jueves, 3 de marzo de 2022

***NOM: Rusia es el último obstáculo a la dictadura mundial. Putin contra «quienes aspiran a la dominación mundial», los «straussianos» instalados en el seno del poder ‎estadouniden

Rusia es el último obstáculo a la dictadura mundial
2-3-22

TM.- En la madrugada del 24 de febrero, fuerzas rusas entraron en Ucrania. Al anunciar lo que llamó ‎una «operación especial», el presidente Vladimir Putin declaró, a través de la televisión rusa, ‎que era el inicio de la respuesta de su país a «quienes aspiran a la dominación mundial» y ‎quienes extienden las infraestructuras de la OTAN hasta las puertas de Rusia. ‎

En esa larga alocución, el presidente Putin recordó como la OTAN destruyó Yugoslavia, en un ‎ataque iniciado sin autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, llegando incluso a ‎bombardear Belgrado en 1999. Seguidamente recordó como Estados Unidos ha sembrado la ‎destrucción en el Medio Oriente –en Irak, en Libia y en Siria. Sólo después de esa extensa ‎exposición de los hechos, anunció su decisión de enviar tropas rusas a Ucrania, con la doble ‎misión de destruir las unidades militares ucranianas vinculadas a la alianza atlántica y de acabar ‎con los grupos neonazis armados por la OTAN. ‎

Todos los Estados miembros de ese bloque bélico denunciaron de inmediato lo que presentaron ‎como una ocupación de Ucrania comparable a la de Checoslovaquia en el momento de la ‎‎«Primavera de Praga» –en 1968. Según esos países, la Rusia de Vladimir Putin habría optado por ‎la «doctrina Brezhnev», como la extinta Unión Soviética. Por consiguiente, el «mundo libre» ‎tiene que castigar al «Imperio del Mal» imponiéndole «costos devastadores». ‎

Esa interpretación de las potencias atlantistas apunta ante todo a privar a Rusia de su principal ‎argumento haciendo ver que… es cierto que la OTAN no es una confederación de Estados ‎iguales entre sí sino una federación jerarquizada sometida a las órdenes de los anglosajones ‎‎[Washington y Londres], pero que Rusia hace lo mismo porque niega a Ucrania la posibilidad de ‎escoger su destino, como los soviéticos la negaron antes a los checoslovacos. En otras palabras, ‎la OTAN, debido a su funcionamiento, viola los principios de soberanía y de igualdad de ‎los Estados, principios inscritos en la Carta de las Naciones Unidas, pero no debe ser disuelta ‎mientras exista Rusia. ‎

Parece lógico pero probablemente no lo es.

El discurso del presidente Putin no estaba dirigido contra Ucrania. Ni siquiera contra ‎Estados Unidos sino directamente contra «quienes aspiran a la dominación mundial», o sea ‎contra los «straussianos» (discípulos de Leo Strauss) instalados en el seno del poder ‎estadounidense. Fue una verdadera declaración de guerra a esos individuos. ‎

El 25 de febrero, el presidente Vladimir Putin calificaba el régimen de Kiev de «banda de ‎drogadictos y neonazis». Según los medios de difusión atlantistas, estaba hablando como un ‎enfermo mental. ‎

Durante la noche del 25 al 26 de febrero, el presidente ucraniano Volodimir Zelenski hacía llegar ‎a Rusia, a través de la embajada de China en Kiev, una propuesta de alto al fuego. Moscú ‎respondió rápidamente planteando sus condiciones:

-arresto de todos los nazis –Dimitro Yarosh, los elementos del batallón Azov, ‎etc.–;‎
-eliminación de todos los nombres de calles y de los monumentos que glorifican a quienes ‎colaboraron con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial –como Stepan Bandera y otros–;
-orden de deponer las armas. ‎

La prensa atlantista optó por silenciar ese hecho mientras que el resto del mundo, que lo conoció ‎sólo parcialmente, retenía la respiración. La negociación fracasó horas más tarde… después de la ‎intervención de Washington. Sólo entonces se informó a la opinión pública occidental, pero ‎siempre manteniendo ocultas las condiciones planteadas por la parte rusa. ‎

‎¿De qué habla el presidente Putin? ¿Contra qué está luchando? ¿Por qué se mantiene sorda ‎y muda la prensa atlantista?‎‎

BREVE HISTORIA DE LOS STRAUSSIANOS

Paul Wolfowitz

Detengámonos un momento en ese grupo, los “straussianos”, sobre el cual los occidentales ‎no saben gran cosa. Son un grupo de individuos que aunque son todos judíos no son ‎representativos de los judíos estadounidenses ni de ninguna otra de las comunidades judías ‎existentes a través del mundo. Deben la denominación de “straussianos” al hecho de haber sido ‎formados por el filósofo alemán Leo Strauss, quien se refugió en Estados Unidos en el momento ‎del ascenso del nazismo y se convirtió en profesor de filosofía en la universidad de Chicago. ‎Según numerosos testimonios, Leo Strauss se rodeó allí de un pequeño grupo de alumnos fieles a ‎sus ideas a quienes dispensaba enseñanzas orales, debido a lo cual no hay escritos sobre ‎lo que él les inculcaba. En todo caso, según testimonios posteriores, Leo Strauss explicaba a ‎esos discípulos que, en aras de protegerse de un nuevo genocidio, los judíos tenían que instaurar ‎su propia dictadura. Leo Strauss llamaba a sus discípulos los «hoplitas», como los ciudadanos-‎soldados de la Antigua Grecia, y solía enviarlos a sembrar el desorden en las clases de los profesores ‎rivales. Fuera de ese detalle, Leo Strauss los enseñó también a ser “discretos” e incluso elogiaba ‎lo que llamaba la «noble mentira». Leo Strauss falleció en 1973 pero el núcleo de sus ‎discípulos más cercanos se mantuvo unido. ‎

En 1972 –o sea, hace ya medio siglo– estos straussianos comenzaron a formar un grupo político. ‎Todos eran miembros del equipo del senador demócrata Henry “Scoop” Jackson, principalmente ‎Elliott Abrams, Richard Perle y Paul Wolfowitz, y trabajaban en estrecho vínculo con un grupo de ‎periodistas trotskistas también judíos que se habían conocido en el City College of New York y ‎que editaban una revista llamada Commentary. Estos últimos eran llamados los New York Intellectuals, o sea ‎‎«los intelectuales neoyorquinos». ‎

Estos dos grupos estaban muy vinculados a la CIA y, simultáneamente y a través del suegro de ‎Richard Perle –el estratega militar Albert Wohlstetter–, a la RAND Corporación, el think tank o ‎‎“tanque pensante” del complejo militaro-industrial estadounidense. Muchos de aquellos jóvenes ‎se casaron entre sí y formaron un grupo compacto de un centenar de personas. ‎

En 1974, en plena crisis del Watergate, este grupo redactó y obtuvo la aprobación de la ‎‎«Enmienda Jackson-Vanik» que obligaría la Unión Soviética a autorizar la emigración de su ‎población judía hacia Israel bajo la amenaza de sanciones económicas. Ese fue el acto ‎fundacional de los “straussianos”. ‎

En 1976, Paul Wolfowitz fue uno de los artífices del Team B o ‎‎«Equipo B» al que el presidente Gerald Ford encargó la tarea de evaluar la «amenaza ‎soviética». El Team B presentó un informe delirante donde acusaba a la Unión ‎Soviética de estar preparándose para alcanzar una «hegemonía global». Aquel informe ‎modificaba la naturaleza de la guerra fría, ya no se trataba de aislar a la URSS mediante el ‎llamado containment sino de “detenerla” para salvar el «mundo libre». ‎

Los “straussianos” y los «Intelectuales neoyorquinos», todos de izquierda, se pusieron ‎al servicio del presidente republicano Ronald Reagan. Pero es importante entender que esos ‎grupos no son verdaderamente de izquierda ni tampoco de derecha. Algunos de sus miembros ‎han “migrado” 5 veces del Partido Demócrata al Partido Republicano y a la inversa. ‎Lo importante para ellos es infiltrarse en el poder, sin importar la ideología de quien lo tenga. ‎

Por ejemplo, en los años 1980 Elliott Abrams se convirtió en asistente del secretario de Estado. Así ‎dirigió una operación en Guatemala, donde puso en el poder a un dictador y experimentó –con el ‎concurso de oficiales del Mossad israelí– sobre la creación de reservas para los pobladores ‎originarios mayas, con vista a hacer lo mismo después en Israel con los árabes palestinos –una ‎importante obra de testimonio sobre ese tema le valió el Premio Nobel de la Paz a la indígena ‎guatemalteca Rigoberta Menchú. ‎

Pero Elliott Abrams continuó sus fechorías en Salvador y posteriormente en Nicaragua –contra ‎los sandinistas–, llegando incluso a verse gravemente implicado en el escándalo Irán-Contras. ‎

Por su parte, los «Intelectuales neoyorquinos», que pasaron a denominarse ‎‎«neoconservadores», crearon el «Fondo Nacional para la Democracia» (la National Endowment ‎for Democracy, más conocida bajo las siglas NED) y el US Institute of Peace, dispositivo que ‎organizó numerosas «revoluciones de colores», comenzando por China con el intento de golpe ‎de Estado del primer ministro Zhao Ziyang, que condujo a los hechos de la Plaza Tiananmén. ‎

Al final del mandato presidencial de George Bush padre, Paul Wolfowitz, quien ocupaba entonces ‎el tercer puesto de mayor jerarquía en el Departamento de Defensa, elaboró un documento cuyo ‎idea central era que, a raíz de la desaparición de la URSS, Estados Unidos tenía que concentrarse ‎en evitar la aparición de nuevos rivales, comenzando por… la Unión Europea. ‎Paul Wolfowitz concluía aconsejando la realización de acciones unilaterales, o sea poner fin a la ‎concertación en el seno de la ONU. Wolfowitz es sin dudas quien ideó la «Tormenta del ‎Desierto», la operación de destrucción de Irak que permitió a Estados Unidos cambiar las reglas ‎del juego e imponer un mundo unilateral. Fue en esa época cuando los straussianos implantaron ‎los conceptos de «cambio de régimen» y de «promoción de la democracia». ‎

Gary Schmitt, Abram Shulsky y Paul Wolfowitz infiltraron la comunidad de inteligencia de ‎Estados Unidos gracias al Grupo de Trabajo sobre la Reforma de la Inteligencia (en inglés, ‎‎Consortium for the Study of Intelligence’s Working Group on Intelligence Reform. Estos ‎personajes criticaron la idea preconcebida según la cual los demás gobiernos razonan de la misma ‎manera que el de Estados Unidos. Después criticaron la ausencia de ‎conducción política de la inteligencia, afirmando que esta se perdía en temas sin importancia ‎en vez de concentrarse en los que ellos consideraban realmente esenciales. Politizar la ‎inteligencia era precisamente lo que Wolfowitz ya había hecho con «Equipo B» y comenzó ‎nuevamente a hacerlo, con éxito, en 2002, con la Oficina de Planes Especiales (Office of Special ‎Plans), inventando argumentos para desatar nuevas guerras contra Irak y contra Irán, siguiendo ‎así el principio de Leo Strauss, quien elogiaba la «noble mentira». ‎

Durante la presidencia de Bill Clinton, los straussianos se vieron apartados del poder. ‎Se refugiaron entonces en los think tanks de Washington. En 1992, William Kristol y Robert ‎Kagan –el esposo de Victoria Nuland, ampliamente mencionada en trabajos anteriores de esta ‎serie– publicaron en la revista Foreign Affairs un artículo deploraban la tímida política exterior ‎del presidente Clinton y llamaban a renovar «la hegemonía benevolente de Estados Unidos» ‎‎(benevolent global hegemony). Al año siguiente ‎fundaron el «Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense» (Projet for a New American ‎Century, PNAC) en las oficinas del American Enterprise Institute. Gary Schmitt, Abram Shulsky y ‎Paul Wolfowitz aparecen como miembros del PNC. Todos los admiradores no judíos de Leo ‎Strauss, como el protestante Francis Fukuyama –el autor de El Fin de la Historia– se unen ‎inmediatamente a ellos.
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Richard Perle

En 1994, Richard Perle –convertido en traficante de armas– aparece en Bosnia-Herzegovina como ‎consejero del presidente bosnio y ex nazi Alija Izetbegovic. Es precisamente Richard Perle quien ‎trae de Afganistán a Osama ben Laden con su Legión Árabe, antecesora de al-Qaeda. Perle será ‎incluso miembro de la delegación bosnia que firma en París los Acuerdos de Dayton.‎

En 1996, varios miembros del PNAC –como Richard Perle, Douglas Feith y David Wurmser– ‎redactan un estudio en el seno del Institute for Advanced Strategic and Political Studies (IASPS), ‎por cuenta del nuevo primer ministro de Israel, Benyamin Netanyahu. Ese informe aconseja la ‎eliminación física del líder histórico palestino Yasser Arafat, la anexión de los territorios palestinos, ‎una guerra contra Irak y el traslado de los palestinos a este último país. ‎El informe está inspirado en las teorías de Leo Strauss y también en las de su amigo Zeev ‎Jabotinsky, el fundador del «sionismo revisionista», quien tuvo como secretario particular al ‎padre de Benyamin Netanyahu. ‎

El PNAC recogió fondos para la candidatura de George Bush hijo y publicó, antes de la segunda ‎llegada de un Bush a la Casa Blanca, su célebre informe «Reconstruir las defensas de América» ‎‎(Rebuilding America’s Defenses), donde expresa la esperanza de que una catástrofe comparable ‎a la de Pearl Harbor permita empujar al pueblo estadounidense a una guerra por la hegemonía ‎global, exactamente las palabras que el secretario de Defensa Donald Rumsfeld, otro miembro ‎del PNAC, utilizó el 11 de septiembre de 2001. ‎

Los atentados del 11 de septiembre permitieron que Richard Perle y Paul Wolfowitz pusieran al ‎almirante Arthur Cebrowski bajo el ala protectora de Donald Rumsfeld en el Departamento ‎de Defensa, donde Cebrowski desempeñó un papel comparable al que Albert Wohlstetter había ‎tenido en tiempos de la guerra fría. El almirante Cebrowski impuso la estrategia de la «guerra ‎sin fin», en virtud de la cual Estados Unidos ya no trataría de ganar guerras sino sólo las ‎iniciaría para prolongarlas por el mayor tiempo posible. El nuevo objetivo sería destruir las ‎estructuras políticas de los Estados en los países designados como blancos de esa estrategia para ‎privarlos de toda posibilidad de defenderse de Estados Unidos. Esa es la estrategia que ha venido aplicándose durante los últimos 20 años ‎contra Afganistán, Irak, Libia, Siria y Yemen. ‎

En 2003, los straussianos sellaron su alianza con los sionistas revisionistas en el marco de una ‎gran conferencia realizada en Jerusalén, conferencia a la que personalidades políticas israelíes de ‎todas las tendencias creyeron estar en el deber de asistir. ‎Así que nada tiene de sorprendente que Victoria Nuland –la esposa de Robert Kagan–, entonces ‎embajadora en la OTAN, haya sido la persona que intervino para proclamar el alto al fuego que ‎permitió –en 2006– que el derrotado ejército de Israel pudiera retirarse del Líbano sin ser ‎perseguido por las fuerzas del Hezbollah. ‎

Robert Kagan

Bernard Lewis es de los que trabajaron con los tres grupos –con los straussianos, los ‎neoconservadores y los sionistas revisionistas. Ex agente de la inteligencia británica, Bernard ‎Lewis adquirió las nacionalidades estadounidense e israelí, fue consejero de Benyamin Netanyahu ‎y miembro del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. A la mitad de su carrera, ‎Bernard Lewis aseguraba que el islam era incompatible con el terrorismo y que los árabes ‎terroristas eran agentes soviéticos, pero después cambió de canción y comenzó a decir, con el ‎mismo aplomo que antes, que la religión musulmana predica el terrorismo. Lewis inventó la ‎historia del «choque de civilizaciones» para el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos ‎y con vista a instrumentalizar las diferencias culturales para lanzar a los musulmanes contra los ‎cristianos ortodoxos, concepto que fue popularizado por Samuel Huntington, asistente de Bernard ‎Lewis en el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense. Sólo que Samuel Huntington ‎no presentó el «choque de civilizaciones» como una estrategia sino como una fatalidad frente a ‎la cual había que reaccionar. Huntington comenzó su carrera como consejero de los servicios ‎secretos del régimen sudafricano del apartheid y después escribió un libro, The Soldier and the ‎State, donde aseguraba que los militares, ya sean soldados ‎regulares o mercenarios, son una casta aparte, la única capaz de entender las necesidades de la ‎seguridad nacional. ‎

Después de la destrucción de Irak, los straussianos fueron objeto de todo tipo de polémicas. ‎Todos se sorprenden entonces de que un grupo tan pequeño, respaldado por los periodistas ‎neoconservadores, haya logrado adquirir tanta autoridad sin ser objeto de un debate público. ‎El Congreso de Estados Unidos designa un Grupo de Estudios sobre Irak –la llamada «Comisión ‎Baker-Hamilton»– para la política de dicho grupo. La Comisión Baker-Hamilton condena, ‎sin nombrarla, la estrategia Rumsfeld-Cebrowski y deplora los cientos de miles de muertos que ‎esa estrategia ya ha dejado. El secretario de Defensa Donald Rumsfeld dimite… y el Pentágono ‎sigue inexorablemente adelante con la aplicación de esa estrategia, ya condenada pero ‎nunca adoptada oficialmente. ‎

Bajo la administración Obama, los straussianos encuentran refugio en el equipo del vicepresidente ‎Joe Biden. El actual consejero de seguridad nacional de Biden, Jacob “Jake” Sullivan, desempeñó ‎entonces un papel central en la organización de las operaciones contra Libia, contra Siria y ‎contra Myanmar mientras que otro consejero de Biden, el hoy secretario de Estado Antony ‎Blinken, se concentraba en Afganistán, Pakistán e Irán. Fue Blinken quien supervisó las ‎negociaciones secretas con el Guía Supremo iraní, Alí Khamenei, negociaciones que ‎desembocaron en el encarcelamiento de los principales miembros del equipo de trabajo de ‎Mahmud Ahmadineyad a cambio del acuerdo sobre el programa nuclear de Irán. ‎

En 2014, son los straussianos quienes organizan el «cambio de régimen» en Kiev. Desde ‎su puesto de vicepresidente, Joe Biden se implica de lleno. Victoria Nuland viaja a Kiev para ‎respaldar a los neonazis de Pravy Sektor (Sector Derecho) y supervisar el comando israelí “Delta”, ‎que cometen múltiples actos de violencia en la Plaza Maidan. ‎

Fue en aquel momento cuando la intercepción de una conversación telefónica entre Victoria ‎Nuland y el embajador de Estados Unidos permitió conocer el deseo de la señora Nuland de ‎‎«darle por el culo a la Unión Europea» –«Fuck the EU!», según exclamó en su conversación con ‎el embajador– lo cual concuerda con lo expresado en el informe que Wolfowitz había redactado ‎en 1992. Pero, los dirigentes de la Unión Europea al parecer “no entendieron” plenamente ‎lo que había querido decir esta “dama” y sólo mascullaron una débil protesta. ‎

También en aquella época, Jake Sullivan y Antony Blinken –pese a la oposición del secretario de ‎Estado John Kerry– meten a Hunter Biden, el hijo del vicepresidente Joe Biden, en el consejo de ‎administración de Burisma Holdings, una de las principales compañías de explotación del gas ‎natural ucraniano. Este hijo de Joe Biden es literalmente un drogadicto que servirá de pantalla ‎para cubrir una monumental estafa en detrimento del pueblo ucraniano. Bajo la supervisión de ‎Amos Hochstein, Hunter Biden designa después a varios amigos, tan drogadictos como él, para ‎utilizarlos como “representantes” de varias empresas y saquear el gas ucraniano. A ellos ‎se refería el presidente ruso Vladimir Putin cuando hablaba de «banda de drogadictos». ‎

Jake Sullivan y Antony Blinken también se apoyan en el mafioso Igor Kolomoiski, el tercer ‎personaje más adinerado de Ucrania. Aun siendo judío, Igor Kolomoiski financia a los matones de ‎Pravy Sektor (Sector Derecho), una organización neonazi que trabaja para la OTAN y que ‎participa en los hechos de violencia de la Plaza Maidan durante la operación de «cambio de ‎régimen» de 2014. Kolomoiski utiliza su influencia para asumir el control de la comunidad judía ‎europea hasta que sus correligionarios se rebelan y lo expulsan de sus asociaciones ‎internacionales. Sin embargo, Kolomoiski logra que el cabecilla de Pravy Sektor, Dimitro Yarosh, ‎sea nombrado secretario adjunto del Consejo Nacional de Seguridad y de Defensa instaurado por ‎el nuevo régimen y se hace nombrar gobernador del oblast de Dnipropetrovsk. Kolomoiski y ‎Yarosh serán rápidamente apartados de las funciones políticas. Igor Kolomoiski y Dimitro Yarosh, ‎recientemente nombrado consejero especial del jefe de las fuerzas armadas ucranianas, así como ‎sus seguidores, son los neonazis a los que el presidente Putin aludía en su discurso sobre ‎Ucrania. ‎

En 2017, Antony Blinken funda WestExec Advisors, una firma de consejería en la que se reagrupan ‎ex altos funcionarios de la administración Obama y numerosos straussianos. Esta firma es ‎extremadamente discreta sobre sus actividades pero utiliza las relaciones políticas de sus ‎empleados para ganar dinero, precisamente lo que en cualquier país del mundo sería considerado ‎‎«tráfico de influencias» y «corrupción». ‎

Joe Biden no es un straussiano pero ha estado estrechamente vinculado a ellos desde hace ‎‎15 años. Aquí lo vemos con Antony Blinken, su actual secretario de Estado.‎

LOS STRAUSSIANOS MANTIENEN SU LÍNEA DE SIEMPRE

Bernard Lewis (a la izquierda) con Benyamin Netanyahu‎

Desde que Joe Biden regresó a la Casa Blanca, ahora como presidente de Estados Unidos, los ‎discípulos de Leo Strauss controlan todas las palancas del sistema. “Jake” Sullivan es consejero de ‎Seguridad Nacional y Antony Blinken es secretario de Estado, con Victoria Nuland como ‎subsecretaria. Como ya señalé en artículos anteriores de esta serie, Victoria Nuland viajó a Moscú ‎en octubre de 2021 y amenazó con aplastar la economía de Rusia si ese país no se somete. Ahí ‎comienza la actual crisis.‎

La subsecretaria de Estado Victoria Nuland trae de regreso a Dimitro Yarosh lo impone ‎al presidente ucraniano Volodimir Zelinki, un actor de televisión sin experiencia política… pero ‎protegido por Igor Kolomoiski. El 2 de noviembre de 2021, el presidente Zelinski nombra a ‎Dimitro Yarosh consejero especial del jefe de las fuerzas armadas, el general Valeri Zaluzhni. ‎Este último, un verdadero demócrata, protesta pero acaba aceptando la nominación de Yarosh. ‎Al ser interrogado sobre esta sorprendente asociación, el general se niega a responder y habla ‎que es una cuestión de «seguridad nacional». Yarosh aporta todo su respaldo al «Fuhrer ‎blanco», el ahora coronel Andrei Biletsky, y al batallón Azov, la tropa de Biletsky. El batallón ‎Azov es una copia de la división SS Das Reich y desde el verano de 2021 está bajo las órdenes ‎de mercenarios estadounidenses de la antigua Blackwater.‎

Toda la información anterior estaba destinada a lograr que ustedes sean capaces de identificar a ‎los straussianos, lo cual hace más comprensible las explicaciones de Rusia.


Joe Biden no es un straussiano pero ha estado estrechamente vinculado a ellos desde hace ‎‎15 años. Aquí lo vemos con Antony Blinken, su actual secretario de Estado.‎

Liberar el mundo de ‎los straussianos sería lo más adecuado para hacer justicia al más de un millón de personas que ‎han muerto en las guerras artificialmente provocadas por esos personajes… y también para salvar ‎incontables vidas. Está por ver si esta intervención en Ucrania es la mejor manera de lograrlo. ‎

En todo caso, si bien los straussianos son responsables de los actuales acontecimientos, cabe ‎destacar que quienes les dejaron las manos libres también tienen su parte de responsabilidad, ‎comenzando por Alemania y Francia, que firmaron los Acuerdos de Minsk –hace 7 años– y que ‎después no hicieron nada para forzar su aplicación por parte de Kiev.

También tienen su parte ‎de responsabilidad los más de 50 Estados que firmaron las declaraciones de la OSCE prohibiendo ‎la ampliación de la OTAN más allá de la línea Oder-Neisse pero que nunca trataron de impedir ‎dicha expansión. Sólo Israel, que acaba de deshacerse de los sionistas revisionistas, ha expresado ‎‎–hasta el momento– una posición matizada sobre los actuales acontecimientos.‎

Esa es una de las lecciones que debemos aprender de esta crisis: los pueblos gobernados ‎democráticamente son responsables de las decisiones que sus dirigentes prepararon por ‎largo tiempo y que han seguido aplicándose sin importar los cambios de tendencias o de ‎por partidos políticos que ejercen el poder. ‎