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jueves, 25 de junio de 2015

TOMÁS MORO: Santo patrón de los Gobernantes. Mártir de Enrique VIII por la unidad de la Iglesia católica y por la Libertad de conciencia contra las leyes civiles injustas. Humanista (Utopía). Biografía y Film (1859)

«Repaso» de Tomás Moro a Enrique VIII (Vídeo)
Religión en Libertad (22/6/2015): En un momento de la Serie TV "Los Tudor", el futuro mártir y santo le deja claro al rey inglés que su lealtad personal hacia su persona no le hará abandonar la fe de la Iglesia. La frase que se pone en sus labios es antológica contra toda tentación protestantizante del libre examen y la opinión personal por encima del dogma.
Santo Tomás Moro: Biografía
ACI Prensa-Alejandro Bermúdez: Santo Tomás Moro nació en Londres el 1478. Estudió en Oxford y en Londres. Fue un gran humanista, amigo de Erasmo y de Luis Vives. Pensó algún tiempo en la vida monástica, y por fin, leyendo La Ciudad de Dios de San Agustín, decide ser ciudadano de la ciudad celeste sin apartarse de la terrestre.
La Vida de Pico de la Mirándola influyó mucho en su vocación. Contrajo matrimonio con Juana, y tuvieron cuatro hijos, pero al poco tiempo queda viudo, contrayendo segundas nupcias con Alicia.
El santo supo compaginar una vida interior profunda con una escrupulosidad en sus obligaciones profesionales. Como pionero en la promoción de los laicos, se enfrenta a los problemas de su tiempo con criterios cristianos.
Demuestra con su ejemplo el valor de "la obra bien hecha". Crece su prestigio como abogado, y en la Corte le piden su colaboración, y luego es elegido Canciller del Reino. Sin embargo, cuando el Rey Enrique VIII consigue la anulación de su matrimonio con Catalina de Aragón por presiones y sobornos, el santo renuncia a su cargo, intuyendo que eso le costará muy caro.
Moro se niega a firmar el Acta de Sucesión y de Supremacía, por la que se proclama el rey Cabeza de la Iglesia Anglicana y la independencia de Roma. Moro acata la autoridad civil del rey, pero no quiere ser infiel a su conciencia. Poco después, Tomás Moro es juzgado y encerrado en la Torre de Londres; muchos le piden que firme, que ceda, aunque sea disimulando, pero su conciencia no se lo permite, "prefiere ser discípulo del Señor antes que del Rey". Su hija Margarita lo visita con frecuencia; rezan juntos, piensan en el cielo.
El 16 de julio de 1535 fue decapitado. Santo Tomás Moro escribió muchos libros de piedad y en defensa de la fe; el más famosos de ellos es "Utopía". Es un mártir por la unidad de la Iglesia y por la libertad de conciencia centras las leyes civiles injustas. Pio XI lo canonizó en 1935.
Tomás Moro: Humanista
UTOPÍA (texto integro)
Fundación Tomás Moro-Cruz Martínez Esteruelas: Tomás Moro, al dar nombre a su isla y a su obra más conocida, inventa y establece la palabra “utopía” y, sin proponérselo, desencadena la fuerza de un vocablo que será utilizado, incluso, con efecto retroactivo. No se llamará utópicos solamente a ciertos idealismos políticos y sociales posteriores a él, sino también a algunos de los que le precedieron. De esta manera, ex nunc y ex tunc, el nombre de la famosa ínsula se hace concepto.
En líneas generales, se llama hoy utopía o utópico a todo ideal de organización política o social fruto de la imaginación humana, deseado por quien lo formula, que tiene visos de irrealizable y que, en fin, va acompañado, en su exposición, de una crítica del status existente.
La nota de inasequibilidad ha sido tradicionalmente considerada como inseparable del concepto de utopía. Sin embargo, al valorar la fuerza motriz que, en ocasiones, han tenido las ideas utópicas, algunos han revisado aquel carácter sustituyéndolo por el de dificultad: lo utópico es arduo, pero no necesariamente imposible. Así lo entendemos nosotros. Lo utópico puede ser inasequible, pero no siempre es así: puede ser nada más y nada menos que difícil.
Quizás uno de los intentos más sugestivos en orden a definir el concepto de utopía haya sido el de Karl Mannheim al contraponerlo al de ideología. Según dicho autor, la utopía dice razón de los ideales en su pureza, mientras que la ideología viene a comprender no sólo dichos ideales originarios, sino también los intereses y objetivos que, engendrados por la realidad del mundo, quedan encubiertos y sublimados por aquellos. De ahí, dice Mannheim que la ideología propenda a las actitudes conservadoras, mientras que la utopía genera crítica y pueda ser, incluso, revolucionaria. Es más, para Mannheim existe una sucesión histórica o, si se quiere, dialéctica entre ambos fenómenos: cuando la utopía viene a ser consolidada se torna ideología que, a su vez, provoca nuevas utopías.
¿Es el criticismo una característica necesaria de lo utópico? Si nos atenemos a su frecuente presencia en los escritores tenidos por tales -empezando por el propio Moro- tendremos que concluir que sí. Ello ha movido la inclusión o la valoración de dicha nota en las definiciones, hasta el punto de que Horkheimer haya dicho de las dos partes de toda utopía, la crítica y la exposición de lo que debería ser, la más importante es la primera.
Así las cosas, aparece ante nuestros ojos lo que nos hemos permitido llamar la gran paradoja moreana. Común denominador de los escritores utópicos es el deseo nada velado de que su ideal se plasme en la realidad por ardua que sea su consecución o, al menos, es notorio que aman el sueño de su cerebro. ¿Puede decirse lo mismo de Tomás Moro en relación con su utopía, la Utopía por antonomasia?
La interpretación literal de su obra, tan extendida, ha engendrado la imagen de que el antiguo canciller de Inglaterra se adscribía punto por punto a todas las situaciones narradas por él. Esta supuesta identificación del autor con su obra y el tratamiento que en ella se hace de la igualdad han motivado que el socialismo lo considere un precursor. Pero el problema no es de tan sencilla respuesta. Estudiosos más cautos y conocedores de la vida de Moro y de los géneros literarios de su tiempo trazan interpretaciones de distinto signo aunque todas ellas coincidentes en una misma conclusión: que no procede la lectura literal de Utopía y, consecuentemente, que las afirmaciones en ella contenidas no reflejan necesariamente los ideales políticos y sociales profesados por su autor. La paradoja, por tanto, consiste en que Moro, el utópico por excelencia, no participa de aquel carácter tan generalizado entre los utópicos anteriores y posteriores a él: el de militar en el campo de las ideas expuestas por ellos mismos o, al menos, simpatizar acusadamente con aquéllas.
¿Cómo así? Quien conoce la vida y la obra entera de Moro no puede llegar a otra conclusión:
1) Su tratamiento del divorcio en Utopía es incompatible con su heroica conducta en la grave cuestión de Estado planteada por el de Enrique VIII con Catalina de Aragón.
2) Las consideraciones sobre la eutanasia y el suicidio contenidas en aquella misma obra no son las propias de su profundo cristianismo que se manifiesta no sólo en el comportamiento personal, sino en otros libros suyos tan valiosos como menos conocidos, cual son La agonía de Cristo y El diálogo de la fortaleza y la tribulación, o en sus Cartas y Oraciones escritas desde la Torre de Londres.
Todo esto es tan evidente que obliga a reconsiderar aquellas interpretaciones literales. De ahí que hayan surgido tesis revisoras. Así, la de que Moro refleja un mundo pagano que se mueve en función de la sola razón natural sin la ayuda de la revelación cristiana. O, la más atinada a nuestro juicio, según la cual su Utopía es un exquisito ejercicio intelectual en que se cruzan las más variadas posiciones doctrinales, resaltando como finalidades más firmemente perseguidas por el autor la formulación de una seria crítica al status político y social de su tiempo -singularmente al de Inglaterra- y la búsqueda permanente del hombre nuevo, irremplazable factor de un mundo más justo.
Dejamos constancia, en fin, de comentaristas, todos ellos solventes, que han tomado el camino de la interpretación lógica e histórica de Moro, más allá del fácil vértigo que produce la simplemente literal. Así Touchard, Marius, Reynolds, Vázquez de Prada, Prévost, la propia presentación de la edición de Rialp y ciertos autores incluidos en la obra de Adams.
En la paradoja reside precisamente una de las grandezas de la Utopía de Tomás Moro: la de su problemática interpretación.
Hemos dicho que Moro y su Utopía no pueden secuestrarse. Pero sí cabe participar en el fenómeno utópico con ideas propias. A estos efectos, el cristiano tiene fuentes peculiares de legitimación.
Ante todo, la inequívoca condición cristiana de Moro. Hemos resaltado el ejemplo de su vida y el sentido religioso de sus obras, algunas de ellas de naturaleza explícitamente espiritual. Recordemos también aquel dato que nos brinda Reynolds: la conferencia pronunciada por él en la iglesia de San Lorenzo -situada en la judería de Londres- sobre La Ciudad de Dios de San Agustín, obra clave del pensamiento cristiano que, por otra parte, tiene un cierto sabor utópico.
Cuando se estudian los antecedentes de la Utopía, suelen aparecer dos textos cristianos de excepcional importancia. Uno, como lo recuerda Robert M. Adams, es aquél pasaje de los Hechos de los Apóstoles: “La multitud de los creyentes tenía un sólo corazón y una sola alma y nadie consideraba como suyo lo que poseía, sino que tenían todas sus cosas en común… No había entre ellos ningún necesitado porque los que eran dueños de campos o casas los vendían, llevaban el precio a la venta, lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno según su necesidad” (Act. 4,32 a 35). La influencia de los Hechos sobre Utopía es indudable. Ahora bien: la interpretación literal de la obra de Moro confunde, probablemente, el ejercicio de virtudes personales con lo que son modelos de organización social. Pero, como decíamos, hay otro texto cristiano considerado como antecedente de la obra de Moro: “La Ciudad de Dios” de San Agustín. Posiblemente proceden de aquí ciertos pasajes de la Utopía contrarios a la exaltación del poder político y, en concreto, del Estado. La Ciudad de Dios es altamente crítica a este respecto y ha dado pie a ciertas interpretaciones radicales de San Agustín.
Así pues, la doctrina cristiana se injerta en la Utopía. Mas cabe añadir otra sugerencia: la construcción cristiana del Derecho natural como elevado concepto del deber ser, forma un conjunto de principios e ideales cuya implantación -ardua por demás- postulan sus autores y la Iglesia misma. Pensemos que en esta dirección se encuentran, señaladamente, Santo Tomás de Aquino -anterior a Moro- y nuestra Escuela de Salamanca, posterior a él. Aquí tenemos otro perfil utópico de raíz cristiana. Es por estas razones, entre otras, que los cristianos ostentan una peculiar legitimación para participar en el fenómeno utópico por derecho propio.
Santo Tomás Moro: Film
GloriaTV-Vídeo (16/05/2014): Es el patrono de los políticos. Murió con las siguientes palabras "Muero siendo siervo del rey, pero primero soy siervo de Dios".
FILMAFFINITY: Un hombre para la eternidad
Título original: A Man for All Seasons
Director: Fred Zinnemann 1966
Guión: Robert Bolt 
Reparto: Paul Scofield, Wendy Hiller, Leo McKern, Robert Shaw, Orson Welles, Susannah York, Nigel Davenport, John Hurt, Corin Redgrave, Colin Blakely, Cyril Luckham, Jack Gwillim, Thomas Heathcote, Yootha Joyce, Anthony Nicholls, John Nettleton,Eira Heath, Molly Urquhart, Paul Hardwick, Michael Latimer, Philip Brack, Martin Boddey, Eric Mason, Matt Zimmerman, Vanessa Redgrave
Productora: Columbia Pictures
Género: Drama | Histórico. Siglo XVI. Política. Religión. Biográfico
Sinopsis: Para divorciarse de su esposa Catalina de Aragón (hija de los Reyes Católicos y tía del emperador Carlos V) y contraer matrimonio con Ana Bolena, Enrique VIII (1509-1547) trata de obtener el apoyo de la aristocracia y del clero. Sir Thomas Moro, uno de los más notables humanistas europeos ("Utopía" 1516), ferviente católico y hombre de confianza del monarca, se encuentra en una encrucijada: ¿debe actuar de acuerdo con su conciencia, arriesgándose a ser tachado de traidor y ejecutado, o debe ceder ante un rey que no tiene ningún reparo en adaptar la ley a sus necesidades?
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