«El cristianismo es universal porque es identitario»
31/5/2022
Julien Langella
A sus 35 años, el periodista y escritor Julien Langella se ha convertido en uno de los grandes intelectuales “malditos” del pensamiento francés más actual. Cofundador del que fuera pujante e influyente movimiento “Generación Identitaria” y portavoz de la siempre activa Academia Christiana, Langella es, sobre todo, el autor de Católicos e Identitarios, un libro impetuoso, impactante y explosivo que acaba de publicar en español La Tribuna del País Vasco. Se trata de un ensayo discreto, pero que actúa como una demoledora carga de profundidad que trata de hacer saltar por los aires medio siglo de ideologías mortales y de liberalismo vacuo y universalista. “Católicos e Identitarioses un antídoto al veneno multiculturalista, individualista y sentimentalista que debilita a la Iglesia”, explica Langella en esta entrevista exclusiva. Y añade: “Los católicos, en la disyuntiva entre su amor por la patria y el discurso oficial de un cierto número de clérigos, mayores y minoritarios, no saben si asumir posiciones identitarias. Quiero quitarles los complejos, ofrecerles de nuevo el gusto por la libertad intelectual, que salgan de su clericalismo y se instruyan en profundidad sobre su fe y la vida de los santos, que eran de todo salvo unos humanitarios delicados. Quiero darles el gusto por el combate”.
Católico, es decir, universal, ¿no es contradictorio de “identidad” y “arraigo”? Los católicos, ante la globalización y el mundialismo, ¿deberían ser unos ejemplares “ciudadanos del mundo”, “faros” de una ética universal?
Jesucristo no era un hippie, un nómada o un «migrante». Era un hebreo arraigado, que cumplió con todas las etapas rituales de la vida de un hombre de su raza y de su tiempo. Debemos meditar sobre la humanidad del Mesías, nuestra religión y la de la Encarnación: «Dios se hizo carne», es decir, que Él asumió todas las facetas de la vida terrestre, ya fuera la etnia judía, la pertenencia al mundo romano, el oficio de carpintero… Lloró, como nos lo muestra San Lucas (19.41), sobre la caída inminente de Jerusalén, su patria, y sobre ninguna otra. Por supuesto, es el Pastor universal. Pero en el respeto de las costumbres de cada uno, como se lo ordenó a San Pedro, cuando el primero de los Apóstoles se vio forzado a comer cerdo, serpientes y otros alimentos prohibidos, con el fin de entender que no había que someter a los paganos a la cultura judía (Hechos, 10). Precisamente, el cristianismo es universal porque es identitario. La Virgen, en Lourdes o sobre la colina de Tepeyac en México, habla a los habitantes en su lengua. La arquitectura de una iglesia japonesa no es la del barroco peruano, ni la del gótico europeo. Los ritos populares (como la destrucción de la Piñata en Sudamérica o las figuras de Navidad en Provenza) ilustran esta vitalidad identitaria, salvaguardada por la fe vivida en común. Las únicas tradiciones todavía vivas son de origen católico: distribución de regalos por los Reyes Magos, búsqueda de los huevos de Pascua, visita a los cementerios en el día de Todos los Difuntos…
Conforme a sus propuestas de resistencia, de formación de comunidades católicas e inicio de una reconquista que puede durar siglos, ¿es inevitable refugiarse en la Liturgia y Misa Tradicionales? Su catolicismo, ¿corre el riesgo de ser un tradicionalismo teológico nostálgico de la desaparecida Cristiandad?
La liturgia tradicional es más que una forma; expresa un fondo, una idea. El lugar que se le da al silencio, la nobleza del gregoriano, el hecho de arrodillarse, utilizar una lengua reservada al culto divino, recibir el Cuerpo de Cristo en la lengua (y no de «recogerlo» con las manos), estar todos mirando (junto con el sacerdote) hacia el tabernáculo donde reside Nuestro Señor… Ahí tenemos unos signos que nos hablan de sacrificio, de vida interior, de jerarquía. Es decir, todo lo que el mundo moderno detesta. Lo que el cuerpo hace en la Misa, queda impreso en el alma. Por otra parte, hay que conocer las razones de nuestra adhesión a esta liturgia que no practicamos simplemente de forma rutinaria, en cuyo caso, en efecto, nos arriesgamos a caer en una nostalgia estéril. Por supuesto, hay sacerdotes que, en la forma ordinaria de la Misa (según Pablo VI), celebran con más solemnidad, sobre todo entre los más jóvenes, lamentando el progresismo de sus mayores baby boomers. También hay fieles, fuera del mundo tradicionalista, cuya fe es muy edificante. Pero la liturgia extraordinaria me parece más nutricia. Lleva en ella el dogma de la Encarnación con una fuerza sin igual.
En España, algunos obispos, caso del arzobispo de Granada, cuando reflexionan en torno a la “identidad”, el “arraigo” y la participación política de los católicos, invocan a los temores a una incierta herejía “neomaurrasiana”. Julien Langella, ¿se ha alimentado de Charles Maurras? ¿Qué autores, franceses y españoles, historiadores y teólogos, inspiran su formación doctrinal y su quehacer sociopolítico?
Se utiliza el adjetivo «neomaurrasiano» en referencia a los primeros años del pensamiento político de Charles Maurras, que no era católico, pero creía en la necesidad de un catolicismo fuerte para mantener la cohesión social. Al final de su vida, cuestión que se olvida muy a menudo, se convirtió. Algunos clérigos razonan como unos antifascistas cuando reaccionan a una amenaza que no existe. En el seno de la derecha de convicciones, la idea de que la religión es una herramienta de estabilidad social no ha sido nunca otra cosa que una intuición. No ha tomado nunca la forma de una doctrina que constituya una amenaza para la fe. Más todavía, es en los ámbitos influidos por la Acción Francesa donde la fe católica perdura con la mayor vitalidad. ¿No existen otras brujas que cazar?
Dom Gérard
En cuanto a mis influencias, cito con énfasis a Dom Gérard, fundador de la abadía de Santa Magdalena en los años 80, autor del genial Demain la chrétienté, donde desarrolla las consecuencias políticas de la Encarnación: la alianza de la espada y la Cruz, la noción de cristiandad que él piensa esencial en la religión, el rol de la fuerza. En Memoria e identidad, Juan Pablo II nos enseña la importancia de las naciones.
Estoy impresionado por el recorrido de Juan Donoso Cortés, modelo de hombre honrado atraído por la verdad hasta quemarse. Admiro, entre todos, a José Antonio Primo de Rivera, el burgués convertido en caballero, cuya caridad llegó hasta prohibir a los suyos vengar a sus muertos, incluso a organizar partidos de fútbol contra los anarquistas durante su estancia en prisión. Primo de Rivera encarna la derecha más pura, aquella que nunca ha cedido a las sirenas del liberalismo y el materialismo. Una derecha generosa y exigente, patriota y católica, fiel e insolente.
Uno de los capítulos más apasionantes de su libro, es el titulado “Lecciones identitarias de la epopeya macabea”. ¿Podría explicar, en unas pocas palabras, qué sentido tiene hoy rememorar las experiencias populares y heroicas de los casi por completo desconocidos hermanos Macabeos en la particular historia del Pueblo Elegido?
La revuelta de los Macabeos fue, en primer lugar, una insurrección contra la tiranía de Antíoco Epífanes, rey de Judea entre los siglos III y II a.C., que intentó helenizar a los hebreos y profanó el Templo. De revuelta en favor de la libertad religiosa, como la de los Cristeros en el siglo XX, la ira de los Macabeos se transformó en guerra de liberación nacional. Los Macabeos habían entendido que, sin soberanía, perderían su identidad y también su fe. Pusieron la espada al servicio de Dios, como el emperador Constantino, los monjes-soldado en el tiempo de las Cruzadas y la Reconquista, Hernán Cortés para destruir la idolatría azteca, etc. En cada una de esas ocasiones, se trataba de defender la fe y permitir a los fieles practicarla, no convertir por la fuerza. Si los cruzados no hubieran creado feudos en Tierra Santa, para garantizar la libertad de los peregrinos, la toma de Jerusalén a los turcos no habría servido de nada. Es decir, si los Macabeos ganaron esa guerra, lo debieron a su arraigo en un territorio bien conocido, recorrido generación tras generación, y a su solidaridad familiar y comunitaria muy estrecha. Para sobrevivir, como ellos, nos hace falta reaprender a practicar cierta autonomía colectiva.
En relación al Papa Francisco, a muchos católicos les desconcierta sus aparentes salidas de tono, su ruptura de ideas preconcebidas, un aparente rechazo a la Liturgia Tradicional, una indiferencia ante los católicos martirizados en tierras del Islam… Pero también rompe esquemas al denunciar los excesos del neoliberalismo, la necesidad de responder a las necesidades reales de los hombres en las que denomina “periferias”, etc. ¿Cuál es su opinión sobre el Papa Francisco?; ¿Cree que es un profeta incomprendido o que será un capítulo para poner entre paréntesis en un futuro no muy lejano?
Me parece que está muy mal aconsejado, puede que también un poco senil y, es cierto, es de tendencia más bien progresista. Nos hemos convertido en clericalistas, es una pena: basta con que el Papa Francisco diga, durante un viaje en avión, que el cielo es rojo, para que los católicos levanten los ojos angustiados. A mi parecer, es un problema importante. La mayor parte del tiempo, el Papa se expresa como Jorge María Bergoglio, no como Francisco. El Concilio Vaticano I (1871) fue muy claro: la infalibilidad pontifical no concierne más que a las cuestiones de fe y moral; se refiere a las consideraciones ex cathedra, pronunciadas con la intención explícita de ser obedecido. En la práctica, eso casi no sucede… La influencia excesiva de los medios en nuestras vidas da a cualquier consideración una importancia que no tiene. ¿Qué habrían dicho los papas del final de la Edad Media, o del Renacimiento, algunos pederastas, si hubieran tenido acceso al micrófono de un periodista permanentemente? ¿Y el Papa Esteban, en 897, que juzgó a su predecesor Formoso, muerto desde hacía un año, antes de cortarle los dedos y tirarlo al Tíber? Nuestro Señor nos lo prometió: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder del infierno no la derrotará». Sé que la Iglesia puede estar infiltrada y manipulada. Sin embargo, la promesa de Dios hecho hombre me basta. Como católico, tengo consideración por el Papa; escucho atentamente sus declaraciones cuando están revestidas de la autoridad necesaria, pero Francisco no es mi jefe de sección.
¿Cree que el catolicismo del Papa Francisco es un nuevo catolicismo líquido, especialmente adaptado para los nuevos tiempos globalistas, transhumanistas, multiculturales y posmodernos que las actuales élites políticas, económicas y culturales quieren imponer?
Se exagera la importancia de ese catolicismo «líquido», compatible con el mundialismo: solo está representado por prelados mayores, esencialmente en Europa occidental y Estados Unidos. En África negra, por ejemplo, existe un discurso muy duro contra la emigración hacia Occidente o la homosexualidad. Es cierto, sin embargo, que el Papa ha enviado malas señales: la declaración de Abu Dhabi (2018), donde afirmó que «las diversidades de religión (…) son una sabia voluntad divina» y la ceremonia pagana en los jardines del Vaticano, en honor de la diosa amerindia Pachamama (2019), son las peores, en mi opinión. Sin embargo, como un católico medieval que ignorara hasta el rostro de su Papa, reivindico el derecho a ignorar la mayor parte de la agenda del Santo Padre… Para nuestra vida de fe cotidiana, tenemos a nuestro sacerdote, la Misa, el Rosario y todas las formas de devoción privadas o familiares, la lectura de las Escrituras, etc. Incluso el obispo del lugar entra bastante poco en la vida espiritual del creyente, lo cual es natural puesto que el rol primordial del obispo (y del Papa) es gobernar, no dirigir espiritualmente al fiel como lo haría un confesor.
Es urgente recordar estas realidades concretas, de lo contrario caeremos en un intelectualismo enfermizo, un acercamiento partisano a la Iglesia, únicamente vista como una institución humana, como un partido político, mientras que su esencia es sobrenatural. ¡Su supervivencia después de dos mil años de vicisitudes, lo que la hace ser la institución más antigua del Viejo Continente, indica bastante bien la omnipotencia de Dios! Tengo una confianza total en la perennidad del catolicismo. Está viviendo una crisis provisional, debido a un cambio de sociología. Con la entrada en la modernidad industrial, la Europa cristiana cambió de rostro. Antiguamente, las masas de fieles, en las sociedades mayoritariamente agrícolas, eran campesinos, dotados de un sentido común pegado a la tierra, dependiente de los ritmos de la naturaleza, con una relación normal con la muerte (a través de la de sus animales, sobre todo, pero también a través de la corrida de toros o la caza). Ahora, es una población urbanizada que vive en un entorno artificial, donde el cuerpo no se necesita tanto, donde la muerte no es casi visible, donde no sabemos ya cómo llegan los alimentos a nuestros platos. Esto ha favorecido, para huir de la vacuidad existencial de las ciudades, las experiencias espirituales y litúrgicas más delirantes. Lleno de mediocridad de todo tipo, el hombre occidental, como el pagano de la época romana seducido por el estoicismo, busca la Belleza, la Verdad, el Bien. Puede perderse en el neobudismo o el naturalismo. Pero puede también volver a una fe donde el sentido de lo sagrado está muy alto. De hecho, las comunidades tradicionales, y otras como el Camino Neocatecumenal, donde se cultiva una fe ardiente (aunque no sea mi vía preferida), son las que más vocaciones ofrecen.
En su opinión, ¿el futuro del catolicismo está estrictamente ligado al futuro de la civilización occidental?
El hombre occidental es una especie de segundo «pueblo elegido», en la medida en la que dio a la Iglesia, mediante la riqueza de la Filosofía griega y el Derecho romano, los medios para desarrollarse, organizarse y extenderse por el mundo. Así, la caída intelectual de Occidente es una catástrofe para la Iglesia. Sin embargo, en el seno de los seminarios que pertenecen a las comunidades tradicionales, en algunos monasterios o incluso en escuelas independientes, libres de cualquier vínculo con el Estado, subsiste un tesoro de conocimientos piadosamente conservado. Esos espacios constituyen un refugio para el pensamiento de Aristóteles y de Santo Tomás, un lugar valioso para el saber hacer lírico y artístico en general. Cualquiera que haya visitado la biblioteca de una abadía lo entiende. Esas plazas fuertes de la inteligencia tienen el mismo papel que los talleres de monjes copistas en la Edad Media, que nos transmitieron los tesoros literarios de la Antigüedad. Son las ciudadelas de la Europa del mañana, hay que verlas como el castillo de Calatrava en el siglo XII, la primera línea de la Reconquista, en una llanura inhóspita atravesada de razzias de sarracenos.
De la lectura de su libro se deduce que usted conoce muy bien la historia de España, particularmente la de la época de la Reconquista y la del Holocausto católico sufrido en la Segunda República y subsiguiente Guerra Civil. ¿Conoce el idioma español? ¿Visitará España para difundir su libro y dar a conocer su trayectoria personal y experiencias comunitarias?
Conozco el castellano lo suficiente como para leerlo, pero no tanto como para responder. Es un retraso que intento corregir. España me sedujo porque la modernidad la maldice. La admiro por la gesta de la Reconquista, a la que los franceses contribuyeron con generosidad (como Raimundo de Borgoña, el padre de vuestro Alfonso VII, «el Emperador de las Españas»), por la epopeya de los conquistadores (últimos caballeros de los Tiempos Modernos), por la corrida de toros, ese arte sublime cuyo carácter educativo es comparable al de la liturgia. España es el segundo pulmón de la Iglesia junto con Francia. Le debemos el rito de la unción real, el culto a los ángeles custodios, la Inmaculada Concepción (proclamada en 1621), el Concilio de Trento, Lepanto, el genio barroco… El catolicismo medieval, con su pedagogía de la imagen, perduró más tiempo en España. No se puede ser católico e ignorar la deuda con España. ¡Cómo sería el mundo si los franceses y los Habsburgo se hubieran unido contra los ingleses! Estaría encantado de visitar España para dar a conocer mi trabajo, intercambiar con los resistentes españoles y acudir al Valle de los Caídos para rezar ante la tumba de José Antonio, antes de que un gobierno socialista, en un acto sacrílego, remueva sus restos.
Para La Tribuna del País Vasco