miércoles, 17 de noviembre de 2021

Reflexiones sobre la EUTANASIA. Por María Begoña Girbau

Reflexiones sobre la eutanasia

«“Quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado” (Ex 3, 5) dijo Dios a Moisés ante el fenómeno de la zarza que ardía sin consumirse a los pies del monte Horeb. Si entrar en la vida de una persona constituye siempre caminar en terreno sagrado, con mayor razón cuando esta vida se encuentra afectada por la enfermedad o ante el trance supremo de la muerte” (CEE, 2020)

Así comienza el documento sobre el cuidado en la etapa del final de la vida de la Conferencia Episcopal Española. La sacralidad de la vida no nos pertenece y ese límite no se debe traspasar. El médico, en el ejercicio de su misión, también debe respetarlo. Y así lo entiende también la sociedad médica, cuyo propio Código de Deontología, recoge esta premisa fundamental de respetar la vida humana y su dignidad como persona en el artículo 5.1: “La profesión médica está al servicio del ser humano y de la sociedad. Respetar la vida humana, la dignidad de la persona y el cuidado de la salud del individuo y de la comunidad son los deberes primordiales del médico” (OMC, 2011)

Sin embargo, tras la introducción de la ley de regulación de la eutanasia, este enfoque y deber fundamental de la profesión médica, se tambalea. Se proclama la eutanasia como un derecho del individuo al que el médico debe dar respuesta y se presenta, incluso, como signo de respeto a la dignidad humana. Aunque tengamos claro nuestro límite “no matarás”, una duda sobre la pertinencia de tal acción en situaciones extremas puede acecharnos en nuestra conciencia profesional. ¿Terminar con la vida de un paciente tiene cabida para dar un adecuado alivio al sufrimiento que padece y proteger sus intereses?

Agustín de Hipona, en Ciudad de Dios, reflexiona sobre el problema de quitarse la vida a uno mismo para terminar con el sufrimiento. En su caso, la motivación era el deseo de poner un obstáculo a las muertes voluntarias que se dieron después de la invasión goda en Roma, en la que muchos cristianos sintieron la tentación de acabar con esos males mediante la supresión de su vida. Supone un punto de partida diferente y nos separan varios siglos de historia, pero sus reflexiones expuestas para ello, sugieren un paralelismo con el tema que nos ocupa. Aunque las justificaciones para darse muerte a uno mismo varíen de unos tiempos a otros, de unas sociedades a otras, incluso entre distintas personas de una misma época, tienen todas ellas un trasfondo común: el sufrimiento insoportable. “Ya sea la deshonra de haber sufrido una grave injuria, la amenaza de caer en manos de enemigos por quienes se ha sido invadidos, la violación, los sufrimientos de la vida, la miseria, cualquiera de ellas, honor, desvergüenza o dolor, lo que ponen de manifiesto es la dificultad de encontrar un sentido a ese sufrimiento y el modo de encajarlo en el recorrido vital de las personas” (Agustín, 2006).

Se puede comprender que se trata de un problema de posición personal ante la adversidad que, explicado con palabras de S. Agustín, se puede describir de la siguiente manera: “El hombre de bien ni se engríe con los bienes temporales ni se siente abatido con los males (…) Aunque dos personas estén sufriendo el mismo tormento, no por ello, son idénticos la virtud y el vicio. Como por un mismo fuego brilla el oro y humea la paja; como bajo un mismo trillo se tritura la paja y el grano se limpia; de igual modo un mismo golpe cayendo sobre los buenos, los somete a prueba, los purifica, los afina y a los malos, los condena, arrasa y extermina. De aquí que, con idénticas pruebas, los malos abominan y blasfeman de Dios; en cambio, le suplican y no cesan de alabarle los buenos. He aquí lo que interesa. No la clase de sufrimientos, sino cómo los sufre cada uno. Agitados con igual movimiento, el cieno despide un hedor insufrible, y el ungüento, una suave fragancia”. “Se barrunta en esto, la conciencia de los demás, sin permitirnos emitir juicios de lo que se nos oculta. Nadie sabe la manera de ser del hombre si no es el espíritu del hombre que está dentro de él” (Agustín, 2006).

El sufrimiento de las personas es un terreno íntimo y complicado, donde no siempre es posible entrar, ni mucho menos solucionar, y sólo cabe acompañar con actitud compasiva. Se crean situaciones difíciles de sobrellevar que provocan una profunda sensación de impotencia y frustración. A veces, son situaciones extremas, de un sufrimiento tan intenso, que lo emotivo del relato confunde el límite del alcance de acción del hombre. Son casos que pueden hacer sentirnos crueles, si no se satisface la petición de eutanasia, tan emotivamente manifestada. Y nos vienen a la cabeza, quizás personas concretas de nuestro entorno, pero también los casos mediáticos como los de Ramón Sampedro, José Antonio Arrabal, o Maribel Tellaetxe. Estas vivencias del problema, sugieren las mismas reflexiones que S. Agustín, cuando se refiere a unos ejemplos de suicidas célebres, Catón, Lucrecia, y Cleómbroto:

“Los que han cometido consigo mismo estos crímenes tal vez sean dignos de admiración por su fortaleza de ánimo, más no por la cordura de su sabiduría. Ni siquiera fortaleza de ánimo la podemos llamar, porque se han dado la muerte al no poder soportar una situación dolorosa o pecados de otras personas. Mas bien, nos encontramos ante un alma débil, incapaz de soportar la dura servidumbre de su cuerpo o la opinión necia de la gente. Mucho más esforzado debemos llamar al ánimo dispuesto a pasar una vida penosa. No se trata del honor que pretende evitar la deshonra, sino la debilidad que no es capaz de soportar la adversidad. El hecho de darse muerte por ser la víctima de un adúltero, sin ser adúltera, no es amor a la castidad, sino debilidad de la vergüenza” (Agustín, 2006).

Siguiendo esta línea de razonamiento y analizando la actitud del médico al administrar la muerte a un enfermo por sufrir, aunque la intención de éste sea acabar con el sufrimiento de su paciente, se puede vislumbrar también, que quizás no se trate tanto de celo por la profesión médica, sino quizás de cierta debilidad. Puede ser debilidad por falta de conocimiento en el manejo avanzado de estos casos, debilidad de cada médico individual por agotamiento, por no poder mantener siempre fortaleza de ánimo profesional, debilidad de los recursos de la sociedad que no alcanzan por igual a todo el mundo, etc. La variabilidad en la práctica clínica es una realidad constatable entre distintos hospitales, entre diferentes servicios de un mismo hospital, entre médicos de un mismo departamento. Lo mismo puede ocurrir con la aplicación de la eutanasia, que puede quedar sujeta a una variabilidad peligrosa. Variabilidad ante la cual, una normativa legal de este tipo, puede favorecer la exigencia a la baja. Al aplicar el procedimiento eutanásico: ¿Se estará siempre en el diagnóstico certero de no haber otra alternativa? o “¿Siempre quedará la duda de consentir un homicidio cierto, aun cuando pueda ser incierto el delito mismo?” (Agustín, 2006)

Por otro lado, Agustín de Hipona también habla sobre las motivaciones ideológicas que subyacen en el planteamiento del sufrimiento sin solución, y arremete contra ellas. En su caso, hace referencia a las ideologías indulgentes de los filósofos, cínicos y estoicos, que tenían una casuística de permisiones para despedirse voluntariamente de la vida y les increpa con una pregunta: “¿No es porque estáis deseando gozar con seguridad de vuestros excesos y nadar en las aguas corrompidas de vuestras inmoralidades, lejos de toda molestia incómoda?” (Agustín, 2006). Podemos hacer una pregunta similar a los que promueven la eutanasia desde la ideología, alegando un principio de autonomía llevado al extremo: ¿Os molestan, con su presencia incómoda, los pacientes sufrientes o no válidos desde vuestra vara de medir, consideráis insoportable y carente de dignidad la vida de dependencia de una persona (aseo, alimentación, movilidad)?

En cualquier caso, administrar la muerte a una persona, aunque existan justificaciones, no es una forma de proceder que merezca ser promovida y promocionada, ni una decisión terapéutica certera e inequívoca que se pueda exigir de tal manera que, si no te sujetas a ella, debas defender tu honor profesional. “La eutanasia y el suicidio asistido constituyen un drama humano, con hondas raíces antropológicas y con amplias repercusiones en el ámbito familiar, social, político y sanitario” (CEE, 2020).

Lo que sí puede exigir la sociedad al médico, sin ninguna clase de duda, y éste debe responder con nivel profesional de calidad, por ser responsable de ese compromiso, es dar alivio sintomático con el nivel del estado del arte de la Medicina. Un buen médico puede ser muy capaz de reconducir situaciones familiares y de pacientes, en situaciones absolutamente insoportables gracias a disponer de herramientas científicas y humanas, de alto nivel. La Medicina Paliativa es la especialista en esta vertiente específica y está preparada para ello. El médico de cualquier otra especialidad, deberá adquirir competencias en estas habilidades para poder manejar el sufrimiento basal de los pacientes, con cierto nivel y saber remitir al experto cuando sea necesario, tal y como propone el Código de Deontología para las actuaciones médicas en general, en sus artículos 21.1 y 22.1 (OMC, 2011):

21.1 “El médico tiene el deber de prestar a todos los pacientes una atención médica de calidad humana y científica”

22.1 “El médico debe abstenerse de actuaciones que sobrepasen su capacidad. En tal caso, propondrá al paciente que recurra a otro compañero competente en la materia”

Aún con todo, pueden darse casos inabordables a pesar de haber empleado todos los recursos disponibles. La Medicina no es omnipotente como tampoco lo es la capacidad humana. El médico no tiene respuesta absolutamente para todo, debe hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en sus manos, simplemente porque “no podemos desprendernos de nuestra limitación, y porque ninguno de nosotros es capaz de eliminar el poder del mal, de la culpa, que también es una fuente continua de sufrimiento” (CEE, 2020).

Es esta una cuestión de sentido y significado de la persona humana, en el que la ciencia no tiene la última palabra. Científicamente, quien mejor preparado esté, quién más domine el arte del alivio sintomático, en menos ocasiones se verá en tal dilema. Quien tenga un umbral profesional bajo, se la encontrará más frecuentemente. Y esta ley amparará también, niveles de exigencia bajos a la hora de extremar el adecuado control sintomático, sin motivar el interés por esforzarse en esta competencia médica.

Por mi parte, espero ser fiel a nuestra misión de curar cuando sea posible, aliviar y proteger los intereses del paciente, con fortaleza de ánimo, con la exigencia del mejor estado del arte y sin olvidar, que la capacidad humana es limitada y que nuestro deber ante el don de la vida es cuidarla y protegerla, no dominarla. La vida no nos pertenece, por ello, procuraré descalzarme cuando me encuentre en terreno sagrado.

BIBLIOGRAFÍA
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