Varios artículos, que tratan aspectos relacionados con la masonería,
han colocado en primera plana informativa una soterrada querella
Publicación de artículos sobre la masonería
En las últimas semanas ha aflorado, en algunos medios católicos, cierto interés sobre la incidencia real de la masonería en el devenir de la vida española y sus relaciones con la misma Iglesia católica.
Empezó el suplemento de religión "Fe y Razón" con un artículo breve, pero muy claro, que emitía un juicio directo sobre la naturaleza de la masonería y su incompatibilidad con la Iglesia católica.
El día 26 de abril de 2001, "Alfa y Omega" en su número 257 dedicó, como artículo de portada, un espacio de 5 páginas dedicada al tema. Su título ya era revelador: "La pertenencia a la masonería cuestiona los fundamentos cristianos". En el mismo se recogían opiniones y datos de los historiadores Cesar Vidal y Ricardo de la Cierva, de Federico R. Aznar Gil y de un colaborar de esta publicación digital. Incorporaba, igualmente, dos sueltos. El primero sintetizaba las características masónicas incompatibles con la fe católica. El segundo trataba acerca de las relaciones de la masonería con la "new age", con especial atención al escritor René Guénon.
Ese mismo día 26 de abril, Eulogio López, en su edición de hispanidad.com, publicaba un artículo inquietante titulado "El clan de Castellón y los masones". Y en la edición siguiente de la publicación digital, Javier Paredes dedicaba el editorial al tema, titulado: "¡A callar que vienen los masones!".
También esta publicación digital, "Arbil, anotaciones de pensamiento y crítica", ha publicado a lo largo del primer trimestre de 2001, una mini serie de artículos dedicados al tema: historia, naturaleza y relaciones de la Iglesia católica con la masonería.
Reacciones.
"Alfa y Omega" ha recogida, en su número 258, un escrito de réplica de Javier Otaola, uno de los representantes públicos más cualificados de la Gran Logia Simbólica de España. Considera Otaola que en el artículo de ese semanario se ha incurrido en todo tipo de tópicos anticuados. Que no se entiende el verdadero sentido de la masonería. Y considera que se debieran haber consultado otras fuentes, en concreto, a sacerdotes católicos expertos en el tema, sin duda más "abiertos" y de indudable recta intención. Incluso llega a afirmar que es decepcionante que este tipo de afirmaciones se hagan en un semanario dependiente del Arzobispado de Madrid. Toda una declaración de intenciones. En una nota de la redacción del semanario se considera que dicho escrito confirma lo esencial de las afirmaciones del polémico artículo.
Se trata de un tema "tabú" ante el que, acomplejados, los católicos callábamos. Por fin, se ha roto el silencio. Pero, ¿qué reacciones se han producido entre los mismos católicos?
De entrada, la jerarquía con su característica prudencia ha callado
Y entre los católicos de "a pie" las reacciones han sido diversas. "Ya era hora", hemos escuchado. "¿Pero, todavía existen los masones?", preguntaban otros. "Se trata de un asunto viejo que no tiene ninguna trascendencia", afirmaban algunos. Opiniones variadas, en definitiva.
En su esclarecedor artículo, Eulogio López considera que la batalla ganada por los masones ha sido la de la respetabilidad. Pero, siendo cierto, consideramos que la batalla planteada va mucho más allá de una cuestión de imagen. Para realizar tal afirmación nos basamos en que la sociedad, en la que vivimos, se apoya en unos valores propugnados por la masonería, más que en los cristianos.
¿Es políticamente correcta la masonería?
El lenguaje "políticamente correcto" y su contenido ético de los valores comunes cívicos mínimos, son un calco de los principios propugnados por la masonería de todo signo: relativismo vital, liberalismo político y personal, subjetivismo moral, imposición de una ética civil ajena y opuesta al cristianismo, etc.
El anticlericalismo —anticatolicismo, hablemos claro-- virulento de antaño ha dado paso a otras formas más sutiles de persecución. No es necesario prohibir y disolver a los jesuitas; no es necesario expulsar a ningún obispo. Hoy es suficiente con reducir, poco a poco, el espacio social de la presencia pública de la Iglesia, desplazándola hacia un "ghetto" en el que su papel quede reducido a "bendecir" los valores de la "ética civil" común.
No es necesario estudiar "los protocolos de los sabios de Sión" para emitir un juicio correcto sobre la realidad y descubrir que el papel de la masonería, lejos de no existir, es determinante en la configuración del modelo de sociedad que se viene implantando. Veamos unos ejemplos.
Unos italianos estudiantes en Inglaterra, afirman, en un artículo publicado en el número 4 de 2001 de la revista "Huellas", de Comunión y Liberación, que "(...) por el famoso espíritu politically correct inglés, es decir, la mediocridad de estar siempre de acuerdo y ser blandamente respetuosos con las opiniones de los demás, es preciso estar siempre atento a lo que se dice, no tener ideas demasiado seguras y, sobre todo, no sostener que existe una única verdad." Tales reflexiones se adaptan, plenamente, a la realidad española.
Todos tenemos la siguiente experiencia. Al entablar una nueva relación ocasional, con motivo de unas vacaciones, un viaje, un encuentro profesional, se puede opinar de todo, salvo acerca de la Iglesia católica y, en muchos casos también, de política. Lo anterior, acaso, ¿no es la práctica social de un principio masónico fundamental que es el de no hablar de política y religión en las "tenidas"?
Nos encontramos en una sociedad en la que se puede opinar de todo, debiendo ser sumamente respetuosos con todo tipo de realidades, opiniones y opciones; menos con la tradición católica.
Por ello, es más necesario que nunca conocer los valores de la masonería, contrastándolos con las tendencias sociales que se imponen, de forma más o menos persuasiva, desde el poder cultural dominante.
La Iglesia, de forma misteriosa, sigue siendo la posibilidad de un encuentro personal con el Dios que proporciona al hombre su verdadero rostro y sentido. Esa posibilidad jamás la tendrá la masonería. Por ello, la misión de evangelización de la Iglesia es de una necesidad apremiante.
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