España no se toca (todos somos soldados)
LAUREANO BENITEZ GRANDE-CABALLERO 26/07/2024
«Por las veredas de España
han llegado los perros de plomo:
a esperar que se quiebren nuestros ramos,
a esperar que se quiebren ellos solos»
(Paráfrasis de un poema de García Lorca, perteneciente a su libro Divan del Tamarit)
Ante el tsunami frentepopulista, secesionista y guerracivilista que sacude hoy los cimientos de España, se me vienen a la memoria aquellas palabras del gran poeta americano Walt Whitman, refiriéndose a Lincoln: «¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!».
Contemplo en este crepúsculo aterrador las torres incendiadas de España, que va hacia su destrucción a tumba abierta, a cadáver desenterrado, a momias profanadas en Valles violados por los neomilicianos de la secta de Largo Caballero, neomilicianos directamente venidos desde las cloacas pestilentes de Leninlandia, ahítos de 36, con su cargamento de kryptonita roja para privarnos de nuestra vitalidad y nuestra identidad; neomilicianos de las logias illuminatis, de donde ha salido una siniestra horda de traidores y mercenarios al servicio del Nuevo Orden Mundial, que juega con nosotros a un siniestro «monopoly» donde nos dan crisis como panes; que baila sus macabros vudús sobre las tumbas y la memoria de nuestros héroes; tribu de apesebrados por el NOM que escupe sus lecciones populistas desde la Sierra Maestra de los púlpitos mediáticos, y desde los contubernios donde el Gran Ojo de Horus ejerce de Gran Camarada, cabildeando todo su programa de destrucción de la Patria y de la fe católica. «¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!».
España eterna, España inmemorial, «España mía, combate que atormentas mis adentros, para salvarme y salvarte, con amor te deletreo».
España heroica, raza bravía que ha embestido siempre a los invasores, a sus enemigos, desde Numancia hasta la batalla del Ebro, desde Covadonga hasta Bailén, desde Lepanto hasta las Navas de Tolosa, desde un 2 de mayo hasta un 18 de julio…
Pero ya no somos los mismos: antes éramos un pueblo azul, gallardo y valeroso, que se alzaba como un solo hombre para defender su Patria, sus creencias y sus tradiciones ante lobos jacobinos, ante psicópatas milicianos; ante quemaconventos, matacuras y violamonjas; ante energúmenos puño en alto que arrollaban las calles con su griterío lobuno, con sus aullidos de chacales que buscaban sangre católica fresca.
No… ya no somos los mismos, porque a partir del 75 la mafia del Club Bilderberg tomó las riendas de nuestra Patria para llevarla a las cloacas del NOM, descerebrando a nuestras gentes con una pavorosa educación adoctrinadora en ideología progre; lobotomizando a la juventud en una orgía de porros, botellones y sexo fácil; lavando nuestros cerebros mediante una alevosa manipulación y tergiversación de nuestra historia, que demonizaba a la España franquista mientras glorificaba a la luciferina República golpista, convirtiendo en Arcadia de libertad lo que fue un horrible campo de exterminio de las derechas y los católicos; anestesiándonos y abotargándonos en un consumismo hedonista atroz, que nos succionó vampíricamente la energía, el valor, la integridad, la dignidad, el honor, la responsabilidad, el sacrificio, el esfuerzo, y hasta la inteligencia, hasta convertirnos en un rebaño ovino ignorante y cobarde, incapaz de luchar por sus ideales, porque no los robaron todos con su pernicioso relativismo. Le llaman «mayoría silenciosa», pero es el silencio de los corderos, de las blancas ovejitas listas para el matadero que se abre en canal ante nosotros.
Nos vieron adormilados en nuestra eterna siesta, y butronearon nuestro terruño invadiéndonos de multiculturalidad, que pretende destruir nuestra identidad para que España se vaya por el sumidero de la Historia hacia el Nuevo Orden Mundial.
Nos vieron dormidos, y nos robaron la bandera y el himno, el honor y la historia, las cruces y los valles… aquí están de nuevo los neomilicianos de Bafomet, ectoplasmas de los matacuras y violamonjas de España Pelada, dirigidos por un bafomético presidente del Gobierno que ascendió de los abismos infernales con los Diez mandamientos de Belcebú como programa de desgobierno para la destrucción de España, en medio de una aparatosa tormenta negra, escoltado por las legiones de Walpurgis, con acompañamiento de rayos diabólicos y marjorettes de súcubos. «¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!».
Ante nuestro silencio cobarde, desgañitaron sus amenazas, instalaron sus cenáculos, impusieron sus decretos totalitarios, sus despiadadas consignas patibularias, sus infames mensajes de venganza por lo del 36, arrollando el nombre de muchos españoles ilustres que removieron del callejero. «¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!».
Nos ven como un rebaño acobardado y tembloroso, y por eso caen sobre nosotros sus manadas lobunas de colmillo afilado. No nos ven como españoles valerosos que defienden su historia, sus territorios, sus valores, su patrimonio y su tradición.
España, patria traicionada, casa desolada, solares profanados por los cascos de funestos jinetes del Averno. España, puesta una vez más en almoneda, en una Transición desarrollada siguiendo las consignas del golpista Manuel Azaña, cuya intención —expresando el único programa republicano— tenía como lema las palabras «demolición», «destrucción creadora»: «Concibo la función de la inteligencia en el orden político —decía— como empresa demoledora. En el estado presente de la sociedad española, nada puede hacerse de útil y valedero sin emanciparnos de la historia. Igual que hay gente que hereda la sífilis, así España ha heredado su Historia». España estaba enferma de su historia, y Azaña se proponía acabar con ella, «extirparla como un tumor».
Y así, bajo esta colosal carga de caballería apocalíptica de los enemigos de España, el pueblo español ha sido traicionado y vendido, inconsciente de que íncubos y súcubos desencadenados desde los santuarios del NOM le han robado el alma española, su corazón católico, su inveterada gallardía, su historia.
¿Hasta cuándo dormiremos, mientras esta horda luciferina nos arranca nuestros valores, desguaza nuestra identidad, despedaza nuestros territorios, mancilla nuestro honor, escupe sobre nuestra dignidad de españoles, degrada nuestra Historia?
¿Acabaremos, entonces, despeñados en las barrancas y quebradas de la historia? ¿Resistiremos una vez más, protagonizando otra Reconquista heroica? ¿Seremos capaces de defender con uñas y dientes nuestra Patria de todo ataque a nuestra fe, a nuestra historia, a nuestros valores e ideales, a nuestros símbolos patrios, a nuestras tradiciones?
Un pueblo indomable, gallardo y valeroso, de arrojo legendario, que conquistó selvas impenetrables, fortalezas inexpugnables, océanos infinitos y tierras innumerables, ¿se dejará vencer ahora por una turba de separatistas, por una impresentable caterva de hispanófobos, por una conspiración globalista, aunque ésta tenga detrás todo el poderío de las fuerzas del Tártaro?
¿Hemos llegado hasta aquí, después de tantos siglos de combates para defender nuestros solares, después de tanta sangre derramada, después de tanta aventura épica en las lindes de lo imposible, para capitular ante una élite luciferina, cuando torres más altas hemos desmochado sin compasión?
¿Cómo entender que, por cobardía o por indiferencia, nuestro pueblo, antaño indomable, no haya dado ejemplo de patriotismo, de gallardía, de españolía? ¿Cómo es posible que permanezcamos silenciosos, cómodos, pastoreando nuestra indiferencia en terrazas cerveceras, sumidos en la más profunda catalepsia, en la más pasmosa catatonia, con mirada lobotomizada, con el corazón vergonzosamente seco, con las banderas patrias encerradas en el ángulo oscuro de desvanes olvidados?
Porque, si nos vieran como españoles, si fuéramos españoles, mientras ellos quieren asaltar nuestros cielos, nosotros arrasaríamos sus infiernos, acampando sin miedo ante sus mismas puertas, escracheando sin piedad a sus demonios rojos y morados, cruzando todos los rubicones que opusieran a nuestro paso.
Y gritaríamos multitudinariamente que «España no se toca», rodeándola de ángeles conjurados, de huestes celestiales con sus espadas flamígeras desenfundadas que rechazaran para siempre de nuestra Patria a las hordas del Averno que quieren poner en ella sus manos impías.
En su obra «Centinela contra los franceses», Antonio Capmany y de Montpalau afirmaba: «No: digan cuanto gusten derrotistas y augures pusilánimes, el ímpetu de nuestra raza no se extingue fácilmente. Padecerá eclipses, atonías, postraciones como las han padecido otros pueblos. De su letargo actual, contristador y deprimente, se levantará algún día, cuando un taumaturgo genial, henchido de viril energía y clarividente sentido político, obre el milagro de galvanizar el corazón desconcertado de nuestro pueblo, orientando las voluntades hacia un fin común: la prosperidad de la vieja Hispania.
No es éste tiempo de estarse con los brazos cruzados, ni con la lengua pegada al paladar el que puede usar el don de la palabra para instruir y alentar a sus compatriotas. Nuestra preciosísima libertad está amenazada, la patria corre peligro y pide defensores: desde hoy todos somos soldados».
Es hora de ponerse en pie, y defender nuestros valores como pueblo, nuestra historia, nuestros territorios y nuestra fe, bajo aquel lema que arengó a nuestros soldados en tantas memorables batallas de nuestra Historia: «¡Santiago, y cierra España!».
«Una nación no se pierde porque unos la ataquen, sino porque quienes la aman no la defienden» (Blas de Lezo)
«¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán!».
¡¡¡Santiago y Cierra España!!!
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