domingo, 1 de diciembre de 2019

Gonzalo Fernández de la Mora, ministro tecnócrata en 1970 y "el" intelectual de la España de Franco. Homenaje filial a un gran patriota

Gonzalo Fernández de la Mora
El intelectual de la España de Franco, visto por su hijo
2019-11-26 

Gonzalo Fernández de la Mora y Mon fue uno de los mejores políticos del Régimen de Franco. Se le considera el principal teórico de la llamada tecnocracia en España. Fue Ministro de Obras Públicas en el período (1970-1974) y conocido como "el intelectual de la España de Franco".
Su hijo, Gonzalo Fernández de la Mora y Varela, que fue presidente de la FNFF, nos habla con cariño y entusiasmo de la figura de su padre, usando de los mismos textos que dejó escritos su progenitor, en los que cuenta cosas muy jugosas de su trato personal con Franco, con Carrero Blanco, del caso Matesa, de la Constitución del 78, etc. Sirvan estas líneas de homenaje filial a un gran patriota.

--¿Qué quiso decir con su famosa frase cuando profetizó "el crepúsculo de las ideologías"?
--El libro de mi padre denominado El crepúsculo de las ideologías anunciaba, por primera vez en el mundo, la convergencia de las ideologías. La predicción clave del «crepúsculo» es que las diferencias doctrinales y prácticas entre las diferentes ideologías se estrecharían con el transcurso del tiempo, y terminarían por desaparecer. Es exactamente lo que ha sucedido en Occidente desde la publicación del libro en 1965, y que ha culminado recientemente con la elección del Sr. Macrón a la Presidencia de la República Francesa, a la cabeza de un partido en el que confluyen socialistas, liberales y conservadores. ¿Quién, salvo una mente genial, hubiera podido predecir hace medio siglo que unas décadas más tarde se formaría en Francia un partido que aunaría a socialistas y liberales?
--¿Defendía una tecnocracia sin ideología política como han dicho de él historiadores como Stanley G. Payne?
--En su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas (1972), en su libro El Estado de obras (1976) y en numerosos estudios y artículos a lo largo de su vida, GFM analizó la historia del pensamiento político, y concluyó que el mismo se reduce, en Occidente, a "una infatigable búsqueda ... de un supuesto Estado ideal". En la modernidad, cada una de las ideologías ha definido su Estado ideal: para el marxismo es el capitalismo de Estado, mientras que para los demoliberales es la democracia representativa (recordemos cómo la definía Mill: "best, ideal and perfect"). Frente a la mitológica idea de que existe un Estado o un gobierno ideales basados en una ideología política concreta, mi padre explicó que el Estado es un instrumento: 
"El Estado es un artefacto instrumental, 
que el hombre ... emplea para lograr algo que 
está más allá del Estado, el bien común"
--¿Cómo se determina si un Estado o un gobierno son excelentes o pésimos?
--Para mi padre la contestación estaba clara: el objetivo del Estado y del gobierno es conseguir un orden equitativo y próspero. La determinación de su éxito o de su fracaso se lleva a cabo a posteriori, analizando sus resultados: ¿Ese Estado o ese gobierno han conseguido mejorar el orden, la justicia y el desarrollo? ¿Y en qué medida lo han conseguido? La contestación a estas preguntas es la que permite clasificar la idoneidad del Estado o del gobierno, en tanto que el seguimiento de una determinada ideología política carece de relevancia.

--¿Podría contarnos anécdotas y recuerdos del trato de su padre con el Caudillo?
--Mi padre destinó un capítulo de su libro Río Arriba (1995) a glosar lo que conocía de Francisco Franco a través de su contacto directo con él durante los cuatro años en que le vio presidir los Consejos de Ministros. Dicho capítulo empezaba con las dos frases siguientes: "Según los bibliógrafos, Franco es, junto a Napoleón, la figura contemporánea sobre la que se ha escrito más. La casi totalidad de esos autores no habló jamás con el personaje, y ninguno le trató con asiduidad".
La visión de mi padre sobre Franco puede resumirse en las frases siguientes, entresacadas del capítulo citado. "Su humildad era impresionante. Y no me refiero a la teologal, sino a la intelectual, porque he conocido a muy pocos menos aferrados que Franco a una conclusión y tan dispuestos como él a dejarse contradecir, aunque fuera en público". "Nada había en él de autoritarismo. Tenía un respeto casi sagrado por las jurisdicciones de todos y de cada uno en sus respectivos niveles". "Nada había en él de pasión de poder". "Muy pocas órdenes recibí de él a lo largo de los años; aunque sí consejos innumerables, que eran el decantado poso de su larga experiencia de gobierno y de su prodigioso genio político".
"No llevaba la contabilidad política con la partida doble de las críticas y de los elogios, sino con la suma algebraica de los resultados reales". "Nadie en especial monopolizaba el «oído del César». No había camarilla ni privados". "Franco, por su comportamiento y por su psicología, estaba en las antípodas del dictador. Modestia en lugar de arrogancia, oyente antes que magistral, enemigo de la teatralidad, parco en el ejercicio de sus inmensos poderes, autocrítico y prudentísimo a la hora de decidir. Como hombre de Estado, no se le puede situar en la línea de Bonaparte, sino en la de Felipe II".

--¿Cómo valora su padre todo el escándalo del caso Matesa?
--Mi padre analiza las consecuencias políticas de la quiebra de Matesa en su citado libro de memorias Río Arriba, de la forma siguiente: "Cuando, con ocasión de una feliz efemérides, se otorgó en 1973 un indulto general, se debatió largamente en una reunión de ministros, preparatoria del Consejo del día siguiente, la inclusión de los supuestos de hecho en que se apoyaría el procesamiento de altos cargos, incluso ministros, por hechos relacionados con la quiebra de la fábrica de telares Matesa. Carrero, frente a la mayoría del gobierno, insistió en que el indulto fuera general, pero con la tácita exclusión de los afectados por el proceso Matesa...En ese punto, Franco era rotundo: deseaba que las responsabilidades de Matesa las sustanciasen los tribunales sin que se interpusiese lo más mínimo el poder ejecutivo".

A la mañana siguiente, unos minutos antes del Consejo, mi padre tuvo una breve conversación con Franco, en la que le dijo: "Hoy Ud. va a indultar a los parricidas, a los violadores y a los autores de los más atroces crímenes; pero para que no parezca que toma posición sobre el asunto Matesa, va a excluir de la generosidad generalizada a unos hombres de honor que se han sentado a la mesa del Consejo de Ministros, que han servido lealmente a España, y que es dudoso que hayan incurrido en algo más que un error. Es como si el Gobierno diese la razón a los acusadores". Al iniciarse el Consejo de Ministros, quedó patente que "Franco se había adherido al criterio de los contrarios a la discriminación. Algunos afectados, como Mariano Navarro Rubio, lamentaron la decisión porque deseaban comparecer ante los tribunales para que resplandeciese su inocencia. Estoy seguro de que así habría sido; pero con un desgaste inevitable de las instituciones. Creo que, contra su hábito inveterado, lo que movió a Franco fue más el corazón que la razón".

--¿Cómo era el Almirante Carrero?
--En diversas secciones de su libro citado Río Arriba, mi padre se extiende sobre el Almirante Carrero Blanco. A continuación reproducimos algunas frases que le definen: "El poder ejecutivo era, en cierto modo, dual: casi todas las decisiones propiamente supremas de Franco pasaban por el consejo de Carrero". "Era Carrero quien le proponía a Franco las remodelaciones gubernamentales y quien elaboraba las listas de posibles ministros. Franco asumió la plena responsabilidad histórica, nunca delegó en un valido; pero, libremente, compartió el poder ejecutivo con Carrero. Con la modestia de un soldado leal, el almirante fue, de hecho, casi un diarca... pero varias veces vi a Franco adoptar decisiones contra la expresa opinión de Carrero".

"El Almirante, motivado por su catolicismo íntegro y profundo y por su vertebral sentido del honor, era hombre de una moralidad estricta. Jamás me mintió, lo que en un gobernante raya con la utopía. Nunca le sorprendí en la menor deslealtad respecto de nadie. Era discreto, pero cuando se manifestaba, su sinceridad llegaba a ser de una rotundidad cristalina. No desviaba sobre nadie ninguna de sus responsabilidades propias. Era uno de los militares españoles más capaces y uno de los más cultos que he conocido. Diagnosticaba bastante bien a las gentes y trataba de rodearse de los mejores. Carecía de poder comunicativo con las masas; pero tenía con sus colaboradores el carisma del mando por el enorme respeto que inspiraban su patriotismo, su laboriosidad, su excelente información, su capacidad de escuchar y decidir, su austero desinterés personal, y en suma, su altura ética... Tengo a Carrero Blanco por uno de los gobernantes más ejemplares que ha conocido España".
--¿Cómo fue su trato con el entonces príncipe Juan Carlos?
--Mi padre conoció al hoy Rey Emérito desde muy joven, ya que formó parte del Consejo Privado de D. Juan desde 1956, fue uno de los que portaron el féretro del Infante D. Alfonso, era el segundo de la Embajada de España en Atenas en su boda, y le dio clases de Derecho Constitucional en su etapa como Príncipe de España. Mi padre no quiso nunca expresar por escrito su opinión sobre D. Juan Carlos, deseo que respeto.

--¿Qué opinó su padre posteriormente de la deriva del régimen constitucional de 1978?
--Mi padre, en tanto que procurador en las últimas Cortes de la España de Franco, votó a favor de la Ley de Reforma Política (1977), abriendo las puertas a la democracia inorgánica en España. Sin embargo, en tanto que diputado en las Cortes Constituyentes, votó en contra de la Constitución del 78. Como explicó detalladamente en un discurso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, y posteriormente en su libro Los errores del cambio (1986), ello se debe a que las Cortes Constituyentes no diseñaron una Constitución mínimamente racional, elaborada de acuerdo con los conocimientos disponibles en el derecho constitucional comparado, sino que crearon ex novo un articulado contradictorio nacido de la negociación entre tendencias dispares. Por poner sólo un ejemplo, el Artículo 149 enumera las competencias exclusivas del Estado, y el Artículo 150 declara que todas ellas, sin excepción alguna, podrán transferirse a las regiones. Los panegiristas del actual Régimen afirman sin embozo que la Constitución del 78 trajo la democracia a España, aunque la obvia realidad es que dicha decisión corresponde a la Ley de Reforma Política, votada por las últimas Cortes de la España de Franco. Pero lo que los procuradores de las últimas Cortes de la España de Franco no podían prever era que la Constitución del 78 no sería una constitución democrática en la línea de los países de la Europa Occidental, sino algo completamente distinto.

Como resultado de la incapacidad política y jurídica de los constituyentes, la Constitución del 78 contiene dos errores mortales que, en opinión de mi padre, condenan sin remisión al régimen actual a repetir los peores años de nuestra historia. El primero de esos dos errores es que la Constitución del 78 es partitocrática, es decir, asigna todo el poder a los partidos políticos, eliminando por lo tanto la división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) que es la esencia de la democracia desde Locke. La sentencia del Tribunal Supremo sobre la exhumación de Franco, negando al Prior de la Basílica del Valle de los Caídos la potestad que le reconoce el Concordato, es el último paso en el sometimiento del poder judicial a los partidos políticos, confirmando la tesis de mi padre y abriendo la última etapa, muy probablemente luctuosa, del actual régimen, que ha dejado de ser un Estado de derecho.

El segundo error de la Constitución del 78 es su Título VIII, que, en opinión de mi padre, hace prácticamente imposible mantener la unidad de España a medio plazo, ya que establece un hecho sin precedentes en el mundo: un Estado que no reserva ninguna facultad exclusiva para el propio Estado, sino que todas, sin excepción, pueden transferirse a los gobiernos regionales. La Constitución del 78 tiene el dudoso honor de haber creado múltiples naciones en el interior de España, ya que por ejemplo en Cataluña en 1978 únicamente el 10% de la población se declaraba partidaria de la secesión, en tanto que en la actualidad son prácticamente el 50%, un incremento ininterrumpido a un ritmo del 1% anual. Muy contrariamente a lo que la propaganda partitocrática trata de hacernos creer, España en 1978 era una nación de una gran fortaleza, con un porcentaje mínimo de ciudadanos que no se identificaban con la nación española. La capacidad de la Constitución del 78 para crear pequeñas naciones fracturando la nación española ha sido extraordinaria, ya que este fenómeno no sólo se ha dado en las regiones que en la II República tenían partidos secesionistas, sino incluso en otras inimaginables en 1931 y no digamos en 1978, como por ejemplo Teruel o Cantabria.

El motor de estas nuevas naciones son obviamente las prebendas económicas y de poder que la Constitución del 78 confiere a los localismos, a través de la venta de votos en las Cortes para el nombramiento del Presidente del Gobierno y la aprobación de los presupuestos anuales. Como orden de magnitud, recordemos que Mariano Rajoy compró los votos del PNV para su elección como Presidente (2016) por 5.000 millones de Euros, es decir, 2.400 Euros para cada vasco, adicionales al cupo. Es perfectamente racional que, ante cifras tan gigantescas que caen como el maná, los ciudadanos huyan de los partidos nacionales y voten a partidos regionales o locales.

A juicio de mi padre, este perverso mecanismo sólo podría detenerse el día en que la Administración Central no tuviera ya nada que ofrecer a cambio de los votos para la investidura del Presidente del Gobierno, salvo la autorización para la secesión, autorización que naturalmente el gobierno partitocrático concedería a cambio de una última legislatura en el poder. Dicho de otra manera, la legalización de los Reinos de Taifas.

No deja de ser apasionante para los historiadores observar que los dos pecados capitales de la Constitución del 78 hayan estallado prácticamente al unísono, prevaricación del Tribunal Supremo y secesión de Cataluña, coincidiendo con la exhumación de Franco. De entre las posibles interpretaciones de por qué estas dos profundas heridas se han abierto al mismo tiempo, mi preferida es que ambas son consecuencia directa de la debilidad del Estado, creada año a año por la Constitución del 78.
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