El mágnifico monasterio jerónimo de Nuestra Señora en Guadalupe (Cáceres) fue edificado (1340) por Alfonso XI de León y Castilla en el lugar donde el pastor Gil Cordero encontró (1326) milagrosamente el icono de la Virgen María: en una cueva de los montes de Toledo que separan los valles de Tajo y del Guadiana.
Había sido enterrado por unos clérigos sevillanos cuando huyeron (711) de la invasión musulmana. La reina Isabel la Católica era gran devota de la Virgen de Guadalupe a cuyo monasterio se retiraba con frecuencia. Cristobal Colón rezó allí antes de emprender el viaje del descubrimiento, a ella se encomendó en una tormenta y en agradecimiento bautizó una isla del Caribe como Guadalupe. Los marinos, soldados y misioneros españoles llevaron su devoción a América.
El pequeño icono representa a la Virgen con el niño Jesús y fue tallado en madera por el evangelista San Lucas según la Tradición. San Pedro lo llevó a Roma donde fue venerado por los Papas hasta que San Gregorio Magno (590-604) lo entregó a San Leandro, obispo de Sevilla, para conseguir la conversión de los visigodos arrianos. Poco después se convirtió San Hemenegildo, hijo del rey Leovigildo, cuyo heredero Recaredo II se bautizó en el III Concilio de Toledo (589) dando origen al Reino católico unitario de España.
El vocablo español Guadalupe (río de lobos) fue utilizado por Nuestra Señora para identificarse en México a Juan Diego que sólo conocía la lengua nahualt de los aztecas. El mexicano creyó entender "te-coa-tla-xopeuh" que significa "piedra-sepiente-la-aplastar" y suena como Guadalupe al oído de los españoles. La imagen milagrosa sería conocida como la Virgen que aplastaría a la "serpiente de piedra", el temible dios Quetzalcoatl (serpiente emplumada) a quien se ofrecían anualmente más de 20.000 sacificios humanos. Como resultado directo de las apariciones sobrevino la mayor y más rápida conversión de la historia.
El 12 de Octubre de 1887, festividad de la Virgen del Pilar, patrona de España y del descubimiento de América, el arzobispo de México y cuarenta obispos celebraron la liturgia de la Coronación de Nuestra Señora de Guadalupe como Emperatriz y Patrona de Hispanoamérica.
El arzobispo primado de México, Norberto Rivera, escribió (1996) en el prólogo del excelente libro del historiador Francis Johnston: "Gracias Señora por esas flores que hiciste brotar en nuestro suelo helado y árido que tan elocuentes fueron para nuestros padres indios; gracias por tu nombre de Guadalupe con el que pediste que te invocáramos pues con él los hermanaste con nuestros padres españoles que así te invocaban desde siglos antes en tu Santuario de los montes de Extremadura".