Píldoras Anti-Masonería

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sábado, 6 de diciembre de 2014

Poligenismo y Monogenismo: Adán-Eva en el Paraíso hacia 35.000 aC. Compatibilidad de Ciencia y FE. Pio XII: HUMANI GENERIS (1643)

DIOS Creador: Padre Infinito y Eterno
SUMARIO
1. Ciencia y FE
2. Cronología de la Creación
Adán y Eva en Mesopotamia (h. 35.000 aC)
3. Poligenismo
4. Eva mitocondrial y Adán cromosómico
5. Creacionismo Evolutivo
6. Doctrina Católica
Pio XII: HUMANI GENERIS
7. ¿Existió Adán?
8. Contradicciones bíblicas
1. Ciencia y FE
Foro AntiMasónico-Clavijo (Píldora 1.530 de 24/9/2014): 
Compatibidad de la Creación del Universo y del Hombre (FE) y del Big-bang (Ciencia), a la luz del Espíritu Santo y de la Razón.
Catecismo de la Iglesia Católica:
325. El Símbolo de los Apóstoles profesa que Dios es "el Creador del cielo y de la tierra", y el Símbolo Niceno-Constantinopolitano explicita: ...de todo lo visible (1) y lo invisible (2).
326. En la sagrada Escritura, la expresión "cielo y tierra" significa: todo lo que existe, la creación entera. Indica también el vínculo que, en el interior de la creación, a la vez une y distingue cielo y tierra: "La tierra", es el mundo de los hombres (cf Sal 115, 16). "El cielo" o "los cielos" puede designar el firmamento (cf Sal 19, 2), pero también el "lugar" propio de Dios: "nuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16; cf Sal 115, 16), y por consiguiente también el "cielo", que es la gloria escatológica. Finalmente, la palabra "cielo" indica el "lugar" de las criaturas espirituales —los ángeles— que rodean a Dios.
327. La profesión de fe del IV Concilio de Letrán afirma que Dios, "al comienzo del tiempo (3) creó, a la vez de la nada (4), una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana; luego, la criatura humana, que participa de las dos realidades, pues está compuesta de espíritu y de cuerpo" (Concilio de Letrán IV: DS, 800; cf Concilio Vaticano I:ibíd., 3002 y Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, 8).
Notas (Clavijo):
(1). Todo lo visible: 
Materia, Energía y Vida con sus Leyes de Evolución Física, Química y Biológica
(2). Todo lo invisible: Ángeles y Almas de todos los Humanos desde Adán y Eva hasta el Fin de los Tiempos
(3). Al comienzo del tiempo: 
El "Big-bang" es el instante de la Creación
(4). Creó a la vez de la nada: 
Lo visible (Universo de la materia y de la vida) y lo invisible (Ángeles, y Almas que permanecieron en la mente de Dios-Espíritu Santo hasta la Concepción de cada ser humano)
Ciencia y FE: Hace unos 15.000 millones de años, DIOS-Infinito creó el Universo desde Nada-Cero, a la vez que las Leyes de la Evolución de la Materia y de la Vida. Antes del Big-bang no existía el Tiempo ni el Espacio ni la Energía ni la Materia. La Creación se inicia con la explosión de una partícula super-concentrada de energía.
El AZAR es el Efecto-Suma de todas las Causas cuyas Leyes de la Naturaleza (Físicas, Químicas y Biológicas) creadas por Dios, desconoce la Ciencia actual. No existe el Azar sino la Ignorancia del Hombre y la Voluntad de DIOS Todopoderoso.
El Universo tiene un número de planetas del orden de mil trillones (21 ceros) en base a diez planetas por sistema solar, cien mil millones de estrellas por galaxia y mil millones de galaxias. La voluntad omnipotente, infinita y eterna de Dios Creador completó su obra con la Creación del linaje humano a su imagen y semejanza. La Encarnación de Jesucristo, el Hijo de Dios como Mesías Redentor de la humanidad en el planeta Tierra, apoya la hipótesis de que el género humano está sólo en el Universo.
La opinión pública, según las encuestas, es mayoritariamente favorable a la existencia de extraterrestres, por influencia de los medios de comunicación de ideología materialista o liberal-masónica, especialmente la televisión y el cine (Guerra de las Galaxias, Expediente X, Avatar,...).
La Conspiración luciferiana del "Nuevo Orden Mundial" está cambiando los paradigmas de nuestra civilización cristiana y trata de conseguir: un Gobierno mundial con apariencia democrática bajo el Poder de una élite super-plutocrática y una Religión universal (Nueva Era-New Age).
La existencia de todos los hombres fue prevista por Dios desde el principio de los tiempos (Big-bang). Todas las almas de la humanidad (pasado, presente y futuro) están en la mente de Dios hasta la concepción. El alma no pudo ser consecuencia de una super-mutación, la probabilidad de que sucediera es cero. 
Adán y Eva fueron creados hace unos 35.000 aC. al final de la IV glaciación, cuando DIOS concedió el alma a una pareja de "Homo Sapiens Sapiens". El resto de los homínidos (animales superiores sin alma) se extinguió después. Los científicos nunca podrán encontrar pruebas de la existencia de alma en los restos arqueológicos de homínidos evolucionados, aún cuando ya poseian alguna clase  de inteligencia y sentimientos.
Los primeros humanos podría haberse unido excepcionalmente a hembras de los últimos homínidos de su especie con el fin de evitar la extinción humana a causa de enfermedades contagiadas de los animales, como castigo por el pecado original. Los frutos de esas uniones habrían sido humanos porque Dios podría haberles concedido el alma en el instante de la concepción. La primera pareja humana fue Adán y Eva, siendo Adán el primer hombre y recibiendo Eva el alma simultáneamente o después en tiempo terrenal (según el Génesis) porque Dios es atemporal.
2. Cronología de la Creación
"BIG-BANG": h. 15.000 Millones de Años
Clavijo (Píldora 1.551 de 25/9/2014): Evolución del Universo y de la VIDA: del Big-bang a Adán y Eva, padres de la Humanidad.
Hace unos 15.000 M (Millones de años) Dios originó el "BIG-BANG". A partir de Nada-Cero, Dios Infinito-Eterno creó un punto de energía superconcentrada que evolucionó a un plasma de partículas elementales (bosones, quarks, electrones, fotones). A los 200 segundos de la gran explosión, se formaron isótopos de los dos átomos más simples: hidrógeno y helio. A los 10.000 años, el Universo era una esfera de fuego de composición similar al interior de nuestro Sol. A los 100 millones de años, se formaron las primeras estrellas que llegarán a explotar como supernovas.

5.000 M: Sistema Solar de nuestra Tierra de un Universo en expansión, cuya Masa en gramos es de 10 elevado a la potencia 56 (56 ceros).
3.500 M: VIDA en la Tierra que aparece como un organismo unicelular en un lecho marino, por efecto de la leyes divinas de la Evolución, cuando nuestro Sol se enfría y en nuestro planeta emergen las tierras de las aguas.
1.500 M: Organismos multi-celulares
300 M: Insectos
250 M: Reptiles
200 M: Dinosaurios
50 M: Primates: Lémur-Mono-Gibión-Simio-Gorila-Chimpancé-Orangután (275-500 cc. de cerebro)
4 M: Pre-Homínido: Australopitecus africanus "Lucy" (450 cc.)
2 M: Homo Habilis (650 cc.)
1 M: Homo Erectus (900 cc.)
500.000 aC: Homo Sapiens (1.200-1.400 cc.)
200.000 aC: Eva Mitocondrial: Homínido común femenino más reciente
150.000 aC: Homo Neanderthalis (1.200-1.600 cc.)
70.000 aC: Homo Sapiens Sapiens: Última migración desde Africa, cruzando el mar Rojo. Sobreviven unos 1.000 individuos, que llegan a India (60.000 aC), Anatolia (50.000 aC), Europa (45.000 aC), América (15.000 aC). Conviven con la especie Neandertal
Monogenismo: Adán Padre único de los Humanos
Hacia 35.000 aC: Adán y Eva fueron creados, al final de la IV glaciación, cuando DIOS concedió el alma a una pareja de "Homo Sapiens Sapiens". Mesopotamia, entre los ríos Tigris y Eufrates, es el lugar seguro del Paraiso de Adán-Eva por la gracia de Dios: El mapa muestra las migraciones desde Mesopotamia a partir de 35.000 aC. cuando la raza humana inició su conquista de los cinco continentes, mientras todos los homínidos se extinguian antes del nacimiento del Hijo de Dios.
3. Poligenismo
Wikipedia: Poligenismo es una teoría sobre los orígenes del hombre que postula la existencia de diferentes linajes para las razas humanas. Algunos de sus defensores derivan sus postulados de bases científicas y otros sobre bases pseudo-científicas o religiosas. Se opone a la teoría dominante en antropología, que es el Monogenismo.
Algunos mitos de la creación en diversas culturas muestran narraciones interpretables como una explicación poligenista del origen del hombre. La interpretación poligenista de la Biblia es una exégesis poco común, que hasta mediados del siglo XIX se consideraba herética. Parecía difícil de asumir que las razas humanas se hubieran desarrollado dentro del marco temporal comúnmente aceptado para los tiempos bíblicos. 
El poligenismo entró en la corriente principal del pensamiento científico y religioso de los Estados Unidos en el contexto de las polémicas intelectuales en torno a la raza y la esclavitud. Los esclavistas buscaban justificaciones para su postura mediante el recurso a la ciencia empírica. Esa perspectiva situaría cada raza como una diferente especie, siendo los negros africanos inferiores mentalmente a los blancos europeos. Los descubrimientos geológicos de la época suponían para la Tierra una edad muy superior a la compatible con una estricta interpretación del Génesis, lo que permitió a algunos pensadores proponer el poligenismo como una forma de reconciliar los nuevos descubrimientos con su fe.
En los debates raciales de 1860-1870, Charles Darwin y sus seguidores fueron partidarios de la tesis monogenista para la especie humana, viendo el origen común para todos los humanos como un punto esencial de la teoría de la evolución, que se conoce con el nombre de hipótesis del origen único. 
El poligenismo fue duramente criticado por la Iglesia católica especialmente a partir de la encíclica Humani generis (Pío XII, 1950) que, al tiempo que entendía compatible el evolucionismo con el catolicismo, ponía serios reparos a la compatibilidad del poligenismo con la doctrina del pecado original.
A finales del siglo XX, la obra del paleoantropólogo Carleton Coon es lo más cercano a lo que puede considerarse un poligenismo moderno, que postula que la evolución hacia el actual Homo sapiens moderno se realizó separadamente en cada raza humana. Esta hipótesis, denominada la hipótesis multirregional, fue presentada a mediados de la década de 1960 y no ha sido ampliamente aceptada por la comunidad científica, aunque sigue teniendo partidarios.

Relacionado en Wikipedia:
4. Homínidos sin Alma
(Eva mitocondrial y Adán cromosómico)
Wikipedia: Dentro de la búsqueda del origen de los humanos modernos (homínidos), ha destacado la genética poblacional a través del ADN mitocondrial y del cromosoma "Y". El ADN mitocondrial nos muestra la ascendencia matrilineal de nuestro ancestro común (homínido) más reciente, denominado Eva mitocondrial, mientras que el cromosoma "Y" muestra la ascendencia patrilineal que nos lleva hasta el Adán cromosómico.
A la Eva mitocondrial se le ha dado una antigüedad de 190 000 (±40 000) años (Soares 2009) y el lugar en que vivió podría coincidir con el de la mayor diversidad genética mitocondrial, que se encuentra en el África oriental, particularmente en Tanzania (Gonder 2006). Es de notar que estos hallazgos coinciden con la evidencia fósil, en donde los humanos modernos más antiguos (los hombres de Kibish), han sido encontrados al Este de África (Etiopía) y fueron datados con 195.000 años de antigüedad.
El Adán cromosómico se encuentra aún bajo estudio. Si bien se ha demostrado su origen africano, se ha hecho varias propuestas sobre su antigüedad variando entre los 270 000 años (1996), 60 000 años (2003), 140.000 años con un probable origen en Africa noroccidental (2011) y más recientemente (2012) se descubrió un linaje africano con gran divergencia que nos lleva a 340.000 años de antigüedad, por lo que la genealogía humana habría tenido una introgresión y se remontaría hasta el Homo sapiens arcaico.
5. Creacionismo Evolutivo
Padre Manuel Guerra (2009): Dios, además de trascendente, es inmanente: actúa en y desde dentro de las cosas y seres. La evolución no se contrapone a la creación sino a la emanación, es un proceso progresivo desde lo más perfecto a lo menos pefecto. La emanación es un proceso de dirección inversa: de lo divino en sentido panteísta (hinduista, budista, gnóstico, new-age) que procedería de lo sensorial (inconsciente, material). La Creación es el impulso inicial (creación del universo) o un corte (creación del hombre) en el proceso evolutivo. A la creación no se opone la evolución sino el evolucionismo (naturalismo, materialismo cientifista). La evolución sería el mecanismo escogido por Dios para la realización del diseño inteligente de la Creación que crea, no por necesidad de algo (compañía, gloria), sino por amor y gratuidad. Antes de la existencia de “algo” creado sólo existía Dios, ser sobrenatural y puramente espiritual, que supera totalmente el alcance de la ciencia. Algunos científicos actuales, en funciones de filósofos, especulan (hipótesis sin demostrar) sobre la posibilidad de la creación de universos (en plural). A partir de fluctuaciones en un vacío cuántico (sin materia ni energía ni espacio ni tiempo), pero lleno de “partículas virtuales” que habrían traspasado al lado opuesto del estado no- vacío. Hawking afirma que el universo se origina a partir de una nada absoluta mediante un proceso de tunelización (?) cuántica.
6. Doctrina Católica
San Pablo (Carta a los romanos 5,18): Por consiguiente, así como la falta de uno sólo (Adán) causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno sólo (NSJ) producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida.
Catecismo de la Iglesia Católica (390): El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf. GS13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres (cf. Concilio de Trento: DS 1513; Pío XII, enc. Humani generis: ibíd, 3897; Pablo VI, discurso 11 de julio de 1966).
Papa Francisco (a Pontificia Comisión Bíblica): «La interpretación de las Sagradas Escrituras debe ser siempre confrontada y autentificada por la Tradición viva de la Iglesia». Los cristianos gozan de una gran libertad para acercarse a la Biblia y discernir a través de ella la voluntad de Dios para sus vidas, que es en definitiva lo que importa. Una regla de interpretación, atribuida a diferentes santos dice “En lo esencial, unidad; en lo accesorio, libertad; en todo, caridad".
Pío XII (Humani generis): 
7. Irenismo: intentar reconciliar las opiniones contrarias, aún en el campo dogmático.
29. Magisterio de la Iglesia: no prohíbe el que —según el estado actual de las ciencias y la teología— en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes de entrambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente —pero la fe católica manda defender que las almas son creadas por Dios.
30. Hipótesis del Poligenismo: los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural generación.
32. Divina inspiración de las narraciones populares incluidas en la Sagrada Escritura: en modo alguno pueden compararse con las mitologías u otras narraciones semejantes, las cuales más bien proceden de una encendida imaginación que de aquel amor a la verdad y a la sencillez que tanto resplandece en la Sagrada Biblia.


Las disensiones y errores del género humano en cuestiones religiosas y morales han sido siempre fuente y causa de intenso dolor para todas las personas de buena voluntad, y principalmente para los hijos fieles y sinceros de la Iglesia; pero en especial lo son hoy, cuando vemos combatidos aun los principios mismos de la civilización cristiana.
1. Ni es de admirar que siempre haya habido disensiones y errores fuera del redil de Cristo. Porque, aun cuando la razón humana, hablando absolutamente, procede con sus fuerzas y su luz natural al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal, que con su providencia sostiene y gobierna el mundo y, asimismo, al conocimiento de la ley natural, impresa por el Creador en nuestras almas; sin embargo, no son pocos los obstáculos que impiden a nuestra razón cumplir eficaz y fructuosamente este su poder natural. Porque las verdades tocantes a Dios y a las relaciones entre los hombres y Dios se hallan por completo fuera del orden de los seres sensibles; y, cuando se introducen en la práctica de la vida y la determinan, exigen sacrificio y abnegación propia.
2. Ahora bien: para adquirir tales verdades, el entendimiento humano encuentra dificultades, ya a causa de los sentidos o imaginación, ya por las malas concupiscencias derivadas del pecado original. Y así sucede que, en estas cosas, los hombres fácilmente se persuadan ser falso o dudoso lo que no quieren que sea verdadero. Por todo ello, ha de defenderse que la revelación divina es moralmente necesaria, para que, aun en el estado actual del género humano, con facilidad, con firme certeza y sin ningún error, todos puedan conocer las verdades religiosas y morales que de por sí no se hallan fuera del alcance de la razón [1].
Más aún; a veces la mente humana puede encontrar dificultad hasta para formarse un juicio cierto sobre la credibilidad de la fe católica, no obstante que Dios haya ordenado muchas y admirables señales exteriores, por medio de las cuales, aun con la sola luz de la razón se puede probar con certeza el origen divino de religión cristiana. De hecho, el hombre, o guiado por prejuicios o movido por las pasiones y la mala voluntad, puede no sólo negar la clara evidencia de esos indicios externos, sino también resistir a las inspiraciones que Dios infunde en nuestra almas.
3. Dando una mirada al mundo moderno, que se halla fuera del redil de Cristo, fácilmente se descubren las principales direcciones que siguen los doctos. Algunos admiten de hecho, sin discreción y sin prudencia, el sistema evolucionista, aunque ni en el mismo campo de las ciencias naturales ha sido probado como indiscutible, y pretenden que hay que extenderlo al origen de todas las cosas, y con temeridad sostienen la hipótesis monista y panteísta de un mundo sujeto a perpetua evolución. Hipótesis, de que se valen bien los comunistas para defender y propagar su materialismo dialéctico y arrancar de las almas toda idea de Dios.
La falsas afirmaciones de semejante evolucionismo, por las que se rechaza todo cuanto es absoluto, firme e inmutable, han abierto el camino a las aberraciones de una moderna filosofía , que, para oponerse al Idealismo, al Inmanentismo y al Pragmatismo se ha llamado a sí misma Existencialismo, porque rechaza las esencias inmutables de las cosas y sólo se preocupa de la existencia de los seres singulares.
Existe, además, un falso Historicismo que, al admitir tan sólo los acontecimientos de la vida humana, tanto en el campo de la filosofía como en el de los dogmas cristianos destruye los fundamentos de toda verdad y ley absoluta.
4. En medio de tal confusión de opiniones, nos es de algún consuelo ver a los que hoy no rara vez, abandonando las doctrinas de Racionalismo en que antes se habían formado, desean volver a las fuentes de la verdad revelada, y reconocer y profesar la palabra de Dios, conservada en la Sagrada Escritura como fundamentos de la teología. Pero al mismo tiempo lamentamos que no pocos de ésos, cuanto con más firmeza se adhieren a la palabra de Dios, tanto más rebajan el valor de la razón humana; y cuanto con más entusiasmo realzan la autoridad de Dios revelador, con tanta mayor aspereza desprecian el Magisterio de la Iglesia, instituido por nuestro Señor Jesucristo para guardar e interpretar las verdades revelada por Dios. Semejante desprecio no sólo se halla en abierta contradicción con la Sagrada Escritura, sino que se manifiesta en su propia falsedad por la misma experiencia. Porque con frecuencia hasta los mismos disidentes de la Iglesia se lamentan públicamente de la discordia entre ellos reinante en las cuestiones dogmáticas, de tal suerte que, aun no queriéndolo, se ven obligados a reconocer la necesidad de un Magisterio vivo.
5. Los teólogos y filósofos católicos, que tienen la difícil misión de defender e imprimir en las almas de los hombres las verdades divinas y humanas, no deben ignorar ni desatender estas opiniones que, más o menos, se apartan del recto camino. Aun más, es necesario que las conozcan bien, ya porque no se pueden curar las enfermedades si antes no son suficientemente conocidas; ya que en las mismas falsas afirmaciones se oculta a veces un poco de verdad; ya, por último, porque los mismos errores estimulan la mente a investigar y ponderar con mayor diligencia algunas verdades filosóficas o teológicas.
6. Si nuestros filósofos y teólogos procurasen tan sólo sacar este fruto de aquellas doctrinas estudiadas con cautela, no tendría por qué intervenir el Magisterio de la Iglesia. Pero, aunque sabemos que los maestros y estudiosos católicos en general se guardan de tales errores, Nos consta, sin embargo, que aún hoy no faltan quienes, como en los tiempos apostólicos, amando la novedad más de lo debido y temiendo ser tenidos por ignorantes de los progresos de la ciencia, procuran sustraerse a la dirección del sagrado Magisterio, y así se hallan en peligro de apartarse poco a poco e insensiblemente de la verdad revelada y arrastrar también a los demás hacía el error.
7. Señálese también otro peligro, tanto más grave cuanto más se oculta bajo la capa de virtud. Muchos deplorando la discordia del género humano y la confusión reinante en las inteligencias humanas, son movidos por un celo imprudente y llevados por un interno impulso y un ardiente deseo de romper las barreras que separan entre sí a las personas buenas y honradas; por ello, propugnan una especie tal de Irenismo que, pasando por alto las cuestiones que dividen a los hombres, se proponen no sólo combatir en unión de fuerzas al arrollador ateísmo, sino también reconciliar las opiniones contrarias aun en el campo dogmático. Y como en otro tiempo hubo quienes se preguntaban si la apologética tradicional de la Iglesia no era más bien un impedimento que una ayuda en el ganar las almas para Cristo, así tampoco faltan hoy quienes se atreven a poner en serio la duda de si conviene no sólo perfeccionar, sino hasta reformar completamente, la teología y su método —tales como actualmente, con aprobación eclesiástica, se emplean en la enseñanza teológica—, a fin de que con mayor eficacia se propague el reino de Cristo en todo el mundo, entre los hombres todos, cualquiera que sea su civilización o su opinión religiosa.
Si los tales no pretendiesen sino acomodar mejor, con alguna renovación, la ciencia eclesiástica y su método a las condiciones y necesidades actuales, nada habría casi de temerse; mas, al contrario, algunos de ellos, abrasados por un imprudente irenismo, parecen considerar como un óbice para restablecer la unidad fraterna todo cuanto se funda en las mismas leyes y principios dados por Cristo y en las instituciones por El fundadas o cuanto constituye la defensa y el sostenimiento de la integridad de la fe, caído todo lo cual, seguramente la unificación sería universal, en la común ruina.
8. Los que, o por reprensible afán de novedad o por algún motivo laudable, propugnan estas nuevas opiniones, no siempre las proponen con el mismo orden, con la misma claridad o con los mismos términos, ni siempre con plena unanimidad de pareceres entre sí mismos; y de hecho, lo que hoy enseñan algunos más encubiertamente, con ciertas cautelas y distinciones, otros más audaces lo propalan mañana a las claras y sin limitaciones, con escándalo de muchos, sobre todo del clero joven, y con detrimento de la autoridad eclesiástica. Y aunque ordinariamente se suelen tratar, con mayor cautela, esas materias en los libros que se publican, con mayor libertad se habla ya en folletos distribuidos privadamente, ya en lecciones dactilografiadas, conferencias y reuniones. Estas doctrinas se divulgan no sólo entre los miembros de uno y otro clero, en los seminarios e institutos religiosos, sino también entre los seglares, sobre todo entre quienes se dedican a la educación e instrucción de la juventud.
I. DOCTRINAS ERRÓNEAS
9. En las materias de la teología, algunos pretenden disminuir lo más posible el significado de los dogmas y librar el dogma mismo de la manera de hablar tradicional ya en la Iglesia y de los conceptos filosóficos usados por los doctores católicos, a fin de volver, en la exposición de la doctrina católica, a las expresiones empleadas por las Sagradas Escrituras y por los Santos Padres. Así esperan que el dogma, despojado de los elementos que llaman extrínsecos a la revelación divina, se pueda coordinar fructuosamente con las opiniones dogmáticas de los que se hallan separados de la Iglesia, para que así se llegue poco a poco a la mutua asimilación entre el dogma católico y las opiniones de los disidentes.
Reducida ya la doctrina católica a tales condiciones, creen que ya queda así allanado el camino por donde se pueda llegar, según exigen las necesidades modernas, a que el dogma pueda ser formulado con las categorías de la filosofía moderna, ya se trate del Inmanentismo, o del Idealismo, o del Existencialismo, ya de cualquier otro sistema. Algunos más audaces afirman que esto se puede, y aún debe hacerse, porque los misterios de la fe —según ellos— nunca se pueden significar con conceptos completamente verdaderos, mas sólo con conceptos aproximativos —así los llaman ellos— y siempre mutables, por medio de los cuales de algún modo se manifiesta la verdad, sí, pero necesariamente también se desfigurara. Por eso no creen absurdo, antes lo creen necesario del todo, el que la teología, según los diversos sistemas filosóficos que en el decurso del tiempo le sirven de instrumento, vaya sustituyendo los antiguos conceptos por otros nuevos, de tal suerte que con fórmulas diversas y hasta cierto punto aun opuestas —equivalente, dicen ellos— expongan a la manera humana aquellas verdades divinas. Añaden que la historia de los dogmas consiste en exponer las varias formas que sucesivamente ha ido tomando la verdad revelada, según las diversas doctrinas y opiniones que a través de los siglos han ido apareciendo.
10. Por lo dicho es evidente que estas tendencias no sólo conducen al llamado relativismo dogmático, sino que ya de hecho lo contienen, pues el desprecio de la doctrina tradicional y de su terminología favorecen demasiado a ese relativismo y lo fomentan. Nadie ignora que los términos empleados, así en la enseñanza de la teología como por el mismo Magisterio de la Iglesia, para expresar tales conceptos, pueden ser perfeccionados y precisados; y sabido es, además, que la Iglesia no siempre ha sido constante en el uso de aquellos mismos términos. También es cierto que la Iglesia no puede ligarse a un efímero sistema filosófico; pero las nociones y los términos que los doctores católicos, con general aprobación, han ido reuniendo durante varios siglos para llegar a obtener algún conocimiento del dogma, no se fundan, sin duda, en cimientos tan deleznables. Se fundan, realmente, en principios y nociones deducidas del verdadero conocimiento de las cosas creadas; deducción realizada a la luz de la verdad revelada, que, por medio de la Iglesia, iluminaba, como una estrella, la mente humana. Por eso no es de admirar que algunas de estas nociones hayan sido no sólo empleadas, sino también aprobadas por los concilios ecuménicos, de tal suerte que no es lícito apartarse de ellas.
11. Por todas estas razones, pues, es de suma imprudencia el abandonar o rechazar o privar de su valor tantas y tan importantes nociones y expresiones que hombres de ingenio y santidad no comunes, bajo la vigilancia del sagrado Magisterio y con la luz y guía del Espíritu Santo, han concebido, expresado y perfeccionado —con un trabajo de siglos— para expresar las verdades de la fe, cada vez con mayor exactitud, y (suma imprudencia es) sustituirlas con nociones hipotéticas o expresiones fluctuantes y vagas de la nueva filosofía, que, como las hierbas del campo, hoy existen, y mañana caerían secas; aún más: ello convertiría el mismo dogma en una caña agitada por el viento. Además de que el desprecio de los términos y nociones que suelen emplear los teóricos escolásticos conducen forzosamente a debilitar la teología llamada especulativa, la cual, según ellos, carece de verdadera certeza, en cuanto que se funda en razones teológicas.
12. Por desgracia, estos amigos de novedades fácilmente pasan del desprecio de la teología escolática a tener en menos y aun a despreciar también el mismo Magisterio de la Iglesia, que con su autoridad tanto peso ha dado a aquella teología. Presentan este Magisterio como un impedimento del progreso y como un obstáculo de la ciencia; y hasta hay católicos que lo consideran como un freno injusto, que impide que algunos teólogos más cultos renueven la teología. Y aunque este sagrado Magisterio, en las cuestiones de fe y costumbres, debe ser para todo teólogo la norma próxima y universal de la verdad (ya que a él ha confiado nuestro Señor Jesucristo la custodia, la defensa y la interpretación del todo el depósito de la fe, o sea, las Sagradas Escrituras y la Tradición divina), sin embargo a veces se ignora, como si no existiese, la obligación que tienen todos los fieles de huir de aquellos errores que más o menos se acercan a la herejía, y, por lo tanto, de observar también las constituciones y decretos en que la Santa Sede ha proscrito y prohibido las tales opiniones falsas [2].
Hay algunos que, de propósito y habitualmente, desconocen todo cuanto los Romanos Pontífices han expuesto en las Encíclicas sobre el carácter y la constitución de la Iglesia; y ello, para hacer prevalecer un concepto vago que ellos profesan y dicen haber sacado de los antiguos Padres, especialmente de los griegos. Y, pues los sumos pontífices, dicen ellos, no quieren determinar nada en la opiniones disputadas entre los teólogos, se ha de volver a las fuentes primitivas, y con los escritos de los antiguos se han de explicar las constituciones y decretos del Magisterio.
13. Afirmaciones éstas, revestidas tal vez de un estilo elegante, pero que no carecen de falacia. Pues es verdad que los Romanos Pontífices, en general, conceden libertad a los teólogos en las cuestiones disputadas —en distintos sentidos— entre los más acreditados doctores; pero la historia enseña que muchas cuestiones que algún tiempo fueron objeto de libre discusión no pueden ya ser discutidas.
14. Ni puede afirmarse que las enseñanzas de las encíclicas no exijan de por sí nuestro asentimiento, pretextando que los Romanos Pontífices no ejercen en ellas la suprema majestad de su Magisterio.
Pues son enseñanzas del Magisterio ordinario, para las cuales valen también aquellas palabras: El que a vosotros oye, a mí me oye[3]; y la mayor parte de las veces, lo que se propone e inculca en las Encíclicas pertenece ya —por otras razones— al patrimonio de la doctrina católica. Y si los sumos pontífices, en sus constituciones, de propósito pronuncian una sentencia en materia hasta aquí disputada, es evidente que, según la intención y voluntad de los mismos pontífices, esa cuestión ya no se puede tener como de libre discusión entre los teólogos.
15. También es verdad que los teólogos deben siempre volver a las fuentes de la Revelación divina, pues a ellos toca indicar de qué manera se encuentre explícita o implícitamente [4] en la Sagrada Escritura y en la divina tradición lo que enseña el Magisterio vivo. Además, las dos fuentes de la doctrina revelada contienen tantos y tan sublimes tesoros de verdad, que nunca realmente se agotan. Por eso, con el estudio de las fuentes sagradas se rejuvenecen continuamente las sagradas ciencias, mientras que, por lo contrario, una especulación que deje ya de investigar el depósito de la fe se hace estéril, como vemos por experiencia. Pero esto no autoriza a hacer de la teología, aun de la positiva, una ciencia meramente histórica. Porque junto con esas sagradas fuentes, Dios ha dado a su Iglesia el Magisterio vivo, para ilustrar también y declarar lo que en el Depósito de la fe no se contiene sino oscura y como implícitamente. Y el divino Redentor no ha confiado la interpretación auténtica de este depósito a cada uno de sus fieles, ni un a los teólogos, sino sólo al Magisterio de la Iglesia. Y si la Iglesia ejerce este su oficio (como con frecuencia lo ha hecho en el curso de los siglos con el ejercicio, ya ordinario, ya extraordinario, del mismo oficio), es evidentemente falso el método que trata de explicar lo claro con lo oscuro; antes bien, es menester que todos sigan el orden inverso. Por los cual, nuestro predecesor, de inmortal memoria, Pío IX, al enseñar que es deber nobilísimo de la teología mostrar cómo una doctrina definida por la Iglesia se contiene en las fuentes, no sin grave motivo añadió aquellas palabras: con el mismo sentido, con que ha sido definida por la Iglesia.
16. Volviendo a las nuevas teorías de que tratamos antes, algunos proponen o insinúan en los ánimos muchas opiniones que disminuyen la autoridad divina de la Sagrada Escritura, pues se atreven a adulterar el sentido de las palabras con que el concilio Vaticano define que Dios es el autor de la Sagrada Escritura y renuevan una teoría, ya muchas veces condenada, según la cual la inerrancia de la Sagrada Escritura se extiende sólo a los textos que tratan de Dios mismo, de la religión o de la moral. Más aún: sin razón hablan de un sentido humano de la Biblia, bajo el cual se oculta el sentido divino, que es, según ellos, el sólo infalible. En la interpretación de la Sagrada Escritura no quieren tener en cuenta la analogía de la fe ni la tradición de la Iglesia, de manera que la doctrina de los Santos Padres y del sagrado Magisterio, debe ser medida por la de las Sagradas Escrituras, explicadas —éstas— por los exegetas de un modo meramente humano, más bien que exponer las Sagradas Escrituras según la mente de la Iglesia, que ha sido constituida por Nuestro Señor Jesucristo como guarda e intérprete de todo el depósito de las verdades reveladas.
17. Además, el sentido literal de la Sagrada Escritura y su exposición, que tantos y tan eximios exegetas, bajo la vigilancia de la Iglesia, han elaborado, deben ceder el puesto, según las falsas opiniones de éstos [los nuevos], a una nueva exégesis que llaman simbólica o espiritual, con la cual los libros del Antiguo Testamento, que actualmente en la Iglesia son como una fuente cerrada y oculta, llegarían por fin a abrirse para todos. De esta manera, afirman, desaparecen todas las dificultades, que solamente encuentran los que se atienen al sentido literal de las Sagradas Escrituras.
18. Todos ven cuánto se apartan estas opiniones de los principios y normas hermenéuticas justamente establecidas por nuestros predecesores, de feliz memoria, León XIII, en la encíclica Providentissimus, y Benedicto XV, en la encíclica Spiritus Paraclitus, y también por Nos mismo en la encíclica Divino afflante Spiritu.
19. No hay, pues, que admirarse que estas novedades hayan producido frutos venenosos ya en casi todos los tratados de teología. Se pone en duda si la razón humana, sin la ayuda de la divina revelación y de la divina gracia, puede demostrar la existencia de un Dios personal con argumentos deducidos de las cosas creadas; se niega que el mundo haya tenido principio, y se afirma que la creación del mundo es necesaria, pues procede de la necesaria liberalidad del amor divino; se niega asimismo a Dios la presencia eterna e infalible de las acciones libres de los hombres: opiniones todas contrarias del concilio Vaticano [5]
20. También hay algunos que plantean el problema de si los ángeles son personas; y si hay diferencia esencial entre la materia y el espíritu. Otros desvirtúan el concepto del carácter gratuito del orden sobrenatural, pues defienden que Dios no puede crear seres inteligentes sin ordenarlos y llevarlos a la visión beatífica. Y, no contentos con esto, contra las definiciones del concilio de Trento, destruyen el concepto del pecado original, junto con el del pecado en general en cuanto ofensa de Dios, así como también el de la satisfacción que Cristo ha dado por nosotros. Ni faltan quienes sostienen que la doctrina de la transubstanciación, al estar fundada sobre un concepto ya anticuado de la sustancia, debe ser corregida de manera que la presencia real de Cristo en la Eucaristía quede reducida a un simbolismo, según el cual las especies consagradas no son sino señales eficaces de la presencia espiritual de Cristo y de su íntima unión en el Cuerpo místico con los miembros fieles.
21. Algunos no se consideran obligados por la doctrina —que, fundada en las fuentes de la revelación, expusimos Nos hace pocos años en una Encíclica—, según la cual el Cuerpo místico de Cristo y la Iglesia católica romana son una sola y misma cosa [6]. Otros reducen a una pura fórmula la necesidad de pertenecer a la verdadera Iglesia para conseguir la salud eterna. Otros, finalmente, no admiten el carácter racional de los signos de la credibilidad de la fe cristiana.
22. Es notorio que estos y otros errores semejantes se propagan entre algunos hijos nuestros, equivocados por un imprudente celo o por una ciencia falsa; y con tristeza nos vemos obligados a repetirles —a estos hijos— verdades conocidísimas y errores manifiestos, señalándoles con preocupación los peligros del error. Todos conocen bien cuánto estima la Iglesia el valor de la humana razón, cuyo oficio es demostrar con certeza la existencia de un solo Dios personal, comprobar invenciblemente los fundamentos de la misma fe cristiana por medio de sus notas divinas, establecer claramente la ley impresa por el Creador en las almas de los hombres y, por fin, alcanzar algún conocimiento, siquiera limitado, aunque muy fructuoso, de los misterios [7].
II. DOCTRINA DE LA IGLESIA
23. Pero este oficio sólo será cumplido bien y seguramente, cuando la razón esté convenientemente cultivada, es decir, si hubiere sido nutrida con aquella sana filosofía, que es como un patrimonio heredado de las precedentes generaciones cristianas, y que, por consiguiente, goza de una mayor autoridad, por que el mismo Magisterio de la Iglesia ha utilizado sus principios y sus principales asertos, manifestados y precisados lentamente, a través de los tiempos, por hombres de gran talento, para comprobar la misma divina revelación. Y esta filosofía, confirmada y comúnmente aceptada por la Iglesia, defiende el verdadero y genuino valor del conocimiento humano, los inconcusos principios metafísicos —a saber: los de razón suficiente, causalidad y finalidad— y, finalmente sostiene que se puede llegar a la verdad cierta e inmutable.
24. En tal filosofía se exponen, es cierto, muchas cosas que ni directa ni indirectamente se refieren a la fe o las costumbres, y que, por lo mismo, la Iglesia deja a la libre disputa de los especialistas; pero no existe la misma libertad en muchas otras materias, principalmente en lo que toca a los principios y a los principales asertos que poco ha hemos recordado. Aun en estas cuestiones esenciales se puede vestir a la filosofía con más aptas y ricas vestiduras, reforzarla con más eficaces expresiones, despojarla de cierta terminología escolar menos conveniente, y hasta enriquecerla —pero con cautela— con ciertos elementos dejados a la elaboración progresiva del pensamiento humano; pero nunca es lícito derribarla o contaminarla con falsos principios, ni estimarla como un gran monumento, pero ya anticuado. Pues la verdad y sus expresiones filosóficas no pueden estar sujetas a cambios continuos, principalmente cuando se trate de los principios que la mente humana conoce por sí misma o de aquellos juicios que se apoyan tanto en la sabiduría de los siglos como en el consentimiento y fundamento aun de la misma revelación divina. Ninguna verdad, que la mente humana hubiese descubierto mediante una sincera investigación, puede estar en contradicción con otra verdad ya alcanzada, porque Dios la suma Verdad, creó y rige la humana inteligencia no para que cada día oponga nuevas verdades a las ya realmente adquiridas, sino para que, apartados los errores que tal vez se hayan introducido, vaya añadiendo verdades a verdades de un modo tan ordenado y orgánico como el que aparece en la constitución misma de la naturaleza de las cosas, de donde se extrae la verdad. Por ello, el cristiano, tanto filósofo como teólogo, no abraza apresurada y ligeramente las novedades que se ofrecen todos los días, sino que ha de examinarlas con la máxima diligencia y ha de someterlas a justo examen, no sea que pierda la verdad ya adquirida o la corrompa, ciertamente con grave peligro y daño aun para la fe misma.
25. Considerando bien todo lo ya expuesto más arriba, fácilmente se comprenderá porqué la Iglesia exige que los futuros sacerdotes sean instruidos en las disciplinas filosóficas según el método, la doctrina y los principios del Doctor Angélico [8], pues por la experiencia de muchos siglos sabemos ya bien que el método del Aquinatense se distingue por una singular excelencia, tanto para formar a los alumnos como para investigar la verdad, y que, además, su doctrina está en armonía con la divina revelación y es muy eficaz así para salvaguardar los fundamentos de la fe como para recoger útil y seguramente los frutos de un sano progreso [9].
26. Por ello es muy deplorable que hoy en día algunos desprecien una filosofía que la Iglesia ha aceptado y aprobado, y que imprudentemente la apelliden anticuada por su forma yracionalística (así dicen) por el progreso psicológico. Pregonan que esta nuestra filosofía defiende erróneamente la posibilidad de una metafísica absolutamente verdadera; mientras ellos sostienen, por lo contrario, que las verdades, principalmente las trascendentales, sólo pueden convenientemente expresarse mediante doctrinas dispares que se completen mutuamente, aunque en cierto modo sean opuestas entre sí. Por ello conceden que la filosofía enseñada en nuestras escuelas, con su lúcida exposición y solución de los problemas, con su exacta precisión de conceptos y con sus claras distinciones, puede ser útil como preparación al estudio de la teología escolástica, como se adaptó perfectamente a la mentalidad del Medievo; pero —afirman— no es un método filosófico que responda ya a la cultura y a las necesidades modernas. Agregan, además, que la filosofía perenne no es sino la filosofía de las esencias inmutables, mientras que la mente moderna ha de considerar la existencia de los seres singulares y la vida en su continua evolución. Y mientras desprecian esta filosofía ensalzan otras, antiguas o modernas, orientales u occidentales, de tal modo que parecen insinuar que, cualquier filosofía o doctrina opinable, añadiéndole —si fuere menester— algunas correcciones o complementos, puede conciliarse con el dogma católico. Pero ningún católico puede dudar de cuán falso sea todo eso, principalmente cuando se trata de sistemas como el Inmanentismo, el Idealismo, el Materialismo, ya sea histórico, ya dialéctico, o también el Existencialismo, tanto si defiende el ateísmo como si impugna el valor del raciocinio en el campo de la metafísica.
Por fin, achacan a la filosofía enseñada en nuestras escuelas el defecto de que, en el proceso del conocimiento, atiende sólo a la inteligencia, menospreciando el oficio de la voluntad y de los sentimientos. Lo cual no es verdad. La filosofía cristiana, en efecto, nunca ha negado la utilidad y la eficacia de las buenas disposiciones que todo espíritu tiene para conocer y abrazar los principios religiosos y morales; más aún: siempre ha enseñado que la falta de tales disposiciones puede ser la causa de que el entendimiento, bajo el influjo de las pasiones y de la mala voluntad, de tal manera se obscurezca que no pueda ya llegar a ver con rectitud. Y el Doctor común cree que el entendimiento puede en cierto modo percibir los más altos bienes correspondientes al orden moral, tanto natural como sobrenatural, en cuanto que experimenta en lo íntimo una cierta efectiva connaturalidad con esos mismos bienes, ya sea natural, ya por medio de la gracia divina [10]; y se comprende bien cómo ese conocimiento, por poco claro que sea, puede ayudar a la razón en sus investigaciones. Pero una cosa es reconocer la fuerza de la voluntad y de los sentimientos para ayudar a la razón a alcanzar un conocimiento más cierto y más seguro de las cosas morales, y otra lo que intentan estos innovadores, esto es, atribuir a la voluntad y a los sentimientos un cierto poder de intuición y afirmar que el hombre, cuando con la razón no puede ver con claridad lo que debería abrazar como verdadero, acude a la voluntad, gracias a la cual elige libremente para resolverse entre las opiniones opuestas, con lo cual de mala manera mezclan el conocimiento y el acto de la voluntad.
27. No es de maravillar que, con estas nuevas opiniones, estén en peligro las dos disciplinas filosóficas que por su misma naturaleza están estrechamente relacionadas con la doctrina católica, a saber: la teodicea y la ética. Sostienen ellos que el oficio de éstas no es demostrar con certeza alguna verdad tocante a Dios o a cualquier otro ser trascendente, sino más bien el mostrar que cuanto la fe enseña acerca de Dios personal y de sus preceptos, es enteramente conforme a las necesidades de la vida, y que por lo mismo todos deben abrazarlo para evitar la desesperación y alcanzar la salvación eterna. Afirmaciones éstas, claramente opuestas a las enseñanzas de nuestros predecesores León XIII y Pío X, e inconciliables con los decretos del concilio Vaticano. Inútil sería el deplorar tales desviaciones de la verdad si, aún en el campo filosófico, todos mirasen con la debida reverencia al Magisterio de la Iglesia, la cual por divina institución tiene la misión no sólo de custodiar e interpretar el depósito de la verdad revelada, sino también vigilar sobre las mismas disciplinas filosóficas para que los dogmas no puedan recibir daño alguno de las opiniones no rectas.
III. LAS CIENCIAS
28. Resta ahora decir algo sobre determinadas cuestiones que, aun perteneciendo a las ciencias llamadas positivas, se entrelazan, sin embargo, más o menos con las verdades de la fe cristiana. No pocos ruegan con insistencia que la fe católica tenga muy en cuenta tales ciencias; y ello ciertamente es digno de alabanza, siempre que se trate de hechos realmente demostrados; pero es necesario andar con mucha cautela cuando más bien se trate sólo de hipótesis, que, aun apoyadas en la ciencia humana, rozan con la doctrina contenida en la Sagrada Escritura o en la tradición. Si tales hipótesis se oponen directa o indirectamente a la doctrina revelada por Dios, entonces sus postulados no pueden admitirse en modo alguno.
29. Por todas estas razones, el Magisterio de la Iglesia no prohíbe el que —según el estado actual de las ciencias y la teología— en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes de entrambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente —pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios—. Mas todo ello ha de hacerse de manera que las razones de una y otra opinión —es decir la defensora y la contraria al evolucionismo— sean examinadas y juzgadas seria, moderada y templadamente; y con tal que todos se muestren dispuestos a someterse al juicio de la Iglesia, a quien Cristo confirió el encargo de interpretar auténticamente las Sagradas Escrituras y defender los dogmas de la fe [11]. Pero algunos traspasan esta libertad de discusión, obrando como si el origen del cuerpo humano de una materia viva preexistente fuese ya absolutamente cierto y demostrado por los datos e indicios hasta el presente hallados y por los raciocinios en ellos fundados; y ello, como si nada hubiese en las fuentes de la revelación que exija la máxima moderación y cautela en esta materia.
30. Mas, cuando ya se trata de la otra hipótesis, es a saber, la del poligenismo, los hijos de la Iglesia no gozan de la misma libertad, porque los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural generación, o bien de que Adán significa el conjunto de muchos primeros padres, pues no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con cuanto las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan sobre el pecado original, que procede de un pecado en verdad cometido por un solo Adán individual y moralmente, y que, transmitido a todos los hombres por la generación, es inherente a cada uno de ellos como suyo propio [12].
31. Y como en las ciencias biológicas y antropológicas, también en las históricas algunos traspasan audázmente los límites y las cautelas que la Iglesia ha establecido. De un modo particular es deplorable el modo extraordinariamente libre de interpretar los libros del Antiguo Testamento. Los autores de esa tendencia, para defender su causa, sin razón invocan la carta que la Comisión Pontificia para los Estudios Bíblicos envió no hace mucho tiempo al arzobispo de París [13]. La verdad es que tal carta advierte claramente cómo los once primeros capítulos del Génesis, aunque propiamente no concuerdan con el método histórico usado por los eximios historiadores grecolatinos y modernos, no obstante pertenecen al género histórico en un sentido verdadero, que los exegetas han de investigar y precisar; los mismos capítulos —lo hace notar la misma carta—, con estilo sencillo y figurado, acomodado a la mente de un pueblo poco culto, contienen ya las verdades principales y fundamentales en que se apoya nuestra propia salvación, ya también una descripción popular del origen del género humano y del pueblo escogido.
32. Mas si los antiguo hagiógrafos tomaron algo de las tradiciones populares —lo cual puede ciertamente concederse—, nunca ha de olvidarse que ellos obraron así ayudados por la divina inspiración , la cual los hacía inmunes de todo error al elegir y juzgar aquellos documentos. Por lo tanto, las narraciones populares incluidas en la Sagrada Escritura, en modo alguno pueden compararse con las mitologías u otras narraciones semejantes, las cuales más bien proceden de una encendida imaginación que de aquel amor a la verdad y a la sencillez que tanto resplandece en los libros Sagrados, aun en los del Antiguo Testamento, hasta el punto de que nuestros hagiógrafos deben ser tenidos en este punto como claramente superiores a los escritores profanos.
33. En verdad sabemos Nos cómo la mayoría de los doctores católicos, consagrados a trabajar con sumo fruto en las universidades, en los seminarios y en los colegios religiosos, están muy lejos de esos errores, que hoy abierta u ocultamente se divulgan o por cierto afán de novedad o por un inmoderado celo de apostolado. Pero sabemos también que tales nuevas opiniones hacen su presa entre los incautos, y por lo mismo preferimos poner remedio en los comienzos, más bien que suministrar una medicina, cuando la enfermedad esté ya demasiado inveterada. Por lo cual, después de meditarlo y considerarlo largamente delante del Señor, para no faltar a nuestro sagrado deber, mandamos a los obispos y a los superiores generales de las órdenes y congregaciones religiosas, cargando gravísimamente sus consecuencias, que con la mayor diligencia procuren el que ni en las clases, ni en reuniones o conferencias, ni con escritos de ningún género se expongan tales opiniones, en modo alguno, ni a los clérigos ni a los fieles cristianos.
34. Sepan cuantos enseñan en Institutos eclesiásticos que no pueden en conciencia ejercer el oficio de enseñar que les ha sido concedido, si no acatan con devoción las normas que hemos dado y si no las cumplen con toda exactitud en la formación de sus discípulos. Esta reverencia y obediencia que en su asidua labor deben ellos profesar al Magisterio de la Iglesia, es la que también han de infundir en las mentes y en los corazones de sus discípulos.
Esfuércense por todos medios y con entusiasmo para contribuir al progreso de las ciencias que enseñan; pero eviten también el traspasar los límites por Nos establecidos para la defensa de la fe y de la doctrina católica. A las nuevas cuestiones que la moderna cultura y el progreso del tiempo han hecho de gran actualidad, dediquen los resultados de sus más cuidadosas investigaciones, pero con la conveniente prudencia y cautela; finalmente, no crean, cediendo a un falso irenismo, que pueda lograrse una feliz vuelta —a la Iglesia— de los disidentes y los que están en el error, si la verdad íntegra que rige en la Iglesia no es enseñada a todos sinceramente, sin ninguna corrupción y sin disminución alguna.
Fundados en esta esperanza, que vuestra pastoral solicitud aumentará todavía, como prenda de los dones celestiales y en señal de nuestra paternal benevolencia, a todos vosotros, venerables hermanos, a vuestro clero y a vuestro pueblo, impartimos con todo amor la bendición apostólica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 12 de agosto de 1950, año duodécimo de nuestro pontificado.
PÍO PP. XII
7. ¿Existió Adán?
InfoCatólica-Pato Acevedo (29.06.10): En la entrada anterior, los lectores comentaban que el autor del artículo citado había sido disciplinado en el año 2008 por su obispo, y los enlaces que aportaban hacían referencia a la negativa de Ariel Álvarez de afirmar la historicidad del relato de Adán y Eva.
Alvarez Valdés presentó su renuncia al sacerdocio en julio de 2009, y aunque siguió dialogando con el Obispado local tratando de encontrar un acuerdo, finalmente no pudieron llegar a ningún arreglo, “debido a que se me puso como condición, en la última carta que me mandaron en noviembre del año pasado, que yo escribiera un artículo reafirmando la historicidad del relato de Adán y Eva, algo que para mí es inaceptable como biblista”, sostuvo el ex sacerdote.
De la lista de libros que el cristianismo sostiene como inspirados por Dios e inerrantes, sin dudas que el Génesis es el que introduce mayor tensión entre el cristiano y el mundo moderno, lo que, a fin de cuentas, es esperable, pues precisamente ahí encontramos la respuesta de nuestra religión a la pregunta “¿Qué es el hombre?", respuesta que ha llegado a ser inaceptable para la modernidad, por diversos motivos.
En tal contexto, naturalmente los teólogos serán los encargados de abordar estos conflictos, y es legítimo que lo hagan, pero siempre teniendo en vista que el objetivo esexplicar la fe a una comunidad que no la entiende, tal vez haciendo uso de las categorías que resulten familiares a sus oyentes, pero nunca rendir las verdades recibidas a las convenciones de otros.
Ahora bien, ¿Podría alguien explicarme de qué modo negar la existencia histórica de Adán y Eva “resuelve” esta tensión? Aún si no tuviéramos la explícita condena al poligenismo de Pío XII en 1950 mediante la encíclica Humani Generis, basta la lógica para darse cuenta de los problemas insalvables que produciría esta posición.
De partida, la afirmación “los hombres son hermanos” deviene en falsa, y renace elracismo con toda su fuerza lógica, que la tiene, y su secuela de sufrimiento que conoció el S. XX. De similar modo, toda la ética fundada en la igualdad de todos los hombres y su dignidad intrínseca, objetiva y anterior al Estado, va de golpe al tacho de la basura, pues puedo explotar a un animal para mi beneficio, igualmente puedo explotar a un ser humano, si su relación conmigo, en ambos casos, es básicamente la misma.
Por otro lado, como la realidad histórica de Adán y Eva se encuentra inevitablemente unida a la del pecado original, negar a nuestros primeros padres lleva un problema de incoherencia lógica entre la enfermedad, provocada por la caída, y su cura, que es la redención operada por NSJC mediante el sacrificio de la cruz.
Parafraseando a San Pablo, si Cristo no resucitó realmente, ni fue crucificado, los cristianos somos los más lamentables de los hombres. Pero si Cristo operó la redención en la historia, necesariamente aquello de lo que debíamos ser redimidos tenía que tener una dimensión histórica. De lo contrario nos quedamos con un defecto simbólico, que fue reparado mediante un sacrificio real. Absurdo.
Finalmente, es útil comparar esta hipótesis con la herejía de Pelagio, que proponía que el pecado de Adán lo perjudicó sólo a él y no a la humanidad, y que los no bautizados se encuentran en iguales condiciones que Adán respecto a la gracia. Ahora bien, si herético negar los efectos “expansivos” del pecado original y sostener que sólo los tuvo limitados a su autor ¡Con mayor razón será inaceptable sostener que no tuvo ningún efecto, porque no ocurrió!
Concedamos un punto: la existencia de Adán y el pecado original no es un punto de debate con los escépticos. Al igual que muchas otras verdades de la fe, como la trinidad y la eucaristía, sólo podemos afirmar la realidad del pecado original una vez nos hemos convertido en cristianos. Pero en tal caso la labor del teólogo será explicar cómo no existe contradicción lógica entre la verdad revelada y la realidad, y no negar aspectos fundamentales de la fe para hacerla más aceptable a una audiencia moderna.
Una palabra sobre esa “audiencia moderna". Hace tiempo que algunos hermanos cristianos insisten en roponer hipótesis que resultan escandalosas para la mayoría -como negar la existencia histórica de Adán, o cuestionar la de NSJC-, justificándose en que debemos salir al encuentro de los que no creen, y llevarles el mensaje evangélico donde ellos se encuentren; si estamos ante una audiencia moderna, podemos y debemos expresarnos en el lenguaje de la modernidad.
Sin entrar a responder en el fondo (lo que yo haría con un clásico “Lo que dices es verdad, pero hasta qué punto…"), déjenme preguntar: Ya llevamos en esta estrategia… cuánto ¿100 años? pongamos la marca en la encíclica Pascendi de 1907, y entonces, en estos 103 años ¿Cuántos y cuáles han sido los éxitos reales de este enfoque? ¿Hay algún intelectual ateo que se haría cristiano si el pelagianismo fuera una opinión aceptable? ¿Se han hecho más respetables las exigencias morales cristianas en el ámbito académico?
Me parece que no, y en tal caso tenemos que cuestionar la validez del enfoque que sostiene la labor de muchos teólogos hoy en día. Hay quienes gustan de hablar de la distancia que hoy existe entre el pueblo cristiano y sus pastores, pero creo que esa es menor con la que hay entre ese mismo pueblo y sus teólogos.
8. Contradicciones bíblicas
InfoCatólica-Pato Acevedo (15.04.13): No entiendo que se pida la cabeza de un teólogo clavada en una pica, por decir que la visita de María a Isabel fue simbólica y no histórica, y que luego se pueda decir que igual lo de los doce apóstoles de San Pablo pudiera ser simbólico y que no importa que en realidad fueran once. Y no entiendo que después de dos mil años si le preguntas a dos católicos distintos, incluidos teólogos y obispos, no se ponen de acuerdo sobre lo que es simbólico y lo que es histórico.
¿Adán y Eva son simbólicos o existieron realmente?
¿Realmente metió Noé en un arca a una pareja de cada animal, dinosaurios incluidos?.
¿Y Jonás estuvo tres días dentro de una ballena?.
¿Y las plagas de Egipto de veras las mando Dios?.
¿El Sol se paró en el firmamento para que Josué ganara una batalla?.
¿Sansón tenía una fuerza sobrehumana y los filisteos eran tan tontos que no se dieron cuenta de que el pelo le volvía a crecer?.
Como estas dificultades parecen relacionadas con la comprensión de la Biblia, aquí va un curso flash sobre la comprensión católica de la Biblia. Correcciones y precisiones son bien recibidas en los comentarios. La Biblia es, en todo lo que afirma el texto, Palabra de Dios y por lo tanto inerrante. La clave está en saber qué afirma el efectivamente el autor y en qué es diferente de lo que cada uno pueda entenderle. Esto es así porque los católicos entienden que Dios ha elegido usar a ciertos hombres concretos para manifestar Su palabra (a diferencia de lo que los musulmanes creen acerca del Corán) y por lo tanto ellos usaron formas de expresarse que son propias de su tiempo, cultura e incluso características personales.
Para ello el primer paso es establecer el sentido literal del texto, que es aquel que entendían el autor y los receptores primarios del mismo (a quienes se les escribía). Con textos muy antiguos eso puede ser difícil, porque la diferencia cultural es muy grande, pero para ello contamos con la tradición de la Iglesia, que ha conservado las interpretaciones que hacían otros cristianos de esos mismos textos y estaban más cercanos a la época en que se escribieron, y con disciplinas auxiliares como la historia, mediante la cual conocemos, por ejemplo, qué entendían los judíos al leerlos, o la arqueología.
A partir del sentido literal se arriba al sentido espiritual o simbólico (lo he escuchado de ambas formas) que se subdivide en alegórico, moral y anagógico, y también es inspirado por Dios.
Ya con esta breve exposición, es evidente que los libros de la Biblia no son un manual de instrucciones, que tengan un solo sentido, ni siquiera un texto legal, que pretende aplicarse a diversas situaciones, pero sólo admite un rango limitado de interpretaciones. La Biblia es un solo libro que debe hablarles a muchos millones de hombres en diferentes épocas y culturas, y todavía ser inteligible. La desventaja de esta exigencia de hablarle a todas las épocas y culturas, es que al leer la Biblia puede parecer que uno pudiera hacer decir cualquier cosa. Como Dios no puede querer decir “cualquier cosa", cobra importancia lo que dijo el Papa Francisco hace unos días:
Para comprender [la Escritura] adecuadamente, 
es necesaria la constante presencia del Espíritu Santo 
que «guía toda la verdad» (Jn 16, 13).
Es necesario colocarse en la corriente de la gran Tradición que, bajo la asistencia del Espíritu Santo y la guía del Magisterio, ha reconocido los escritos canónicos como Palabra que Dios dirige a su pueblo y jamás ha dejado de meditarlos y de descubrir sus inagotables riquezas, tal como lo reafirmó el Concilio Vaticano II en la Constitución dogmática Dei Verbum. O sea, cuando el católico se acerca a la Escritura, primero pide al Espíritu Santo que lo ilumine, y le conceda un corazón abierto al mensaje de NSJC, luego lee e intenta dilucidar, según su mejor saber y entender, qué le quiere decir Dios a través de ese pasaje. Para el 90% de los textos eso es suficiente, pero también hay textos que no son claros y en esos casos el católico recurre a la Tradición y, con la guía del Magisterio, para profundizar en el mensaje, normalmente descubriendo que esos textos que parecían más oscuros son precisamente los más ricos en significado. Esa es la diferencia fundamental entre un católico y otros cristianos. Si todavía hubiera dudas, y eso se reflejara en dos interpretaciones irreconciliables entre sí y que fueran especialmente relevantes, existe la posibilidad de que el Magisterio emita un pronunciamiento, incluso de una forma definitiva para que no haya dudas así del verdadero significado de la Escritura. Pero como te digo, eso es sumamente extraordinario, de modo que los cristianos gozan de una gran libertad para acercarse a la Biblia y discernir a través de ella la voluntad de Dios para sus vidas, que es en definitiva lo que importa. Todavía nos queda una regla de interpretación, atribuida a diferente santos, que dice “En lo esencial, unidad; en lo accesorio, libertad; en todo, caridad". Si en esa libertad hay opiniones contrarias, a nadie debería sorprender, pues efectivamente hay cuestiones que no son esenciales y es maravilloso que Dios pueda decir cosas diferentes, aunque no contradictorias, a diversas personas a través de un mismo texto. Por ejemplo, en el mismo episodio de Marta y su hermana María, uno puede ver el llamado a una vocación a la vida contemplativa, y otro, a profundizar su acción social en una participación frecuente en los sacramentos. Para que no digan que nos vamos en puras generalidades, revisemos los casos particulares que nos propone el comentarista, salvo la primera que la incluimos por ser muy común.
¿Creación en 7 días cronológicos?
A una primera lectura “literalista", parecería la única posibilidad. La tradición de la Iglesia, en cambio, desde San Agustín destaca los elementos que apuntan a un texto simbólico, las que se profundizan cada vez que conocemos más acerca del contexto en que se escribió. Como ninguna opción (lectura litarlista o simbólica) contradice el poder ni la bondad de Dios, o compromete el mensaje cristiano, entiendo que existe libertad para sostener una u otra interpretación.
¿Adán y Eva son simbólicos o existieron realmente?
El relato de Adán y Eva que nos entrega el Génesis está íntimamente ligado al pecado original, y a la predicación del cristianismo, especialmente por lo que escribió San Pablo acerca de la misión de NSJC, como indica en la carta a los romanos:
5,18 Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida.
Esta es una cuestión fundamental, que por lo tanto requiere un pronunciamiento de la Iglesia. Y la Iglesia se ha pronunciado, en el Catecismo de la Iglesia Católica:
390 El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre (cf. GS13,1). La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres (cf. Concilio de Trento: DS 1513; Pío XII, enc. Humani generis: ibíd, 3897; Pablo VI, discurso 11 de julio de 1966).
Entonces, la respuesta es que Adán y Eva existieron realmente, a pesar de que el episodio esté descrito en un lenguaje simbólico.
¿Realmente metió Noé en un arca a una pareja de cada animal, dinosaurios incluidos?
Puesto que los dinosaurios se extinguieron hace 65 millones de años, y la aparición del hombre moderno se sitúa hace apenas cien mil años, parece seguro afirmar que Noé no metió dinosaurios en el arca. Pero supongo que la pregunta apunta más a la realidad del diluvio.
Contrario a lo que ocurre con Adán y Eva, el relato del diluvio tiene un valor más simbólico en la predicación de los apóstoles, como pre-figura del bautismo, y no es tan fundamental como el relato de la caída. Por eso hay más libertad en la interpretación, en un rango que puede ir desde el relato totalmente alegórico, hasta un diluvio planetario, ya que esto último no es imposible para Dios.
Personalmente me inclino por entender que este episodio describe una inundación histórica, pero local, ya que el significado de “toda la tierra” en aquella época era bastante más limitado que ahora.
¿Y Jonás estuvo tres días dentro de una ballena?
No hay nada en la biología que lo impida. Más interesante es saber si estuvo vivo esos tres días, y a pesar de las ideas populares al respecto, las palabras de NSJC parecen indicar que no, cuando dice “40 Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches.” (Mt 12)
¿Y las plagas de Egipto de veras las mando Dios? 
¿El Sol se paró en el firmamento para que Josué ganara una batalla? ¿Sansón tenía una fuerza sobrehumana y los filisteos eran tan tontos que no se dieron cuenta de que el pelo le volvía a crecer?
Nada hay en estos relatos que pueda oponerse a la omnipotencia divina y cada uno conserva la libertad de interpretarlos como mejor estime conveniente, siempre que respete las reglas acerca de preminencia del significado literal que hemos mencionado antes. Por ejemplo, si el relato de Sansón es parte de una gesta nacional, no es de sorprender que se destaque la estupidez de los enemigos de Israel.
Concluyendo con el ejemplo inicial por el que se consulta, la visita de la Virgen a Santa Isabel no tiene ningún viso de ser simbólica, no hay en ella hecho extraordinario que haya que explicar y la Iglesia ha reiterado en varias ocasiones su inmutable enseñanza sobre la base histórica de los cuatro evangelios. Base histórica no es lo mismo que una crónica, pues en los evangelios hay eventos que están ordenados temáticamente, antes que en orden cronológico, pero todos los hechos que relatan corresponden a episodios reales. El Concilio Vaticano II lo dice más claramente:
19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la condición de las Iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes “desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra” para que conozcamos “la verdad” de las palabras que nos enseñan.
La cita es larga, pero no tiene nada que sobre. Y ese es el problema con este supuesto teólogo: no que arroje dudas sobre el episodio de la visitación, sino que en el fondo niega el carácter histórico de los evangelios,aspecto sobre el cual la Iglesia ya se ha pronunciado, y que es fundamental. El enseñar públicamente y como católico una doctrina que se opone diametralmente a la fe de la Iglesia expresada en el Concilio es lo que naturalmente justifica la denuncia del hecho. Por el contrario, lo de referirse a “los doce” para hablar de los apóstoles, en cambio, ni siquiera alcanza a ser una disputa sobre el significado simbólico o espiritual de la expresión, es un mero problema de denominación: Cristo designó a doce de sus discípulos para ser Sus apóstoles, número que tiene tiene valor simbólico por ser el de los patriarcas de Israel. Luego se les llamó “los doce” a pesar de que el grupo perdió a Judas y ganó a Matías ¿Dejaron de ser “los doce"? Claro que no. Luego San Pablo se identifica como uno de los apóstoles ¿Son 13 entonces? No importa, porque “doce” ha dejado de ser un número para convertirse en el nombre del grupo.