martes, 25 de octubre de 2022

Carta de Monseñor Viganò a la Congregación para la Doctrina de la Fe: Corrijan la nota sobre el suero mRNA

Carta de Viganò a la Congregación para la Doctrina de la Fe: 
Corrijan la nota sobre el suero mRNA
21/10/2022

A Su Eminencia Reverendísima Monseñor Cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer, SJ. Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe
Con copia adjunta a:
Su Eminencia Reverendísima Monseñor Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de Su Santidad, Su Eminencia Reverendísima Monseñor Cardenal Peter Turkson, Canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias, y de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales y Su Excelencia Reverendísima Monseñor Vincenzo Paglia, Presidente de la Pontificia Academia para la Vida
18 de octubre de 2022

Eminencia reverendísima:

El año pasado, concretamente el 23 de octubre de 2021, dirigí una carta al presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos en la que expresé –como ya había hecho públicamente– mis grandísimas reservas hacia algunos aspectos sumamente polémicos en cuanto a la licitud moral del empleo de suero génico experimental producido con tecnología mRNA. En dicha carta, redactada con la ayuda y consejos de eminentes científicos y virólogos, puse en evidencia la necesidad de actualizar la nota sobre la moralidad del uso de algunas vacunas contra el cóvid a causa de las pruebas científicas que para entonces habían salido a la luz y previamente declaradas por las propias compañías farmacéuticas.

Permítame Vuestra Eminencia que renueve mi llamado en vista de las recientes declaraciones de Pfizer al Parlamento Europeo y de la publicación de datos oficiales por parte de organismos sanitarios internacionales.

Recuerdo ante todo que el documento del dicasterio que Vuestra Eminencia preside se promulgó el 21 de diciembre de 2020 cuando no había datos completos sobre la naturaleza del suero ni en cuanto a sus componentes, y se desconocían totalmente los resultados de las pruebas de eficacia y seguridad. El objeto de la mencionada nota se limitaba «al aspecto moral del uso de aquellas vacunas contra la Covid-19 que se han desarrollado con líneas celulares procedentes de tejidos obtenidos de dos fetos abortados no espontáneamente». La Congregación subrayaba además: «No se pretende juzgar la seguridad y eficacia de estas vacunas, aun siendo éticamente relevante y necesario, porque su evaluación es competencia de los investigadores biomédicos y las agencias para los medicamentos». La seguridad y la eficacia no eran por tanto la finalidad de la nota, que al hablar de la licitud moral del empleo no consideró oportuno pronunciarse ni siquiera sobre la moralidad de la fabricación de los fármacos mencionados.

La seguridad y eficacia de las vacunas en cuestión habría debido determinarse tras un periodo de experimentación, que habitualmente dura varios años. Pero en este caso las autoridades sanitarias decidieron experimentar en toda la población anulando la práxis científica, las normas internacionales y la legislación interna de los diversos países. Los resultados que se extraen de los datos oficiales publicados en todas las naciones que adoptaron la campaña masiva de vacunación han resultado incontestablemente desastrosos: se observa que las personas que se sometieron a la inoculación del suero experimental no sólo no estuvieron en ningún momento protegidas del virus ni de las formas graves de la enfermedad, sino que también se vieron más expuestas al cóvid 19 y sus variantes al haberse comprometido irreversiblemente su sistema inmunitario por la tecnología mRNA. Los datos ponen de manifiesto igualmente efectos adversos graves a corto y a largo plazo, como esterilidad, abortos espontáneos, transmisión del virus a los lactantes por la leche materna, dolencias cardiacas graves como miocarditis y pericarditis, reaparición de tumores previamente curados y muchas otras enfermedades debilitantes. Los casos de muerte repentina, que hasta hace poco se insistía en que no guardaban la menor relación con la inoculación del suero, están evidenciando por el contrario los efectos de las dosis de refuerzo en individuos sanos, jóvenes y en buena forma física. Entre los militares, rigurosamente controlados por personal médico por razones de seguridad, se hace patente la misma incidencia de efectos adversos a la administración del suero. Infinidad de estudios confirman que el suero puede causar formas de inmunodeficiencia adquirida. El número de fallecimientos y de enfermedades graves a raíz de la vacunación aumenta exponencialmente a nivel mundial: estas vacunas han causado más muertes que todas las administradas en los últimos treinta años. Es más, en numerosos estados el números de fallecimientos entre los vacunados supera al de los muertos por cóvid.

Si bien vuestra congregación no ha expresado su parecer sobre la eficacia y seguridad del suero, no obstante lo califica de vacuna dando por sentado que produce inmunidad y protege del contagio activo y pasivo. Esto último queda desmentido por declaraciones procedentes de autoridades sanitarias mundiales y de la propia OMS, según las cuales los vacunados pueden contagiarse y contagiar de forma más grave que los no vacunados y ven radicalmente mermadas o incluso neutralizadas sus defensas. Esos fármacos oficialmente denominados vacunas no se ajustan a la definición oficial de vacuna a la que suponemos que se refiere la Nota. Una vacuna se define como un preparado destinado a producir anticuerpos por el propio organismo brindándole una resistencia específica a una enfermedad contagiosa determinada, ya sea producida por virus, bacterias o protozoos. La OMS ha modificado esa definición, ya que de lo contrario no habría podido incluir también los fármacos anticóvid, que no generan anticuerpos ni proporcionan una resistencia concreta a una enfermedad contagiosa como es el SarsCoV-2.

Es preciso resaltar que la presencia de óxido de grafeno tanto en los lotes de vacuna como en la sangre de los vacunados ha quedado probada más allá de toda duda razonable, a pesar de no haber la menor justificación científica para ello y de que esté prohibida su utilización farmacológica en humanos debido a su toxicidad. Los devastadores efectos del óxido de grafeno en los órganos de los vacunados son palpables, y es de suponer que las empresas farmacéuticas habrán de responder pronto de ello. Vuestra Eminencia sabrá que el empleo de esas tecnologías con nanoestructuras autoensamblantes de óxido de grafeno han sido patentadas además con el objeto de permitir el seguimiento y control remoto de personas, en concreto con miras a monitorear los parámetros vitales del paciente, conectado a la nube mediante señales bluetooth emitidas por dichas nanoestructuras. Para que vea que estos datos no proceden de elucubraciones conspiracionistas, sepa Vuestra Eminencia que la Unión Europea ha declarado vencedores de un concurso dos proyectos de innovación tecnológica sobre el cerebro humano y el grafeno. Ambos proyectos serán costeados con mil millones de euros cada uno a lo largo de los próximos diez años.

Las vacunas contra el cóvid 19 han sido presentadas como única solución posible a una dolencia mortal. Esto era falso desde el primer momento, y dos años después se ha confirmado su falsedad: había y hay otros remedios, pero han sido sistemáticamente boicoteados por las compañías farmacéuticas porque eran muy baratas y no les resultaban rentables. Las publicaciones científicas, financiadas por las grandes casas farmacéuticas, los han desacreditado también en artículos que fueron retirados poco después por basarse en datos claramente falsos. Por otra parte, el cóvid 19 ha demostrado ser –como ya se sabía y era científicamente evidente– una forma estacional de un coronavirus curable, no mortal, salvo en casos porcentualmente insignificantes de una gripe estacional cualquiera, y aun así relativamente, en pacientes aquejados de otras dolencias. El monitoreo de coronavirus a lo largo de los años no deja lugar a la menor duda al respecto, y tira por tierra el argumento de emergencia sanitaria que servía de pretexto para imponer la vacunación.

Según las normas internacionales, no se puede autorizar la distribución de un fármaco experimental a no ser que no exista otro remedio eficaz. Por eso las agencias del medicamento de todo el mundo han vetado el uso de la ivermectina, el plasma hiperinmune y otras terapias de demostrada eficacia. No es necesario que recuerde a Vuestra Eminencia que todas esas agencias, junto con la OMS, están financiadas en casi su totalidad por empresas farmacéuticas y por fundaciones asociadas a éstas, y que hay un gravísimo conflicto de intereses a todos los niveles. En los próximos días, la presidenta de la Comisión Europea Ursula von Leyden habrá de responder ante el Parlamento de la financiación del Plan de Recuperación y Resiliencia que obtuvo para los laboratorios de Italia y Grecia por la empresa farmacéutica en la que trabaja su marido. No olvidemos tampoco que la misma presidenta se ha negado a facilitar al Tribunal de Cuentas europeo el texto de los mensajes intercambiados con el presidente de Pfizer Albert Bourla sobre los contratos de suministro, hasta hoy secretos.

La imposición del suero experimental se ha verificado mediante un despliegue de medios sin igual en la historia reciente, recurriendo a técnicas de manipulación de masas bien conocidas por los especialistas en psicología social. En tal operación de terrorismo mediático y violación de los derechos naturales de las personas mediante sobornos y discriminaciones intolerables, la Jerarquía católica ha optado por alinearse con el sistema, promoviendo supuestas vacunas y llegando a recomendar como un deber moral inocularse con ellas. La autoridad espiritual del Romano Pontífice y su influencia mediática, hábilmente utilizada por los medios para confirmar la narración oficial, han sido esenciales para el éxito de principio a fin de la campaña de vacunación y para convencer a numerosos fieles para que se sometan a ella por la confianza que tienen en el Papa y en su misión ante el mundo. La obligación de vacunarse impuesta a los empleados de la Santa Sede siguiendo la norma impuesta en otros estados confirman la adopción sin reservas del Vaticano de posturas sumamente imprudentes y apresuradas, carentes de toda validez científica. Esto expone al Estado Vaticano a posibles juicios compensatorios por parte de sus empleados, con posibles graves daños al erario. No es imposible tampoco que se incoen causas colectivas de los fieles contra unos pastores que se han convertido en expendedores de medicamentos peligrosos.

Han pasado más de dos años y la Iglesia no ha considera que tenga que corregir la Nota, que en vista de las evidencias científicas ha quedado superada y contradicha por la cruda realidad. La Congregación para la Doctrina de la Fe se limitó a valorar la moralidad del uso de las vacunas, y no tuvo en cuenta la proporcionalidad entre los beneficios de un suero génico, que brillan por su ausencia, y los efectos colaterales adversos a corto y a largo plazo, ya a la vista de todos. Siendo patente que medicinas vendidas como vacunas no aportan ningún beneficio significativo, sino que al contrario, pueden causar un elevado porcentaje de muertes y enfermedades graves incluso en pacientes para los cuales el cóvid no supone un peligro, no es posible ya seguir considerando válida la proporción entre riesgos y beneficios. Esto tira por tierra uno de los supuestos en que se basaba la Nota: «La moralidad de la vacunación depende no sólo del deber de proteger la propia salud, sino también del deber de perseguir el bien común. Bien que, a falta de otros medios para detener o incluso prevenir la epidemia, puede hacer recomendable la vacunación, especialmente para proteger a los más débiles y más expuestos» (nº 5). Sabemos de sobra que no hay falta de otros medios, y que el suero no impide ni previene la pandemia. Esto hace que la vacuna mRNA producida a partir de líneas celulares procedentes de abortos no sólo sea moralmente inaceptable, sino también peligrosísima para la propia salud, y en el caso de las embarazadas, para su descendencia.

A la hora de expresar una valoración moral de las vacunas, la Iglesia no puede dejar de tener en cuenta los numerosos factores que se deben tener en cuenta para formarse un juicio completo . Esta Congregación no puede limitarse a teorizar genéricamente sobre la licitud moral del fármaco en sí –licitud totalmente discutible en vista de la ineficacia, la falta de pruebas de genotoxicidad y cancerigenocidad y la evidencia de los efectos secundarios–; deberá pronunciarse cuanto antes sobre el hecho de que, habiendo quedado demostrada la total inutilidad para detener o incluso prevenir la epidemia, no puede seguir suministrándose. Es más, las autoridades sanitarias y empresas fabricantes tienen la obligación moral de retirarlo por dañino y peligroso, y los fieles de rechazar la vacuna.

Creo además, Eminencia Reverendísima, que ha llegado la hora de que la Santa Sede se distancie definitivamente de las entidades privadas y las multinacionales que han querido aprovecharse de la autoridad moral de la Iglesia Católica para avalar el proyecto maltusiano de la Agenda 2030 de las Naciones Unidas y el Gran Reinicio del Foro Económico Mundial. No se puede tolerar que la voz de la Iglesia de Cristo siga haciéndose cómplice de un plan de reducción de la población del mundo basado en la patologización crónica de la humanidad y el fomento de la esterilidad. Y se hace todavía más necesario dado el escandaloso conflicto de intereses al que se expone la Santa Sede al aceptar el patrocinio y financiamiento de los artífices de esos planes criminales.

Vuestra Eminencia será consciente de las gravísimas consecuencias para la Santa Iglesia de su temerario respaldo de la narrativa psicopandémica. Aprovechar las palabras e intervenciones de Francisco para inducir a los fieles a someterse a un suero que no sólo ha demostrado no servir para nada sino ser gravemente perjudicial es algo que ha perjudicado gravemente la autoridad del Vaticano al llevarlo a hacer propaganda de una terapia basada en ausencia de datos o datos falsos. Este proceder precipitado y no carente de sombras ha supuesto una injerencia de la suprema autoridad de la Iglesia en un terreno de estrecha competencia científica que «es competencia de los investigadores biomédicos y las agencias para los medicamentos». ¿Con qué tranquilidad, con qué confianza van a poder los fieles católicos y quienes buscan en la Iglesia una orientación segura seguir considerando confiables y dignos de crédito sus posturas después de semejante traición? ¿Y qué reparación podrá remediar el daño infligido a quienes por carecer de formación y competencia se han sometido a un tratamiento que ha comprometido su salud o les ha causado una muerte prematura, solo porque se lo recomendó el Papa, su obispo o su párroco? Todo porque al no estar vacunados no se les permitía frecuentar la iglesia, ayudar a Misa o cantar en el coro.

En estos años la Jerarquía ha sufrido a una decadencia directamente proporcional al apoyo que ha concedido a la ideología mundialista. Su firme apoyo a la campaña de vacunación no es un caso aislado, dada la participación de la Santa Sede en proyectos sobre el clima –también basados en falsas premisas sin el menor rigor científico– y el transhumanismo. Pero no es ese el fin para el que Nuestro Señor ha puesto a la Iglesia en la Tierra. Ante todo su misión es proclamar la Verdad, manteniéndose bien apartada de peligrosos intereses compartidos con los poderosos de este mundo. Y con más razón cuando éstos se oponen palpablemente a las enseñanzas de Cristo y la moral católica. Si la Jerarquía no se aparta de estas actitudes serviles, le faltarán el valor y la dignidad para alzarse contra la mentalidad del mundo, se verá arrollada y será víctima de su incapacidad para ser piedra de tropiezo y signo de contradicción.

Tengo la certeza, Eminencia, de que tendrá en consideración la particular gravedad de estas cuestiones, la salud de una intervención sabia y fiel a las enseñanzas del Evangelio y la salud de las almas, que es y sigue siendo la ley suprema de la Iglesia.

In Christo Rege,

+ Carlo Maria Viganò, arzobispo
ex Nuncio Apostólico en los Estados Unidos de América

Traducido por Bruno de la Inmaculada

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