InfoCatólica:
La Buhardilla de Jerónimo
(26.04.12)
Los observadores han llegado todos a la conclusión más lógica:
el Papa quiere fuertemente la reconciliación.
Esta conclusión – explica monseñor Bux al Foglio – es al mismo tiempo exacta e imprecisa. Es exacta, porque Benedicto XVI quiere esta reconciliación y piensa que no puede habar otra solución pensable para el asunto de la Fraternidad fundada por monseñor Lefebvre. Es imprecisa, si se le atribuye un carácter político. No hay nada más lejano de la mente de este Papa. Ratzinger es una persona que no piensa y no actúa en función de la política eclesial. Por esto, a menudo, es mal entendido. Y tanto más vale esto para la cuestión de la Fraternidad San Pío X: para él, se trata sólo del definitivo y pleno retorno a casa de muchos de sus hijos que podrán hacer bien a la Iglesia.
Por lo tanto, lecturas de derecha o de izquierda serían parciales, pero no será fácil quitarlas del interior de la Iglesia misma. ¿Cómo debería ubicarse un católico frente a un hecho como la reconciliación entre la Santa Sede y la Fraternidad San Pío X?
Es necesario releer con atención lo que Benedicto XVI escribía el 10 de marzo de 2009 en la “Carta a los obispos” para explicar las razones de la remisión de la excomunión a los cuatro obispos ordenados por monseñor Lefebvre: “¿Puede dejarnos totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? (…) ¿Qué será de ellos luego?”.
Aquí está el corazón de Benedicto XVI. Pienso que si muchos hombres de Iglesia actuasen según este corazón, no podrían más que alegrarse por la conclusión positiva de esta cuestión.
Tal vez la oposición a la voluntad de Benedicto XVI nace del hecho de que muchos hacen la equivalencia: reconciliación con los lefebvristas es igual a desautorización del Vaticano II.
Mire, el primer “acuerdo”, si queremos llamarlo así, ocurrió en el Concilio de Jerusalén entre san Pedro y san Pablo. Por lo tanto, el debate, mientras sea hecho por el bien de la Iglesia, no es tan escandaloso.
Otra constatación: los que han aislado el Concilio Vaticano II de la historia de la Iglesia y lo han sobrevalorado respecto a sus mismas intenciones, no dudan en criticar, por ejemplo, el Concilio Vaticano I o el Concilio de Trento. Está quien sostiene que la Constitución dogmática Dei Filius del Vaticano I ha sido suplantada por la Dei Verbum del Vaticano II: esto es fantateología.
En cambio, me parece buena teología aquella que se plantea el problema del valor de los documentos, de su enseñanza, de su significado. En el Concilio Vaticano II existen documentos de diverso valor y, por lo tanto, de diversa fuerza vinculante, que admiten diversos grados de discusión. El Papa, cuando era todavía el cardenal Ratzinger, en 1988, habló del riesgo de transformar el Vaticano II en un “superdogma”. Ahora, con la hermenéutica de la reforma en la continuidad, ha ofrecido un criterio para afrontar la cuestión y no para cerrarla. No hay que ser más papistas que el Papa. Los Concilios, todos los Concilios y no sólo el Vaticano II, deben ser acogidos con obediencia, pero se puede valorar de manera inteligente lo que pertenece a la doctrina y lo que debe ser criticado. No por casualidad, Benedicto XVI ha convocado el Año de la Fe, porque la fe es el criterio para comprender la vida de la Iglesia.
Es necesario releer con atención lo que Benedicto XVI escribía el 10 de marzo de 2009 en la “Carta a los obispos” para explicar las razones de la remisión de la excomunión a los cuatro obispos ordenados por monseñor Lefebvre: “¿Puede dejarnos totalmente indiferentes una comunidad en la cual hay 491 sacerdotes, 215 seminaristas, 6 seminarios, 88 escuelas, 2 institutos universitarios, 117 hermanos, 164 hermanas y millares de fieles? ¿Debemos realmente dejarlos tranquilamente ir a la deriva lejos de la Iglesia? (…) ¿Qué será de ellos luego?”.
Aquí está el corazón de Benedicto XVI. Pienso que si muchos hombres de Iglesia actuasen según este corazón, no podrían más que alegrarse por la conclusión positiva de esta cuestión.
Tal vez la oposición a la voluntad de Benedicto XVI nace del hecho de que muchos hacen la equivalencia: reconciliación con los lefebvristas es igual a desautorización del Vaticano II.
Mire, el primer “acuerdo”, si queremos llamarlo así, ocurrió en el Concilio de Jerusalén entre san Pedro y san Pablo. Por lo tanto, el debate, mientras sea hecho por el bien de la Iglesia, no es tan escandaloso.
Otra constatación: los que han aislado el Concilio Vaticano II de la historia de la Iglesia y lo han sobrevalorado respecto a sus mismas intenciones, no dudan en criticar, por ejemplo, el Concilio Vaticano I o el Concilio de Trento. Está quien sostiene que la Constitución dogmática Dei Filius del Vaticano I ha sido suplantada por la Dei Verbum del Vaticano II: esto es fantateología.
En cambio, me parece buena teología aquella que se plantea el problema del valor de los documentos, de su enseñanza, de su significado. En el Concilio Vaticano II existen documentos de diverso valor y, por lo tanto, de diversa fuerza vinculante, que admiten diversos grados de discusión. El Papa, cuando era todavía el cardenal Ratzinger, en 1988, habló del riesgo de transformar el Vaticano II en un “superdogma”. Ahora, con la hermenéutica de la reforma en la continuidad, ha ofrecido un criterio para afrontar la cuestión y no para cerrarla. No hay que ser más papistas que el Papa. Los Concilios, todos los Concilios y no sólo el Vaticano II, deben ser acogidos con obediencia, pero se puede valorar de manera inteligente lo que pertenece a la doctrina y lo que debe ser criticado. No por casualidad, Benedicto XVI ha convocado el Año de la Fe, porque la fe es el criterio para comprender la vida de la Iglesia.
Como católicos, si dejamos latir dócilmente
nuestro corazón con el de Benedicto XVI,
¿qué debemos esperar de la definitiva reconciliación
entre Roma y la Fraternidad San Pío X?
En este período, vuelvo a menudo a una oración compuesta por el cardenal Newman: “Señor Jesucristo, que cuando estabas por sufrir has orado por tus discípulos para que hasta el final fuesen uno, como eres Tú con el Padre y el Padre contigo, derriba los muros de separación que dividen a los cristianos de diversas denominaciones.
Enseña a todos que la sede de Pedro, la Santa Iglesia de Roma, es el fundamento, el centro y el instrumento de esta unidad. Abre sus corazones a la Verdad, por largo tiempo olvidada, de que nuestro Santo Padre, el Papa, es Tu Vicario y Representante. Y así como en el Cielo existe una sola compañía santa, así sobre esta tierra haya una sola comunión que profesa y glorifica Tu Santo Nombre.