miércoles, 23 de septiembre de 2020

El Padre Pío y la Misa

El Padre Pío y la Misa
28 abril, 2020

San Pietro de Pietrelcina, más conocido como Padre Pío, es probablemente uno de los santos más venerados en todo el orbe y el más venerado en Italia. Su manera de vivir el sacramento de la Penitencia, los estigmas que aparecieron en su cuerpo o la casa que levantó para aliviar el sufrimiento de otros le han granjeado miles de hijos espirituales.

Pero hay otro detalle de su biografía que, siendo acaso menos conocido, nos interpela a los católicos de hoy, que hemos tenido que renunciar temporalmente y con sumo dolor al sacramento de la Eucaristía: se trata de sus misas, que, celebradas de modo tan impactante y hermoso, congregaban a miles de personas.

En su libro Padre Pío. Breve historia de un santo, Gabriele Amorth, uno de los exorcistas más importantes de la historia de la Iglesia, explica por qué las misas del Padre Pío cautivaban a cuantos las presenciaban:

Todas las miradas estaban fijas en ese rostro que se contraía continuamente con evidente sufrimiento, aunque el padre hacía claros esfuerzos para que nadie se diera cuenta. Las lágrimas que le inundaban el rostro y que él secaba con un gran pañuelo que tenía siempre al alcance de la mano, fingiendo que se secaba el sudor; ese golpearse en el pecho en el Mea culpa y en el Agnus Dei, con unos golpes tan fuertes que nadie comprendía que cómo podía propinárselos con sus manos heridas; ese prolongado estar de rodillas por el cual a veces daba la impresión de no poder levantarse. Y las largas pausas, con la mirada fija velada por las lágrimas, dando la impresión de no poder proseguir.


Pero ¿era aquello un espectáculo teatral? ¿Se trataba acaso de un show meramente encaminado a atraer a la gente? Nada más lejos de la realidad. En el Padre Pío no había impostura o fingimiento, sino una conmoción real. Era tan consciente del acontecimiento de la misa que eso le hacía estremecerse, temblar, incluso llorar.

No hay duda de que el Padre Pío revivía la Pasión de Jesús (…) Cuando subía al altar, con su paso dolorido, parecía estar subiendo al Calvario. Las palabras que pronunciaba eran las palabras litúrgicas; y la gente respondía al unísono, algo más bien raro entonces, cuando sólo respondían los monaguillos. También en esto se veía el esfuerzo de los presentes por participar lo más posible.

De nuevo, nos recuerda Amorth, sus misas – las del Padre Pío – no atraían a la gente porque el sacerdote se comportase como un showman o asumiese el protagonismo de la celebración, sino por su autenticidad. De algún modo, el Padre Pío ponía a los fieles frente al misterio del sacramento eucarístico:

La misa del Padre Pío no era un misterio especial. El verdadero misterio, que comprendemos tan poco, es la misa en sí. Es un sacrificio, es el memorial incruento de la cruz, es la inmolación de Jesús, que se ofrece al Padre como víctima por nosotros y que se da a nosotros como alimento de vida eterna… Intentamos ayudarnos con expresiones verdaderas, pero incompletas.