lunes, 20 de enero de 2014

Condena de la Iglesia Católica a la Masonería. "En penumbras: La Masonería en Uruguay" (1170)



Documentos Vaticano (Blog Clavijo)

InfoCatólica-Daniel Iglesias (1/1/2014)
Comentario crítico del libro de Fernando Amado,
"En penumbras. La Masonería uruguaya (1973-2008). 

1. Un libro filo-masónico

En el Prefacio del libro en cuestión, que fue un best-seller a escala uruguaya, el autor dice que el objetivo de su libro es “desmitificar las fantasías que se tejen alrededor de la (institución masónica)… e intentar desnudar la verdadera esencia de la orden.” (p. 15). Intenta presentar su trabajo como una investigación objetiva y desapasionada: “El escritor e investigador no debe pertenecer al colectivo que piensa analizar. No sería leal con el lector.” (pp. 15-16).

No obstante, el autor reconoce su fascinación por la masonería: “Lo cierto es que cada día que pasaba quería saber más y más sobre la realidad de la Masonería, una institución que había logrado despertar en mí un interés tan impresionante que sólo podía compararse con mi gran amor: la política. Era todo un mundo nuevo y fascinante a la vez” (p. 15).

El lector puede comprobar fácilmente que esa fascinación anuló en buena medida el sentido crítico del autor, quien, a lo largo de toda su obra, se esfuerza por justificar todos los defectos y errores de la masonería, terminando siempre por absolverla. Estamos, pues, ante un libro evidentemente filo-masónico. Como prueba, me limitaré a citar dos textos, contenidos al comienzo y al final del libro, respectivamente.

El Capítulo I comienza con estas palabras: “La Masonería goza en todo el mundo de una reputación y una ascendencia casi incomparable. Para sus integrantes, y para aquellos que no la integran pero la defienden, una reputación mayoritariamente intachable que ha permitido en definitiva su supervivencia hasta hoy.” (p. 19).

Al final del último capítulo del libro, en un apartado titulado “El verdadero poder de los masones uruguayos: la formación en valores”, el autor presenta sus propias conclusiones sobre el tema analizado: “La Masonería del Uruguay forma y recuerda a todos sus obreros, con pequeños o gigantes nombres, pero en definitiva todos ellos con la misma vocación de servicio… La Masonería en el Uruguay ha tenido el privilegio de albergar en su seno a miles de hombres íntegros e intachables. Quizás agudizando nuestros sentidos podamos percibir a un masón al hablar o al actuar, sin necesidad de tener que verlo ataviado… (Su) único objetivo es que cada uno logre perfeccionarse interiormente para luego llegar a ser cada día una mejor persona y un mejor ciudadano. Lo humano no es perfecto, si no no sería humano… y por ello siempre habrá masones regulares, buenos y excelentes; lo único perfecto es la institución.” (p. 277-279).

Un simple silogismo prueba que el autor, impulsado por su amor a la masonería, ha llegado a una conclusión irracional: Todo lo humano es imperfecto. La institución masónica es perfecta. Ergo, la institución masónica no es humana, sino un camino de sabiduría supremo, sobrehumano, divino… No hay ningún argumento válido, ni histórico ni filosófico, que sustente esta desmesurada pretensión.

2. Un libro anti-católico

La opinión del autor acerca del catolicismo queda de manifiesto sobre todo en el siguiente párrafo, que merece ser transcripto íntegramente: “Ser masón en el Uruguay es ser un cabal librepensador. Filosóficamente, la razón es la que permite dilucidar verdades. Esto sin disminuir, deteriorar, desacreditar o menguar ninguna idea, y mucho menos ninguna fe. Este es quizás uno de los puntos más álgidos de enfrentamiento que el Catolicismo tiene con la Masonería. Más allá del mito, casi leyenda urbana, de que los masones pisan o escupen crucifijos en alguno de sus rituales, se encuentra una diferencia muy honda de naturaleza filosófica con la fe católica, radicada en esta simple y a la vez compleja idea. Los dogmas atentan contra la libertad, acotando el libre pensamiento y, por lo tanto, el juicio. Esto no va en detrimento de la validez de la fe católica. Muy por el contrario. Esa fe, como otras, es respetada como tal, y el masón que la profese habrá utilizado su libre pensamiento y su razón para decidir que es en eso en lo que cree. La Iglesia católica apostólica romana considera que esa verdad revelada por Dios es la única válida, por su carácter divino y sobrenatural, no dejando espacio para la libertad de conciencia.” (p. 278).

El autor incurre aquí en un cúmulo de errores y de contradicciones.

Consideremos en primer lugar su conclusión: “La Iglesia católica… no (deja)… espacio para la libertad de conciencia.” (p. 278), de lo cual se deduce que –en última instancia– es una institución nociva para el desarrollo humano y social.

La acusación del autor contra la Iglesia Católica es totalmente falsa. La verdad revelada por Dios a los hombres en Jesucristo y transmitida por la Iglesia Católica no atenta contra la libertad humana, sino que la salva y la eleva, perfeccionándola. Es semejante a una luz encendida en medio de la oscuridad, que no quita al caminante su libertad de elegir su propio camino, sino que lo ayuda a hacerlo. Esto ya lo dijo el mismo Jesús: “Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en Él: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres».” (Juan 8,31-32).

Las tres virtudes teologales del cristiano (fe, esperanza y caridad o amor) suponen la libertad del hombre. El acto de fe es libre por su misma esencia. Es imposible obligar a alguien a creer en Dios, en Cristo o en la Iglesia, porque la fe no es una coacción exterior, sino un acto interior del hombre. La defensa de la libertad religiosa, entonces, no es una concesión de la Iglesia al liberalismo, sino una exigencia intrínseca del mismo cristianismo. Algo similar se puede decir acerca de la esperanza, que consiste en esperar el cumplimiento de las promesas del mismo Dios en quien creemos. Y el amor es, clarísimamente, un acto libre. Se puede obligar a alguien a cumplir determinadas leyes y normas o a realizar determinados ritos y actos externos, pero sólo por una libre e íntima decisión personal se puede cumplir el doble mandamiento que sintetiza toda la moral cristiana: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo.

Probablemente en el fondo de la filosofía masónica yazca la errónea concepción de que Dios –si existe– es enemigo del hombre. El cristiano, en cambio, sabe que Dios y el hombre no se oponen, y que la sabiduría y la libertad infinitas de Dios no anulan, sino que hacen posibles, la sabiduría y la libertad finitas del hombre. El ser humano ha sido creado a imagen de Dios y está llamado a ser hijo de Dios y a realizarse plenamente en una comunión eterna de amor con Dios y con sus hermanos. Éste es el sublime destino del hombre, que el cristiano conoce por la fe, y que la filosofía masónica desconoce.

Además, según la doctrina católica ortodoxa, el acto de fe no es irracional, sino suprarracional. Es un acto de la inteligencia, movida por la voluntad de adherirse a la verdad revelada por Dios, el Ser sapientísimo y perfectísimo, que no puede ni engañarse ni engañarnos. La fe cristiana está basada en motivos racionales de credibilidad (los “preámbulos de la fe”), que están al alcance de la sola razón natural. Así, la razón humana es capaz de demostrar la existencia de Dios, de probar que los Evangelios cumplen los criterios de historicidad generalmente aceptados, de constatar que en la historia de la Iglesia Católica se da una continuidad sustancial, desde su fundación por Jesucristo hasta hoy, etc. En suma, según la doctrina católica, el camino que conduce al hombre hacia el acto de fe cristiana es un camino plenamente racional.

Pasemos ahora al asunto de los dogmas. Si alguien, impulsado por razones de peso suficiente, ha llegado a creer en Dios, en que Dios ha hablado a los hombres en Jesucristo, la Palabra de Dios hecha carne, y en que el Espíritu de Dios y de Cristo es el alma de la Iglesia fundada por el mismo Cristo, ¿qué otra actitud le cabe –racionalmente– sino la de confiar enteramente en la Palabra de Dios transmitida en la Sagrada Escritura y en la vida de la Iglesia, e interpretada con la autoridad de Cristo por el Magisterio de la Iglesia? ¿Y qué otra cosa es un “dogma”, sino la solemne definición, dada por la máxima autoridad de esa Iglesia –con la asistencia del Espíritu Santo, prometida por el mismo Jesús–, de que una verdad determinada está contenida en la Divina Revelación y por ello debe ser creída firmemente por todo verdadero cristiano? ¿Qué puede ser más razonable que aceptar la verdad de la Palabra del mismo Dios? Ser “dogmático”, entonces, en el verdadero sentido de la palabra, más allá de las distorsiones del lenguaje masónico, es aceptar a Dios como Dios, como lo que Él verdaderamente es, infinitamente sabio y bueno; es aceptar sus designios sin reservas, con la plena confianza que Él nos merece, como Padre nuestro amantísimo.

Volvamos ahora al comienzo del párrafo citado: “Ser masón en el Uruguay es ser un cabal librepensador. Filosóficamente, la razón es la que permite dilucidar verdades.” (p. 278).

He aquí una profesión de fe racionalista: sólo la razón natural (y no la fe sobrenatural) es verdadero medio de conocimiento. La filosofía masónica acepta sin pruebas racionales (“dogmáticamente”, en el mal sentido de la palabra que los propios masones han popularizado) ese falso postulado racionalista. El cristiano, en cambio, sabe que la fe y la razón son dos formas, distintas pero compatibles y complementarias entre sí, de acceder al conocimiento.

Fijemos ahora la atención en una gran contradicción del párrafo citado. Allí el autor, al igual que varios masones entrevistados por él a lo largo de todo el libro, insiste en que la masonería es compatible con todas las religiones, incluso el catolicismo. En otras partes del libro, fuentes masónicas subrayan que la masonería acepta miembros católicos y afirman que el conflicto entre la Iglesia Católica y la Masonería es responsabilidad exclusiva de la Iglesia. Sin embargo, por otra parte resulta claro que ser masón es ser racionalista, que la masonería rechaza todos los dogmas de fe sobrenatural (por lo cual rechaza, en definitiva, el catolicismo en sí) y que, para ser masón, un católico debe cuestionar y poner en duda la pretensión de verdad de la religión cristiana. Así queda patente que la machacona retórica de la masonería acerca de su presunto respeto al catolicismo es insustancial. La masonería sólo acepta miembros católicos que no tomen su catolicismo real y radicalmente en serio, que no crean en dogmas, que no acepten con certeza plena que la Palabra de Dios es la verdad y la luz de nuestros ojos. La masonería sólo es compatible con un catolicismo light, en definitiva falso. Con el catolicismo ortodoxo (o sea, verdadero), ella no acepta ninguna componenda, ni siquiera una tregua.

Haré una última observación. El autor desestima como un mito la versión de que algunos rituales masónicos son directamente anticatólicos o incluso blasfemos. No entro en el fondo de la cuestión. Sólo pregunto si el autor habrá llegado a conocer todos los rituales de todos los grados de todos los ritos masónicos. Me parece que sólo así él estaría en condiciones de hacer ese juicio acerca de los rituales masónicos, es decir, acerca de lo más secreto (cf. pp. 60-61) de la organización secreta más influyente de la historia.

3. La condena de la Iglesia católica a la Masonería

Ahora comentaré el comienzo del Capítulo IV, titulado “La Iglesia católica y su adversario de todas las horas: la Masonería”. Citaré el texto del autor en letra itálica, intercalando mis comentarios en letra normal.

“1. ¿Ser católico y ser masón, es posible?

1.1 La condena universal de la Iglesia católica
Lo primero que debemos señalar es que la respuesta a esta pregunta nos introduce en un terreno harto sinuoso, de múltiples y variadas respuestas.” (p. 77)

En realidad, no es así. Esa pregunta admite sólo dos respuestas: “Sí” (la respuesta masónica) o “No” (la respuesta católica).

“Sin embargo, históricamente la contestación es algo más sencilla, al punto de que, según se dice, hubo varios Papas masones.” (Íbidem).

Resulta chocante que en un libro que pretende ser el resultado de una investigación periodística seria, y en el que además se rechaza gratuitamente como mitos o leyendas varias acusaciones contra la masonería, se incluya la absurda afirmación de que “hubo varios Papas masones”, basándola únicamente en un “se dice”. De un periodista que hace bien su trabajo cabría esperar al menos que indicase la lista de los supuestos “Papas masones” y que apoyase esa lista en –por lo menos– una fuente confiable de información histórica.

“Pero la embestida católica universal contra la Masonería comienza en 1738 cuando se emite la encíclica In eminenti, que instituye la excomunión de todos los católicos que pertenecían o pretendían ingresar a la sociedad secreta conocida como Masonería.” (Íbidem).

Aquí el autor parece contradecirse. Es sabido que la masonería moderna nació en 1717, en la ciudad de Londres. Apenas 21 años después, lo cual es poco tiempo para una época en la que el ritmo de los acontecimientos históricos era mucho más lento que el actual, el Papa Clemente XII condenó la masonería, condena que la Iglesia Católica ha mantenido invariablemente desde entonces hasta hoy, a tal punto que el autor (siguiendo el punto de vista masónico) habla de “la embestida católica universal contra la Masonería”. ¿Qué espacio queda entonces para los supuestos “Papas masones”? ¿Hubo, según Fernando Amado, varios Papas masones de 1717 a 1738, en la época en que la naciente masonería moderna comenzó a difundirse por Europa y en que Roma tomó conciencia de sus amenazas contra la fe católica? ¿O bien hubo, según Amado, varios Papas masones de 1738 en adelante, Papas que a la vez mantuvieron firmemente la condena papal a la masonería? ¿O quizás Amado se refiere al período anterior a 1717, ignorando que la masonería moderna (nacida en ese año) es sustancialmente diferente de la masonería medieval (que era plenamente católica), asemejándose a ella sólo en algunos aspectos externos, no en su espíritu? Sería interesante saberlo.

Por lo demás, “la embestida católica universal contra la Masonería” (o, como tituló más arriba el mismo autor, “la condena universal de la Iglesia católica” a la masonería) no deja ningún espacio para el “terreno harto sinuoso, de múltiples y variadas respuestas”, postulado poco antes por Amado.

Agrego una última precisión: la referida excomunión afecta sólo a los católicos que han ingresado a la masonería, no a los que pretenden hacerlo, según la interpretación rigorista del autor.

4. ¿Católicos y masones a la vez?

Entrevistado por el autor, el Dr. Luis Alberto Lacalle, ex Presidente de la República, declaró lo siguiente: “Antes que nada quiero decir que yo no soy masón;… Tengo por tanto un gran respeto por la institución masónica, y creo que en la versión moderna las antinomias y las prohibiciones que nos alcanzaban a los católicos respecto de la misma han desaparecido, y tengo grandes amigos que son integrantes.” (p. 154).

Debo decir que el Dr. Lacalle está mal informado respecto a la actual relación entre el catolicismo y la masonería. A continuación (y hasta el final de este numeral) haré una exposición basada en gran parte en un artículo publicado en Aciprensa, titulado “¿Por qué un católico no puede ser masón?”.

A lo largo de su historia la Iglesia católica ha condenado la pertenencia de sus fieles a asociaciones contrarias a la fe cristiana o que podían poner en peligro esa fe. Entre esas asociaciones se encuentra la masonería. Actualmente rige el Código de Derecho Canónico promulgado por el Papa Juan Pablo II el 25 de enero de 1983, el que, en su canon 1374, establece: “Quien se inscribe en una asociación que maquina contra la Iglesia debe ser castigado con una pena justa; quien promueve o dirige esa asociación ha de ser castigado con entredicho".

Esta redacción supuso novedades respecto al Código de 1917, pues no se menciona expresamente a la masonería como asociación que maquina contra la Iglesia. Previendo posibles confusiones, exactamente un día antes de que entrara en vigor el nuevo Código en 1983, fue publicada una declaración firmada por el Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En ella se señala que el criterio de la Iglesia sobre la masonería no ha variado en absoluto con respecto a las anteriores declaraciones, y que la nominación expresa de la masonería se había omitido por incluirla junto a otras asociaciones. Se indica, además, que los principios de la masonería siguen siendo incompatibles con la doctrina de la Iglesia, y que los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas no pueden acceder a la Sagrada Comunión.

La Iglesia ha condenado siempre la masonería. En el siglo XVIII los Papas lo hicieron con mucha fuerza, y en el siglo XIX persistieron en ello. En el Código de Derecho Canónico de 1917 se excomulgaba a los católicos que dieran su nombre a la masonería. En el Código de Derecho Canónico de 1983 desaparece la mención explícita de la masonería, lo que ha podido crear en algunos la falsa opinión de que la Iglesia aprueba o tolera que sus fieles sean masones.

Es difícil hallar un tema sobre el que las autoridades de la Iglesia católica se hayan pronunciado tan reiteradamente como en el de la masonería: desde 1738 a 1980 se conservan no menos de 371 documentos críticos sobre la masonería, a los que hay que añadir las abundantes intervenciones de los dicasterios de la Curia Romana y, a partir sobre todo del Concilio Vaticano II, las no menos numerosas declaraciones de las Conferencias Episcopales y de los Obispos de todo el mundo. Todo ello está indicando que nos encontramos ante una cuestión importante.

Casi desde su aparición, la masonería generó preocupaciones en la Iglesia. Clemente XII, en su encíclica In eminenti (de 1738), condenó a la masonería. Más tarde, León XIII, en su encíclicaHumanum genus (de 1884), la calificó de organización secreta, enemigo astuto y calculador, negadora de los principios fundamentales de la doctrina de la Iglesia.

El canon 2335 del Código de Derecho Canónico de 1917 establecía que “los que dan su nombre a la secta masónica, o a otras asociaciones del mismo género, que maquinan contra la Iglesia o contra las potestades civiles legítimas, incurren ipso facto en excomunión simplemente reservada a la Sede Apostólica".

Este delito consistía en primer lugar en dar el nombre o inscribirse en determinadas asociaciones. En segundo lugar, la inscripción se debía realizar en alguna asociación que maquinase contra la Iglesia: se entendía que maquinaba aquella sociedad que, por su propio fin, ejerce una actividad rebelde y subversiva o la favorece, ya por la propia acción de los miembros, ya por la propagación de la doctrina subversiva; que, de forma oral o por escrito, actúa para destruir la Iglesia –esto es, su doctrina, sus autoridades en cuanto tales o sus derechos– o la legítima potestad civil. En tercer lugar, las sociedades penalizadas eran la masonería y otras del mismo género, con lo cual el Código de Derecho Canónico establecía una clara distinción: mientras que el ingreso en la masonería era castigado automáticamente con la pena de excomunión, la pertenencia a otras asociaciones tenía que ser explícitamente declarada como delictiva por la autoridad eclesiástica en cada caso.

Algunos de los motivos que fundamentaron la condena de la masonería por parte de la Iglesia católica fueron el carácter secreto de la organización, el juramento que garantizaba ese carácter oculto de sus actividades y los complots perturbadores que la masonería llevaba a cabo en contra de la Iglesia y los legítimos poderes civiles. La pena establecía directamente la excomunión, estableciéndose además una pena especial para los clérigos y los religiosos en el canon 2336.

Después del Concilio Vaticano II se produjeron muchos diálogos entre masones y católicos. En algunos países (sobre todo Francia, los países escandinavos, Inglaterra, Brasil y Estados Unidos) se empezó a cuestionar la actitud católica ante la masonería, revisando desde la historia los motivos que llevaron a la Iglesia a adoptar su actitud condenatoria y pretendiendo que se hiciera una mayor distinción entre la masonería regular, tradicional, supuestamente religiosa y apolítica, y la masonería irregular, francamente irreligiosa y política.

Estos motivos, diálogos y debates, y las más o menos constantes peticiones llegadas de varias partes del mundo a Roma, hicieron que, entre 1974 y 1983, la Congregación para la Doctrina de la Fe retomase los estudios sobre la masonería. En este ambiente de cambios, no extraña que el cardenal Krol, arzobispo de Filadelfia, preguntase a la Congregación para la Doctrina de la Fe si la excomunión para los católicos que se afiliaban a la masonería seguía estando en vigor. La respuesta a su pregunta la dio la Congregación a través de su Prefecto, en una carta de 19 de julio de 1974. En ella se explica que, durante un amplio examen de la situación, se había hallado una gran divergencia de opiniones, según los países. La Sede Apostólica no creía oportuno, consecuentemente, elaborar una modificación de la legislación vigente hasta que se promulgara el nuevo Código de Derecho Canónico. Se advertía, sin embargo, en la carta, que existían casos particulares, pero que continuaba la misma pena para aquellos católicos que diesen su nombre a asociaciones que realmente maquinasen contra la Iglesia, mientras que para los clérigos, religiosos y miembros de institutos seculares seguía rigiendo la prohibición expresa para su afiliación a cualquiera de las asociaciones masónicas. Las dudas no tardaron en plantearse: ¿cuál era el criterio para verificar si una asociación masónica conspiraba o no contra la Iglesia?; y ¿qué sentido y extensión debía darse a la expresión “conspirar contra la Iglesia”?

Esta situación algo confusa comenzó a ser aclarada por la declaración del 28 de abril de 1980 de la Conferencia Episcopal Alemana sobre la pertenencia de los católicos a la masonería. Esta declaración explicaba que, de 1974 a 1980, se habían mantenido numerosos coloquios oficiales entre católicos y masones; que por parte católica se habían examinado los rituales masónicos de los tres primeros grados; y que los Obispos católicos habían llegado a la conclusión de que había oposiciones fundamentales e insuperables entre ambas partes: “La masonería –decían los Obispos alemanes– no ha cambiado en su esencia. La pertenencia a la misma cuestiona los fundamentos de la existencia cristiana.” Las principales razones alegadas para ello fueron las siguientes: la cosmología o visión del mundo de los masones es relativista y subjetivista y no se puede armonizar con la fe cristiana; el concepto de verdad es, asimismo, relativista, negando la posibilidad de un conocimiento objetivo de la verdad, lo que no es compatible con el concepto católico; también el concepto de religión es relativista y no coincide con la convicción fundamental del cristianismo. El concepto masónico de Dios, simbolizado a través del “Gran Arquitecto del Universo” es de tipo deísta. Este concepto está transido de relativismo y mina los fundamentos de la concepción de Dios de los católicos. Según la doctrina masónica, no hay ningún conocimiento objetivo de Dios en el sentido del Dios personal del monoteísmo.

El 17 de febrero de 1981, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una declaración en la que afirma de nuevo la excomunión para los católicos que den su nombre a la secta masónica y a otras asociaciones del mismo género, con lo cual, la actitud de la Iglesia acerca de la masonería permanece invariable hasta nuestros días.

A continuación citaré la última “Declaración sobre la Masonería” de la Congregación para la Doctrina de la Fe:

“Se ha presentado la pregunta de si ha cambiado el juicio de la Iglesia respecto de la masonería, ya que en el nuevo Código de Derecho Canónico no está mencionada expresamente como lo estaba en el Código anterior.

Esta Sagrada Congregación puede responder que dicha circunstancia es debida a un criterio de redacción, seguido también en el caso de otras asociaciones que tampoco han sido mencionadas por estar comprendidas en categorías más amplias.

Por tanto, no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión. 

No entra en la competencia de las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas con un juicio que implique derogación de cuanto se ha establecido más arriba, según el sentido de la Declaración de esta Sagrada Congregación del 17 de febrero de 1981. 

El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida al cardenal Prefecto abajo firmante, ha aprobado esta Declaración, decidida en la reunión ordinaria de esta Sagrada Congregación, y ha mandado que se publique.

Roma, en la sede de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 26 de noviembre de 1983. Cardenal Prefecto Joseph Ratzinger (luego Papa Benedicto XVI). 

5. La doctrina masónica

Fernando Amado reproduce declaraciones de un Obispo uruguayo. Otra vez citaré el texto del libro en letras itálicas, intercalando mis comentarios en letra normal.

“Monseñor NN (omito el nombre), entrevistado para este trabajo, definió a la Masonería como una institución de difícil encuadre en una sola definición debido a la ausencia de rasgos nítidos y permanentes que, en su opinión, es precisamente una de las características de la Masonería.” (p. 83).

Es sin duda cierto que resulta difícil hablar con propiedad de la masonería, debido sobre todo a su carácter secreto. También es claro que entre las distintas organizaciones masónicas existen diferencias no despreciables. Sin embargo, con base en las opiniones de expertos en el tema, sostengo que esas diferencias son accidentales (o sea, de matices), y que la masonería tiene una esencia permanente.

Recordemos algo que ya se dijo en el numeral anterior: el 28 de abril de 1980, la Conferencia Episcopal Alemana, tras seis años de coloquios oficiales con la masonería y de un estudio atento de los rituales masónicos de los tres primeros grados, declaró lo siguiente: “La masonería no ha cambiado en su esencia. La pertenencia a la misma cuestiona los fundamentos de la existencia cristiana.” Vale decir que, según los Obispos alemanes (y, seguramente, según los competentes teólogos alemanes que asesoraron a sus Obispos) existen rasgos permanentes en la masonería. Existe una esencia de la masonería, y es incompatible con el cristianismo.

“Según NN, por un lado a veces se diferencian aspectos y perfiles más nítidamente opuestos a la Iglesia y en ese sentido ha habido pronunciamientos claros de la Iglesia condenando a la Masonería.” (Íbidem).

Aunque es cierto que el carácter anticatólico de la masonería aparece más claramente en algunas logias que en otras (por ejemplo, más en las irregulares que en las regulares) y, en un mismo país, más en algunas épocas que en otras (por ejemplo, en el Uruguay, más a fines del siglo XIX y principios del siglo XX que a principios del siglo XXI), ese carácter es esencial, y por ende permanente. La razón principal de las condenas del Magisterio de la Iglesia Católica a la masonería es esa oposición esencial de la masonería a la Iglesia, no tanto los conflictos históricos contingentes entre ambas instituciones.

“Según NN, la Masonería carece de un cuerpo doctrinal como sí lo tiene la Iglesia.” (Íbidem).

Concuerdo con esta frase, siempre y cuando la falta de coma después de la palabra “doctrinal” no sea un error de redacción o de imprenta. Es verdad que la masonería no tiene un cuerpo doctrinal como el de la Iglesia Católica, es decir, tan extensamente desarrollado, y expuesto en forma tan clara y explícita en documentos oficiales autorizados y públicos como, por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio. Pero temo que muchos lectores interpreten la frase citada así: “la Masonería carece de un cuerpo doctrinal, a diferencia de la Iglesia, que sí lo tiene”. Vista así, esa frase sería errónea. Según los expertos en la masonería, tanto masones como “profanos” (es decir, no masones), sí existe una doctrina masónica, expuesta sobre todo en sus rituales.

A modo de conclusión, reproduciré íntegramente un artículo publicado el 23 de febrero de 1985 en la página 1 de la edición italiana de L’Osservatore Romano, en el cual se reflexiona sobre la imposibilidad de conciliar la fe cristiana con la masonería.

“El 26 de noviembre de 1983 la Congregación para la Doctrina de la Fe publicaba una declaración sobre las asociaciones masónicas. A poco más de un año de su publicación puede ser útil ilustrar brevemente el significado de este documento.

Desde que la Iglesia comenzó a pronunciarse acerca de la Masonería, su juicio negativo sobre ésta ha estado inspirado en múltiples razones, prácticas y doctrinales. La Iglesia no ha juzgado a la Masonería solamente por ser responsable de actividad subversiva en contra suya, sino que desde los primeros documentos pontificios sobre la materia, en particular en la Encíclica Humanum genus de León XIII (20-4-1884), el Magisterio de la Iglesia ha denunciado en la Masonería ideas filosóficas y concepciones morales opuestas a la doctrina católica. Para León XIII se trataba esencialmente de un naturalismo racionalista, inspirador de sus planes y de sus actividades en contra de la Iglesia. En su carta al pueblo italiano Custodi (8-12-1892) escribía: «Recordemos que el cristianismo y la Masonería son esencialmente inconciliables, al punto de que inscribirse en una significa separarse del otro».

No se podía, por tanto, dejar de tomar en consideración las posiciones de la Masonería desde el punto de vista doctrinal, cuando en los años 1970-1980 la S. Congregación mantenía correspondencia con algunas conferencias episcopales particularmente interesadas en este problema, con motivo del diálogo sostenido entre personalidades católicas y representantes de algunas logias que se declaraban no hostiles o incluso favorables a la Iglesia.

Un estudio más a fondo ha llevado a la S. Congregación para la Doctrina de la Fe a reafirmarse en la convicción de la imposibilidad de fondo para conciliar los principios de la Masonería y los de la fe cristiana.

Prescindiendo, por lo tanto, de la consideración del comportamiento práctico de las diversas logias, de la hostilidad al menos en la confrontación con la Iglesia, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, con su declaración del 26-11-83, ha intentado colocarse en el nivel más profundo y, por otra parte, esencial del problema: esto es, en el plano de la imposibilidad de conciliar los principios, y lo que ello significa en el plano de la fe y de sus exigencias morales.

Partiendo de este punto de vista doctrinal, en continuidad con la posición tradicional de la Iglesia –como lo testimonian los documentos de León XIII arriba citados–, se derivan seguidamente las necesarias consecuencias prácticas, que valen para todos aquellos fieles que eventualmente estuvieren inscritos en la Masonería.

En algunos sectores se ha dado por objetar, respecto de las afirmaciones sobre la imposibilidad de conciliar los principios, que sería esencial a la Masonería precisamente el hecho de no imponer ningún «principio», en el sentido de una posición filosófica o religiosa que sea obligatoria para todos sus miembros, sino por el contrario de acoger a todos, más allá de los límites de las diversas religiones y visiones del mundo, hombres de buena voluntad basados en valores humanos comprensibles y aceptados por todos.

La Masonería constituiría un punto de cohesión para todos aquellos que creen en el Arquitecto del universo y se sienten comprometidos en la lucha por aquellos ordenamientos morales fundamentales que están definidos por ejemplo en el decálogo; la Masonería no alejaría a nadie de su religión, sino por el contrario constituiría un incentivo para un mayor compromiso.

Los múltiples problemas históricos y filosóficos que se esconden en tales afirmaciones no pueden ser discutidos aquí. Después del Concilio Vaticano II ciertamente no es necesario subrayar que la Iglesia Católica alienta una colaboración entre todos los hombres de buena voluntad. Sin embargo, asociarse a la Masonería va evidentemente más allá de esta legítima colaboración y tiene un significado de mucha mayor relevancia y especificidad.

Antes que nada se debe recordar que la comunidad de los «Liberi Muratori» y sus obligaciones morales se presentan como un sistema progresivo de símbolos de carácter extremadamente impositivo. La rígida disciplina del secreto que allí domina refuerza a la postre el peso de la interacción de signos e ideas. Para los inscritos este clima reservado comporta, entre otras cosas, el riesgo de terminar siendo un instrumento de estrategias para ellos desconocidas. 

Incluso si se afirma que el relativismo no se asume como un dogma, sin embargo se propone de hecho una concepción simbólica relativista, y por lo tanto el valor relativizante de tal comunidad moral-ritual, lejos de poder ser eliminado, resulta por el contrario determinante.

En tal contexto, las diversas comunidades religiosas a las que pertenecen los miembros de las logias no pueden ser consideradas sino como simples institucionalizaciones de un anillo más amplio e inasible. El valor de esta institucionalización se muestra, por tanto, inevitablemente relativo, respecto a esta verdad más amplia, la cual se manifiesta más fácilmente en la comunidad de la buena voluntad, esto es en la fraternidad masónica. 

Aun así, para un cristiano católico no es posible vivir su relación con Dios de una manera doble, es decir, escindiéndola en una forma humanitario-supraconfesional y en una forma interior-cristiana. Éste no puede cultivar relaciones de dos tipos con Dios, ni expresar su relación con el Creador por medio de formas simbólicas de dos especies. Ello sería algo completamente distinto a aquella colaboración, que le es obvia, con todos aquellos que están comprometidos en la realización del bien, aunque partan de principios diversos. Por otro lado, un cristiano católico no puede al mismo tiempo participar de la plena comunión de la fraternidad cristiana y, por otra parte, mirar a su hermano cristiano, desde la perspectiva masónica, como a un «profano».

Incluso si, como ya se ha dicho, no hubiese una obligación explícita de profesar el relativismo como doctrina, aún así la fuerza relativizante de una tal fraternidad, por su misma lógica intrínseca, tiene en sí la capacidad de transformar la estructura del acto de fe de un modo tan radical que no sea aceptable por parte de un cristiano «que ama su fe».

Este trastorno en la estructura fundamental del acto de fe se da, además, usualmente de un modo suave y sin ser advertido: la sólida adhesión a la verdad de Dios, revelada en la Iglesia, se convierte en una simple pertenencia a una institución, considerada como una forma representativa particular junto con otras formas representativas, a su vez más o menos posibles y válidas, de cómo el ser humano se orienta hacia las realidades eternas.

La tentación de ir en esta dirección es hoy tanto más fuerte cuanto que ésta corresponde plenamente a ciertas convicciones predominantes en la mentalidad contemporánea. La opinión de que la verdad no puede ser conocida es característica de su crisis general.

Precisamente considerando todos estos elementos, la declaración de la S. Congregación afirma que la inscripción en la masonería «permanece prohibida por la Iglesia» y los fieles que se inscriben en ella «están en estado de pecado grave y no pueden acceder a la Santa Comunión».

Con esta última expresión, la S. Congregación indica a los fieles que tal inscripción constituye objetivamente un pecado grave y, precisando que los que se adhieren a una asociación Masónica no pueden acceder a la S. Comunión, quiere iluminar la conciencia de los fieles sobre una grave consecuencia a la que deben llegar en caso de adherirse a una logia masónica.

La S. Congregación declara, finalmente, que «no le compete a las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas, con un juicio que implique la derogación de cuanto ha sido arriba establecido». Con este fin el texto hace también referencia a la declaración del 17 de febrero de 1981, que ya reservaba a la Sede Apostólica todo pronunciamiento sobre la naturaleza de estas asociaciones que implicase la derogación de la ley canónica entonces vigente (can. 2335).

Igualmente, el nuevo documento emitido por la S. Congregación para la Doctrina de la Fe en noviembre de 1983 expresa idénticas intenciones de reserva en relación a pronunciamientos que no coincidan con el juicio aquí formulado sobre la imposibilidad de conciliar los principios de la masonería con la fe católica, sobre la gravedad del acto de inscribirse en una logia y sobre la consecuencia que de ello se derive para el acceso a la Santa Comunión. Esta disposición indica que, no obstante la diversidad que pueda subsistir entre las obediencias masónicas, en particular en cuanto a su postura declarada hacia la Iglesia, la Sede Apostólica vuelve a encontrar en ellos principios comunes que piden una misma valoración por parte de todas autoridades eclesiásticas.

Al hacer esta declaración, la S. Congregación para la Doctrina de la Fe no ha pretendido desconocer los esfuerzos realizados por quienes, con la debida autorización de este dicasterio, han buscado establecer un diálogo con representantes de la Masonería. Pero, desde el momento en que existía la posibilidad de que se difundiese entre los fieles la errada opinión de que ahora ya era lícita la adhesión a una logia masónica, ha considerado como su deber hacer de su conocimiento el pensamiento auténtico de la Iglesia sobre este asunto y ponerlos en guardia ante una pertenencia incompatible con la fe católica.

En efecto, sólo Jesucristo es el Maestro de la Verdad y sólo en Él pueden los cristianos encontrar la luz y la fuerza para vivir según el designio de Dios, trabajando por el verdadero bien de sus hermanos.” (Fin).

Daniel Iglesias Grèzes

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