la sociedad en general, sea para imponer sus propias creencias o para evitar que se impongan las contrarias. En ello, las Grandes Logias parecen obrar de forma más flexible e indirecta que los Grandes Orientes, más abiertamente anticatólicos y orientados a la política.
Recordando que la masonería es una religión, aunque sea sui generis, diremos dos palabras sobre la relación entre religión y política. De siempre ha existido un lazo muy estrecho entre ambas, hasta el extremo de confundirse en el Islam o en el antiguo judaísmo. El cristianismo separa desde el principio el terreno de Dios y el del César, lo cual, en el catolicismo, se manifiesta en un centro religioso general, Roma, diferente y a veces en oposición a los gobiernos nacionales o imperiales cristianos. La distinción es menor en la Iglesia ortodoxa y durante un tiempo lo ha sido en los países protestantes, constituidos sobre el principio cuius regio eius religio, es decir, sobre la imposición de la fe del príncipe a los súbditos. La dinámica del protestantismo, basada en el libre examen de la Biblia, engendra divisiones, y la misma masonería inglesa podría entenderse, hasta cierto punto, como un producto del libre examen.
La necesidad de poner fin a las luchas y persecuciones entre grupos protestantes originó en Inglaterra la propuesta de la tolerancia (no aplicada a los católicos) que dio lugar finalmente a los estados aconfesionales. En estos, la política se independiza totalmente de la religión, aunque ello ocurra más en superficie que en profundidad. Durante siglos, las sociedades han sido impregnadas cultural y moralmente por la religión, y a sus concepciones no escapan los políticos y los partidos, cuyas propuestas prácticas tienen como trasfondo una concepción del mundo de raíz forzosamente religiosa, como ocurre con la moral. Pues las políticas, en cuanto se basan en principios indemostrables, que implican fe, tienen siempre un componente más o menos religioso. Lo que varía son las formas como se produce la interinfluencia entre religión y política.
Aparentemente los hijos de la Luz no tienen principios definidos en política, por lo que se adaptarían a diversas situaciones. Pero en realidad esos principios existen como proyección de su doctrina general, y se presentan como defensa de los derechos humanos, la libertad y la democracia, y la consiguiente oposición a los regímenes que juzgan contrarios a ellos. El lema de la Revolución francesa “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, muy relacionado con el Gran Oriente, lo haya creado este o no, viene a resumir la orientación política masónica. Slogan de extraordinaria fuerza sugestiva con el que, como ocurría con las invocaciones morales a la bondad, la honradez o la verdadera amistad, nadie estaría en desacuerdo. De hecho, el cristianismo también pregona esas bondades y otras que cabría añadir, como Justicia, Misericordia, etc.
Pero analizado más de cerca, el lema, de apariencia simple, se embrolla. Si nadie podría oponerse, como ideal, a esos buenos deseos, tampoco nadie podría atribuírselos como bandera particular. Al hacerlo, se excluiría de la fraternidad a quienes discrepasen de la revolución o de la masonería, es decir, de su particular concepción de la libertad o la igualdad. A los discrepantes no se les reconocería libertad ni igualdad, y en los períodos de mayor enconamiento, se trató de despojarlos también de sus bienes y hasta de sus vidas. Los derechos especificados en la célebre Declaración revolucionaria nunca fueron más pisoteados que entonces, también entre los propios revolucionarios, poco amigos unos de otros. Situación repetida en la España de los años 30.
Además esos ideales, tomados en abstracto, no son coherentes entre sí. La libertad implica la diferenciación personal, por tanto se opone a la igualdad; y ni de una ni de otra, y menos de su contradicción, brota fraternidad alguna. La propia masonería, con su neta distinción entre los hijos de la Luz y los profanos sumidos en las tinieblas, tiene poco de igualitaria o fraternal, salvo entre sus iniciados, y aun así con diferenciación de niveles, grados y secretos. En relación con la democracia reencontramos la contradicción de sus proclamas moralistas y filantrópicas o de su religión “de todos los hombres”: a duras penas imaginaríamos algo más contrario a la democracia, basada en la publicidad, que una sociedad secreta. Y por su misma concepción orgánica, la masonería se presta extraordinariamente bien a la conspiración, la manipulación y la acción oculta. Entra en la lógica que a los hijos de la Viuda busquen adueñarse de puestos clave de poder e influencia social. Fue significativo que en las Olimpíadas últimas de Londres, en un país de historia y cultura cristianas, se prohibieran los signos religiosos, en ofensa a los derechos y libertad de las personas, pretextando que eran un motivo de conflicto (aparte de que la Olimpiadas, en Grecia, eran un acontecimiento religioso). No sería muy aventurado pensar que la masonería estuviera detrás de la prohibición o contribuyera a ella en coherencia con sus aspiraciones universalistas y prometeicas, tratando de relegar al ámbito privado la religión, es decir, las demás religiones.
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La influencia masónica
En Occidente, y más en Europa, se tiende hoy a sustituir el cristianismo por lo que cabe definir como religión del progreso, cimentado en la técnica y el consumo. El ataque, la burla y la calumnia al cristianismo proliferan en medios de masas, libros, cine, etc., y existe un empeño en relegarlo a la esfera íntima o de neutralizarlo promoviendo el Islam y otras creencias. También ataca al cristianismo la concepción de la historia y el porvenir en clave economicista, es decir, técnica y hedonista, prometeica en términos míticos. O la corrosión de la familia por el feminismo, el abortismo o el homosexualismo, así la creciente expansión en intromisión del estado en todos los aspectos de la vida, hasta los más personales. O hay planes de crear un nuevo orden mundial, que disolvería las naciones y culturas a fin, se dice, de evitar guerras. Y hechos similares, contrarios a lo que ha significado Europa en la historia. La Masonería participa en esos fenómenos, pues, repito, su doctrina y aspiración universalista chocan con el cristianismo, más aún en su versión católica. Pero muchos van más allá y afirman que dicha Fraternidadconstituye el núcleo operativo de una vasta conspiración mundial con fines perversos, que domina la política de Usa, Inglaterra, Francia y otros países. Esta acusación tiene la comodidad de simplificar al máximo el problema, señalando un culpable general de todos los males. Pero me parece improbable, por varias razones.
En primer lugar, es una idea no cristiana, pues el cristianismo no localiza el mal en algo o alguien particular, sino que lo entiende como una característica de la naturaleza humana, presente de manera clara o difusa en cada individuo y en la sociedad, incluida la Iglesia. Lo entendemos mejor remitiéndonos al carácter prometeico de la religión, o si se quiere seudorreligión, de los hijos de la Luz. La orientación prometeica, tecnicista, economicista, etc., no ha sido creada por los masones, pues otras religiones la miran como un peligro consustancial al ser humano. Por tanto, la Masonería no sería la causa, sino una de las muchas manifestaciones de ese peligro o tentación. En realidad, hechos semejantes a los actuales se han dado siempre a lo largo de la historia, con unas formas u otras y momentos de especial intensidad y crisis.
En segundo lugar, esa acusación general se vuelve contra los acusadores, porque al considerar a los regímenes inglés, francés o useño dominados por la Masonería, también tendrían que acusar a esta de culpas como la democracia, la prosperidad económica o los avances técnicos y científicos. Recordemos, además, los defectos de la católica España, como haber tardado tanto en abolir la esclavitud o en alfabetizar a la población, en contraste con regímenes tachados de masónicos.
En tercer lugar, el supuesto de que la masonería opera como un todo único y disciplinado por órdenes y consignas de un poder central, suena poco creíble. Una cosa es que encontremos hijos de la Viuda en determinadas políticas o tendencias, y otra que ellos obren siempre dirigidos. Hay varias masonerías, sin un órgano supremo común, y sus posibilidades de imponer una disciplina algo estricta parecen limitadas, pese a los vistosos juramentos de secreto. Así, no han faltado choques y hasta asesinatos entre masones, como en la Revolución francesa, y los que participaron en la independencia de Usa lo hicieron contra los masones ingleses. Mi impresión es que la orden opera más bien por la difusión de ideas y argumentos que muchas veces no proceden de ella, y que muchos profanos repiten con mayor o menor convicción. Por ejemplo, que el diario El País, mantenga sus conocidas posiciones, no quiere decir que esté dirigido por la masonería, si bien esta seguramente no es del todo ajena al periódico.
En cuarto lugar, aunque una organización secreta es un buen vivero de conspiraciones, estas se dan en todos los ámbitos sociales, y muy especialmente en la política. Esa misma proliferación suele neutralizarlas, y en su mayoría fracasan total o parcialmente. El avance actual de las corrientes anticristianas incluye conspiraciones, pero se debe más a tendencias generales que conviene examinar en ellas mismas. Por cierto, una sociedad secreta es condenable en democracia, y ese punto tiene relevancia. Pero centrar el análisis en ese aspecto no sirve de mucho, si no se examinan concretamente los fenómenos sociales más o menos relacionados con él orden. Esos fenómenos se presentan como ideas y propuestas a menudo argumentadas hábilmente, y condenarlas por su carácter masónico, real o imaginado, convencerá a pocos. Pues la gente quiere saber ante todo si el fenómeno en cuestión es bueno o malo, cualquiera sea su origen.
Con estas precauciones abordaremos algunas acciones históricas de clara inspiración masónica. Antes, condensaré en unos pocos puntos el objeto de esta conferencia:
a) La masonería es una religión sui generis, con sus mitos, ritos, moral y templos.
b) Es una religión tecnicista o prometeica, con una moral a tono, en la que el bien se reduciría al saber, esencialmente técnico, y el mal a la ignorancia. Esta concepción socava el fundamento mismo de la moral según la concibe el cristianismo.
c) Como religión, pretende una universalidad que la situaría por encima de las demás religiones, consideradas particulares y relegables a la opinión privada.
d) En contradicción con sus ideas universalistas, es una sociedad secreta, iniciática y ocultista, por tanto proclive a la manipulación de los demás, tachados de ignorantes.
e) Por su propia organización y naturaleza, la masonería se presta especialmente bien a la conspiración política, económica o profesional.
f) La contradicción recorre la concepción masónica, no solo en cuanto a la religión sino también en sus invocaciones a la razón y en sus pretensiones políticas democráticas.
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Revoluciones
Visto lo anterior, y aun teniendo en cuenta la avidez política de la masonería, me parece exagerada la tesis de Franco de que ella constituye un superestado capaz de dirigir a los demás. En cambio parece cierto que desempeñó un papel patriótico y proimperialista en Inglaterra, Usa y Francia.
Así, varios de los más destacados políticos y militares anglosajones y franceses han sido masones. Su peso en la independencia de Usa es innegable. Fueron “hijos de la luz” Franklin, Washington, principal líder independentista, y otros hombres poderosos del momento, y de ahí que a menudo se haya caracterizado como masónica aquella revolución. Sin embargo su influjo se ha exagerado, y quienes mantienen esa tesis suelen adjudicar el título de masón, sin ninguna prueba fehaciente, a gran número de personajes históricos. Según César Vidal, Washington apenas tuvo actividad en las logias y la fuerza de estas en la revolución useña fue poco decisiva: entre los 55 firmantes de la Declaración de Independencia, solo había 9 masones, y entre los 39 firmantes de la Constitución hubo 13, pero varios entrarían en la orden más tarde. No obstante, su presencia posterior en altos cargos, incluida la presidencia de la nación, sería muy relevante hasta hoy. Procede señalar aquí también que la cultura política e intelectual useña ha dado gran relieve a la utopía tecnológica de Francis Bacon arriba mencionada, que guarda similitudes con el mito masónico. Seguramente ello tiene relación con el enorme impulso tomado por la tecnología y la ciencia en ese país, sin que ello signifique que quienes se dediquen a la ciencia y a la técnica sean masones. Así, es indudable el componente prometeico en la cultura useña, si bien muy contrapesado o reorientado por la mayoritaria religiosidad cristiana.
De Inglaterra cabe decir algo similar y, por supuesto, de Francia. La impronta masónica salta a la vista en la Revolución francesa. Pertenecieron a la Fraternidad precursores de ella como Rousseau o Voltaire (este poco antes de morir), varios de sus impulsores iniciales, como Sièyes, Lafayette o Mirabeau, y luego Danton, Marat y bastantes más. La guillotina es también invento de un masón, y en medio del terror salvaje en que desembocó al proceso revolucionario, unos masones guillotinaron poco fraternalmente a otros. Con mayor fundamento que en el caso de la Revolución useña, se ha sostenido que la francesa fue producto de la masonería, pero, nuevamente, la tesis resulta excesiva. Se trató más bien de un producto de la Ilustración gala, más radical y ateoide que la alemana o la inglesa, en la que intervinieron tanto masones como, en mayor proporción, otros que no lo eran, por más que compartieran ideas afines. Asimismo abundarían en la historia posterior de Francia los “hijos de la luz”. La influencia de estos en las revoluciones europeas del siglo XIX es también un hecho generalmente admitido, siempre que no hagamos equivaler influencia a dirección y planificación. Encontramos a numerosos masones entre los constructores de los imperios de Francia e Inglaterra.
Estas cosas son conocidas en líneas generales, aunque, debido al secretismo habitual, siempre queda un espacio entre quienes achacan a la Fraternidad la autoría oculta de las revoluciones y quienes la creen una filantropía inocua. Con frecuencia hay dudas de si un personaje era masón o no, o si obedecía realmente a las logias o actuaba al margen de ellas, si permaneció en la orden mucho o poco tiempo. Etc. Y, como hemos visto y veremos, no han faltado masones con opiniones y conductas políticas opuestas entre sí. O de fervor masónico muy tibio. Hemos observado algo de lo último en Azaña, posiblemente en Washington.
El caso de Azaña ayuda a situar la cuestión. Sostener que fue masón no es falso, pero tampoco lo es señalar que su iniciación distó de hacer de él un cofrade ferviente. Otra faceta del asunto debe considerarse: él se inició mucho después de haber comenzado su vida política e incluso de haber llegado a jefe del gobierno republicano. A su racionalismo debió de parecerle poco serio el ritual y los misticismos de la orden, y no hay pruebas de que asistiese a más tenidas. Es más, fustiga a los republicanos, tantos de ellos masones, por “zafios”, “torpes”, “de ruines intenciones”, “loquinarios”, por su “política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta”. Pese a lo cual, su acción política tuvo desde muchos años antes fuerte afinidad con los puntos de vista de la masonería: así su aversión a la historia real de España, que él tachaba de miserable, su pretensión de desarraigar el catolicismo mediante un “programa de demoliciones”, o su simpatía por las izquierdas extremas. A estas las entendía mal, por lo que concibió el plan disparatado de dirigirlas mediante una “inteligencia republicana” inexistente, como él mismo reconoció pronto, sin sacar consecuencias de ello. Pero esas ideas estaban muy difundidas entre los intelectuales, ajenos a la Fraternidad en su inmensa mayoría. También cabe mencionar el caso de Lerroux, masón activo por un tiempo, luego durmiente, es decir, alejado de la actividad de las logias, enfrentado a otros políticos masones y partidario abierto del general Franco durante la guerra.
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Destrucción del Imperio español
Masonería X
Como vamos a comprobar, la masonería cobró cariz patriótico en algunos países, pero parece claro que no lo hizo en modo alguno con respecto a España. Un libro divulgativo del jesuita filomasón Ferrer Benimeli explica en la contraportada: “La historia de la Masonería en España es, ante todo, la historia de su persecución”. Como veremos, no es lo que se dice una apreciación histórica muy próxima a la realidad.
La orden no aparece en España hasta principios del siglo XIX, aunque a lo largo del anterior algunos ingleses y otros extranjeros fundaron logias, varias militares a partir de Gibraltar, que alcanzarían influencia en Andalucía. Pero en las logias del siglo XVIII apenas entraron españoles. Con cierta despreocupación por el rigor histórico, se ha dicho que el conde de Aranda o el mismo Carlos III eran hijos de la luz, solo por haber expulsado a los jesuitas. Pero no hay la menor prueba de su masonismo, más bien al contrario, y dicha expulsión revela, nuevamente, que no hace falta pertenecer a la orden arquitectural para adoptar determinadas políticas.
El panorama cambió con la Guerra de Independencia, quedando como legado de ella numerosas fraternidades. Entre las tropas británicas y francesas –enfrentadas entre sí– abundaban las logias, las cuales se implantaron también en el ejército español (no deja de ser una ironía que Wellington, un masón, luchara contra ejércitos franceses abundantes en hermanos suyos de fe). El Consejo de Regencia relacionado con las Cortes de Cádiz prohibió la masonería, mientras que el rey José, impuesto por Napoleón, fue el primer Gran Maestre de una masonería de españoles, formada para defenderle de los patriotas.
Entre tanto, el Imperio español fue destruido en su mayor parte, y si el influjo de la Fraternidad en las revoluciones useña e inglesa ha solido ser abultado por encima de la realidad, en cambio no hay duda del carácter masónico que tomó la lucha por la independencia en las posesiones españolas. Los principales próceres de la rebelión, Miranda, San Martín, O´Higgins, Bolívar, Sucre, Santander, Nariño, probablemente Hidalgo, Morelos y otros, fueron iniciados y fundaron nuevas logias volcadas de lleno a promover la rebelión, y lo hicieron seguramente con relaciones y apoyo de las fraternidades inglesa y useña, pues ambos países estaban interesados en aniquilar el Imperio español. Francisco Miranda, el Precursor, entró en la masonería cuando colaboraba en Usa con los insurrectos antibritánicos. Desde entonces dedicó su vida a luchar contra España en América. Viajó por Europa, donde participó en las luchas de la Revolución francesa, para aprender cuanto pudiera serle útil a su objetivo y establecer amplias relaciones internacionales. Ya en 1798 fundó en Londres una logia llamada Gran Reunión Americana o, algo inapropiadamente, De los Caballeros Racionales. Su objetivo era instruir y captar a personajes de algún peso político para encabezar en su momento la revuelta. Para entonces, Miranda estaba pensionado por el gobierno inglés, del que era, por tanto, agente pagado. De sus Caballeros racionales derivó la Logia Lautaro, extendida a Cádiz. El nombre lo propuso el chileno O´Higgins, por un caudillo araucano que luchó contra los conquistadores. A ella pertenecieron la mayoría de los jefes independentistas. Debido a que estas sociedades se centraban en la conspiración política y prestaban menos atención a los rituales, algunos autores les han negado carácter “realmente” masónico, pero se trata de una matización irrelevante. Miranda y otros se habían iniciado antes, y crearon las nuevas logias sobre el mismo modelo, aparte de que la Masonería siempre mostró avidez por la política.
El Precursor tenía ciertas manías de grandeza: unir la América española y portuguesa en un magno imperio hereditario llamado Gran Colombia en honor a Colón y regido por un emperador titulado “inca”, por atraerse a los indios. Pensó también en fórmulas republicanas. En 1806 reclutó algunos mercenarios en los barrios bajos de Nueva York, y con tres barcos y apoyo inglés, intentó sublevar Venezuela. Casi nadie le siguió allí y tuvo que volverse a Londres. En 1808 planeó una nueva expedición, conectada con otra que preparaba Inglaterra al mando de Wellesley, futuro duque de Wellington, para atacar la América hispana. Pero entre tanto los españoles se sublevaron contra Napoleón, y Londres priorizó la ayuda a los sublevados, desviando a Wellesley a la península y frustrando así el proyecto de Miranda.
Pese a estos fracasos, la guerra en España, con el desorden creado y la mayor dificultad de las comunicaciones transatlánticas, favoreció extraordinariamente los proyectos masónico-independentistas. En 1810 comenzaron las intentonas de Bolívar y Miranda en Venezuela y de Hidalgo en Méjico. Ambas fracasaron, y Bolívar no dudó en traicionar a su hermano Miranda y entregarlo a los españoles. No obstante, las rebeliones continuarían durante catorce años, con tres fases. Hasta 1815, España apenas pudo enviar refuerzos, por lo que las luchas opusieron a los independentistas con las pequeñas tropas virreinales y la mayoría de la población, de sentimientos prohispanos. A fin de cavar un foso entre los americanos y los españoles, Bolívar decretó contra estos una guerra de exterminio que estuvo cerca de volverse en su contra cuando el llanero Boves la aplicó a los independentistas. Luego, el Río de la Plata se independizó de hecho. Derrotado Napoleón, desde 1815 se abrió la segunda fase, al permitir el envío de más tropas desde la península. Pero España estaba devastada y no podía hacer mucho. Aun así, Bolívar estuvo muy cerca de la derrota, salvándole el auxilio de unos miles de soldados y oficiales británicos bien adiestrados. En 1819, la rebelión avanzaba, y al año siguiente, España reunió con gran esfuerzo entre 15.000 y 20.000 soldados para enderezar de nuevo la situación. Teniendo en cuenta que en América lucharon por ambas partes contingentes reducidos, pues la batalla mayor no reunió a más de 7.000 hombres por cada parte, y generalmente fueron muchos menos, aquellas tropas podían haber decidido la pugna. Pero entonces otro masón, el coronel Riego, que mandaba parte de los soldados españoles impidió su embarque sublevándose en uno de los primeros pronunciamientos. El golpe dio paso a la tercerta etapa , en la que llevaron las de perder los partidarios de España, incluyendo muchos indios que fueron masacrados por los rebeldes. Y en pocos años la independencia fue un hecho. Aprovechando la situación, Usa se apoderó de la Florida, ofreciendo después su compra por cinco millones de dólares, que Madrid, incapaz de defenderla, aceptó.
Durante estas guerras y después, los independentistas cultivaron un odio frenético a España y a los españoles –sus antecesores–, mientras se proclamaban caprichosamente herederos de las tribus y estados indios. Sobre los hispanos vertían los peores epítetos: “estúpidos, feroces, viciosos, supersticiosos”, “raza maldita” (era la suya propia), “nación inhumana y decrépita”, “la tiranía más cruel jamás infligida a la humanidad”, etc. Según Bolívar, España aspiraba en el Nuevo Mundo a aniquilar a sus habitantes y cualquier vestigio de civilización. Se hablaba de la disolución de la lengua española en otras nuevas sucedió con el latín. En gran parte era la herencia de las demenciales calumnias de Las Casas, base de la Leyenda Negra cultivada con fruición por los protestantes y por Francia, por supuesto también por la masonería de ambos países, de Usa y otros. El objetivo de los independentistas consistiría en “desespañolizarse”, como explicaba el Evangelio Americano de Francisco Bilbao, asimismo masón.
Naturalmente, sobre la aniquilación del legado español esperaban construir una sociedad esplendorosa, pero no tuvieron suerte. La América hispana de finales del siglo XVIII era quizá más rica que Usa, pero la relación se invirtió pronto desastrosamente. En 1823, el pujante vecino del norte se permitía declarar la Doctrina de Monroe, cuyo sentido real consistía en ejercer una especie de protectorado sobre todo el continente. El plan de la Gran Colombia fracasó enseguida, originando varias naciones mal avenidas entre sí, sometidas a frecuentes golpes de estado y disturbios civiles. El propio Bolívar declaró abiertamente su desconfianza en la moralidad de sus seguidores, si bien él no había sido un modelo de templanza y veracidad. En 1829, pocos años después de su victoria, declaraba: “La América entera es un cuadro espantoso de desorden sanguinario. Nuestra Colombia marcha dando caídas y saltos, todo el país está en guerra civil. En Bolivia, en cinco días ha habido tres presidentes y han matado a dos...”. Y se lamentaba, en carta a un general amigo: «La América es ingobernable para nosotros. El que sirve una revolución ara en el mar. La única cosa que puede hacerse en América es emigrar. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos. Devorados por los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. Llegó a sostener, poco fielmente: Nunca he visto con buenos ojos las insurrecciones, y últimamente he deplorado hasta la que hemos hecho contra los españoles». La proliferación de sociedades secretas masónicas o a imitación de ellas le llevó a prohibirlas, argumentando que “sirven especialmente para preparar los trastornos políticos, turbando la tranquilidad pública y el orden establecido; ocultando ellas todas sus operaciones con el velo del misterio, hacen presumir fundadamente que no son buenas ni útiles a la sociedad”. Como masón, no le faltaba experiencia al respecto.
Otro político e intelectual, Domingo Sarmiento, El educador de la Argentina, también masón, decía en sus Recuerdos de provincia: “Treinta años han transcurrido desde que se inició la revolución americana; y no obstante haberse terminado gloriosamente la guerra de la independencia, vése tanta inconsistencia en las instituciones de los nuevos Estados, tanto desorden, tan poca seguridad individual, tan limitado en unos y tan nulo en otros el progreso intelectual, material y moral de los pueblos, que los europeos (…) miran a la raza española condenada a consumirse en guerras intestinas, a mancharse con todo género de delitos y a ofrecer un país despoblado y exhausto como fácil presa a una nueva colonización europea”. Curiosa mudanza de lo que había sido el Imperio español, uno de los más pacíficos e internamente estables de la historia en sus casi tres siglos de existencia. Y contraste también con el impulso triunfante de Usa, en cuya revolución habían querido inspirarse los independentistas.
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Del Trienio liberal a la I República
Masonería XI
También en contraste con los siglos anteriores, la propia España entró, como Hispanoamérica, en un largo período de convulsiones, con tres guerras civiles (aunque solo la primera de gran intensidad) y decenas de pronunciamientos militares, en los cuales volvemos a encontrar a menudo a los hijos de la luz. Fernando VII, llamado El Deseado aunque muy poco deseable, prohibió y persiguió a la masonería, sin lograr erradicarla. Por el contrario, no hay duda de que la infiltración en el ejército aumentó, y en 1820 el pronunciamiento del masón Riego logró impedir la marcha del ejército preparado para sofocar las rebeliones en América. El golpe fue fruto de una amplia conspiración, centrada en Cádiz. En ella tomaron parte decisiva políticos masones, como el muy activo Istúriz, así como un muy probable agente de Londres, Mendizábal, suministrador del ejército y autor más tarde de una Desamortización que no fue expropiación sino expolio de bienes religiosos. Las guerras de independencia en América no se entienden sin el interés de Inglaterra, que ejercía su influencia a través sobre todo de las logias. Probablemente muchos de los conjurados no deseaban la separación de la América hispana, sino que creían ilusamente que con un golpe liberal los jefes independentistas se someterían, ya que también se proclamaban liberales. El pronunciamiento de Riego no tuvo éxito inmediato, pero al sumarse las guarniciones de Galicia, Barcelona y Madrid, el rey hubo de claudicar y aceptar la Constitución liberal de 1812, dando paso al Trienio liberal.
El Trienio, comenzado lastimosamente con una traición al país, presenció una verdadera eclosión de círculos masónicos que Galdós caracteriza en El Grande Orientecomo cuadrillas de una “hermandad utilitaria que miraba los destinos como una especie de religión y no se ocupaba más que de política a la menuda (…) de impulsar la desgobernación del reino (…) Un centro colosal de intrigas”. Como ocurría por lo demás en Hispanoamérica, desesperando al mismo Bolívar. Los liberales, parte de ellos hijos de la Viuda, empezaron a dividirse entre los moderados, defensores de una evolución tranquila y respetuosa con la Iglesia, y los exaltados, que tomaban la Revolución francesa por modelo y mostraban odio abierto a la Iglesia. Había masones en las dos ramas liberales. Los exaltados se escindieron a su vez en dos en tan corto período. El resultado recuerda al de América: alborotos y desórdenes, acabados a los tres años por la intervención de los llamados Cien mil hijos de San Luis, entre quienes no debían de faltar masones a su vez, y reclutados por las potencias europeas para poner fin al caos español. Ricardo de la Cierva considera el Trienio como el primer apogeo de la Masonería en España, siendo los otros dos el Sexenio Revolucionario desde 1868 y finalmente la II República de 1931 al 36. Se trata de una apreciación bien fundada, a mi juicio. En todos esos momentos la Masonería gozó de la máxima libertad para actuar y desarrollar sus planes, y se aplicó a ellos concienzudamente.
No hace falta extenderse aquí sobre los decenios posteriores a la muerte de Fernando VII en 1833 hasta la Restauración en 1875. Fue una época inestable, en la que la masonería, teóricamente prohibida pero no perseguida, desempeñó un papel relevante. Volvieron los numerosos políticos y militares masones exiliados por la persecución de Fernando VII después del Trienio, y engrosaron las filas liberales. Se produjo en el país una triple división: entre los tradicionalistas y los liberales por una parte, y dentro de los liberales entre los moderados y los exaltados. Una vez vencido el carlismo, habría otras dos guerras de ese tipo, pero mucho menores, por lo que serían las discordias entre unos liberales y otros las causantes de la convulsión y el estancamiento del país. En las direcciones de las dos ramas liberales operaban masones, más destacadamente entre los exaltados, más tarde llamados progresistas, demócratas o republicanos. Las dos facciones liberales se turnaron, pero no pacíficamente, sino mediante pronunciamientos que, si bien fallidos en su mayor parte, desestabilizaban el sistema. Fue el tiempo de los espadones, el primero de ellos Espartero, también muy probable masón y ligado a Inglaterra, ante la extraordinaria ineptitud y demagogia de los políticos de entonces. Los cuales no diferían demasiado de aquellos republicanos del siglo XX, tan duramente caracterizados por Azaña, ni de otros más recientes. El liberalismo exaltado se apoyaba en las numerosas logias del ejército, de las cuales salieron muchas intentonas de golpe militar. De modo que, como ha estudiado el general Alonso Baquer en El método español del pronunciamiento, y contra una impresión muy popularizada, la gran mayoría de los pronunciamientos no tuvo carácter derechista sino extremista de izquierda.
El período desembocó en la Revolución de 1868, que se autodenominó Gloriosa a imitación de la inglesa de 1688, y acabó con el reinado de Isabel II. En realidad se trató del enésimo pronunciamiento posterior a una conspiración aún más amplia que la que llevó al Trienio. El director del complot fue Juan Prim, masón y uno de los políticos y militares más dotados de la época; y el coordinador Sagasta, asimismo hijo de la Viuda,que tendría un gran porvenir político. Como en el Trienio de cuarenta y ocho años antes, esta revolución, que duraría seis años, tomó un tinte fuertemente anticatólico. Los masones se dividieron en unos cuantos grandes orientes y grandes logias que reñían entre sí por dominar el poder, originando una verdadera epilepsia política. Para ponerle fin, Prim buscó un nuevo rey, lo que provocó indirectamente la guerra francoprusiana de 1870, al desear cada potencia un monarca favorable a ella en España. La elección recayó en el italiano Amadeo de Saboya, también masón, y poco después Prim fue asesinado en una conjura en la que participaron otros masones de espíritu fraternal debilitado. Amadeo sufrió a su turno un atentado, sin consecuencias graves y, rodeado de Hermanos, se desesperaba por las intrigas y odios: “Yo no entiendo nada. Estamos en una jaula de locos”, lamentaba. Y salió del país poco menos que a escape. La situación desembocó en 1873 en la I República, que elevó el caos al delirio en medio de tres guerras civiles, una carlista, otra provocada por los cantones que querían independizarse y disolver al país en unas nuevas taifas, y otra en Cuba; y nadie gobernaba propiamente hablando. Uno de los presidentes, Figueras, huyó a París sin avisar a nadie, después de advertir, en catalán, que estaba “hasta los cojones de todos nosotros”. En menos de un año hubo cuatro presidentes, según Ricardo de la Cieva todos masones menos Castelar (no está claro el caso de este último). Finalmente el general Pavía terminó con la alucinada farsa disolviendo las Cortes con un destacamento de guardias civiles.
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De la Restauración a la II República
Masonería XII
Tras un período intermedio, en 1875 el pronunciamiento de Martínez Campos y la labor previa de Cánovas del Castillo trajeron a Alfonso XII, hijo de Isabel II, y comenzó un período liberal respetuoso con la Iglesia y mucho más tranquilo y fructífero, el de la Restauración. Se acabaron prácticamente los pronunciamientos. Con mayor estabilidad España volvió a crecer económicamente y la sociedad a modernizarse, o “europeizarse”, como se decía, de forma lenta pero persistente. El problema mayor fue la Guerra de Cuba, verdadero cáncer que consumía a decenas de miles de soldados, la inmensa mayoría por enfermedades tropicales.
Y de nuevo tropezamos con masones en puestos clave, en esta contienda. Lo fueron José Martí, inspirador de la revuelta cubana y el filipino José Rizal, promotor de la filipina. El primero, en especial, encontró apoyo en la masonería de Usa, país que aspiraba a dominar las posesiones españolas en América y el Pacífico. Y también encontraron apoyos entre la masonería española. El Partido Liberal, dirigido por otro hijo de la luz, Sagasta, entorpecía el esfuerzo de guerra español. Cánovas, partidario de mantener la lucha a toda costa, fue asesinado en 1897 por el anarquista italiano Angiolillo. La conjura al respecto es oscura, pero hay pistas. El asesino se relacionaba con el independentismo cubano a través del puertorriqueño Emeterio Betances, y había sido encubierto, en Madrid, por el republicano Nakens. Este y Betances, posiblemente también Angiolillo, coincidían en su pertenencia a la Fraternidad, lo que sugiere una identidad de miras por encima de discrepancias particulares. Al año siguiente, Usa intervendría en la guerra, que terminó rápidamente con la pérdida de las últimas posesiones españolas en América y el Pacífico, es decir, Cuba, Puerto Rico, Filipinas y otros archipiélagos. Sagasta presidía entonces el gobierno español. El presidente useño que declaró la guerra, McKinley, también masón, seguiría la suerte de Cánovas en 1901, al ser asesinado a su vez por otro anarquista.
El Desastre del 98, causó en España una profundísima crisis moral cuyos ecos resuenan aún hoy día. Cundieron versiones denigratorias de la historia de España. La vieja propaganda francesa y protestante de la Leyenda Negra se popularizó, sobre todo entre los intelectuales. La hispanofobia dio auge a separatismos y regeneracionismos, al socialismo y al anarquismo. Aunque esas tendencias se detestaban entre sí, las unían tres puntos básicos: la concepción de España como una nación frustrada y de historia nefasta, “enferma” o “anormal”, como se decía; una inquina radical hacia la Iglesia; y la aversión extrema al régimen liberal de la Restauración. La defección de los intelectuales, en particular, dejó al régimen sin respaldo moral, lo que arruinaba su futuro a plazo no largo. La masonería formaba parte de esa corriente.
Y volvemos a encontrar al citado Nakens encubriendo en Madrid, en 1906, a Mateo Morral, autor del atentado de la calle Mayor, que dejó decenas de muertos y un centenar de heridos. El asesino quería acabar con la vida de Alfonso XIII y su esposa, que volvían de casarse en los Jerónimos. Se trató de una conspiración republicana-anarcoide que debía dar la señal para un levantamiento que derrocase al régimen liberal e instaurase una república anarquizante. Su origen se encuentra en la llamada Escuela Moderna, donde trabajaba Morral y que había fundado Ferrer Guardia para “introducir ideas de revolución en el cerebro de los niños”, a fin de “destruir la sociedad desde sus fundamentos”. Ferrer predicaba una “revolución sangrienta, ferozmente sangrienta”, pues “si ha de salir de ahí la purificación de las conciencias, que corra la sangre a torrentes”. Lerroux, muy admirado por Ferrer y complicado a su vez en el terrorismo de la época, da en sus memorias interesantes pistas al respecto, que he tratado en Los personajes de la República vistos por ellos mismos. Casualmente Lerroux, Ferrer, Morral y Nakens eran masones. Nadie ignoró la relación entre Morral y Ferrer, cuyas prédicas exaltadas eran conocidas, pero Morral se suicidó al no poder escapar, y Ferrer salió indemne por insuficiencia de pruebas y protección de las logias, que también dejaron en casi nada la condena a Nakens.
Tres años después, los grupos radicales, muy influidos por la retórica de Ferrer, promovieron la Semana Trágica de Barcelona, en la que las armerías fueron asaltadas e incendiados unos cien edificios, en su mayoría religiosos. Hubo 118 muertos y fueron ejecutados cinco responsables, entre ellos Ferrer Guardia. Inmediatamente se orquestó una campaña en toda Europa en protesta por la condena de Ferrer. En muchas ciudades de Europa se alzó un clamoreo con manifestaciones, disturbios, decenas de heridos y algún muerto. Ferrer era exaltado como el “nuevo Galileo”, “pedagogo genial” “educador de España”, asesinado por “el clericalismo criminal y sus aliados militaristas” en “el país de la Inquisición”, y dicterios parecidos. El nacionalista catalán Cambó lo caracterizaba de otro modo: “Aquel hombre inculto, grosero, cuyos méritos consistían en haberse apoderado de la fortuna de una pobre vieja para consagrarse a una vida de holgorio y abrir una escuela anarquista, apareció como el símbolo de la virtud y la cultura. La España que lo había fusilado en cumplimiento de la ley aparecía como la España de la Inquisición. No hay que olvidar que Ferrer Guardia ocupaba uno de los lugares prominentes en la Masonería y que la Masonería internacional tomó el affaire con el más grande entusiasmo”. 
El acoso al régimen de la Restauración fue realmente frenético desde todos los ángulos, con protagonismo subterráneo, pero indudable, de muchos masones introducidos en diversos partidos, fundamentalmente de izquierda: socialistas, anarquistas, republicanos y nacionalistas catalanes y gallegos principalmente. Y ello a pesar de que no escaseaban los masones en los propios partidos oficiales, particularmente el Liberal, por lo que hallamos de nuevo a hijos de la Luz en campos contrarios. Pero la tendencia principal de la Masonería iba contra el régimen, a menudo con auténtica furia, y fomentaba y explotaba la Leyenda Negra en el exterior. La mejor estudiosa de la masonería española en el siglo XX, María Dolores Gómez Molleda (La Masonería en la crisis española del siglo XX), ha señalado cómo el Grande Oriente Español, la organización masónica más fuerte por entonces, federada con la Gran Logia Española, derivada de la Gran Logia catalano-balear, era hostil al régimen liberal de la Restauración, y más conforme avanzaba el tiempo.
La mayor parte de la historiografía se ha recreado en subrayar los defectos de la Restauración, como el caciquismo, los manejos electorales, la escasa atención a la enseñanza, y similares. Sin embargo, en el balance general pesan mucho más sus aciertos: aseguró una considerable estabilidad que permitió un progreso acumulativo del país en todos los órdenes, recuperándose de las convulsiones anteriores; evitó la entrada en la I Guerra Mundial, que habría resultado desastrosa para España; fue un régimen de libertades en el que se desarrollaron partidos muy diversos, incluyendo los más antiliberales o totalitarios, que participaban en las elecciones y ganaban puestos en los ayuntamientos y en las Cortes; y tenía un carácter evolutivo que permitía enmendar progresivamente sus defectos. No obstante, el terrorismo contra él se hizo endémico, siendo asesinados varios de sus mejores políticos, como el citado Cánovas, así como Canalejas y Dato, escapando por poco Maura y el rey Alfonso XIII; en 1917, las fuerzas antirrégimen se concertaron para una intentona revolucionaria, que fracasó. Finalmente, en una crisis extrema, el general Primo de Rivera dio un golpe para frenar el desbarajuste. Su dictadura, muy poco dura, se mantendría siete años escasos, contó con la colaboración de los socialistas, acabó con las agitaciones y el terrorismo, frenó fácilmente y sin sangre a los separatistas, anarquistas y comunistas, aunque permitió su propaganda; y modernizó al país con más rapidez que nunca. La masonería perdió peso, sin desaparecer.
Un episodio significativo de la época fue el intento de invasión de separatistas catalanes desde la localidad francesa de Prats de Molló, en 1926, frustrado de forma un tanto irrisoria. La dirigió el antiguo teniente coronel del ejército español Macià, propenso a entenderse con los comunistas. Importó menos la intentona que su continuación. Las autoridades francesas arrestaron a los “almogávares”, como los llamaba Macià, y a este mismo, a quienes permitieron desusadas libertades, como que el propio Macià pasara revista a los suyos y les arengase a luchar hasta la muerte, repitiendo los “almogávares” “¡Hasta la muerte! ¡Hasta la muerte!”, cuando se habían dejado detener sin resistencia por unos cuantos gendarmes. El juicio posterior se convirtió en un fenomenal acto de propaganda gracias al abogado Henri Torrès, que reaparecerá ocho años más tarde en otro ilustrativo complot. Se trataba de convertir a Macià en un héroe papel al que se prestó bien el líder separatista, muy jaleado por la prensa francesa. Afirmó que Cataluña era una “nación esclava” considerada por España como “país conquistado y última de sus colonias a explotar”. Seguía: “Nuestro ideal democrático y de libertad no se aviene con el de la España atrasada que durante la guerra mundial soñaba con la victoria de los enemigos del derecho y la justicia”. De nuevo salió el tópico de la España atrasada, inquisitorial y oscurantista. El exmilitar halagaba a los franceses con la idea de una Cataluña amiga eterna de Francia, aunque esta imponía un centralismo mucho más rígido que España. Buen actor, preguntó con dramatismo al tribunal: “¿Qué sería una juventud sin rebeldía? ¿Qué sería una vida sin dignidad?”. Fue condenado a dos meses de cárcel, que ya había cumplido, y después, en vez de preparar otra aventura con la juventud rebelde, se fue a Hispanoamérica a recoger medios económicos entre los catalanes adinerados. El suceso viene a cuento porque tanto Macià como Henri Torrès eran masones, lo cual les facilitaba mucho, evidentemente su agitación en un país donde la masonería tenía gran peso político.
Otro hecho relacionado con la Fraternidad, una trama para secuestrar y posiblemente asesinar a Primo de Rivera, lo relata Juan Simeón Vidarte, masón ferviente y casi el único que da cuenta de la constante intromisión de la sociedad secreta en la política de entonces. Por contraste, Martínez Barrio, que llegaría a los más altos grados de la orden, escribió unas memorias en las que la masonería casi no existe. Sobre algunas revelaciones de Vidarte, hechas con la mayor buena conciencia, seguiremos hablando.
No está claro que todos aquellos hijos de la luz obraran por consignas directas y concretas de la jerarquía masónica, pero indudablemente lo hacían conforme a unas ideas generales bastante claras. Y queda el dato no irrelevante de que, de forma sistemática, encontramos a masones en puestos y sucesos clave de la época, nueva prueba de la extremada afición política de la Fraternidad.
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La II República
Masonería XIII
A pesar de sus logros en casi todos los aspectos, Primo de Rivera no logró instaurar una alternativa política a la Restauración, y el resultado final fue la llegada de la II República. Los republicanos, al principio pocos y desavenidos, fueron unificados en el Pacto de San Sebastián por los derechistas no masones Miguel Maura y Alcalá-Zamora, y su primera decisión consistió en imponerse mediante un golpe militar. Cuenta Vidarte en el tomo de sus memorias No queríamos al Rey (p. 255 y ss), que un implicado, Fermín Galán, animó a la Cámara de Maestros de las logias informándole de que no había habido “nunca tan gran número de militares comprometidos como en esta ocasión”. Luego “se destacó desde el primer banco en que estaba sentado, extendió la mano sobre la Biblia –abierta encima del ara por el evangelio de San Juan, según costumbre— volviose hacia el Venerable Maestro y declaró: “Juro solemnemente ante el Gran Arquitecto del universo y ante vosotros, mis hermanos, que el día que reciba las órdenes del Comité revolucionario, proclamaré la república en Jaca y lucharé por ella aunque me cueste la vida”. Como es sabido, se adelantó algo al plan y fue fusilado después de haber matado a su vez a varias personas. Los republicanos le convirtieron junto con otro golpista fusilado, en un héroe sui generis.
Sobre el modo, en general bien conocido, como cayó la monarquía, hay algún punto oscuro, en especial la llamativa actuación de Romanones. De hecho, la república llegó por un golpe de estado llevado a cabo por los monárquicos contra su propio régimen: después de una elecciones municipales que habían ganado, despreciaron a sus votantes y entregaron el poder sin resistencia ante unos primeros alborotos en las calles de algunas ciudades. Sobre Romanones, instigador de la claudicación del rey, vuelve a explicar Vidarte: Cuando salimos en unión de Marcelino Domingo de su despacho, le pregunté a éste si don Gregorio [Marañón] era o había sido masón, ya que con tanta libertad se habló con él del trabajo en las Logias. Domingo me informó de que Marañón fue iniciado en secreto por su suegro Miguel Moya, cuando éste era Gran Maestre. Estas iniciaciones constan en un libro especial que lleva la Gran Maestría, y sólo figuran en él los nombres simbólicos. El caso del ilustre médico y escritor era semejante al del conde de Romanones, quien también había sido iniciado en secreto por Sagasta y quien siempre cumplió bien con la Orden (…). Ya comprenderá usted, terminó Domingo, que muchas veces nos interesa que no se sepa que son masones algunos políticos de nuestra confianza. Fallecidos, lo mismo el conde de Romanones que el querido y admirado doctor Marañón, me encuentro en libertad para revelar estos secretos” ( No queríamos al rey. Pp. 227-8). Digamos que Marañón, uno de los “padres espirituales de la República”, terminó por considerarla un “fracaso trágico”, y a sus políticos como “desalmados mentecatos”, lamentando doloridamente haber sido amigo de tales “escarabajos”. Y apoyó a Franco.
Ricardo de la Cierva considera la II República como el tercer período de apogeo de la masonería. Y no cabe duda de que lo fue, por lo menos al principio. Baste señalar el dato, recogido por Gómez Molleda, de que de los 470 diputados en las primera Cortes, eran masones nada menos que 151, bastantes más que los del partido más votado, el PSOE, que alcanzó 115. Todos los partidos de izquierda estaban muy masonizados: los partidos Radical, Radical Socialista y Acción Republicana de Azaña y Republicano Federal oscilaban en torno al 50% de hijos de la Viuda en sus escaños (muchísimos menos en sus bases, obviamente, lo que nos da un indicio de la utilidad de una sociedad secreta). Los demás, entre el 21% de los nacionalistas gallegos y el 35% del PSOE. En los partidos de derecha, la proporción era mínima o inexistente. Además, de los seis jefes de gobierno de la república antes del Frente Popular, cinco era masones con un grado mayor o menor de compromiso. En las organizaciones masónicas cundió el entusiasmo, llegando a considerar como suya a la república, y la Gran Asamblea de la Gran Logia Española propuso a la izquierda una serie de medidas como la “expulsión de las órdenes religiosas extranjeras” y “la escuela única, neutra”, privando a millares de familias de una enseñanza religiosa que deseaban, y otras medidas de rasgos totalitarios como “Trabajo obligatorio controlado por el Estado y repartido a medida de las fuerzas y aptitudes de cada uno”, dando a los políticos la potestad de determinar las fuerzas y aptitudes de cada cual. Asimismo pedía un “Estado federal”.
Evidentemente, los masones militaban en credos políticos diferentes, a veces opuestos, pero a todos ellos les unía, y era prácticamente lo único que los unía, la aversión a la Iglesia católica. Aun así, los había propicios a algún entendimiento con una religión que era la absolutamente mayoritaria entre los españoles, cosa que no podían pasar por alto sin exponerse a meter al régimen en aprietos antes de tiempo. No obstante, los sectores más extremistas irían imponiéndose. Ya la república se inauguró, antes de un mes de establecida, con la quema de más de un centenar de iglesias, bibliotecas y centros de enseñanza católicos, iniciada por grupos radicales salidos del Ateneo de Madrid, donde por aquel tiempo predominaba la Masonería, y alentada por el gobierno, cuya pasividad equivalía a cooperación. El golpe tambaleó al régimen, recién nacido sin la menor oposición, y a partir de ahí el país quedó profundamente dividido. Así lo reconoció Alcalá-Zamora, a la sazón presidente del gobierno provisional y que, aunque católico, claudicó ante la presión de Azaña y otros para impedir que la fuerza pública detuviese a los incendiarios.
Sobre el problema religioso, los diputados de izquierda coincidían en el propósito de despojar de toda influencia a la Iglesia, pero con posturas divergentes ante el peligro de empeorar la ya visible división popular. De hecho, se llegó entre bastidores a acuerdos para que la nueva Constitución respetase la libertad de enseñanza, aun si con restricciones. Sin embargo se impuso finalmente, y por sorpresa, la medida radical. Así fue disuelta la orden jesuita y a las demás se les prohibió no solo la enseñanza, sino también cualquier actividad económica o la beneficencia, tratando de convertirlas en indigentes. La medida contentó a muchos masones, no a todos, y fue obra de Azaña, que no pertenecía aún a la orden. En definitiva se trataba a los clérigos como ciudadanos de segunda, negándoseles libertad, igualdad y desde luego fraternidad. Como tendía a negárseles en la práctica a los católicos en general y a los partidos de derechas, a los cuales el gobierno izquierdista hostilizaba de muchos modos. El mismo Azaña declaró temerariamente que España había dejado de ser católica. La política de Azaña, dedicada a un programa de demoliciones de las tradiciones católicas y españolas en general, casa muy bien con la orientación masónica. Pero vuelve a demostrar que la masonería es solo una manifestación de otras inclinaciones sociales siempre presentes, no la única ni forzosamente la directiva, aunque la refuerce.
Aun así, los primeros enemigos de la República no fueron las derechas ni los católicos, sino los comunistas, que llamaron desde el primer día a derrocarla (más tarde cambiarían de táctica), y sobre todo los anarquistas, mucho más poderosos entonces, que organizaron varias insurrecciones sangrientas, una de las cuales, la de Casas Viejas, determinó la caída de Azaña en 1933. Los socialistas entendían la república como transición a la dictadura de su partido (del proletariado). Los nacionalistas catalanes la aceptaban a cambio de una autonomía que miraban como un paso adelante hacia la secesión. Tanto Macià como Companys, sus principales jefes, eran masones, así como el 37% de sus diputados. Un pequeño sector de la derecha, capitaneado por el general Sanjurjo, intentó un pronunciamiento ante el rumbo que tomaba la política. Se da la circunstancia de que Sanjurjo, jefe de la Guardia Civil en 1931, había desempeñado un papel clave para traer la república, pues desertó de la monarquía y se puso al servicio del gobierno provisional. Quizá la seña de identidad más precisa de la república fuera la deslealtad hacia ella por parte de sus partidos y políticos.
El primer período de la república suele llamarse Bienio izquierdista, y tampoco sería muy exagerado calificarlo de masónico. Con rasgos que apuntan al caos. Así, la ultraizquierda anarquista hizo un daño terrible a la coalición republicano-socialista. Y quedó marginado el Partido Radical de Lerroux, el más masonizado entre los importantes, siendo además el partido republicano con mayor apoyo popular, con diferencia. Sin detallar el balance desastroso del bienio, recordaré que el hambre, como índice de la miseria, aumentó hasta los niveles de principios de siglo, mientras la delincuencia y los choques políticos, sobre todo entre las izquierdas, no cesaron y las reformas fracasaban debido a la extrema ineptitud de los líderes republicanos, según denuncia una y otra vez el propio Azaña. Como consecuencia, en las elecciones de noviembre de 1933, el PSOE bajó de 115 a 59 diputados; el partido de Azaña, de 26 a 5; el Radical Socialista, de 59 a 4. En cambio la católica CEDA, inexistente en las elecciones anteriores, sumaba 115 escaños; el partido de Lerroux subía de 90 a 102, y los monárquicos de 15 a 40. Gil-Robles, líder de la CEDA, pudo haber exigido la presidencia del gobierno, pero una timidez contraproducente e interpretada como debilidad (lo era), dejó el gobierno al partido de Lerroux, limitándose a apoyarlo.
Las izquierdas contestaron a la derrota electoral poniéndose “en pie de guerra”, como decía la Esquerra de Companys. Azaña y otros líderes presionaron (sin éxito) al presidente Alcalá-Zamora, para que diese un golpe de estado anulando los comicios y amañando otros que les dieran la victoria. La CNT lanzó su insurrección más sangrienta. Y el PSOE decidió que había llegado el momento de lanzarse a una revolución, que planificó textualmente como guerra civil, mientras Azaña intentaba un nuevo golpe en connivencia con Companys. Por fin la CEDA entró en el gobierno y así se llegó a la insurrección de octubre de 1934, que causó enormes destrucciones y 1.300 muertos en 26 provincias, sobre todo en Asturias, bastantes en Cataluña y en Madrid.
Aquella derrota debió haber causado el derrumbe de la izquierda, pero ocurrió lo contrario: los socialistas, Vidarte en primera fila, organizaron una masiva campaña dentro y fuera de España acusando al gobierno de haber practicado en Asturias una represión de crueldad infinita. Así pasaban de acusados a acusadores. Las denuncias, con relatos escalofriantes, cundieron de tal modo que durante decenios han sido recogidas sin examen crítico por historiadores, incluso de derecha. Creo haber sido el primero que las ha analizado a fondo, así como sus consecuencias políticas. Desde luego, se trató de embustes y exageraciones en un 90%. La campaña guardaba estrecha semejanza con las de Ferrer Guardia, Macià y otras anteriores, contra la “España inquisitorial, oscurantista y militarista”. Vidarte explica cómo lograron engañar a millones de personas por medio de las Internacionales socialista y comunista y de los organismos masónicos en el exterior: “La Masonería, la Segunda Internacional, la Liga de los Derechos del Hombre (creada por los masones) informaban al mundo de los crímenes cometidos por el fascismo español. Los partidos socialistas y comunistas del mundo entero enviaron al gobierno español sus más enérgica protestas. Y el diputado socialista francés Vincent Auriol organizó, junto con el presidente del Partido socialista belga, Émile Vandervelde, una campaña internacional”. Auriol y Vandervelde eran masones. Participaron el genio de la propaganda comunista Willi Münzenberg, diputados laboristas ingleses, etc., y consiguieron que la mayoría de las logias condenaran a Lerroux, él mismo masón aunque al parecer durmiente. Esta campaña tuvo un efecto histórico, pues devolvió la popularidad a las izquierdas y envenenó el ambiente social de un modo que explica la crueldad con que se reanudó la guerra en julio de 1936.
Así, la derecha católica y sus ocasionales aliados lerrouxistas, estos repito que muy masonizados, fueron brutal y golpistamente hostigados por las izquierdas a fin de desestabilizarlos e impedirles gobernar. ¿Podemos considerarlo una maniobra o serie de maniobras masónicas? En parte sí, muy claramente, pero tal como los autores principales del declive de Azaña fueron los anarquistas –entre quienes no faltaban masones–, el principal agente de la caída de Lerroux y de Gil-Robles fue Alcalá-Zamora, católico y ajeno a la Masonería, a la que critica en sus memorias (el museo de la Masonería en Salamanca lo presenta falsamente como iniciado). Según he analizado en varios libros, los dirigentes del PSOE fueron los responsables más directos de la guerra civil en 1934 y 1936, pero el mayor causante de ella fue Alcalá Zamora por sus manejos dudosamente legales, que le forzaron a convocar elecciones en febrero del 36.
En el derrumbe de la república hacia la guerra hay un episodio de interesantes connotaciones masónicas, la intriga para arruinar la carrera política de Lerroux y de rebote la coalición entre su partido y la CEDA: el escándalo del straperlo. Dos judíos holandeses habían inventado un juego más o menos de azar, llamado el straperlo, por los apellidos de ambos, Strauss y Perle, y quisieron explotarlo en España. Los juegos de azar habían sido prohibidos por Primo de Rivera y la prohibición no se había revocado. Los autores hicieron algunos regalos a políticos lerrouxistas, como relojes de oro, unos sobornos “de calderilla”, para que facilitaran la introducción del juego en el casino de San Sebastián y en un hotel de Mallorca. No estaba del todo claro si el straperlocontravenía la ley, pero en los dos sitios fue prohibido rápidamente. Los straperlistas se sintieron estafados y quisieron resarcirse. Y aquí entran en juego Azaña y Prieto (este último no era masón), que instruyen a Strauss para dar el mayor alcance político al asunto presentando una denuncia. Con ella medio presionaron , medio chantajearon a Alcalá-Zamora contra Lerroux, sabiendo que ambos se tenían inquina. Alcalá-Zamora terminó destituyendo a Lerroux de la jefatura del gobierno por una corrupción de poca monta que no le afectaba directamente. Enseguida las izquierdas desataron otra campaña de prensa para desacreditar tanto a Lerroux como, de rebote, a la CEDA y destrozar así la coalición entonces gobernante. Vidarte vuelve a darnos datos de interés: “Yo había conocido en París a Gaston Cohen Debassan, abogado muy compenetrado con nosotros y primer pasante de Henri Torrès. Recibí su visita en Madrid. Ahora me habló de un asunto que iba a traer muy graves consecuencias, el del straperlo. Me comunicó que Prieto y Azaña estaban perfectamente enterados”. Torres era el mismo que había orquestado la campaña de apoyo a Macià en 1926 y ejercía entonces de abogado de Strauss. He analizado el asunto en detalle en Los personajes de la República vistos por ellos mismos y aquí no puedo extenderme más allá de explicar sus efectos: el escándalo, muy magnificado, enterró políticamente a Lerroux, debilitó a la CEDA y fue utilizado por Alcalá-Zamora para atacar al sistema parlamentario, excluyendo a Gil-Robles del poder, y terminar imponiendo como jefe de gobierno a Portela Valladares, también masón y sin apoyo de las Cortes.
Así, hubo masones (y no masones) en la maniobra, pero el mayor responsable fue el católico Alcalá-Zamora. El resultado final fueron las elecciones fraudulentas de febrero de 1936, en las que se arrogó la victoria el Frente Popular. El general Núñez de Prado, masón, describió así el traspaso de poderes de Portela al nuevo gobierno de Frente Popular: “Parecía una ceremonia masónica. El Gran Maestre de la Gran Logia(Portela) da posesión a su sucesor (Azaña, también masón aunque algo escéptico), delante del Gran Oriente Español (Martínez Barrio) y en presencia de dos generales masones (Pozas y el propio Núñez de Prado)” “El Gobierno parecía haber nacido bajo nuestros auspicios”, pues contaba con siete ministros masones. Así lo relata Vidarte en Todos fuimos culpables (p. 47).
Aquellas elecciones significaron la definitiva aniquilación de la legalidad republicana por el Frente Popular y fueron el prólogo a la Guerra Civil, a su reanudación propiamente hablando. Durante la guerra, la gran mayoría de los masones (aunque no todos) defendió al Frente Popular aun sabiendo que este era un conglomerado de totalitarios marxistas del PSOE y del PCE, de anarquistas, de racistas del PNV y de golpistas como Azaña o Companys. Nada remotamente parecido a un bando democrático. La propaganda en el exterior, en parte masónica, se inclinaba netamente por las izquierdas –casi todas ellas contaban con numerosos masones–. A pesar de lo cual los gobiernos de Usa, Inglaterra o Francia procuraron aislar el conflicto español, para evitar su contagio. Franco, no es de extrañar, aumentó su aversión a los hijos de la Viuda y prohibió su actuación en España.
En Años de hierro (p. 380) extracté unos documentos de 1942, guardados en la Fundación Francisco Franco: “El espionaje franquista accedió, por medio de una agente, a mensajes alarmantes de círculos masónicos que parecían preparar psicológicamente la mutilación del país. Uno de ellos, de una Asociación Masónica Internacional, con sede en Ginebra, instruía sobre el peligro comunista, juzgando a Inglaterra la única potencia capaz de contrarrestarlo tras la deseada derrota alemana: “La reivindicación de Gibraltar y otros puntos para España y la conservación forzosa y sin consideraciones universales de Cabo Verde, Baleares y Canarias en sus soberanías actuales, constituyen un germen de destrucción del equilibrio mundial de la paz, por ser ventajoso a todos que un arma, potente y difícilmente manejable, esté en manos fuertes y expertas y no de las naciones caducas. La fuerza de Inglaterra es garantía plena –la Historia es testigo– de conservación de la Humanidad”. Los masones peninsulares eran exhortados a superar dudas, reservando “en lo hondo del corazón el sentimiento de un pueblo para apoyar el bien de todos los pueblos y por tanto del vuestro”. Propugnaba asimismo “desprestigiar la figura del Generalísimo Franco, ahondar en el malcontento entre Ejército y Falange, muerte política de Serrano Súñer”, así como “Abrir las puertas de las cárceles en que gimen, en dantesco infierno, rebaños desdichados de hombres honrados, prisioneros de la tiranía más espantosa que registra la Historia (…) sometido todo a la voluntad despótica de un solo hombre, pigmeo-idiota, engreído por la adulación más baja y servil que haya deshonrado a la Humanidad”. Otra comunicación atribuida a Martínez Barrio animaba a los masones, si bien eludiendo detalles escabrosos”. Nuevamente encontramos el servicio a Inglaterra en un amplio sector de la Masonería, en nombre de la “Humanidad”.
Dejo aquí de lado la evolución de la Masonería bajo el franquismo y la democracia, dado el exceso de de especulación sobre ella. Sí interesa señalar su peso en el Parlamento europeo, que según algunos cálculos de difícil comprobación supera en porcentaje al que se dio en las Cortes de la II República. La idea de una Unión europea después de la II Guerra Mundial, en su origen democristiana, tomó progresivamente un tinte socialdemócrata con influjo masónico y línea predominante anticristiana.
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Conclusiones
Masonería XIV 
A todo lo anterior pueden hacerse varias observaciones:
a) La masonería, claramente, dista mucho de ser una inocua sociedad filantrópica. Su intromisión en la política es constatable por la abundancia de hijos de la luz en numerosos acontecimientos y puestos decisorios. Más difícil resulta especificar el modo concreto como se ha producido su intervención, debido al secretismo de la orden.
b) También encontramos masones en partidos y posiciones dispares y hasta opuestos, sin faltar algunos choques sangrientos entre ellos. Masones como Lerroux evolucionaron de un extremismo proterrorista a una acción moderada y patriótica. Por ello no es fácil creer en una acción ordenada desde un órgano central masónico y cumplida disciplinadamente por sus miembros. Sin embargo, pese a discrepancias y enfrentamientos, cabe discernir en la Fraternidad una orientación general, siendo uno de sus rasgos el anticristianismo. Esa orientación puede ejercerse a través de consignas o por tendencias generadas de modo natural a partir de sus principios religiosos o seudorreligiosos,
c) No es probable que la Masonería esté en la matriz de los numerosos fenómenos revolucionarios o anticristianos de nuestro tiempo, pero sin duda constituye uno de los factores que los impulsan.
d) Los rasgos anticatólicos y antidemocráticos (desde la propia concepción de sociedad secreta) se han manifestado de forma especialmente aguda en la historia de España e Hispanoamérica.
e) Así como la masonería en Inglaterra y Usa, quizá en Francia, no parece haber obstaculizado el progreso y desarrollo de sus países, y de algún modo quizá haya contribuido a ellos, en España e Hispanoamérica ha tenido efectos claramente contrarios, ocasionando todo género de convulsiones y crímenes.
¿A qué obedece el nefasto efecto de la Masonería en España e Hispanoamérica? Creo que entra ahí el papel de defensora del catolicismo desempeñado por España durante dos siglos frente al islamismo y el protestantismo. Para combatir y denigrar a España se utilizó a fondo la Leyenda Negra, tanto más efectiva por la decadencia sufrida por el país desde mediados del siglo XVII y luego por el semihundimiento del XIX (debido en parte no desdeñable a la misma acción masónica). En las grandes campañas europeas como las arriba comentadas en defensa del terrorismo anarquista, de Ferrer Guardia, de Macià, en torno a la supuesta represión de Asturias, etc., el argumento típico era siempre el de “la España inquisitorial, oscurantista, asesina, etc.”. No hay datos sobre el papel masónico en otras campañas de enorme repercusión en la época de Franco, como las orquestadas por la ejecución del chekista Julián Grimau o en defensa de la ETA en 1970 y 1975, pero es razonable suponer que la orden no fue ajena a ellas.
Encontramos de preferencia a masones en las corrientes y partidos izquierdistas (republicanos, anarquistas, socialistas, separatistas), cuyo común denominador ha sido la negación o denigración de las tradiciones, la historia y la cultura de España. No se ha querido trabajar evolutivamente sobre esas tradiciones, sino abolirlas o arrasarlas. No por azar la Guerra Civil presenció un plan de genocidio, realizado en amplia medida, de la cultura católica y sus representantes. Muchos miles de personas fueron asesinadas simplemente por ser clérigos o católicos practicantes, e incendiados o destruidos de otras formas miles de edificios religiosos (templos, monasterios, bibliotecas, centros de enseñanza y hasta las cruces de los cementerios). Se trataba de aniquilar toda una cultura y un pasado, y sustituirlos por consignas generales, a veces sugestivas pero exaltadas, abstractas y vacías. Más vacías aún en manos de personajes de tan escasa talla intelectual y moral como los retratados por Azaña, Marañón y tantos más.
No se puede atribuir a la Masonería toda la responsabilidad por las convulsiones de los siglos XIX y XX en España e Hispanoamérica, pero creo que sí una parte considerable de ella.

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Pío Moa
28 agosto, 2018 
P. A ud se le viene considerando desde hace años historiador e ideólogo neofranquista, es decir, de extrema derecha. ¿A qué se debe que ud critique tanto ahora a la extrema derecha?
–A ver si nos entendemos: la palabra extrema derecha puede significar lo que cada uno quiera. Para la opinión hoy dominante, la extrema derecha es la que contraria a la ideología LGTBI, que se ha convertido prácticamente en la ideología oficial de la UE. Si ud se opone al abortismo, al multiculturalismo, a la anulación nacional, etc., entonces ya es de extrema derecha. Pero como, según digo, puede significar cualquier cosa, conviene que quien usa la palabra explique qué quiere decir con ella.

P. ¿En qué sentido la usa usted? ¿El franquismo no es extrema derecha?
–No necesariamente. En primer lugar el franquismo, en el sentido de pensar en una vuelta de aquel régimen, es residual. Pero hay mucha gente que, sin pensar en su vuelta, defiende su importancia y necesidad histórica, como yo; y otros que lo hacen desde puntos de vista diferentes. Considero que el franquismo fue un régimen de excepción ante una crisis excepcional, y que abrió paso a una democracia factible, hoy echada a perder por el antifranquismo. El antifranquismo es el gran problema, el cáncer de la democracia y de la propia España. Pero los franquistas de extrema derecha suelen opinar que lo malo es precisamente la democracia, un régimen maligno traído en definitiva por la ETA al matar a Carrero Blanco, por la masonería, el sionismo, etc. Esto es propiamente lo que yo llamo extrema derecha en España. Y la verdad es que me alegro de que tenga poca fuerza.

P. Pero, ¿no es posible que vuelva a tomar fuerza, como en varios países europeos?
–Le repito que esos movimientos llamados de extrema derecha en Francia, Austria, Hungría, Polonia, etc., no lo son, se les llama así para desacreditarlos. Son una alternativa real y democrática, al menos en principio, a una deriva cada vez más totalitaria de la UE. Y es curioso que en España no acabe de surgir algo parecido. Aquí hay dos formas de extrema derecha a veces mezcladas: la de tipo católico y la de tipo más o menos fascista, las dos muy confusas. Implícitamente querrían una vuelta de aquel régimen, aunque no se atreven a decirlo claramente.

P ¿A qué atribuye que no acaben de cobrar importancia?
–Por una parte a la simpleza de sus análisis, y por otra a que nunca entendieron qué fue el franquismo. Hablan de quimeras. Por ejemplo, los ultracatólicos se encuentran con que la Iglesia sigue rumbos muy distintos de los suyos, pero no osan proponer una Iglesia nacional, cosa por lo demás demasiado irrealista. O se expresan en plan apocalíptico, como si estuviéramos al borde del juicio final. Otros creen que la ideología propiamente franquista fue la de la Falange, cuando se trató de una ideología de circunstancias, ecléctica y un tanto retórica, útil en la situación de grave crisis y amenaza de los años 30 y 40, pero no en la actual. Por lo demás, la Falange se ha quedado en los huesos, cediendo mucha carne a comunistas, anarquista, socialistas e incluso separatistas, pues finalmente fue venero de todos ellos, por su debilidad intelectual; además está dividida en unas cuantas facciones. Y desde luego el franquismo nunca se identificó con la Falange. El Movimiento era solo un ministerio más, con escaso presupuesto.
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