lunes, 19 de diciembre de 2022

Vivencias de un militar desde cadete en el 20D1973, magnicidio del presidente Carrero Blanco

Las razones de un desafecto
 12/04/2019 
El 20 de diciembre de 1973 los alféreces cadetes de infantería, de la XXX promoción de la AGM, nos encontrábamos en Toledo en la academia del Arma. Era un viernes por la mañana y tras haber desayunado estábamos en el aula de estudio a la espera de que comenzaran las clases. En un momento determinado, se abrió la puerta y entró un comandante profesor. Nada tenía de extraño, pues no eran infrecuentes las visitas para cerciorarse del silencio y orden en el estudio. El número uno de la promoción, Juan Álvarez Jiménez, se puso en pie para dar el preceptivo “sin novedad” mientras que el resto, también como era lo reglamentario, permanecimos sentados, atentos cada uno al estudio de las diversas materias de las que tendríamos clase esa mañana.
Como era frecuente en tales casos, “la cola” de la promoción -no excesivamente concentrada en el estudio- levantamos la vista al oír abrirse la puerta, para ver quién era el “proto” que había entrado. Por el contrario, “la cabeza” los “promos” siguieron concentrados en el estudio sin levantar la vista de los libros. Pero todos prestamos atención cuando el profesor, alzando la voz, dijo: caballeros, cierren los libros y bajen al primer piso, que el coronel director les va a dirigir unas palabras. Obedecimos de inmediato la orden sin tener siquiera tiempo para pensar en cuál sería el motivo de la extraña reunión en aquella hora de la mañana, y especialmente por el hecho de que nos reuniera nada menos que el coronel Aramendi, el director de la Academia de Infantería.

Reunida toda la promoción, en breves instantes el profesor mandó firmes y dio la novedad al coronel que en ese momento hacía su aparición. Su cara habitualmente pálida, su baja estatura, e incluso la débil complexión, incrementaban el aspecto demudado de su semblante. Sin más preámbulos dijo: Señores, el Presidente del Gobierno acaba de morir en una explosión. Todo parece indicar que ha sido un atentado

No recuerdo con nitidez si dijo “señores” o “caballeros cadetes” no obstante tener grabado en la memoria aquel momento en que nos dio la noticia. Tengo vivo el recuerdo de su presencia física. Con la tristeza, e incluso con la angustia, reflejada en el semblante. Imagen que está presente mientras escribo esto, cuarenta y seis años después.

No se suspendieron las clases. Tampoco al principio de las mismas los profesores de las diferentes secciones hicieron comentarios sobre la noticia; por lo menos así fue en mi sección de clase. Algunos -pocos- tenían radio transistor pero desde luego a nadie se le ocurría llevarlo al estudio. Lo tenían guardado en la taquilla del dormitorio para escucharlo por la noche antes del toque de silencio pues entonces no teníamos la avidez de noticias habitual hoy en día. Acabadas las clases y antes de bajar al comedor algunos sí se dirigieron a la taquilla para coger el aparato y escuchar el “parte”. Así corrió la voz de que había volado el coche en el que viajaba el Presidente del Gobierno y que en principio se pensó que podía ser una explosión de gas, pero ya a medio día, había la seguridad de que se trataba de un atentado. Y como tal, su autoría, sólo podía corresponder a ETA. Pues en aquellos años, excepción hecha de las pocas acciones de ETA, España era una balsa de aceite. Especialmente si se compara con los llamados “años de plomo” que de forma inexorable habrían de llegar cuando comenzó la “Transición”

Muchos no teníamos entonces muy claro lo que era o significaba exactamente el Presidente del Gobierno dentro de la estructura del Estado. Sabíamos, eso sí, que Franco era el jefe del Estado y jefe de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire. También éramos muy conscientes que dos años antes, en la Academia General Militar de Zaragoza, habíamos jurado a Dios y prometido a España, besando con unción su Bandera, obedecer y respetar siempre a nuestros jefes, no abandonarlos nunca, y derramar si era preciso en defensa del honor e independencia de la Patria, y del orden dentro de ella, hasta la última gota de nuestra sangre. Y sabíamos, por supuesto, que de entre los jefes que habíamos jurado obedecer y respetar, el primero era Franco.

Lo que no teníamos tan claro era aquello de “el ORDEN dentro de ella” a pesar de que nuestro director de la AGM de Zaragoza, el general Balcázar Rubio de la Torre, posiblemente consciente de ello, se había preocupado de que lo supiéramos haciendo que se insertara en la “orla” de la promoción, el Principio IV del Movimiento Nacional y el Artículo 37 del título VI de la Ley Orgánica del Estado Español. Luego hemos comprendido que nuestro general sabía, o se barruntaba, que se avecinaban tiempos de perjurio.
Lo hemos comprendido en el transcurso de los años al ver la demolición, desde sus cimientos, de ese “ORDEN” que habíamos jurado defender hasta derramar la última gota de nuestra sangre y que no era otro que aquel dimanante de la Constitución de 1966 aprobada en referéndum por el pueblo español el 14 de diciembre de 1966.

FRENTE A FRENTE CON EL PRÍNCIPE DE ESPAÑA
Hecha esta digresión que ha surgido espontánea, al pensar en las consecuencias del magnicidio de Carrero Blanco, volvamos a la Academia de Infantería aquel 20 de diciembre de 1973. Estábamos a punto de iniciar el permiso de Navidad y pronto corrió la voz de que tal vez nos “acuartelaran” y se suspendieran los permisos. Este “macutazo” ¿o tal vez era cierto que se barajó tal posibilidad? Fue recibido de maneras diferentes. Para algunos cadetes fue motivo de pesadumbre -en mayor medida los que tenían novia- pero para otros se abría una ilusionada esperanza, ante la posibilidad de materializar aquella “ansia altiva de los grandes hechos” que preconizaba la letra de nuestro himno.

Pero fue el caso que no se suspendieron los permisos de Navidad. Ni en la Academia de Infantería ni en las unidades. Tampoco se cerraron las fronteras -aunque lo pretendió el General Director de la Guardia Civil- ni se declaró el “estado de excepción” Todo transcurrió como si no hubiera pasado nada. A pesar de la enorme gravedad del hecho. Con la misma atonía con la que se había recibido en España la pérdida de Cuba, sin que la sangre derramada en su defensa, mereciera ni tan siquiera suspender una corrida de toros. De modo similar, la sangre de un presidente del Gobierno de España se asumió como un simple incidente…. o como si lo sucedido estuviera programado “entre columnas” en alguna reunión de próceres con revuelo de mandiles.

El caso es que, como ya se ha dicho, a pesar de la enorme gravedad del magnicidio, continuó la vida nacional como si nada hubiera sucedido. Ni tan siquiera se tomaron providencias efectivas para descubrir, tanto a los autores materiales del atentado -que fue reivindicado por ETA- como a los inductores y los cómplices que les habían dado cobijo en Madrid; Eva Forest y Simón Sánchez Montero. Tampoco se tomó posteriormente, durante la Transición,, providencia alguna para que, una vez identificados los autores del magnicidio, y al no haber sido todavía ni juzgados ni sentenciados, quedaran fuera de la amnistía general. Solamente el honor personal de algunos agentes del SECED de Carrero Blanco, hicieron posteriormente la justicia que no había hecho, ni había querido hacer la “Justicia”. Aunque era evidente que el asesinato de Carrero Blanco tenía una intencionalidad política de largo alcance, la investigación fue muy superficial. Y además no comenzó con la primera pregunta que debe formularse en la investigación de cualquier crimen; ¿Cui prodest?
Carrero Blanco
Pues bien, dentro de esa “normalidad” con la que continuó la vida nacional, ni se acuartelaron las unidades ni se suspendieron o aplazaron los permisos de Navidad, y al día siguiente, viernes 21 de diciembre, los alféreces cadetes de la Academia de Infantería marchamos a nuestras casas para “empalmar” el fin de semana con el permiso de Navidad. Fuimos varios cadetes, de los que vivíamos en Madrid, que sin acuerdo previo nos concentramos el día 22 en el Paseo de la Castellana, frente al Nº 3, el palacete donde se ubicaba Presidencia de Gobierno. Si no me falla la memoria tras cuarenta y seis años, allí coincidimos JMC, JAAG, JAG y creo que también JCL ¿o era MMT? Quiero recordar que iban como yo de uniforme, también insistir en que, a pesar de recordar aquellos momentos con absoluta nitidez, algunos detalles se me pueden escapar. Sí recuerdo que no estuvimos juntos todo el tiempo, buscando cada uno el lugar desde donde mejor se podía ver el edificio mientras muchas personas congregadas nos miraban con curiosidad al vernos de uniforme. En un momento determinado comenzó a sonar el Himno Nacional, por lo que supuse que iban a sacar el féretro de Carrero Blanco. En aquel momento me encontraba yo solo rodeado de paisanos, y lógicamente adopté la postura de firmes en el primer tiempo del saludo. Exactamente enfrente, en la acera que discurre bajo la verja de Presidencia del Gobierno, se encontraba el Príncipe Juan Carlos, también de uniforme, y completamente solo.[1] Obviamente el Príncipe también se puso firmes en el primer tiempo del saludo y así permanecimos ambos, frente a frente, separados por los diez o doce metros de la calzada que separa la acera de Presidencia del Gobierno del paseo central de la Castellana en el que yo me encontraba. Aunque había muchas personas alrededor, en aquel momento era yo sólo quien estaba de uniforme, e igualmente el Príncipe en la acera de enfrente. Por ello cruzamos nuestras miradas y así permanecimos en el primer tiempo del saludo mientras sonaban las solemnes notas del Himno Nacional.

Fueron largos momentos de intensa emoción. La escasa distancia que me separaba del Príncipe Juan Carlos me permitía ver con nitidez su semblante en el que a la tristeza habitual que se reflejaba aquellos años, se sumaba un halo de preocupación e incluso de angustia. No se cuales serían los pensamientos del Príncipe mientras sosteníamos las miradas, pero yo sentí, junto a la profunda emoción del momento que acrecentaba el Himno Nacional, un impulso de intensa lealtad hacia aquel hombre que un día sería el Jefe Supremo del Ejército Español. Y como tal, mi nuevo capitán.

En aquellos momentos le dije con el corazón: Aunque no lo sepas Alteza, soy un soldado dispuesto a dar la vida por España y por mis jefes de los que tú serás el primero cuando muera el Caudillo. Muchas veces me he preguntado si aquel sentimiento de lealtad tan intenso pudo percibirlo el Príncipe, transmitido en la mirada sostenida que mantuvimos durante los minutos que duró el Himno Nacional. Para mí fueron unos momentos de gran emoción que me calaron muy hondo en el alma. Pensé que esa lealtad y afecto, que esa voluntad de obedecerle y no abandonarle nunca, hasta derramar si fuera preciso la última gota de mi sangre, permanecería de por vida. Como permanecía mi obediencia y respeto a Franco, capitán y Caudillo.

CRÓNICA DE UNA DECEPCIÓN
El posterior devenir de España, propiciado por la quiebra del solemne juramento de S.M. el Rey Juan Carlos, ha sido la causa de mi desafecto. Y esta es su crónica.
En 1974 la situación de España comenzaba a ser preocupante. Asesinado el Presidente del Gobierno Carrero Blanco, y con el Jefe del Estado Francisco Franco ya en evidente declive de sus capacidades por ley de vida, los enemigos de España habían comenzado a tomar posiciones para “cuando se cumplieran las previsiones sucesorias”proceder al asalto y demolición del Régimen surgido el 18 de julio de 1936. Es decir, la demolición desde sus cimientos de la España Una, Grande y Libre que tras siglos de imparable decadencia, había encontrado finalmente la regeneración, volviendo los ojos a la España de los Reyes Católicos. Asalto y demolición a esa España Una, Grande y Libre que sus enemigos, tras intentarlo durante cuarenta años de sucesivos fracasos, se habían finalmente resignado a no conseguir. Comprendiendo que no les sería posible conseguirlo mientras viviera el Caudillo.

Muy bien sabían, quienes idearon e implementaron el asesinato de Carrero Blanco, cual era la piedra angular a remover para lograr la ruina del edificio. Y los enemigos eran, tanto internos, como externos. Entre estos últimos estaba el sátrapa marroquí Hassan II que comenzó a mover sus peones para hacerse con el Sahara. Por su parte el Gobierno Español tomó providencias con vista a pararle los pies. Por ello a los componentes de la XXX promoción, que deberíamos salir tenientes el 15 de julio de 1975, se nos adelantó tres meses la entrega de despachos y la incorporación a las unidades, al tiempo que se organizaban “rotaciones” de un mes en el Sahara.

En plena crisis de la “Marcha Verde” el entonces Príncipe Juan Carlos, en cuanto asumió la jefatura del Estado por la enfermedad irreversible de Franco, se presentó en el Sahara “para arengar a las tropas”. En realidad para “amansarlas” pues la decisión de entregar el Sahara a Marruecos ya se había tomado a espaldas de Franco por la “camarilla” que actuaba entre bastidores, desde que en enero de ese año D. Juan había visitado Marruecos invitado por Hassan II siendo recibido con honores de Jefe de Estado. En tal visita el Sultán le había propuesto, a cambio de la entrega del Sahara, unas componendas que fueron las que luego se firmaron en “Los Acuerdos de Madrid”.
En aquellas fechas yo era teniente en la Agrupación de Tropas Nómadas, unidad a la que había pedido destino voluntario por considerarlo una obligación al ser en esos momentos “el puesto de mayor riesgo y fatiga” como preconizaba el artículo VII del “Decálogo del Cadete” que nos legara el Caudillo. Discrepé entonces con algunos compañeros, que haciéndose eco de lo que oíamos por la radio en las noticias, pensaban que la visita era para apoyarnos. Como parecía indicarlo los términos de la “arenga”. “Estaré con vosotros cuando suene el primer disparo”. Pero según yo pensaba analizando su declaración, en la que también dijo que “no se derramaría sangre” había venido para decirnos que no se iba a defender el Sahara, que lo íbamos a entregar. Así lo pensaba yo, y estaba seguro que así lo interpretaría Hassan II. Quien contando con esa seguridad de que no se derramaría sangre -no habría enfrentamiento-, consumaría la invasión. El tiempo me dio la razón. Y aunque entonces tuve sólo una visión parcial de los hechos y sus circunstancias, siempre tuve la convicción de que aquello había sido una traición urdida a espaldas del Jefe del Estado, y ejecutada por el Sucesor cuando Franco estaba ya al borde del sepulcro. Ello me ha llevado a investigar muchos años después, y su resultado ha sido establecer la responsabilidad histórica de S.M. Juan Carlos I en la entrega del Sahara a Marruecos. Traicionando con ello al pueblo español y al pueblo saharaui. Esta fue mi primera decepción, con la cual comenzaron a enfriarse aquellos sentimientos de afecto y lealtad que me habían embargado la mañana del 22 de diciembre de 1973 delante de Presidencia del Gobierno en el Paseo de la Castellana.
Luego vendría lo que ha dado en llamarse “La Transición a la Democracia”. Y a la vista de los hechos posteriores, podemos considerar que la entrega del Sahara a Marruecos fue el primer acto de la farsa. Tal proceso de transformación política yo prefiero denominarlo “Transacción” en lugar de “Transición” pues además de no ser el “paso de una dictadura a una democracia” sino en todo caso el paso de una democracia orgánica a otra inorgánica o partitocracia, su esencia fue la venta de la España Una, Grande y Libre a sus enemigos. A cambio de que no cuestionaran la Corona, la Monarquía instaurada por Franco.
En la Transacción, S.M. Juan Carlos I, ya Rey de España, faltando a tres solemnes juramentos (el que empeñó en su Jura de Bandera, el que hizo ante las Cortes Españolas al ser proclamado Sucesor a Título de Rey, y el que prestó antes de ser coronado) propició la demolición, desde sus cimientos, del “Régimen”. Del Orden Institucional que él y nosotros habíamos jurado. Siempre que se suscita este espinoso asunto, se aduce la legalidad de la transformación política, con aquello tan socorrido de que se pasó “De la Ley a la Ley”. Son ganas de marear la perdiz, o de lanzar una cortina de humo para desviar la atención sobre el meollo de la cuestión. La pregunta que es obligado formularse es si S.M. cumplió su juramento; “hacer cuanto fuere preciso en defensa de los Principios y Leyes que acabo de jurar” o buscó “asesoramiento técnico” en Torcuato Fernández Miranda para “faltar legalmente” a lo que había jurado. La respuesta no puede ser otra que constatar la evidencia del perjurio. De la felonía.

Si realmente S.M. pensaba que lo más conveniente para España y los españoles era la demolición del sistema político para el que había sido nombrado sucesor a título de Rey, y cuya defensa había jurado, la única opción honesta hubiera sido proponerlo con claridad meridiana. Para que el pueblo español, en referéndum, hubiera decidido si quería la demolición del Régimen que le había dado cuarenta años de paz y progreso. O prefería mantenerlo bajo un sistema político presidencialista, con un cambio dinástico, o incluso con una monarquía encarnada en otra persona de la misma estirpe que se comprometiera a mantenerlo. Estas esenciales consideraciones están desarrolladas en el trabajo titulado La Transición: ¿Reforma o Ruptura?.

AL REGRESO DEL SAHARA
Pero volvamos a las vivencias personales que configuran esta crónica. Al volver a Madrid, tras el abandono del Sahara, hice lo mismo que otros compañeros que estábamos en aquel territorio cuando se produjo la muerte de Franco. Acercarme vestido de uniforme al Valle de los Caídos, para en la posición de firmes y con la emoción atenazando el alma, rezar ante la sepultura de nuestro capitán y Caudillo. Era nuestro testimonio para despedirnos de él. Y para pedirle que siguiera velando por España como lo había hecho en vida. Una España Grande y Libre, en la que habíamos nacido, habíamos crecido, y a la que ya como soldados nos habíamos consagrado. Pero una vez muerto Franco, sin que al principio fuéramos muy conscientes de ello, había comenzado la demolición de esa España.
Mi primer destino al volver del Sahara fue, también con carácter voluntario, la Compañía de Operaciones Especiales Nº 91 en Granada. Estando allí tuvo lugar, en la primavera de 1976, la voladura del grandioso monumento al “Ángel de la Victoria” o “Ángel de la Paz” obra de Juan de Ávalos que veía al pasar por Valdepeñas en mis viajes desde Madrid a Granada. Monumento que no ha sido reconstruido y cuyo esqueleto puede verse hoy en día como testimonio de una “Transacción” que se vendió como reconciliación, pero que en realidad sentaba las bases -con dolo o por estulticia- para el inicio de una vil revancha. Sería interminable la crónica de aquel proceso, por lo que me limitaré a los hechos más notables de los que tuve personal constancia.

Un día entre el 17 y el 28 de abril de 1976, estando ya destinado en la COE Nº 81 (Orense) en la salida mensual realizada en la zona de La Gudiña (vivaqueando en la abandonada estación de Villavieja) estaba inspeccionando, a altas horas de la madrugada en una noche fría y desapacible, el ejercicio de patrullas y emboscadas que realizaba mi sección cerca de la frontera portuguesa. Me encontré con una pareja de la Guardia Civil que estaba cubriendo un servicio. Según me dijeron para evitar que pudiera cruzarla Santiago Carrillo. Al comentarles lo difícil del servicio encomendado, toda vez que en aquella zona la frontera es muy permeable y se puede pasar por cualquier sitio, me respondieron que ellos ya sabían que Carrillo estaba en Madrid, en tratos con el Gobierno, pero esa era la orden que habían recibido y la cumplían. Quedé sorprendido. Y ya de amanecida en el vivac, no pude menos que admirar la disciplina de aquellos beneméritos de la Patria. Pero también meditar sobre los entresijos, componendas y ocultos chalaneos que se estaban produciendo en España.

No recuerdo si fue en ese verano, o en el del año siguiente, cuando estando un fin de semana en Pontevedra, escuché por la calle la megafonía que propagaba a muy alto volumen “La Internacional” mientras que el grupo de manifestantes que seguían el vehículo coreaba sus proclamas: ¡Fascistas! ¡Burgueses! ¡Os quedan pocos meses! Y mientras estas cosas sucedían, el “aparato oficial” adormecía a los corderos con las melifluas estrofas del “Libertad sin ira” y el “Habla pueblo habla”
Cuando llegó el referéndum para aprobar la Constitución de 1978 “pasé olímpicamente” (dicho en modernos términos coloquiales, o se me dio una higa, en vetusto castellano) al considerar que el simple hecho de participar en el plebiscito era incumplir mi juramento a la Bandera hecho el 15 de diciembre de 1971 en la AGM de Zaragoza, cuando me había comprometido a la defensa del Orden Institucional. La Constitución aprobada en referéndum por el pueblo español el 14 de diciembre de 1966.

Además aquella Constitución de 1978 era una grandísima estafa. Puesto que la ley que la facultaba, y había sido votada favorablemente por el pueblo español, era para una “Reforma Política” no para demoler desde sus cimientos la estructura del Estado. Se reforma lo que se quiere conservar, es decir, la Constitución de 1966 que yo había jurado y que se materializaba en las Leyes Fundamentales del Reino y en Los Principios del Movimiento Nacional. Pero además, “a mayor abundamiento” -por utilizar un término jurídico-. La Ley para la Reforma Política establecía taxativamente que la reforma no podía dar lugar a un proceso constituyente. Por tal motivo, calificar de estafa la Constitución de 1978, no puede ser considerado un exceso. Es simple y llanamente la calificación jurídica que le corresponde.

Pronto los hechos pusieron en evidencia la falacia de la propaganda gubernamental orquestada por todos los MCS, excepto el Alcázar y el Heraldo Español. Únicos medios libres, no financiados por el Aparato del Estado, ni sujetos a las diversas “obediencias” nacionales o extranjeras. Se había insistido machaconamente en que la aprobación de la Constitución era imprescindible para que la ETA finalizara su sangrienta acción terrorista, y para que se alcanzara la paz social. Ambas cosas embustes tendentes a justificar el proyecto “rupturista” como se puso de manifiesto con el incremento exponencial de las acciones terroristas -mucho más numerosas y sangrientas- y de la conflictividad laboral tras aprobarse la Constitución de 1978, algo que no había sucedido al aprobarse la Constitución de 1966. Todo ello son datos objetivos, fácilmente contrastables, consultando las hemerotecas y los anuarios estadísticos con las horas de trabajo perdidas por huelgas en todo el territorio nacional en los años anteriores y posteriores a la aprobación de la Constitución. Estas consideraciones se pueden ampliar con la lectura del trabajo La Transición: ¿Reforma o Ruptura? cuyo enlace ya se ha insertado.
En los años 1978, 1979 y 1980 destinado ya de capitán en El CIR 11 de Vitoria, tuve que asistir a varios entierros de asesinados por ETA. Desde mi incorporación a la unidad había tomado la firme determinación de portar siempre la “herramienta” y permanecer alerta. Además de estando preparado psicológicamente para utilizarla, teniéndola siempre en condiciones de empleo inmediato. No tuve empero ocasión de ello, pues cuando a primeros de junio de 1979 un grupo armado de ETA penetró en la base de Araca, yo me encontraba en Jaca, realizando el Curso de Operaciones Especiales. Al conocer el hecho tuve un enorme disgusto por no haber estado en la Unidad. Donde posiblemente, al estar siempre en condiciones de “acudir al fuego” tal vez hubiera tenido ocasión de que los asaltantes no salieran indemnes. Ciertamente es una especulación, pero a la vista de cómo transcurrieron los hechos lo consideré muy probable, cuando al regresar a mi Unidad finalizado el curso conocí en detalle como se había producido la entrada y la salida de la Base de aquel grupo terrorista.
Destinado posteriormente como jefe de la Compañía de Policía Militar Nº 81 en La Coruña, el 29 de Noviembre de 1981 al frente de una sección de mi Unidad “afeé la conducta” a un nutrido grupo de manifestantes que se mofaban públicamente del ejército con proclamas tales como, ¡¡¡militares cabrones, tocarnos los cojones!!! ¡¡¡aquí sin galones, no tenéis cojones!!! ¡¡¡sin estrellas ni galones, no tenéis cojones!!! “chu chu pajaritos a volar, militares a cagar” (con algazara y “aleteo” de codos) entre otras simpáticas expresiones de similar tenor. A consecuencia de aquel más que “contundente afeamiento” a los energúmenos que proferían tales delicadezas, sufrí un arresto de tres meses en prisión militar por “excederme en mis atribuciones”. Pues aunque la Autoridad Judicial Militar (que había tomado declaración a testigos de los hechos, corroborando las lindezas que se proferían) reconocía en el Auto que se habían proferido gritos, algunos de ellos, al parecer, posiblemente, injuriosos para el ejército (Sic) consideró procedente imponerme los tres meses de prisión militar. Por su parte siete de los manifestantes que habíamos retenido y entregado a la policía, fueron puestos inmediatamente en libertad por orden judicial. Juzgados un año después por la jurisdicción civil, fueron condenados a tres días de arresto menor sin perjuicio de acudir al trabajo.

Aquel año de 1981, nueve meses antes, había tenido lugar el 23F y sin duda por ello la chusma estaba tan sobrada. Pero la cosa venía ya del año anterior. A consecuencia del deterioro de la situación política, se había pretendido dar un “Golpe de timón consensuado”. La “Operación De Gaulle” organizada por los Servicios Secretos con el preceptivo “nihil obstat” de quien podía darlo. Operación que al fracasar fue transformada “fallido golpe de estado” y que está narrada en clave marinera en “El naufragio del 23F”.

Resulta inquietante pensar si pudo tener más influencia para que se diera “luz verde” al golpe de timón, el abucheo a S.M. en la Casa de Juntas de Guernica el 4 de febrero de aquel año 1981 (tan solo 19 días antes de la entrada de Tejero en el Congreso de los diputados) que el salvaje atentado del hotel Corona de Aragón, con casi cien muertos, en su mayor parte de familias militares, perpetrado en Zaragoza el 12 de julio 1979 un año y medio antes.
SE CAMBIA MI BANDERA: LUEGO SERÁ OBJETO DE PERSECUCIÓN
El 5 de octubre de ese mismo año 1981, también había tenido lugar un hecho que colmó definitivamente mi indignación transformándome en “irrecuperable para el Sistema”. Fue la sustitución en la bandera de España del escudo con el águila de San Juan y su proclamaba vocación histórica de ser Una, Grande y Libre, por el escudo actualmente en vigor. Es preciso decir que el PSOE no había llegado aún al poder, pero alguien se adelantaba a llevar a cabo los acuerdos secretos de la Transacción. Efectivamente, en el artículo 4.1 de la Constitución se había definido la bandera por sus colores, pero sin referencia al escudo. No era un olvido. Era a propio intento para hacer, cuando se pudiera, lo que los ponentes de la Constitución no se atrevieron a plantear en la Carta Magna pues en tal caso el pueblo español hubiera votado NO a su aprobación. Se trató pues de una argucia propia de auténticos trileros de la política. Al igual que el hecho de, tras proclamar en el Art. 2 “la indisoluble unidad de la Nación española” se “reconocía y garantizaba el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones” con la finalidad de dejar la puerta abierta, en un futuro, a los ocultos designios. Pues bien, ese escudo que no ha modificado la Constitución, y que por ello permanece en la primera página de la Carta Magna, mediante una indecente manipulación propiciada por los MCS se hace aparecer, tanto en TV como en las páginas de las publicaciones, sustituido por el nuevo escudo que entró en vigor de un “plumazo” -nunca se dijera con mayor propiedad- en forma de “Real Decreto”. Y esta burda patraña va calando en la sociedad hasta el punto de olvidar que el escudo que realmente figura en la primera página de la Constitución era el vigente durante el Régimen de Franco. Esta manipulación pone en evidencia el dolo de la Transacción. (A)

Es preciso insistir en que, si lealmente se hubiera propuesto el cambio del escudo, la mayoría del pueblo español hubiera votado NO a la Constitución y más que probablemente, también a la Corona. Cuyo titular, tras haber jurado fidelidad a las Leyes Fundamentales del Reino y Principios del Movimiento Nacional, se dispuso en la Transacción a incumplir su juramento. Exactamente igual que hubiera sucedido si en lugar de someter a referéndum una “Ley para la Reforma Política” se hubiera propuesto la demolición desde sus cimientos del Orden Institucional vigente. Pues bien, esta artera sustitución de la bandera de España, con cuya visión había crecido, cuyo escudo representaba la grandeza de su historia, y que en definitiva había sido el faro de mi vocación militar, fue para mí el más lacerante de los golpes. Comprendí entonces que los españoles habíamos sido objeto de una alevosa trampa. Y celebré infinito no haber participado en la farsa del refrendo constitucional.

Y para que aquel infame “cambiazo” me dejara un poso más amargo, me correspondió mandar la compañía de honores en el acto en que fue arriada de la Capitanía General de Granada la bandera con el águila de San Juan con su triple vocación de representar Una España Grande y Libre. Bandera que era sustituida por un remedo de la correspondiente a la Segunda República sin otras modificaciones que las indispensables para cumplir lo acordado en la Transacción: la venta de la nueva España, resucitada por Franco, a cambio de que sus enemigos no cuestionaran una caduca monarquía fenecida el 14 de abril de 1931. Por ello solamente se cambiaba la corona mural de la segunda República, por la corona de los Borbones. Al finalizar aquel humillante acto castrense, pedí que se me entregara la bandera recién arriada. Solicitud que no fue atendida. Tal vez comprendiendo que mi designio era custodiarla con veneración, a la espera de que algún día pudiera verla izada nuevamente de forma oficial.
Pero mientras llega el momento en que con un nuevo y simple “Real Decreto” se restituya como Enseña Nacional la bandera de Una España Grande y Libre con el águila de San Juan y los símbolos del Movimiento, no estaría de más que como antídoto para desmemoriados se difunda la imagen de una bandera que, sin tener el carácter de Enseña Nacional, nadie podrá tildar de “anticonstitucional”. Pues sobre los colores definidos en el artículo 4-1 de la Constitución de 1978 figura el escudo de su primera página.

TRAS EL NAUFRAGIO DEL 23F EL ENEMIGO SE QUITA LA CARETA
El caso es que gracias al naufragio del 23F el PSOE llegó al poder. Y aunque le había visto las orejas al lobo, comenzó sin prisa, pero sin pausa, a tomar las providencias para resucitar el viejo proyecto de Azaña. Pero ahora con más tiento. Programando a largo plazo un “ejército bonsay” en el cual, mediante sucesivos y permanentes “recortes” lo que se buscaba era que “no se saliera del tiesto”. Al mismo tiempo, mediante la generalización de la “libre designación” y su consecuente “libre cese” se iba transformando la obediencia en mansedumbre. Y la disciplina en vasallaje. Al tiempo que se llevaba al ámbito castrense el famoso principio: “El que se mueva no sale en la foto”. Y con esas medidas, y otras que les andaban a la zaga como los “complementos salariales” y “gratificaciones extraordinarias” se hicieron permeables los escalafones a los vicios de la vida política.

El 24 de agosto del 2006 tuvo lugar otro momento álgido en el proceso de humillar a cuantos militares permanecíamos leales a la memoria de Franco. La retirada, con “alevosía y estivalidad” (aprovechando los permisos de verano) de la estatua ecuestre del Caudillo que se encontraba en la AGM. Sin duda fue un “tanteo” o “combate de reconocimiento” (por utilizar un concepto militar) para saber las posibles consecuencias que podría tener la promulgación de lo que un año después sería la “Ley de la Memoria Histórica” y que a la vista de la inaudita mansedumbre con la que se aceptó el vil acto, envalentonó a sus promotores, dando luz verde para su puesta en marcha, en la seguridad de que no habría reacción alguna. Como así fue en efecto. Siempre se dijo que una imagen vale más que mil palabras y la genial fotocomposición del coronel de artillería Jesús Flores Thies (ya fallecido) es su paradigma más señero. Sobre la foto de la retirada de la estatua del Caudillo, montó la de los componentes de su promoción presenciando un desfile, pero que parecen estar mirando para otro lado mientras se produce la ignominiosa retirada.
Y el penúltimo capítulo de la Transacción lo ha constituido la infame Ley 52/2007 “De la Revancha Histórica” iconoclasta y cainita. Que tras satanizar a Franco y a su Régimen, profanando su memoria, pretende también ahora profanar su sepulcro. Pero que nadie lo dude. De llevarse a cabo la profanación, ese sepulcro vacío servirá para sepultar en él la Corona. Porque “Roma traditoribus non redere”. Precisamente por elevar al Mando un informe reservado, en el que advertía de lo que significaba la Ley 52/2007 y de cuales serían sus consecuencias, fui cesado en el destino y se me impuso una sanción disciplinaria de un mes. Además de ser vetado para ocupar cualquier destino al pasar a la reserva.
Al hilo de la infame “Ley de la Memoria Histórica” es llegado el momento de decir que el PSOE ha sido, es y será, una maldición bíblica para España. Con su sectarismo hizo inviable la Segunda República. Y con su infame ley 52/2007 hará inviable la Transacción. La izquierda (decir española es un oxímoron) en general, y el PSOE en particular, jamás quisieron la reconciliación de los españoles. Y han tratado por todos los medios de impedirla, llevados de un odio satánico y un rencor inextinguible. Si en un principio pudo creerse que estaban dispuestos a la reconciliación, se trataba del vil aforismo que dice “lame la mano que no puedas morder”. Pero en cuanto se han considerado lo suficientemente fuertes para ello, clavan sus ponzoñosos dientes de víbora en la mano que, de forma tan generosa como imprudente, se les tendió. La prueba más evidente lo constituye la nefanda Ley 52/2007 y sus pretendidas ampliaciones.

Por su parte S.M. el Rey, Juan Carlos I desde la muerte de Franco no ha vuelto a pisar el Valle de los Caídos. Su gran obsesión ha sido granjearse la benevolencia de sus enemigos, volviendo la espalda a quienes, por lealtad a Franco, le eran fieles. De ello pueden citarse múltiples evidencias.
Desde los públicos arrumacos a Santiago Carrillo, el genocida de Paracuellos, (al que quiso honrar en la fiesta de su noventa cumpleaños enviando en su representación a Sabino Fernández Campos) -mientras que Zapatero lo obsequiaba retirando con alevosía y nocturnidad la estatua del Caudillo de los Nuevos Ministerios- hasta fotografiarse ante el cuadro del fusilamiento del general Torrijos y sus compañeros. Fusilamiento por cierto ordenado por Fernando VII, su felón tatarabuelo. Pero sin que se le haya pasado por la cabeza, en justa reciprocidad, hacerse otra fotografía similar ante el cuadro que representa los fusilamientos -los asesinatos- de Paracuellos del Jarama. Cuadro ahora escondido, que antes se podía contemplar en el Museo del Ejército. Esta palmaria injusticia, esta inadmisible parcialidad del Monarca, ha dado lugar a que alguien se haya tomado la molestia de denunciarla mediante una fotocomposición en la que se sustituye, tras las Reales Personas y acompañantes, el lienzo del fusilamiento de Torrijos por el de Paracuellos. Algo que resulta más que evidente, no sólo por las idénticas figuras y posiciones de las personas que aparecen en el retrato, sino porque debajo del lienzo de Paracuellos se aprecia claramente el marco del cuadro de Torrijos y sus compañeros de infortunio.
A MODO DE CONCLUSIÓN FINAL; UNA INCÓGNITA
Fuimos mucho los oficiales del ejército -de los tres ejércitos- que durante la “Transacción” tuvimos un conflicto de obediencias y lealtades. Por un lado estaba la obediencia y respeto que habíamos jurado a Franco y a la defensa del Orden Institucional: La nueva Constitución surgida del Referéndum de 1966. Por otro lado debíamos cumplir la última orden que nos había dado el Caudillo en su testamento: “Por el amor que siento por nuestra Patria, os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido”

Pues bien, la “defensa del Orden Institucional” quedaba anulada al aprobarse la Constitución de 1978 mediante una “Ley Para la Reforma Política” de más que dudosa legalidad, como se expone en el trabajo La Transición: ¿Reforma o Ruptura? cuyo enlace ya se ha insertado. Por esa razón fuimos muchos los que no quisimos votar, (o votaron no) a la Constitución de 1978 y a la Ley Para la Reforma Política que la precedió. Porque repugnaba a nuestra conciencia al ser contrario a lo que habíamos jurado solemnemente en diciembre de 1971 besando con unción la Bandera de España. Pero es que además, tras unos primeros años en que se pretendió sepultar en el más ingrato olvido la figura de Franco y su ingente obra, se fue pasando paulatinamente a la más abyecta persecución. Profanando su memoria con todo tipo de infamias, falsedades y calumnias. Auspiciadas por la venganza de las logias, internas y foráneas. Que como los dueños de las “franquicias” a escala global, “ni olvidan ni perdonan”. Con ello quedaba también en papel mojado la otra parte de nuestro juramento: “obedecer y respetar siempre a nuestros jefes y no abandonarlos nunca”. Porque no debe olvidarse que nunca es nunca, ni vivo ni muerto, como preconiza el Credo Legionario. Y que nuestro jefe supremo, en el momento de empeñar el juramento, era Francisco Franco.
Este conflicto de lealtades llegó a su punto álgido al entrar en vigor la Ley 52/2007 sancionada por S.M. el Rey Juan Carlos “con la firma de su real mano” y en la que se proscribe, por ley, la figura de Franco y de su Régimen. Algo ciertamente inaudito que supone el haber cavado -con su propia y real mano- la sepultura de la Corona. Esta nefanda ley -que si no se deroga o se modifica sustancialmente será la tumba de la Monarquía española- fue la causa definitiva de que quienes seguían fieles a su juramento, se consideraran definitivamente fuera del “Sistema”. En efecto, al firmar S.M. el Rey Jun Carlos la infame Ley 52/2007 de La Revancha Histórica, la duda existencial entre seguir leales a la figura de Franco, o el obedecer su última orden de ser leales al Rey, quedaba despejada. Era metafísicamente imposible mantener ambas lealtades. Y ya no quedaba duda alguna de que la conciencia y el honor obligaban a permanecer fieles al juramento empeñado. Volviendo con ello la espalda a quien era reo de perjurio.

Pero es que además, llegados a este punto, se hace preciso decir que en el testamento de Franco se consigna la obediencia y lealtad “al futuro Rey de España” pero no a S.M Juan Carlos I. Algo que no es baladí, y que a la vista de los acontecimientos acaecidos tras la muerte de Franco, cobra especial relevancia. En efecto, la precisión de que la obediencia y lealtad debería ser a S. M. el Rey Juan Carlos, ha sido añadida, sobre el testamento ológrafo, por mano distinta a la de Franco. Es cierto que hay otros añadidos, pero se hace evidente que lo han sido para hacer más legible el texto. No para “interpretarlo”. ¿Por qué el Caudillo no hizo de puño y letra la oportuna precisión? Puede aducirse que no lo consideró necesario por evidente. Pero también pudiera ser que fuera a propio intento. Al comprender, especialmente tras el episodio de la entrega del Sahara a sus espaldas -aprovechando su grave enfermedad que sabía terminal- que el sucesor por el nombrado se dispondría a la destrucción del Régimen. Y ello a pesar de haber jurado solemnemente defenderlo al ser nombrado Sucesor a la Jefatura del Estado a título de Rey. Franco estuvo siempre puntualmente informado. Es algo incuestionable. ¿Pensó tal vez a última hora revocar el nombramiento de Juan Carlos y entronizar a otro Rey? ¿Creyó posible un cambio dinástico? ¿Pensó designar como sucesor a título de Rey, a otro miembro de la Dinastía que estuviera dispuesto a cumplir el juramento de encarnar la Monarquía Tradicional Española? ¿Una Monarquía nueva, instaurada no restaurada, que él había querido para preservar esa España histórica por él resucitada en su triple vocación de ser Una, Grande y Libre? Ciertamente no es posible saberlo y las interpretaciones entran en el terreno de las conjeturas. Lo que sí es cierto es el hecho de que por haber iniciado el camino sin retorno hacia la sepultura, no tenía ya posibilidad de cambiar el destino trazado…. aunque a última hora fuera consciente de la traición que se avecinaba. ¿Fue aquel pensamiento de que a su muerte se malograría la sangre de tantos héroes y mártires, lo que unió a su agonía física el más lacerante dolor moral? No es posible saberlo. Al igual que tampoco saber si el no consignar la identidad del sucesor fue olvido… o la única forma que tuvo a su alcance para evitar una deslealtad que intuyó.

Lo ya dicho; son conjeturas, pero lo que resulta irrefutable, por existir la prueba documental, es que en su testamento Franco no pedía lealtad al Rey Juan Carlos. Esto descarga definitivamente la conciencia de aquellos soldados que, tras haber sancionado S.M el Rey la infame ley 52/2007, aún se debatían entre la lealtad a la memoria de Franco y el cumplimiento de su última orden.
COMO EPÍLOGO, UNA SUGERENCIA
Con el debido respeto me dirijo a S.M el Rey emérito para decirle: Señor, implíquese con decisión en la defensa pública del Valle de los Caídos… y en evitar la profanación de la sepultura de Franco. Si lo hace, tal vez, pueda yo volver a sentir el hondo afecto que experimenté en aquel ya lejano 22 de diciembre de 1973. Pero si le importan un carajo los sentimientos de este soldado, hágalo porque lo demanda su honor. Porque que fue S.M. quien, en justa y acertada decisión, dispuso que se dieran tierra a los restos mortales de Franco en la Basílica del Valle de los Caídos. Que representa la reconciliación de los españoles a la que con tanto empeño dedicó su vida. Y también debe hacerlo, Señor, porque debe a Franco la Corona. Porque sin su personal decisión los Borbones jamás hubieran vuelto al Trono de España…. Y es de ser bien nacidos ser agradecidos.

Piense también Señor que si se permite al nuevo Frente Popular desenterrar hoy el cuerpo embalsamado de Franco, pueden también mañana profanar los restos de sus antepasados que descansan en el Monasterio del Escorial y arrojarlos a un vertedero de Vaciamadrid. Ejemplos de tales ignominias han tenido lugar no pocas veces a lo largo de la historia…. Recuerde Majestad las fotos de los restos momificados expuestos en los atrios de las iglesias. Y no olvide que siempre encontrarán justificaciones similares a las que esgrimen para profanar la sepultura de Franco. Aduciendo que sus antepasados accedieron al trono sin una votación democrática del pueblo español. Que lo hicieron tras una cruenta guerra civil. Y que además, en el caso más reciente de los inhumados, no le corresponde estar enterrado en el Panteón de Reyes del Escorial, por no haber reinado. En definitiva, que la profanación de la sepultura de Franco, puede traer funestas consecuencias. Para España y para su Real Casa.
La pelota está en su “real tejado” Majestad. Y el futuro de la Monarquía también.
Por otro lado la Historia de España nunca podrá olvidar, ni perdonarle, que faltando al juramento demoliera la ingente obra política de Franco. El hombre providencial que tras haber resucitado de sus cenizas -cual ave fénix- la España de los Reyes Católicos, edificó una España Nueva. Grande y Libre…. “Nuestra España gloriosa nuevamente ha de ser la nación poderosa…. y al son de justicia de una nueva era radiante amanece en nuestra Nación” Pero es que además Majestad, tras propiciar la demolición de la ingente obra política de Franco, ha consentido con mansedumbre inaudita que sus enemigos -que lo son también de España y de la Corona- profanen su memoria. Es cierto que la historia de España no podrá perdonarle ni olvidar que ha dilapidado la sangre de tantos héroes y mártires y propiciando que España haya vuelto a la situación que hizo imprescindible la Cruzada. Pero también es cierto que el pueblo español es generoso además de olvidadizo. Y de igual forma que “un minuto de contrición da un alma a la salvación” el noble gesto que supondría la defensa a ultranza y pública de Franco, enfrentándose -siquiera a título personal- con quienes tras haber profanado su memoria con la infame ley 52/2007 pretenden también ahora profanar su sepultura, puede hacer que ese pueblo termine por olvidar sus muchos yerros. Por ello Majestad, debe implicarse sin dilación en la defensa de Franco. Ya está tardando.

Y una reflexión final Señor. Varios oficiales generales del Ejército, con brillantes carreras y meritorias hojas de servicio, han permanecido en silencio mientras España se dirigía inexorablemente al precipicio. Y ello ha sido, no porque desde hace tiempo no fueran conscientes del peligro -sus trayectorias profesionales avalan su capacidad intelectual- sino porque consideraban que guardando la obligada neutralidad política cumplían con su obligación y daban ejemplo de disciplina acatando las órdenes. Sentido de la disciplina que por cierto nos había inculcado Franco: “disciplina que reviste su verdadero valor cuando el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda, cuando el corazón pugna por levantarse en íntima rebeldía, o cuando la arbitrariedad o el error van unidos a la acción del manado”. Pero ahora, una vez finalizada su vinculación administrativa con el Ejército y con ello recuperada su libertad de expresión como ciudadanos, han decidido, a la vista de la dramática situación en que se encuentra España -a las puertas de que asalte el poder un nuevo “Frente Popular” conjunción rojo separatista, ahora como entonces- y que con ello se pueda repetir la dramática historia, romper un silencio tantos años guardado y seguir cumpliendo con el sagrado juramento de defender a España. Ahora con las ideas, en lugar de con las armas.

Siga su ejemplo Majestad. Liberado ya de esa supuesta neutralidad en que se escudaba con la pretensión de querer ser “el Rey de todos los españoles” -y que hace tiempo debió haber comprendido su esterilidad con quienes no quieren serlo- ha llegado el momento de que, al igual que han hecho sus oficiales generales, se posicione de forma firme y pública en la defensa de Franco. Es justo. Y es necesario, tanto para España como para la Corona.
Un Castellano Leal
[1] Por extraño que pueda parecer el príncipe Juan Carlos estaba solo, y así lo refleja el general José Mª de Peñaranda en su obra “Desde el corazón del CESID”.