domingo, 13 de febrero de 2022

¿Qué es el marxismo? La teoría económica marxista (4/4)

¿Qué es el marxismo? La teoría económica marxista (4/4)
 12/02/2022 S


De forma sencilla sin entrar en detalle en los contenidos de El Capital, que por cierto tiene mayor número de palabras que la Biblia, haremos ahora una presentación muy esquemática de sus ideas. No entraremos en el detalle de la teoría del valor trabajo y de la teoría de la plusvalía que constituyen la esencia de El Capital, así como las leyes que se derivan de ellas y que pronosticaban la caída total del capitalismo.

El marxismo dice, y el comunismo lo pone en práctica, que la propiedad privada de los medios de producción siempre implica la explotación del trabajador, y que por tanto es imprescindible eliminar esa propiedad privada. Según el marxismo la propiedad privada explota siempre al trabajador, por muy bueno y generoso que sea el propietario que la gestiona. Ello se debe, según el marxismo, a que el trabajo es el único que añade valor a las mercancías, más allá de su propio coste, el salario. El resto de los factores de producción maquinaria, instalaciones, materias primas, etc., solo añaden su coste, según Marx, al valor de las mercancías producidas. Por tanto, el trabajo humano sería, según Marx, el único que añade valor, lo cual carece de sentido y más hoy en día, cuando la robotización ha sustituido en gran parte al trabajador. ¿Cómo es posible que una máquina pueda producir mayor número de mercancías y de mayor calidad que las que produce uno o varios trabajadores?

No obstante, la idea del valor trabajo es crucial para el marxismo, ya que sin ella se derrumba toda su teoría de la explotación capitalista. Marx necesita esa teoría para poder justificar su afirmación de que el beneficio que obtiene el capitalista se deriva de no pagarle al trabajador todo el valor de su trabajo. Suena muy bien, pero ¿cuánto es el valor de ese trabajo? Sería parte del valor de las mercancías producidas. Pero, ¿cuál es el valor de éstas? El que le asigna el mercado. Pero ese valor es variable (pensemos en la época de rebajas) luego ¿cuál es el auténtico valor que cabe atribuir al a las mercancías y por tanto al trabajo?

Además, hay que tener en cuenta el impacto de los gustos de los consumidores en los precios. Imaginemos dos sillas iguales, pero una de color rojo y otra de color blanco. Posiblemente unos colores gusten y otros no se vendan y por tanto no tengan valor o lo tengan muy inferior. En conclusión, el valor de las mercancías es muy variable, aunque se haya empleado el mismo número de horas para producirlas. Por tanto, decir que el beneficio del empresario se deriva de NO pagar al trabajador TODO el valor de su trabajo es una mera ficción.


En términos populistas, vulgares y revolucionarios, el marxismo dice que el propietario nunca le paga al trabajador lo que vale su trabajo y retóricamente le pregunta, a quien ose discutirlo, «y si no ¿de dónde saca el beneficio el empresario?» y además remata señalando que «si no hubiera trabajadores, el empresario no podría hacer funcionar su fábrica».

A la falacia comunista hay que responder con inteligencia, hay que llevarlos al núcleo del marxismo y preguntarles: ¿cuál es el salario justo que el empresario debe pagar a cada trabajador? ¿Son justos los salarios que se pagan en Cuba? ¿Si no hubiera fábricas de dónde obtendría el ciudadano los productos? ¿Eran más eficientes las fábricas soviéticas que las del mundo capitalista? ¿Por qué se produjo entonces la «perestroika»? ¿Y si no hubiera empresas donde encontrarían empleo los trabajadores? ¿Acaso desearían ir a las penosas empresas y comercios públicos que había en la URSS o que hay en Cuba? Que ofrezcan respuestas, si es que las tienen. Ante estas preguntas los comunistas guardan un penoso silencio.

El marxismo rechaza el mercado libre para la venta y compra de las mercancías y factores de producción (materias primas, maquinaria, instalaciones, salarios de los trabajadores, combustibles, etc.). Lo hace porque considera que el mercado libre es el mecanismo que permite que los vendedores obtengan beneficios privados (las famosas plusvalías) basados, obviamente, en la explotación del trabajador. En consecuencia, en la economía comunista toda la producción de mercancías y de factores de producción, está planificada por el Estado (cantidades, precios y salarios) que con su sabiduría lo monta todo como un enorme y perfecto rompecabezas de empresas públicas, en el que todo encaja, generando una gran satisfacción general.


Eso suena muy bien pero el problema es que no funciona: los comercios están desabastecidos, los productos son de baja calidad y es imposible planificar la producción. El número de artículos diferentes que tiene un centro comercial, teniendo en cuenta sus diferentes áreas, marcas, tamaños, etc., supera los doscientos mil. ¿Es el Estado capaz de planificar la producción, los precios, gestionar los stocks, añadir los nuevos productos, etc.? Imposible.

Son muchas las empresas que aportan las mercancías, cada una con su política de producción y ventas, adaptándose a las circunstancias constantemente cambiantes. El Estado, la economía centralizada es incapaz con todos sus burócratas de adoptar decisiones agiles y eficaces. Sin el mercado y la iniciativa privada el fracaso está garantizado. La China comunista de hoy es la prueba del algodón: ¿Hay en China libre mercado? Sí. ¿Hay propiedad privada e iniciativa privada china? Sí. Y lo que es peor, el vilipendiado imperialismo capitalista internacional ha hecho allí sus inversiones, por supuesto privadas, y obtiene y transfiere los beneficios (las odiadas plusvalías) a los países de donde han venido esas inversiones. ¿Qué mejor demostración del fracaso de la teoría económica marxista?


Fragmento del libro “Historia del Comunismo. De Marx a Gorbachov el camino rojo del Marxismo” del que es autor Enrique Sánchez Motos.

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