Cuando España dejó de mirar la Cruz
Hubo un tiempo en que, al entrar en cualquier aula de España, una mirada bastaba para recordar nuestras raíces: en la pared, un crucifijo presidía las clases como testigo silencioso de siglos de historia, cultura y fe. Era más que un símbolo religioso: era el signo de una civilización que entendía que la educación sin valores termina vacía.
A comienzos del siglo XXI, en nombre de una “neutralidad” mal entendida, comenzó una operación silenciosa: retirar los crucifijos, borrar la fe del espacio público, diluir la identidad católica que había sostenido a España durante generaciones. Detrás de este movimiento no solo hubo decisiones políticas, sino una corriente ideológica que veía en la fe cristiana un obstáculo para un nuevo modelo de sociedad sin raíces.
El resultado fue claro: se sustituyó la trascendencia por el relativismo, la virtud por la opinión, la unidad por la fragmentación. Y muchos españoles, desconcertados, vieron cómo su país parecía avergonzarse de aquello que lo había hecho grande.
Hoy, mientras los colegios enseñan a dudar de todo hasta del propio yo y de nuestra identidad, los católicos estamos llamados a algo distinto: a recordar que sin la Cruz no hay verdadera libertad, ni educación plena, ni patria que perdure. No se trata de nostalgia, sino de coherencia: un pueblo que reniega de su alma termina perdiéndose.
Recuperar los símbolos cristianos no es imponer una fe, sino reconocer la verdad de lo que somos. Porque España nació al pie de la Cruz, y solo mirando de nuevo hacia ella podrá reencontrar su rumbo.