sábado, 29 de octubre de 2022

Por qué desobedecer –incluso al Papa– puede ser un deber. Por Mons. Athanasius Schneider

Monseñor Schneider: Por qué desobedecer 
–incluso al Papa– puede ser un deber
26/10/2022

Maike Hickson

El obispo Athanasius Schneider ha tenido la gentileza de proporcionar a LifeSiteNews un análisis (que pueden encontrar en el enlace original) de la naturaleza y límites de la obediencia al Papa. Citando a Santo Tomás y otras fuentes, explica que toda autoridad y toda obediencia tienen sus límites.

«La obediencia –explica– no es ciega ni incondicional, sino que tiene sus límites. En caso de pecado, no sólo mortal sino venial, no tendremos el derecho, sino el deber de desobedecer».

Por ser el Vicario de Cristo, el Papa está obligado a servir a la verdad católica y no puede alterarla. Por eso, « Ciertamente hay que obedecer al Papa cuando propone de manera infalible la verdad de Cristo, cuando habla ex cathedra, cosa que rara vez hace. Tenemos que obedecerlo cuando nos manda obedecer las leyes y mandamientos de Dios, y cuando toma decisiones de índole administrativa o jurisdiccional (nombramientos, indulgencias, etc.)».

Ahora bien, explica el obispo de Kazajistán, « cuando un pontífice suscita confusión y ambigüedad en relación con la integridad de la Fe católica y la sagrada liturgia, no se le debe obedecer a él, sino a la Iglesia de siempre y a los papas que a lo largo de dos milenios han enseñado de forma constante y clara todas las verdades católicas en un mismo sentido».

En tiempos de crisis, cuando los dirigentes de la Iglesia hacen dejación de funciones en su labor de pastores que conducen a la grey de Cristo, otros miembros del Cuerpo Místico son llamados a ayudar y defender la Fe:

Cuando quienes ejercen autoridad en la Iglesia (el Papa y los obispos) incumplen como sucede hoy en día su obligación de mantener y defender la integridad y claridad de la Fe y la liturgia católicas, Dios pide a la grey –en muchos casos católicos sencillos de a pie– que compensen las deficiencias de sus superiores por medio de súplicas, ruegos de corrección y medios más eficaces como sacrificios y oraciones.

Haciendo gala de claridad y caridad, monseñor Schneider ofrece a todos los católicos pautas para responder de forma adecuada a las erróneas enseñanzas y gestos procedentes hoy en día de Roma, como por ejemplo el nombramiento de partidarios del aborto como miembros de la Pontificia Academia para la Vida y la promoción descarada del proyecto LGTB por parte de autoridades eclesiásticas.

El cardenal Gerhard Müller, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dejó claro hace poco que no se debe obedecer a los prelados que propagan tan erróneas doctrinas. Declaró: «No hay que obedecer a un obispo claramente hereje por pura formalidad; de lo contrario la obediencia en materia de religión se volvería una obediencia ciega que no sólo contradiría la razón sino la Fe. Como es natural, el derecho a resistir se reserva estrictamente para lo que tiene que ver con verdades reveladas». Lógicamente, este declaración se podría aplicar también al Papa, que ni está por encima de la ley de Dios ni tiene poderes ilimitados, al contrario de lo que parece haber dado a entender un estrecho colaborador del papa Francisco en una reunión reciente del colegio cardenalicio en Roma. El purpurado alemán ha comparado al Sínodo de la Sinodalidad con una opa hostil para apoderarse de la Iglesia.

En vista de la crisis que atraviesa la Iglesia, la desobediencia podría llegar a ser un deber si tenemos presente la regla de que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Escribe monseñor Schneider:

A la autoridad que se pasa de la raya debe oponérsele una firme resistencia, que puede llegar a ser pública. Ahí está el heroísmo de nuestros tiempos, la manera más seria de ser santos hoy en día. Ser santo significa hacer la voluntad de Dios, y hacer la voluntad de Dios significa obedecer siempre su ley, sobre todo cuando es difícil, cuando resulta difícil, o cuando nos crea conflictos con hombres que, aun siendo representantes legítimos de la autoridad divina en la Tierra (como un papa o un obispo), difunden por desgracia errores y socavan la integridad y claridad de la Fe católica).

Manifestamos nuestra más profunda gratitud a su excelencia por su claridad didáctica y sus palabras de aliento para los católicos desanimados por el desmantelamiento de la Fe católica de siempre al que asistimos, y que por nada del mundo quieren desagradar al Señor.

Texto íntegro de la declaración de monseñor Schneider

La obediencia al Papa rectamente entendida

La santa Iglesia es por encima de todo una institución divina, y es un misterio en sentido sobrenatural. En segundo lugar, es también una realidad humana y visible, constituida por sus miembros visibles y la Jerarquía (el Papa, los obispos y los sacerdotes).

Cuando la Santa Madre Iglesia atraviesa una de las crisis más profundas de su historia, como sucede actualmente, en que la crisis alcanza todos los niveles a un extremo que asusta, la Divina Providencia nos llama a amar a nuestra madre la Iglesia, que para empezar no está siendo objeto de humillación y burla por parte de sus enemigos, sino desde dentro por sus pastores. Somos llamados a ayudar a nuestra Madre la Iglesia, cada uno donde esté, para que verdaderamente se renueve mediante nuestra fidelidad a la inmutable integridad de la Fe católica y nuestra fidelidad a la perenne belleza y sacralidad de su liturgia –la liturgia de siempre–, mediante una intensa vida espiritual en unidad con Cristo y con actos de amor y caridad.

El misterio de la Iglesia va más allá de lo que son simplemente el Papa y los obispos. Ha habido casos en que el papa y los obispos han hecho daño a la Iglesia, pero al mismo tiempo Dios se ha valido de otros instrumentos, en muchos casos simples fieles o sacerdotes, o unos pocos obispos, para restablecer la santidad de la Fe y la vida en la Iglesia.

Ser fiel a la Iglesia no quiere decir obedecer interiormente todas las palabras y actos de un pontífice o un prelado, ya que ni el Papa ni un obispo son toda la Iglesia. Si un papa o un obispo favorecen una tendencia que perjudica la integridad de la Fe o la liturgia, no hay la menor obligación de seguirles interiormente, pues lo que tenemos que obedecer son la Fe y las normas de la Iglesia de siempre, la de los apóstoles y los santos.

La Iglesia Católica es la única que fundó Cristo, y es voluntad expresa de Dios que todos los hombres se hagan miembros de su única Iglesia, del Cuerpo Místico de Cristo. La Iglesia no es propiedad privada de un pontífice; éste no sino el Vicario, el siervo de Cristo. Por consiguiente, ser plenamente católico no puede depender de la conducta de un papa en particular. Ciertamente hay que obedecer al Papa cuando propone de manera infalible la verdad de Cristo, cuando habla ex cathedra, cosa que rara vez hace. Tenemos que obedecerlo cuando nos manda obedecer las leyes y mandamientos de Dios, y cuando toma decisiones de índole administrativa o jurisdiccional (nombramientos, indulgencias, etc.). Ahora bien, cuando un pontífice suscita confusión y ambigüedad en relación con la integridad de la Fe católica y la sagrada liturgia, no se le debe obedecer a él, sino a la Iglesia de siempre y a los papas que a lo largo de dos milenios han enseñado de forma constante y clara todas las verdades católicas en un mismo sentido. Esas verdades católicas están expresadas en el Catecismo. Hay que obedecer el Catecismo y la liturgia de siempre, como hicieron los santos y quienes nos precedieron.

Junto con otras reflexiones, presentamos a continuación un breve resumen de la conferencia magistral que pronunció el profesor Roberto de Mattei en el Rome Life Forum el 18 de mayo de 2018, titulada Obediencia y resistencia en la historia de la Iglesia.

La falsa obediencia es la de quien diviniza a los hombres.que representan la autoridad de la Iglesia, como un papa o un prelado, y llega a aceptar de ellos órdes ilícitas que obviamente debilitan y perjudican la claridad e integridad de la Fe católica.

Hay que explicar que la obediencia tiene un fundamento, una finalidad, unas condiciones, unos límites. Únicamente Dios no tiene límites: es inmenso, infinito, eterno. Toda criatura es limitada, y el límite define su esencia. No existe por tanto en la Tierra ni autoridad ilimitada ni obediencia sin límites. La autoridad está definida por sus propios límites, e igualmente pasa con la obediencia. Conocer esos límites permite perfeccionarse en el ejercicio de la autoridad y en el de la obediencia. El límite de la autoridad que no se puede traspasar es el respeto a la ley divina. Y este respeto está también el límite máximo de la obediencia.

Santo Tomás plantea la cuestión de si los subordinados están sujetos a sus superiores en todo (Summa theologica, II-IIae, q. 104, a. 5) ; su respuesta es negativa. Según explica el Doctor Angélico, los motivos por los que un súbdito puede no estar obligado a su superior son dos. Primero: En consideración a una autoridad mayor, porque es necesario respetar la escala jerárquica de la autoridad. Segundo: Que el superior ordene al súbdito hacer algo ilícito. Por ejemplo, los hijos no están obligados a obedecer a los padres en lo relativo a contraer matrimonio, mantener o no la virginidad y otras cosas por el estilo. Concluye Santo Tomás: «El hombre está sujeto a Dios de modo absoluto, en todas las cosas internas y externas; por eso está obligado a obedecerle en todo. Por el contrario, los súbditos no están sujetos a sus superiores en todo, sino sólo en algunas cosas determinadas. (…) Así pues, pueden distinguirse tres clases de obediencia: la primera, suficiente para salvarse, está en obedecer lo que es obligatorio; la segunda, perfecta, obedece en todo lo que es lícito; y la tercera, desordenada, obedece incluso en lo ilícito» (Summa theologica, II-IIae, q. 104, a. 3).

Esto significa que la obediencia no es ciega ni incondicional, sino que tiene sus límites. En caso de pecado, no sólo mortal sino venial, no tendremos el derecho, sino el deber de desobedecer. Esta norma se aplica también a todo lo que sea nocivo para la vida espiritual. Esto se aplica también cuando se reciben órdenes que comprometen la integridad de la Fe católica o la sacralidad de la liturgia. La historia ha demostrado que obispos, conferencias episcopales, concilios y hasta papas han promulgado errores en su magisterio no infalible. ¿Qué deben hacer los fieles en estos casos? En varias de sus obras, el Doctor Angélico enseña que en caso de peligro para la fe es lícito y hasta obligado resistir públicamente una decisión pontificia, como hizo San Pablo con San Pedro. De hecho, San Pablo, que estaba sujeto a San Pedro, lo reprendió públicamente debido a un gravísimo peligro de escándalo en materia de fe. Dice el comentario de San Agustín que «el mismo San Pedro dio ejemplo a los que gobiernan para que si se apartan del buen camino no rechacen como indebida la corrección por parte de sus súbditos» (Ad. Gál. 2, 14).

La resistencia paulina se manifestó en forma de corrección pública a San Pedro. Santo Tomás dedica toda una cuestión de la Suma a la corrección fraterna, y explica que es un acto de caridad, superior al cuidado de los enfermos de cuerpo y a la limosna, «porque consiste en combatir el mal que padece el hermano, o sea el pecado». La corrección fraterna puede ser de los inferiores a los superiores, y hasta de los laicos a los prelados. «Como, no obstante, el acto virtuoso debe ser moderado por las circunstancias, en la corrección de los súbditos a los superiores se deben observar los modos: no debe hacerse con insolencia ni con dureza, sino con mansedumbre y respeto» (Summa theologica, II-II, q. 33, a. 4, ad 3). Cuando hubiere peligro para la fe, los súbditos tienen el deber de incluso reprender públicamente a sus superiores. «Por eso San Pablo, que era subalterno a San Pedro, lo recriminó públicamente por el peligro de escándalo para la fe» (ibídem).

El sentido de la persona y cargo del Papa está en no ser otra cosa que el Vicario de Cristo, un medio en vez de un fin, y tenemos que entenderlo así o de lo contrario invertiremos la relación entre el fin y los medios. Es importante recalcar esto en unos momentos en que hay mucha confusión en este sentido, sobre todo en los más devotos católicos. Y la obediencia al Papa o al Obispo es igualmente un medio, no un fin.

El Romano Pontífice tiene una potestad plena e inmediata sobre todos los fieles, sobre la cual no hay autoridad alguna en la Tierra, pero no puede alterar ni debilitar con afirmaciones erróneas o ambiguas la integridad de la Fe católica, la divina constitución de la Iglesia ni la perenne tradición de la sacralidad y el carácter propiciatorio de la liturgia de la Santa Misa. Si eso llegara a suceder, los obispos e incluso los laicos tendrían la posibilidad y el deber de no sólo interpelar en privado y en público y proponer correcciones doctrinales, sino hasta de desobedecer un mandato pontificio que altere o debilite la integridad de la Fe, la divina constitución de la Iglesia y la liturgia. Sería un caso excepcional, pero posible, que no vulneraría sino confirmaría la regla de la devoción y obediencia que debe todo católico a aquel que está llamado a confirmar en la fe a sus hermanos. Tales oraciones, llamamientos y solicitudes de corrección doctrinal, junto con la supuesta desobediencia serían, por el contrario, una manifestación de amor al Sumo Pontífice con vistas a ayudarle a superar su peligrosa conducta de descuidar su mayor deber, que es confirmar en la Fe a toda la Iglesia enérgica e inequívocamente.

Es preciso recordar igualmente lo que enseñó el Concilio Vaticano I: «El Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de Pedro, no de manera que ellos pudieran, por revelación suya, dar a conocer alguna nueva doctrina, sino que, por asistencia suya, ellos pudieran guardar santamente y exponer fielmente la revelación transmitida por los Apóstoles» (Constitución dogmática Pastor Aeternus, cap.4).

En los últimos siglos prevalece en la Iglesia un positivismo jurídico combinado con una especie de idolatría. Este positivismo tiende a reducir el derecho a un mero instrumento en manos de quien ejerce el poder, olvidando sus fundamentos metafísicos y morales. Según esta concepción legalista que se ha infiltrado en la Iglesia, todo lo que promulgue la autoridad es justo

Los tratados espirituales nos enseñan cómo debemos actuar en épocas normales, no en tiempos excepcionales como los que vivimos. Reconocemos la suprema autoridad del Papa y su jurisdicción universal, pero sabemos que en el ejercicio de su potestad puede cometer abusos de autoridad, como desgraciadamente ha sucedido en la historia. Queremos obedecer al Papa. A todos los papas, incluido el actual, pero si en la enseñanza de un pontífice encontramos alguna contradicción, siquiera aparente, nuestra norma de juicio es la ley natural y divina, expresada en la bimilenaria Tradición de la Iglesi; es decir, la enseñanza constante de los papas a lo largo de siglos y milenios.

Según el padre Zoffoli, los mayores males de la Iglesia no provienen de la malicia del mundo, de las injerencias y persecuciones del poder laico o de otras religiones, sino principalmente de los elementos humanos que componen el Cuerpo Místico: el laicado y el clero. «Es el desacuedo resultante de la insubordinación de los laicos a la labor del clero, y del clero la voluntad de Cristo» (Potere e obbedienza nella Chiesa, Milán 1996, p. 67.

A la autoridad que se pasa de la raya debe oponérsele una firme resistencia, que puede llegar a ser pública. Ahí está el heroísmo de nuestros tiempos, la manera más seria de ser santos hoy en día. Ser santo significa hacer la voluntad de Dios, y hacer la voluntad de Dios significa obedecer siempre su ley, sobre todo cuando es difícil, cuando resulta difícil, o cuando nos crea conflictos con hombres que, aun siendo representantes legítimos de la autoridad divina en la Tierra (como un papa o un obispo), difunden por desgracia errores y socavan la integridad y claridad de la Fe católica).

Momentos así son muy excepcionales en la historia de la Iglesia, pero se han dado, como es evidente para todos, también en nuestro tiempo.

A lo largo de la Historia, muchos han hecho gala de un comportamiento heroico resistiendo las leyes injustas de las autoridades políticas. Mayor todavía es el heroísmo de quienes resisten las pretensiones de la autoridad eclesiástica de imponer doctrinas que se apartan de la Tradición de la Iglesia. Una resistencia filial, devota y respetuosa, que no lleva a abandonar la Iglesia sino que multiplica el amor a la Iglesia, a Dios y a sus leyes, porque Dios es el fundamento de toda autoridad y toda obediencia

Ha habido santos que, motivados por amor al Papado, la honra de la Sede Apostólica y la persona del Romano Pontífice, como por ejemplo Santa Brígida de Suecia y Santa Catalina de Siena, no han vacilado en amonestar a papas, en ocasiones con palabras enérgicas, como podemos ver en estas palabras del Señor que transmite Santa Brígida a Gregorio XI: «Comienza a reformar la Iglesia que compré con mi Sangre, para que se corrija y reconduzca a su santidad original. Si no cumples esta voluntad mía, no te quepa duda de que serás condenado en mi tribunal celestial con la misma sentencia y justicia espiritual con que se condena y castiga al prelado que es despojado de sus vestiduras sagradas pontificales, humillado y maldecido. Así haré contigo. Te apartaré de la gloria del Cielo. Te amonesto, Gregorio, hijo mío, a que te conviertas a Mí humildemente. Atiende mi consejo» (Libro de las revelaciones, 4, 142).

Por su parte, Santa Catalina de Siena dirigió esta dura amonestación al pontífice mencionado, exigiéndole que reformase a fondo la Iglesia o en caso contrario renunciara al papado: «Santísimo y dulce Padre, vuestra pobre e indigna hija en Cristo el dulce Jesús se encomienda a Vuestra Santidad en la preciosa Sangre del Señor. Así como Él os ha concedido autoridad y la habéis aceptado, ser virtuosos y ejerced vuestra autoridad. Si os negáis a hacerlo, más os valdría deponer el cargo que habéis asumido. Sería de más honra para Dios y más saludable para vuestra alma».

Cuando quienes ejercen autoridad en la Iglesia (el Papa y los obispos) incumplen como sucede hoy en día su obligación de mantener y defender la integridad y claridad de la Fe y la liturgia católicas, Dios pide a la grey, en muchos casos católicos sencillos de a pie, que compensen las deficiencias de sus superiores por medio de súplicas, ruegos de corrección y medios más eficaces como sacrificios y oraciones.

En las graves crisis que asolaron la Iglesia en el siglo XV, en la que con frecuencia el alto clero daba mal ejemplo e incurría en una gravísima dejación de funciones, el cardenal Nicolás de Cusa (1401-1464) quedó hondamente conmovido por un sueño en el que se le mostró la realidad espiritual de la eficacia de las oraciones, los sacrificios y las ofrendas personales. Contempló una escena en la que más de un millar de monjas rezaban en la capilla. No estaban arrodilladas sino de pie. Tenían los brazos abiertos, con las palmas de las manos hacia arriba en gesto de ofrecimiento. En las manos de una joven monja delgada, Nicolás vio al Papa. Era evidente la carga tan pesada que suponía para ella, pero tenía el rostro radiante de alegría. Ésa es la actitud que debemos imitar.


Traducido por Bruno de la Inmaculada