lunes, 12 de agosto de 2019

Cine español (1939-1983): del canon nacional-católico al cine degenerado de la “Transición”

Cine español: 
del canon nacional-católico 
al cine de la “Transición” (1939-1983)
 7/08/2019 
Resumen de una de las ponencias presentadas el pasado 20 de julio en Guadarrama (Madrid) en el espacio del Revival franquista de Movimiento por España.
La historiografía cinematográfica no debería tener problemas al respecto: entre el final de la Cruzada Nacional y el advenimiento del Régimen del 78, la cinematografía española puede ordenarse cronológicamente en base al siguiente esquema cuatripartito:

1939 – 1945: «Años de hierro», con entregas tan representativas como el documental Ya viene el cortejo (Carlos Arévalo, 1939), Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941) o Los últimos de Filipinas (Antonio Román, 1945), de acusada tendencia militarista y exaltadora.

1945 – 1959: Aislamiento y triunfo del canon nacional-católico (†Acción †Formación †Oración), con títulos paradigmáticos como Agustina de Aragón (Juan de Orduña, 1950), Balarrasa (José Antonio Nieves Conde, 1951) o Marcelino, pan y vino (Ladislao Vajda, 1954).

1959 – 1975: Aperturismo y contaminaciones / Nuevo cine español, periodo donde aparecen y conviven piezas tan antitéticas como Diferente (Luis María Delgado, 1962), La caza (Carlos Saura, 1965) o El turismo es un gran invento (Pedro Lazaga, 1968).

Entre medias, en febrero de 1963 serán promulgadas las normas de Censura Cinematográfica, con nuevos retoques añadidos dos años después: se inicia el proceso de liberalización de las costumbres en el cine español, a tenor de la presión ejercida por los exponentes del denominado Nuevo Cine Español, lo que conducirá…en febrero de 1975 a las nuevas normas de Calificación Cinematográfica, con Pío Cabanillas al frente del Ministerio de Información y Turismo, avalando/tolerando la imagen del desnudo en el cine, “según la necesidad del guión y siempre que no conturbase al espectador medio” (sic).
1975 – 1983: Transición: una cesión a la degeneración… sin retorno, fase ilustrada inmejorablemente en películas como La trastienda (Jorge Grau, 1975), El diputado (Eloy de la Iglesia, 1978) o ¡Que vienen los socialistas! (Mariano Ozores, 1982.
Las mutaciones previas habrán de desembocar en la abolición de la Censura Cinematográfica (según Real Decreto de 11 de noviembre de 1977); finalmente, el recurrente delito de “escándalo público” será despenalizado en 1987.

Resumiendo: en apenas 20-15 años, la sociedad española ha dado un giro de 180 grados con respecto a sus gustos y preferencias habituales. Pero sería muy burdo pensar que el PUEBLO, devenido MASA, quería realmente esto. El público nunca ha decidido nada: sus preferencias y demandas siempre han sido dirigidas por agentes externos, como vislumbrará el lector atento si sabe leer entre líneas.

Moral social: el canon nacional-católico (1945-1959)
Hemos detectado/identificado al menos seis características prominentes, que unifican y cohesionan el grueso (+90%) de las películas (su mensaje implícito o explícito) de esta fase:

  1. Patriotismo (principio de unidad)
  2. Catolicismo (doctrina social de la Iglesia)
  3. Promoción de los valores tradicionales (familia, municipio, etc.)
  4. Identidad de lo español (Historia patria, adaptaciones de clásicos literarios autóctonos, etc.)
  5. Filtros para salvaguardar la moral social (la mal llamada “censura”)
  6. Estética cinematográfica de acusada entidad (valoración artística del medio)
Alcalde Tierno Galván y Susana Estrada nudista
Régimen del 78 y nuevo paradigma: el cine degenerado de “la Transición” (1975-1983)
Las seis características prominentes del periodo anterior encuentran ahora su perfecta demolición/contrapartida, monopolizando el común de los productos (del arco que va del cine de autor a los subproductos más efímeros):

  1. Indiferentismo patriótico (principio de desintegración de la unidad nacional)
  2. Secularización galopante (laicismo de Estado)
  3. Corrupción de costumbres: subrayado enfático en «lo sexual» (disolución de los principios de solidaridad emanados de la Ley Natural)
  4. Influjos de cinematografías foráneas, especialmente del ámbito anglosajón (potenciando un complejo de inferioridad industrial cada vez más acusado)
  5. Ausencia de principios de moral social (relativismo radical)
  6. Gran pérdida de entidad estético-artística: ingente cantidad de bodrios y subproductos (devaluación artística del medio)

Filmografía de la infamia: corrupción de la moral, paso previo a la destrucción de la mente… y de la Patria.
El auge de este nuevo paradigma sociológico va a normalizar/normativizar todo tipo de perversiones y excesos, generando un nuevo perfil de público embrutecido, de ordinario sin recursos críticos con que hacer frente a tales escombreras. Por ende, la línea del “humor” intentará edulcorar los contenidos, fluctuantes entre el tremendismo y el panfleto político; entre las nuevas tendencias que promocionan estos filmes, podemos destacar (ahorraremos títulos): Adulterio, Alcoholismo, Drogadicción, Humor obsceno, Incesto, Muñecas hinchables, Pedofilia, Pro-marxismo, Prostitución, Sadomasoquismo, Terrorismo, Travestismo, Voyerismo, e incluso Zoofilia, por citar algunas de las más socorridas.
Este fenómeno consolida “dos características mínimas, al menos, [que] confirman y desenmascaran el cine degenerado como lo que en verdad es (la mayor fábrica de lavado de cerebro y creación de estereotipos del globo), a saber:
  • La promoción descarada de los contra-valores, debidamente dosificados o magnificados a lo largo de unos metrajes, por lo general, intercambiables y embrutecedores, entre efectistas y alambicados, haciendo gala de todos y cada uno de los tics de la posmodernidad […]
  • La destrucción del lenguaje cinematográfico, pervirtiendo los resortes normativos de la puesta en escena clásica (modo de representación institucional). Esta destrucción, que nada tiene que ver con las tentativas vanguardistas/experimentales de un Godard o un Chris Marker, puede asimilarse…” (Cfr. Cómo sobrevivir al Nuevo Orden Mundial: Un manual de trinchera).
Así y todo, aunque con varias décadas de retraso, urge hacerse unas preguntas de perenne actualidad:
  • ¿Fue un movimiento natural, es decir espontáneo, el viraje del canon nacional-católico al sub-cine degenerado de la Transición? ¿Realmente la mayoría de los españoles reclamaba dicho cambio? ¿O les fue impuesto por la fuerza a través de unas mafias cinematográficas sin escrúpulos, dirigidas desde la sombra por los enemigos de España?
  • ¿Hubo algún tipo de interés por parte de las oligarquías iluministas en llevar a cabo este proceso de ingeniería social antes, durante y tras la muerte del General Franco?
  • ¿Hasta qué punto el Concilio Vaticano II deslegitimó el programa nacional-católico del Franquismo, dejando sin agarraderos todo su ingente esfuerzo docente de las décadas previas?
Todas estas cuestiones han quedado sin respuesta por la historiografía cinematográfica actual, máxime sabiendo que la Academia ha sido tomada por esos mismos elementos hostiles a España que han reescrito la historia a su antojo.