viernes, 27 de enero de 2023

Moscú, la Tercera Roma (y II)

Moscú, la Tercera Roma (y II)
Mario Lozano

Si la conquista de la Segunda Roma por los turcos fue traumática para Occidente, lo fue muchísimo más para el cristianismo oriental. En la primera parte comenté que los rusos habían recibido su fe de Bizancio y tenían un vínculo espiritual y afectivo grandísimo con esa ciudad.

Así que muy pronto arraigó entre ellos la idea de que Moscú era la Tercera Roma. Consideración nada peregrina. Primero por lo ya citado en materia religiosa y sentimental, pero también -muy importante-, porque existe legitimidad dinástica. Y es que el gran duque de Moscú, Iván III, estaba casado con Sofía Paleóloga, sobrina del último emperador y se consideraba heredero de aquella dinastía, una tradición que continuaron los sucesivos grandes duques y luego zares de Rusia.

Por unas y otras razones la recuperación de Constantinopla ha sido una idea siempre presente en la política exterior rusa. Haber tenido que renunciar a ello cuando fue posible nos informa sobre el pensamiento y actitud de los demás jugadores en el tablero internacional.

Grigori Potiomkin

Continuando con nuestra historia, pasaron los siglos y Rusia seguía su lucha en solitario contra los turcos. Al terminar la guerra ruso-turca en 1774, con la victoria de Rusia, se libera la zona norte del Mar Negro y se consigue el Kanato de Crimea, que en 1783 Catalina II “la Grande” integra en el Imperio Ruso. En ese mismo año Grigori Potiomkin funda la ciudad de Sebastopol que se convierte en una importante base naval artillada y posteriormente en un activo puerto. Odessa se funda en 1794.

Pero claro, todos estos éxitos y esta progresión de Rusia despertó la atención de las potencias occidentales. Aquellos bárbaros salvajes resulta que no lo eran tanto y se estaban expansionando. Esto no se podía tolerar. Daba igual que esa expansión fuera hacia oriente y el sur. No lo podían tolerar, como no toleraron nunca que fuese España la que descubriese, evangelizase y colonizase América y como -andando el tiempo- tampoco iban a tolerar que otra nación -Prusia (futura Alemania) -, se les subiese a las barbas. Así que dejaron su apatía e indiferencia de siglos atrás, máxime cuando la cultura rusa comenzó a llegar hasta los refinados salones de París y Londres.


Aunque Rusia había demostrado siempre un respeto reverencial por Europa Occidental y más específicamente por la cultura francesa, el trato a la inversa fue la incomprensión y el desprecio. En el siglo XVIII era un deporte nacional opinar peyorativamente sobre Rusia (y España). El temor y la envidia hacia aquel imperio que en nada molestaba a Occidente, excitaba e inquietaba. Así Diderot ya vaticinaba que ese imperio estaba destinado a desmembrarse. Es el patrón de las leyendas negras: el imperio molesto no prosperará, está destinado a sucumbir…La Ilustración hablaba mucho y sabia de Rusia bastante poco. Y el desconocimiento condujo al miedo.

Napoleón pensaba que “Europa está destinada a ser el botín de Rusia”. Y siguiendo el absurdo se llegó a despreciar el potencial de Rusia, ceguera impensable en el entonces dueño de Europa -tenido por gran estratega-, que le condujo a cometer el gravísimo error militar mundialmente conocido que causó finalmente el desastre sin paliativos de 1812. El genial compositor ruso Tchaikovski inmortalizó el evento en su imponente “Obertura 1812”. Error que en 1942 incomprensiblemente volvería a cometer -calcado-, otro gran estratega y dueño del momento europeo: Adolf Hitler.

No sirvió de escarmiento. Tras las guerras napoleónicas, la propaganda antirrusa continuó. Se destacó en ella el que había sido antiguo confesor de Napoleón, Dominique-Georges-Fréderic Dufour de Pradt, para quien Rusia es despótica, asiática y está hambrienta de conquistar Europa (¿les suena esto?). Y al igual que había ocurrido con los groseros y mentirosos dibujos de Lucas Cranach, al servicio de los enemigos de España, en el siglo XIX prestigiosos artistas no udaron en utilizar también el arma de la burla chabacana, como Gustave Doré en su “Historia de la Sagrada Rusia”, empleándose en dibujos tan ordinarios y vulgares como los panfletos luteranos o los orangistas. Soldados luchando sin cabeza, borrachos barbudos, viejas de aspecto brujeril y otras caricaturas de este jaez. En 1851, el escritor francés Jules Michelet describió Rusia como un “gigante frío y famélico cuya boca se abre hacia el rico Occidente. […] Rusia es el cólera […] el imperio de la mentira”.


Lord Palmerston fue uno de los más decididos partidarios de adoptar una actitud de inflexibilidad frente a Rusia para reducir su influencia en la política europea

En el Reino Unido ocurría otro tanto. La prensa no dejaba de propagar disparates sobre un eventual ataque ruso a la India, la colonia más rica y próspera del Imperio británico; incluso el ejército, aunque los estrategas militares no considerasen un ataque, sí llegó a sopesar la necesidad de asegurar el dominio de las rutas comerciales que unían el subcontinente indio con la metrópoli y eliminar toda competencia rusa en ella. Así que al fin también cundió el recelo y la ignorancia. Los rusos no solo daban miedo, estaban en el nivel infraeuropeo de la existencia. Lord Palmerston fue uno de los más decididos partidarios de adoptar una actitud de inflexibilidad frente a Rusia para reducir su influencia en la política europea; daba igual que todo estuviese infundado y que claramente lo hubiesen explicado sinceramente los rusos para que quedara claro hasta dónde llegaban sus ambiciones: lo que realmente deseaba Rusia era proseguir sus conquistas sobre los restos del Imperio Otomano y llegar a Estambul para restaurarla como la antigua ciudad cristiana que fuera Constantinopla/Bizancio.

Sinceridad que reconoce Gleason al estudiar la correspondencia diplomática y los archivos rusos. Pero Gran Bretaña hizo caso omiso y tomó la iniciativa rusa como una amenaza para sus intereses bajo la excusa del control sobre los pasos hacia el Mar Negro. De esta manera, puso en marcha la poderosa maquinaria de la leyenda negra, combinando la acción de las élites políticas e intelectuales con la prensa ( ¿les suena esto?). Pero la realidad es que no era la esfera rusa la que se extendía sino la británica ya que los británicos se afanaban en los Balcanes, en el Cáucaso, en Afganistán y Persia, y también en Constantinopla, Siria y Egipto, (Gleason: “ The Génesis of Russiophobia” pag 3).

Constantinopla

Así que finalmente y sin haber entendido nada sobre la lección del error cometido por Napoleón décadas antes, Gran Bretaña y Francia decidieron ayudar a los otomanos y entorpecer la progresión de Rusia hacia el sur. Había que dar un gran golpe pero pasaba el tiempo y no conseguían gran cosa. Los británicos llegaron a intentar conquistar nada menos que Moscú. Así, desde el Báltico, el almirante Charles Napier y el general Achille Baraguey d’Hilliers conquistaron la fortaleza de Bomarsund y trataron de amenazar la propia capital rusa, pero no pudieron expugnar las fortalezas de Kronstadt y Sveaborg que la protegían. Finalmente, decidieron desembarcar en Sebastopol, dando así comienzo a la crudelísima Guerra de Crimea (1854-56), completamente desastrosa para todos los contendientes, pero sobre todo para Francia e Inglaterra; una auténtica locura que causó muerte y ruinas económicas por la ambición, la ignorancia y la estupidez de muchos. El asedio se caracterizó además por la crueldad de los bombardeos aliados sobre la ciudad causando miles de muertos civiles. Práctica que se multiplicaría andando el tiempo durante la Segunda Guerra Mundial sobre las ciudades de Alemania. Y lo más enojoso -o hilarante, si no fuera por la tragedia que fue-, es que los aliados no consiguieron nada, pues suscrito el Tratado de Paris los aliados tuvieron que retirarse de Sebastopol el 12 de Julio de 1856, tras -cómo no- volar sus muelles y fortificaciones. Y Rusia, centrada en defender Sebastopol, se vio obligada a abandonar todo proyecto de recuperar la antigua Constantinopla, así que si alguna vez alguien se pregunta por qué la antigua Constantinopla cristiana sigue siendo turca y musulmana, ya saben a quienes hay que agradecérselo.

Rusia jamás tuvo la intención de atacar a Inglaterra ni a Francia, ni a las rutas comerciales de nadie, ni merendarse Europa entera, y sin embargo la prensa y los políticos mintieron y propagaron sandeces infundadas. A mediados del siglo XIX no existía la Unión Soviética ni Vladimir Putin, y cundió la rusofobia y el menosprecio.

Tratar hoy de explicar el conflicto Rusia-Ucrania sin tener en cuenta detalles que perduran desde hace siglos, es como si nos señalan la Luna y miramos al dedo. Y Occidente se ha mirado demasiado tiempo su dedo. Lo refleja perfectamente el extraordinario libro de Christopher Clark “Los Sonámbulos”, el caminar enloquecido hacia la Primera Guerra Mundial, cuyo mal término causó a su vez la Segunda. Resultado: ruina, miseria y millones de muertos.