Jugada maestra de Rabat:
Ceuta y Melilla sentenciadas
14/12/2020
Venimos dedicando varios artículos a informar a nuestros lectores, y a los que no lo son, de la estrategia de Marruecos para hacerse con Ceuta y Melilla (en el buscador introducir «Marruecos»). El último paso, toda una jugada maestra, ha sido conseguir que Trump reconozca su soberanía sobre el Sahara ex-español; ojo, y sin dar opción alguna a España que sigue siendo ¡oficialmente administradora! de dicho territorio –por ejemplo, su espacio aéreo es competencia de AENA, bien que se cedió a Marruecos, como siempre–, lo que supone una patada impresionante en nuestro trasero de la que nadie habla.
Que nadie lo dude: lo conseguido ahora por Marruecos es la baza definitiva de la jugada marroquí para robarnos nuestras dos plazas africanas y mucho nos tememos que no hay ya nada que hacer y menos que esperar, dada nuestra putrefacta situación.
Mientras España está cada día más en manos de lo peor que ha producido nuestra nación en toda su historia; mientras los españolitos miran al tendido y canta aquello de «pío, pío, que yo no he sido» aunque les votan y soportan; mientras nuestras élites se hayan cada día más corruptas; mientras nuestras FF.AA. traicionan cada día más, si es que aún cabe, a la patria que han jurado voluntariamente defender en su soberanía, independencia, integridad y ordenamiento constitucional, y mientras España se hunde en el pozo y llegada al fondo opta por escarbar para hundirse aún más, Mohamed VI lleva décadas, a la chita callando y no tan callando, trabajando por su país, pero aún más por dejar a su heredero, Hassan III, una herencia segura, blindada, que le afiance en el trono.
Para ello, viene reforzando aún más sus lazos ya tradicionales –más de medio siglo– con los EE.UU. en aspectos comerciales, pero también, y casi más, en los militares. Aplica una inteligente política interior de pequeños palos y zanahorias con los partidos islamistas que no dejan de ser un tumor por ahora controlado. Asfixia económicamente a Ceuta y Melilla en nuestras narices. Y emplea contra nosotros la más sutil y eficaz arma moderna de destrucción jamás inventada que es el flujo de inmigrantes ilegales que dosifica con tino y audacia.
Y es que todo va encaminado al lógico y, léanlo bien, legítimo derecho del sátrapa marroquí que no es otro que mirar por su país –lo que no hacemos nosotros por el nuestro–, pero más aún por su «casa real» para afianzar en el trono a su hijo cuando él fallezca; lo que puede no estar muy lejos a tenor de las constantes informaciones sobre su posible mal estado de salud.
Rabat ha conseguido ser socio prioritario y referencial de los EE.UU. en África mediante acuerdos económicos, tecnológicos y… militares de una envergadura descomunal, así como logrando una estabilidad interna y coherencia y respeto internacional fuera de serie. Mientras, nosotros, marxistas-leninistas y bolivarianos, hemos pasado a ser todo lo contrario. EE.UU. no quiere islamismo en Marruecos. Nosotros no sabemos ni lo que queremos. Los saharauis les importan un bledo a todos, lógico porque casi nada son, mientras que a los idiotas socialistas y sobre todo a los podemitas, ambos alucinados, parece que les fuera la vida con ellos.
Pero Mohamed VI sabe que las trasmisiones de poder, incluso de tronos, no son fáciles en estos tiempos revueltos. Sabe que tiene no poca y no menos peligrosa oposición en el islamismo que, aunque como hemos dicho controla con mano de hierro en guante de seda, cuando él falte puede muy bien amenazar tanto la estabilidad del país como la supervivencia del régimen monárquico. EE.UU., por su parte, lógicamente, no quiere ni oír hablar de islamistas en lugar y área tan importante desde todo punto de vista. Mientras, nosotros, a lo nuestro, como si nada nos afectara.
Por todo ello, Mohamed VI no ha dudado en jugar la baza no sólo norteamericana, ya antigua, sino incluso la israelí; dicen que el mundo es de Dios, pero que lo alquila a los audaces. A cambio de esa alianza especial con el «imperio» y de su reconocimiento de la soberanía sobre el Sahara, éxito de cara al interior de primer orden –aún en contra de todas las sentencias de los tribunales internacionales y declaraciones de la ONU favorables a los saharauis, que no dejan de ser papel mojado si no son respaldadas por la política exterior yanqui–, Mohamed VI se ha subido al actual y acelerado carro del reconocimiento de Israel por los países árabes que Trump ha impulsado y conseguido; quedan cada vez menos por entrar en dicho club, pues incluso algunos de los que aún no lo han hecho público lo están.
¿Y cómo quedamos nosotros? Pues somos la próxima baza.
Imagen de la Marcha Verde
Igual que la Marcha Verde que afianzó a Hassan II en el trono y que no hizo sin haber contado con el visto bueno previo de los EE.UU., temerosos los norteamericanos entonces de una España en guerra civil tras el fallecimiento de Franco o caída en manos comunistas, que era su preocupación –de ahí su apoyo también al renacer del PSOE–, Mohamed VI prepara a su hijo el éxito «nacional» de «recuperar» Ceuta y Melilla con el visto bueno previo, claro está, de los EE.UU., que creemos que es la parte secreta de lo firmado ahora –siempre hay en todo acuerdo una parte secreta– y la inestimable ayuda del largo brazo israelí; hay de siempre una activa colonia judía en Marruecos y no pocos lazos comerciales judío-marroquíes de siempre. Así, ambas potencias se encargarán de que los islamistas no vayan más allá de lo aceptable en el interior de Marruecos y de que España ni se menee por defender nuestras tan españolas como abandonadas plazas africanas. ¿La fórmula? Puede ser otra «marcha verde», o sea, «civiles» con la amenaza militar detrás, potencial reto bélico ante el que todos sabemos que España claudicará antes de dispararse el primer tiro; puede ser una «revuelta islamista» dentro de las propias ciudades que justifique una «intervención internacional» o vaya usted a saber, pero es seguro que el reconocimiento de Israel por Rabat y del Sahara como parte de Marruecos por EE.UU. sentencia la perdida de Ceuta y Melilla por España, la cual, en su lamentable estado de decadencia galopante y degeneración absoluta nada hará por defenderlas porque… ya es tarde.
Y es que al perro flaco y… tonto, todo son pulgas.