domingo, 29 de marzo de 2020

Mozart masón: La flauta mágica (Gnosis). Algunos pasajes y motivos de Mozart envían mensajes crípticos rodeados de gran belleza

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Algunos pasajes y motivos de Mozart envían 
mensajes crípticos rodeados de gran belleza
Gonzalo Castellón

No hace falta ser un genio para discernir, en la música de Mozart, claros contenidos que no están al alcance de la multitud. Son aquellos elementos, dispersos e inadvertidos en multiplicidad de partituras, los que ligan al gran maestro de Salzburgo con tendencias políticas asociadas con el Iluminismo y la masonería.

Uno de los elementos que más han contribuido a tales especulaciones es una sencilla canción, titulada Gesellenreise (catálogo Köchel 468) e históricamente conocida como el Viaje de los aprendices . Mozart la escribió para su padre, Leopold, quien llegó a ocupar un alto rango en la organización masónica. La canción exalta principios básicos de los revolucionarios: alegría, solidaridad, camaradería y sencillez. Por otra parte, la clara alusión al carácter de iniciados o aprendices indica el carácter hermético de su contenido.

No hay duda de que Mozart fue un masón activo hasta el fin de su vida. El 18 de noviembre de 1791, cuando le restaban tan sólo diecisiete días de vida, dirigió personalmente su Pequeña cantata masónica (Köchel 623) en la consagración del nuevo templo de la logia Zur neugekrönten Hoffnung. Empero, su radicalismo nunca le impidió seguir los ritos del más formal culto católico.

El más claro ejemplo es la célebre página del Ave verum corpus (K. 618), que reúne elementos tanto religiosos como masónicos. Una afortunada frase del musicólogo alemán Alfred Einstein señaló que, en Mozart, “catolicismo y masonería conforman dos esferas concéntricas” .

La gran ópera masónica. Sin embargo, nada alcanza la constante acumulación de signos cifrados y mensajes crípticos, como el Singspiel La flauta mágica ( Die Zauberflöte ), una de las óperas más elaboradas del divino Mozart.

Para 1791, año de su muerte, Mozart carecía de libretista propio tras la obligada ausencia (no lo llamemos ‘destierro’) de Lorenzo da Ponte. No es pues de extrañar que la coyuntura ofrecida por Johann Joseph Schikaneder –conocido en la historia como Emmanuel – de producir entre ambos una ópera masónica , tuviese la virtud de interesarle en grado sumo.

Coyunturalmente, las organizaciones secretas de los masones se veían sometidas a un severo control policial y se rumoraba que el emperador Leopold –o bien su madre, María Teresa– planeaba clausurar las tres logias que se emplazaban en Viena.

La obra ideada por Schikaneder con propósitos inmediatos, debía recoger principios básicos de la masonería y exaltar, mediante la música, la fraternidad universal de sus miembros. Al propio tiempo, se mantendrían ocultas las alusiones a los ritos iniciáticos y a las diferentes ceremonias.

El propio argumento sugiere la dialéctica luz-tinieblas. La luz es encarnada por el enigmático sacerdote Sarastro; las tinieblas, por la siniestra Königin der Nacht (Reina de la Noche), sombrío personaje que desde un principio procura confundir al protagónico príncipe Tamino en su ruta hacia la iniciación.

Al igual que Schikaneder (libretista y productor de la obra), Mozart pertenecía a la logia vienesa, seguidora del rito de Misraim, o sea, con claros ribetes herméticos, basados en la tradición egipcia del culto a Isis y a Osiris. Para los iniciados, el susodicho ritual, críptico y alambicado, habría sido transmitido por Althotas, maestro supremo, al conde de Cagliostro (Giuseppe Balsamo), personaje rocambolesco que aparece una y otra vez en las cortes europeas y a quien algunos autores denominan uno de los grandes estafadores de la historia moderna.

En todo caso, el polémico rol de la Reina de la Noche ha sido identificado con diversos personajes o instituciones. Para algunos, Die Königin der Nacht encarnaría a la irreconciliable enemiga de la Masonería: la Iglesia Católica, cuyo jefe supremo –el papa Clemente XII– había excomulgado en 1738 a los miembros de la Masonería mediante la encíclica In eminenti specula .

Para otros, la Reina de la Noche bien pudo ser la propia emperatriz María Teresa de Austria. Tras la muerte de su esposo, el emperador Francisco, ella había iniciado una campaña de desprestigio contra los masones.

Para quien escucha o presencia por vez primera la célebre ópera, la Reina de la Noche es un paradigma de causas perdidas. Más parece un caído ángel negro cuyo único fin es estorbar la propagación de la Luz, encarnada por Sarastro. La escolta un trío de damas mentirosas y audaces, junto a un carcelero negro, llamado Monostatos.

Hablando históricamente, Sarastro (el sacerdote portador de la Luz) es inspirado en Ignaz von Born, jefe masón a quien Mozart dedica por aparte una inspirada obra. El nombre mantiene una curiosa referencia a Zoroastro (Zaratustra), de la mitología persa.

Veremos los signos. En la numerología masónica, el 3 es un número particular, relevante durante toda la obra. Con tres acordes se inicia la obertura, y cada uno de ellos se repite en diferente inversión hasta sumar otros tres.

En la notación occidental, la pieza se escribe en Mi bemol mayor, cuya armadura implica la presencia de tres bemoles. Cada uno de los acordes, tres en total, responde a la llamada que realiza el aspirante a la iniciación a las puertas del templo. Tres son las Damas, secuaces de la Reina de la Noche; a igual número llegan los genios o adolescentes; tres son los templos: Sabiduría, Razón y Naturaleza. Por último, tres son los consejos que se dan al iniciado (en este caso, Tamino): Silencio, Fuerza y Constancia.

Al margen de las crípticas consideraciones anteriores, La flauta mágica trasunta sencillez. La trama que la rige es un simple cuento de hadas en el que la protagonista es la Música que brota del maravilloso y encantado instrumento. Tal fue el enfoque, simple y eficaz, que el inmortal cineasta sueco Ingmar Bergman reprodujo en su versión fílmica de la ópera, en 1974.

Por otra parte, y al igual que muchos otros ejemplares de la literatura de hadas, se trata de un cuento con moraleja. Un príncipe –y aquí viene a cuento la sangre azul– debe superar un sinfín de obstáculos sin volver a ver atrás (sin caer en el “síndrome de la mujer de Lot”).

Por ello, la gran moraleja que se obtiene de Zauberflöte es la de no dar crédito a las apariencias. La burda trama que la Reina y sus Damas han echado a rodar solamente sirve para confundir. El Iniciado porta consigo los medios para discernir entre el bien y el mal, entre el blanco y el negro, entre la luz y la obscuridad.

Suprema armonía. En la trama, los instrumentos musicales son las armas de la luz; la flauta aparece construida del más puro y centenario roble, símbolo de la fuerza y de la resistencia. Igualmente aparece el Glockenspiel del pajarero Papageno, instrumento que no es noble, pero que tiene la virtud de hechizar.

El inusual y poético equilibrio entre drama, hermetismo, nobleza y comicidad, hace de La flauta mágica una ópera irrepetible. ¿Podríamos extrañarnos entonces de la opinión de Richard Wagner, para quien el resultado de la colaboración Mozart con Schikaneder produjo la mayor ópera alemana de todos los tiempos? ¿Nos sorprendería el hecho de que Goethe, al estilo Sarastro, en los postreros momentos pidiera “¡luz, más luz!”? Acaso recordaríamos igualmente los instantes finales del gran compositor bohemio-austríaco Gustav Mahler, quien –sumido en semiinconsciencia– musitaba solamente Mozart! Mozart! Mozart!

El divino Mozart – divino y masón– es el centro mismo de tal expresión estética. El mágico poder de la palabra cantada, de la música viva y trascendente, lo erige en portador de la lira de Orfeo. Seres animados de cualquier reino se inclinarán ante el mágico poder de su armonía, que comprueba una vez más que la luz y el movimiento del Cosmos lo adoptaron para siempre como su bienamado.

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