ReL (26/3/2016): Extractos de las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich (1774-1824) sobre el descendimiento de la Cruz y el embalsamamiento del cuerpo de Cristo, redactadas por el escritor Clemente Brentano (1778-1842) y recogidas en el volumen La amarga Pasión de Cristo. Voz de Papel, en traducción de José María Sánchez de Toca Catalá.
El jardín de José de Arimatea
El jardín de José de Arimatea está cerca de la Puerta de Belén, por lo menos a siete minutos del monte Calvario, sobre una loma orientada a la muralla; es un hermoso jardín con grandes árboles, bancos y lugares sombreados; por uno de sus extremos sube hasta la muralla de la ciudad. Si se entra en él viniendo de la parte septentrional del valle, por la izquierda el terreno del jardín sube hasta la muralla, y a la derecha, al final del jardín, hay una peña aislada en la que está el sepulcro. Desde el camino de entrada del jardín se tuerce a la derecha para ir a la entrada de la gruta del sepulcro, que mira a Levante sobre la cuesta del jardín y la muralla de la ciudad. (…)
La tumba
El suelo de delante de la entrada a la cueva sepulcral está más alto que la propia entrada, pues la peña está aquí algo más honda, y hay que bajar a la puerta de la cueva por unos escalones, igual que en la sepultura pequeña del lado Este de la peña. Este acceso exterior está cerrado con zarzos. La cueva excavada en la peña es tan grande que pueden estar de pie junto a la pared cuatro hombres a la derecha y cuatro a la izquierda, y aún así, otros podrían pasar cómodamente entre ellos llevando el cadáver.
Hacia poniente, justo enfrente de la puerta, este espacio se redondea, y forma un nicho ancho y no muy alto, en el que la pared de roca se convierte en bóveda por encima del túmulo sepulcral, que tiene dos pies de alto. La superficie del túmulo está ahondada para acomodar un cadáver amortajado. Este túmulo está pegado a la pared por detrás como un altar, pero puede haber alguien de pie a su cabeza y a los pies, y otro más de pie delante del túmulo, incluso si están cerradas las puerta de esta cámara sepulcral.
La puerta de esta cámara sepulcral es de cobre o de otro metal y se abre en dos batientes hasta tocar las paredes laterales; no es vertical sino que cae algo inclinada hacia el nicho, y llega tan cerca del suelo que una piedra colocada delante puede impedir que se abra.
La piedra destinada a este uso yace ahora todavía delante de la entrada de la bóveda sepulcral, y sólo se pondrá delante de las puertas cerradas del sepulcro después de depositar al Señor. Es una piedra grande, algo redondeada por la parte de las puertas del sepulcro, porque tampoco es vertical la pared junto a ellas. Para volver a abrir las puertas, no se necesita primero rodar esta gran piedra fuera de la bóveda, lo que sería sumamente difícil a causa de la estrechez del espacio, sino que una cadena que cuelga del techo se sujeta a algunas argollas que tiene la piedra para eso, y varios hombres tirando de la cadena con grandes esfuerzos, la desplazan a un lado de la cueva, dejando libre las puertas del sepulcro. Enfrente de la entrada de la gruta hay un banco de piedra en el jardín. (…) La gruta está muy limpiamente trabajada. (...)
El descendimiento
El descendimiento de Jesús de la cruz fue de una emoción indescriptible. Todo lo hicieron con tanto cuidado y precaución como si temieran hacer daño a Jesús. Estaban penetrados del mismo amor y devoción al santo cuerpo que habían sentido por el Santo de los Santos mientras vivió. Todos los presentes miraban sin moverse al cuerpo del Señor, y acompañaban cada movimiento levantando los brazos, con lágrimas y con todos los gestos del dolor y la preocupación. Pero todos estaban tranquilos, y los hombres que trabajaban, con un respeto instintivo, como realizando un acto santo, sólo se hablaban poco y a media voz uno a otro para indicarse algún tipo de ayuda.
Cuando sonaron los martillazos con los que sacaban los clavos, María y Magdalena, y todos los que vivieron la crucifixión, se desgarraron otra vez de dolor, pues el sonido de estos golpes les recordó cómo clavaron cruelmente a Jesús. Todos temblaban esperando volver a oir los claros gritos de dolor de Jesús, pero se afligieron por su muerte al comprobar el silencio de su santa boca. (…)
Preparan el cuerpo de Jesús para el entierro
La Santísima Virgen estaba sentada sobre una manta extendida; la espalda y la rodilla derecha un poco levantada, las tenía apoyadas en un bulto, tal vez mantos enrollados, para aliviarla dolor y esfuerzo en su triste trabajo de amor con el cadáver de su hijo asesinado que los hombres habían depositado sobre un lienzo en su regazo. La sagrada cabeza de Jesús estaba reclinada en la rodilla algo levantada de María y su cuerpo estaba extendido sobre el lienzo. El dolor y el amor de la Santísima Virgen eran muy grandes pues tenía de nuevo en sus brazos el cuerpo de su querido Hijo al que no había podido dar ninguna prueba de amor en todo su martirio y al mirar sus heridas vió los espantosos maltratos de este santo cuerpo y besó sus santas mejillas ensangrentadas justo debajo de los ojos. Magdalena reposó su rostro encima de sus pies.
(…) Lo tenían todo previsto. Las mujeres tenían a su lado recipientes de cuero para agua que podían abrirse o aplanarse y amontonarse, así como una olla con agua en una lumbre de carbón. Las mujeres alcanzaban alternativamente a María y a Magdalena cubetas de agua limpia y más esponjas, y estrujaban las usadas en los recipientes de cuero. Me parece que los ramitos redondos que las vi exprimir eran esponjas.
Dentro de su dolor indecible, a la Santísima Virgen la animaba una voluntad muy firme, a pesar de su dolor no podía dejar el santo cuerpo con las huellas del suplicio y los ultrajes e inmediatamente empezó a limpiar y a cuidar el santo cuerpo con actividad incesante.
Con mucha paciencia y con ayuda de las demás, quitó la corona de espinas de la cabeza de Jesús abriéndola por detrás. Para que las heridas de las espinas clavadas en la cabeza no se ensancharan al moverla, tuvieron que cortar espinas sueltas de la corona. Pusieron la corona al lado de los clavos, y entonces María, sirviéndose de unas pinzas de muelle amarillas, largas y redondas, quitó una a una de las heridas de la cabeza del Señor las largas puntas de espina y los fragmentos que se habían quedado clavados y se las mostró tristemente a quienes la acompañaban en el dolor. Algunas de estas espinas las pusieron con la corona, pero otras las debieron guardar como reliquias.
La faz del Señor casi no se podía reconocer de lo desfigurada que estaba por la sangre y las heridas. La barba y el pelo estaban desgreñados y completamente apegotonados con sangre. María lavó la pobre cabeza y la cara de Jesús y retiró la sangre seca de los cabellos con esponjas húmedas, y a medida que lo lavaba se iba haciendo más visible el cruel maltrato a Jesús. (…)
Las santas mujeres se arrodillaban alternativamente frente a ella para alcanzarle una caja de la que sacaba con los dedos índice y pulgar de la mano derecha, ungüento u otra cosa muy costosa, con la que untaba y llenaba las heridas. También roció el pelo con ungüento y la vi que sostenía las manos de Jesús con su mano izquierda, las besaba con veneración y luego llenó las anchas heridas de los clavos con aquel ungüento o especia que también puso en las aberturas de la nariz, los oídos y en la herida del costado. Magdalena estaba la mayor parte del tiempo con los pies de Jesús, ora secándolos y ungiéndolos, ora regándolos de nuevo con sus lágrimas, y a menudo reposaba su cara sobre ellos. (…)
Cuando la santísima Virgen ungió todas las heridas, envolvió la cabeza con vendas, pero todavía no le puso el sudario para taparle la cara. Cerró los ojos entreabiertos de Jesús y puso su mano algún tiempo sobre ellos. Cerró la boca del Señor y abrazó el sagrado cuerpo de su Hijo, y dejó caer su rostro llorando sobre el de Jesús. Por respeto, la cara de Magdalena no tocó el rostro del Señor, sino que solo descansó en sus pies.
El embalsamamiento
José y Nicodemo ya hacía rato que esperaban en la inmediación, cuando Juan se acercó a la Santísima Virgen con el ruego de que se separase de su Hijo para que pudieran prepararlo para el sepulcro, porque se acercaba el sabbat. María abrazó en su interior una vez más el cuerpo de Jesús y se despidió de Él con palabras conmovedoras. Entonces los hombres levantaron el santo cuerpo de Jesús en el lienzo que estaba en el regazo de su Madre y lo llevaron al sitio donde iban a prepararlo. (…)
Ahora llevaron el santo cuerpo un trecho más abajo de la cumbre del Gólgota, donde hay una hondonada del monte que tiene una bonita superficie llana. Aquí los hombres habían preparado el sitio para embalsamar. (…) Lo estuvieron lavando el tiempo suficiente para que el agua que exprimían de las esponjas saliera clara y transparente.
Después lo lavaron con agua de mirra y vi que depositaron el santo cuerpo en el suelo y lo estiraron respetuosamente con sus manos, pues hacia la mitad y en las rodillas estaba en la forma en que se había desplomado al morir en la cruz, un poco retorcido y muy rígido.
Enseguida le pusieron por debajo una pieza de tela de tres codos de largo y una de ancho; llenaron su regazo completamente con finos estambres rizados de plantas como el azafrán y con ramitos de hierbas parecidos a los ramos verdes que veo en los platitos dorados con borde azul de la mesa celestial, y esparcieron sobre todo ello unos polvos que Nicodemo había traído en una cajita. Luego envolvieron todas las especias del vientre con la pieza de tela que estaba debajo, sacaron el extremo entre las piernas y lo estiraron sobre el bajo vientre, donde lo ciñeron incluyendo la tela y envolviendo fuerte. Despues de envolverlo, ungieron todas las heridas de los lomos, las espolvorearon con especias y colocaron ramitos de hierbas entre las piernas hasta los pies, y envolvieron las piernas de abajo arriba con estos aromas.
Entonces Juan llevó allí a la Santísima Virgen y a las otras santas mujeres. María se arrodilló junto a la cabeza de Jesús y puso debajo de ella un lienzo muy fino que le había dado Claudia Prócula, la mujer de Pilatos, y que se había puesto alrededor del cuello y debajo del manto; y después, entre ella y las otras santas mujeres, llenaron el espacio entre los hombros y la cabeza alrededor del cuello hasta las mejillas de Jesús con ramitos de hierbas, y aquellos finos estambres y polvos, tras lo cual envolvió todo firmemente con aquel lienzo en torno a la cabeza y los hombros.
Magdalena vertió además un frasquito entero de esencia en la llaga del costado, y las santas mujeres le pusieron también aromas en las manos alrededor y por debajo de los pies. En seguida los hombres llenaron los huecos de las axilas con especias, y cubrieron con ellas el plexo solar y llenaron todos los espacios alrededor del cuerpo. Cruzaron los rígidos brazos sobre el regazo, y apretaron la gran sábana blanca alrededor de su cuerpo y de los aromas hasta el pecho lo mismo que se envuelve a un niño pequeño. Luego sujetaron el extremo de una ancha venda bajo la axila cerrada de un brazo y lo envolvieron levantándo con las manos la cabeza y luego todo el cuerpo, que así tomó el aspecto de un bebé envuelto en pañales.
Acto seguido pusieron el cuerpo del Señor encima de la gran sábana de seis codos que había comprado José de Arimatea, y lo envolvieron en ella. Estaba tendido atravesado, una esquina de la sábana doblada desde los pies hasta el pecho, y la otra sobre la cabeza y los hombros; los lados los arrollaron en torno al cuerpo. (…)
El entierro
Los hombres pusieron entonces el sagrado cuerpo en una camilla de cuero, la cubrieron con un cobertor pardo y empujando metieron dos pértigas, una por cada lado; lo que me recordó mucho el Arca de la Alianza. Nicodemo y José llevaban al hombro las andas por delante y Abenádar y Juan, las de atrás. (…)
Marchaban delante un par de soldados con antorchas retorcidas, pues en la gruta haría falta luz; anduvieron por el valle camino del jardín unos siete minutos cantando salmos en tono dulce y lastimero. En una altura al otro lado del valle vi a Santiago el Mayor, hermano de Juan, que miraba la comitiva y luego se volvió para anunciarlo a los discípulos de las cuevas. (…)
La comitiva hizo alto a la entrada del jardín para abrirlo levantando algunas estacas que después sirvieron de palancas para rodar hasta la gruta la piedra que debía cerrar la puerta del sepulcro. Antes de llegar a la peña del sepulcro, abrieron las angarillas donde llevaban el cadáver y sacaron el santo cuerpo sobre una tabla estrecha, bajo la cual extendieron de través un paño. Nicodemo y José llevaban los extremos de la tabla y los otros dos el paño atravesado.
Los criados de Nicodemo habían limpiado y sahumado la gruta del sepulcro, que todavía era nueva; estaba muy elegante y dentro la habían labrado por arriba dentro un hermoso friso. El lecho sepulcral era algo más ancho por la cabeza que por los pies, y habían ahondado en él la figura de un cuerpo envuelto, con un pequeño realce a la cabeza y a los pies.
Las santas mujeres se sentaron en un asiento frente a la entrada de la gruta. Los cuatro hombres bajaron el cuerpo dentro de la gruta, lo depositaron, llenaron con especias parte del hueco del lecho sepulcral, extendieron un lienzo encima y dejaron el santo cuerpo sobre él. El paño puesto por debajo colgaba todavía por encima del soporte.
Le demostraron una vez más su amor con lágrimas y abrazos y salieron de la cueva. Entró en ella la Santísima Virgen y vi que se sentó a la cabecera del túmulo sepulcral, que estaba unos dos pies de alto por encima del suelo, y se inclinó llorando sobre el cadáver de su niño. Cuando salió de la cueva, Magdalena se precipitó a entrar; y esparció por encima del santo cuerpo ramas y flores que había recogido en el jardín. Se retorcía las manos y abrazó llorando los pies de Jesús. Pero como los hombres la avisaron desde fuera que tenían que cerrar, salió y volvió al sitio de las mujeres.
Los hombres cubrieron entonces el santo cuerpo con la cobertura que colgaba, y pusieron el cobertor pardo encima de todo el lecho sepulcral. Cerraron las puertas, que eran pardas, probablemente de cobre o de hierro, delante de la cual todavía venía una estaca vertical y otra atravesada que parecían una cruz. (…)
La gran piedra destinada a obturar el sepulcro, que estaba aún delante de la cueva, tenía aproximadamente la forma de un cofre o de un túmulo funerario; un hombre podría estar encima completamente estirado. Era muy pesada y los hombres la rodaron con las palancas que quitaron a la entrada del jardín hasta meterla en el zaguán de la cueva y ponerla ante las puertas cerradas del sepulcro. En la entrada exterior del zaguán pusieron una puerta ligera de zarzos.
En la cueva todo se hizo a la luz de las antorchas porque estaba oscura. Durante el entierro he visto varios hombres en las inmediaciones del jardín, que andaban por allí tímidos y tristes; creo que eran discípulos atraídos a la cueva a través del valle por el relato de Abenádar, pero volvieron a marcharse.
ReL (27/3/2016)
ReL (27/3/2016)
Jesús no descuidó a su Madre: Ana Catalina Emmerich refiere dos apariciones antes de la Resurrección. La escena final de La Pasión de Mel Gibson es muy sencilla y nos muestra por unos instantes el rostro de Cristo resucitado.
Extractos de las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich (1774-1824) sobre la Resurrección del Señor, redactadas por el escritor Clemente Brentano (1778-1842) y recogidas en el volumen La amarga Pasión de Cristo (Voz de Papel), en traducción de José María Sánchez de Toca Catalá.
Últimas horas de la tarde antes de la Resurrección
Mientras la Santísima Virgen estaba sentada en íntima oración, llena de anhelo de Jesús, vi que un ángel se presentó ante ella a decirle que fuera al portillo que tenía Nicodemo en la muralla, porque se acercaba el Señor.
El corazón de María desbordó de gozo; se envolvió en su manto y dejó a las santas mujeres sin decir a nadie dónde iba. Fue sóla y de prisa al portillo de la muralla de la ciudad por el que habían venido del jardín del sepulcro.
Serían las nueve de la noche. De repente la Santísima Virgen se paró en silencio en un lugar solitario de su santo camino cerca del portillo. Miró como arrobada con alegre curiosidad hacia lo alto de la muralla. Vi que el alma de Jesús, reluciente y sin heridas, acompañada de una multitud de almas de los patriarcas, bajaba cerniéndose hacia la Santísima Virgen. Jesús se volvió a los patriarcas señalándola y dijo estas palabras:
-María, mi madre.
Fue como si la abrazara; luego desapareció. La Santísima Virgen se hincó de rodillas y besó el suelo donde Jesús había estado; sus rodillas y pies quedaron impresos en la piedra. (…)
La noche de la Resurrección
Entonces mi contemplación se acercó a adorar el santo cuerpo, que descansaba con su envoltura intacta, circundado de un resplandor de luz, entre los dos ángeles que desde el entierro he visto constantemente en serena adoración, uno a la cabeza y otro a los pies del santo cuerpo. Estos ángeles aparecían totalmente en figura sacerdotal y recordaban por la posición de sus brazos, cruzados sobre el pecho, a los querubines del arca de la alianza, salvo que no tenían alas. (…)
Serían las once de la noche cuando la Santísima Virgen, llevada del amor y de su anhelo, no pudo esperar más. Se levantó, se envolvió en un manto pardo, y salió sola de la casa. Yo pensaba:
-¿Cómo se puede dejar que esta Santa Madre, tan angustiada y tan sacudida, vaya sola en estas circunstancias?
La vi ir afligida a la casa de Caifás y luego al palacio de Pilatos, una larga caminata por la ciudad. Luego recorrió sola por calles desiertas todo el viacrucis de Jesús, deteniéndose en todos los lugares donde el Señor había sufrido algún padecimiento o donde había ocurrido un maltrato. Como si buscara algo que hubiera perdido, con frecuencia se prosternaba en el suelo, palpaba las piedras de alrededor con las manos y luego se tocaba la boca como si hubiera tocado el Santuario, la sangre del Señor, y lo quisiera besar reverentemente. Estaba en un estado de amor muy elevado, veía claro y luminoso todo lo que estuviera santificado a su alrededor y estaba sumida en amor y adoración. (...)
María completó su camino hasta el Calvario, y cuando ya estaba cerca, se quedó quieta ycontemplé la aparición de Jesús con su santo cuerpo martirizado ante la Santísima Virgen; un ángel le precedía, a su lado estaban los dos ángeles adorantes del sepulcro, y le seguía una gran multitud de almas redimidas. Jesús no se movía, era como un cadáver ambulante rodeado de luz, pero escuché una voz que salió de Él para anunciar a su Madre lo que había hecho en el Anteinfierno y que ahora resucitaría en cuerpo viviente y transfigurado y entonces vendría a verla, que le esperara en la piedra del Calvario donde Él se había caído. La aparición se fue a la ciudad y la Santísima Virgen se quedó arrodillada rezando envuelta en su manto en el lugar donde el Señor la había citado. Debían ser las doce bien pasadas, pues Maria estuvo largo rato en el viacrucis. (…)
Cuando el cielo matinal comenzó a aclararse por Levante con blancas rayas de luz, vi queMagdalena, María Cleofás, Juana Cusa y Salomé salieron de la vivienda junto al Cenáculo completamente envueltas en sus mantos. Llevaban paquetes de especias envueltos en telas, y una de ellas llevaba también una luz encendida, todo ello oculto bajo los mantos. (...)
Resurrección del Señor
Vi la aparición del alma de Jesús entre dos ángeles guerreros, los mismos que antes aparecían en forma sacerdotal, rodeada de muchas figuras luminosas, como un gran resplandor que descendía cerniéndose a través de la peña del sepulcro a su santo cadáver. Fue como si el resplandor se inclinara y se fundiera con Él y entonces vi moverse sus miembros dentro de sus envolturas, y vi como si el resplandeciente cuerpo vivo del Señor, penetrado de su alma y su divinidad, saliera del costado de la mortaja, como si se alzara de la herida del costado. Todo estaba lleno de luz y resplandor. (…)
Entonces vi que el Señor resplandeciente flotaba a través de la peña. La tierra tembló y un ángel en figura de guerrero bajó del cielo al sepulcro como un rayo, puso la piedra al lado derecho y se sentó encima. La sacudida fue tal que la cesta de lumbre osciló y las llamas salían hacia afuera. Los guardias que lo vieron cayeron como atontados por los contornos y se quedaron, tendidos como muertos y en posturas retorcidas. (...)
En el instante en que el ángel echó abajo la piedra de la tumba y tembló la tierra, vi que el Señor resucitado se apareció a su Madre en el Calvario. Estaba extraordinariamente bello, serio y resplandeciente. La ropa en torno a sus miembros parecía un ancho manto ondeante cuyo borde jugaba en el aire al caminar; el manto tenía un brillo blancoazulado como el humo a los rayos del sol. Las llagas de Jesús eran muy grandes y brillantes y en la de la mano bien se podía meter un dedo. Los bordes de las heridas tenían las líneas de tres triángulos iguales que se reunían en el punto central de un círculo, y del centro de la mano salían rayos hacia los dedos. Las almas de los patriarcas se inclinaron ante la Madre de Jesús, a quien el Señor dijo algo que he olvidado sobre que se volverían a ver. Le enseñó sus llagas y cuando ella se prosternó para besar sus pies, la tomó de la mano, la levantó y desapareció. (…)
Las santas mujeres en el sepulcro. Apariciones de Jesús
Cuando Nuestro Señor resucitó, las santas mujeres estaban cerca del portillo de Nicodemo; no habían visto ningún signo y tampoco sabían nada de la guardia, pues ayer, que era sabbat, ninguna había estado en el sepulcro, sino que estuvieron de duelo y encerradas. Ahora se preguntaban preocupadas unas a otras:
-¿Quién nos rodará la piedra de la puerta? (…)
Los guardias estaban como atontados y tirados por aquí y por allá en posturas retorcidas; la piedra estaba en el zaguán, desplazada a la derecha, y las puertas, que ahora estaban solo presentadas, se podían abrir. A través de la puerta vi que los lienzos que habían envuelto al cuerpo estaban sobre el túmulo sepulcral de la siguiente manera. La gran sábana en la que había estado envuelto el cuerpo estaba como antes, sólo que hueca, hundida y dentro sólo tenía hierbas. Las vendas que habían envuelto esta sábana, estaban todavía como si envolvieran algo, como si estuvieran apuntaladas, con su longitud a lo largo del borde delantero del túmulo sepulcral; pero el paño con el que María había envuelto la cabeza de Jesús estaba separado, a la derecha de la cabeza, enteramente como si la cabeza estuviera dentro, pero con la cara tapada.
Entonces vi que las santas mujeres se acercaron al jardín, pero al ver las luces de la guardia y los soldados tirados alrededor se asustaron, y subieron un poco por el jardín hacia el Gólgota. Pero Magdalena olvidó todo peligro y se precipitó en el jardín y Salomé la siguió a cierta distancia; estas dos se habían ocupado sobre todo de los ungüentos. Las otras dos mujeres, más temerosas, esperaban delante del jardín. Vi que Magdalena se acercó a los guardias, y al verlos tirados por el suelo se asustó y retrocedió un poco hacia Salomé, pero luego, las dos juntas pasaron tímidamente entre los guardias tumbados y entraron en la cueva del sepulcro. (...)
Magdalena abrió de golpe, con mucho miedo, las puertas, se quedó mirando fijamente al túmulo sepulcral y vió que los lienzos estaban vacíos y apartados. Todo estaba lleno de resplandor y un ángel estaba sentado a la derecha en el lecho de piedra. Magdalena se quedó estupefacta y no se si oyó alguna de las palabras del ángel; enseguida la ví salir corriendo rápidamente por el portillo de Nicodemo a la ciudad, al lugar donde estaban reunidos los discípulos. Tampoco se si María Salomé, que no había pasado del zaguán, captó alguna de las palabras del ángel; enseguida la vi huir del jardín con mucho dolor en pos de Magdalena, y salió a buscar a las otras dos mujeres que se habían quedado delante del jardín, para anunciarles lo que había ocurrido. (…)
Entonces ellas cobraron ánimos y entraron juntas en el jardín y cuando entraron con mucho miedo en el zaguán, allí estaban delante de ellas los dos ángeles del sepulcro con sus relucientes vestiduras sacerdotales blancas. Las mujeres se quedaron espantadas, se apretaron y, cubriéndose los ojos con las manos, se prosternaron temerosamente hasta el suelo. Uno de los ángeles habló para decirles algo así como:
-No debeis temer, no debeis buscar aquí al crucificado; está vivo, ha resucitado y ya no está en el sepulcro de los muertos.
Les mostró tambien que aquellos lugares estaban vacíos y las mandó que dijeran a los discípulos lo que habían visto y oído. Jesús les precedería en ir a Galilea, y debían recordar lo que les dijo en Galilea:
-El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de los pecadores y ser crucificado, y al tercer día resucitará de nuevo.
Entonces desaparecieron los ángeles, y las santas mujeres, temblando y vacilando, y sin embargo llenas de alegría, examinaron el sepulcro y los lienzos, lloraron y desde allí se fueron a la Puerta. Aunque todavía estaban muy espantadas, no se apresuraron, y a cierta distancia se paraban de vez en cuando y miraban alrededor por si veían al Señor o si volvía Magdalena.
Mientras pasaba todo esto, vi que Magdalena llegó al Cenáculo. Estaba fuera de sí y llamó enérgicamente; algunas todavía estaban durmiendo junto a la pared, otras estaban levantadas y hablaban; fueron Pedro y Juan quienes abrieron la puerta. Magdalena sólo les dijo desde afuera estas palabras:
-Se han llevado al Señor del sepulcro, no sabemos adónde.
Y después se volvió corriendo a toda prisa al jardín del sepulcro. Pedro y Juan volvieron a entrar en la casa, hablaron con los demás discípulos y la siguieron deprisa, Juan más deprisa que Pedro.
Vi otra vez en el jardín a Magdalena, que corrió a meterse en el sepulcro; el dolor y la carrera la habían puesto fuera de sí. Estaba completamente empapada de rocío; su manto se le había resbalado de la cabeza a los hombros y tenía sus largos cabellos caídos y sueltos. Como estaba sola, no se atrevíó a entrar enseguida en la cueva, sino que se quedó un rato al borde de la excavación que había delante de la entrada del zaguán. Se encorvó mucho para mirar hacia el túmulo sepulcral por entre las puertas, bastante bajas en el zaguán, y en esto, al echar atrás con las manos sus cabellos, que le caían sobre la cara, retrocedió y vió los dos ángeles con blancas vestiduras sacerdotales sentados a la cabeza y los pies del túmulo sepulcral y enseguida oyó la voz de uno de ellos que decía:
-Mujer, ¿por qué lloras?
Ella, desolada, pues no sabía ni pensaba en nada, excepto en que el cuerpo del Señor no estaba allí, gritó:
-Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.
Al decir esto y no ver más que los lienzos, se volvió enseguida como una que está buscando, pues pensaba que lo encontraría por encima de todo; tenía un oscuro presentimiento de que estaba cerca y la aparición de los ángeles ni siquiera la distrajo de su idea. Era como si no se le ocurriera que fueran ángeles; no podía pensar más que en Jesús, en nada sino en “¡Jesús no está aquí!, ¿dónde está Jesús?”. La vi dar unos pasos delante del sepulcro, yendo y viniendo como una persona que busca, totalmente enloquecida. Sus largos cabellos le caían por los hombros a derecha e izquierda de la cara, y en un momento dado se atusó toda la masa de su pelo y con las dos manos la llevó al hombro derecho, luego sostuvo las dos matas de pelo en ambas manos, las echó para atrás y miró alrededor.
Entonces a unos diez pasos de la peña del sepulcro, hacia Levante, en el sitio donde el huerto sube hacia la ciudad, entre los arbustos que estaban detrás de una palmera, vio aparecer a la incierta luz del alba una figura alta y vestida de blanco. Se precipitó hacia allí y oyó otra vez las palabras:
-Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?
Ella creyó que la figura era el hortelano, y yo lo vi también con una azada en la mano y un sombrero plano que parecía una visera contra el sol hecha con una corteza atada por delante, justo como el jardinero que vi en la parábola que Jesús contó en Betania a las mujeres poco antes de su Pasión; la aparición no era luminosa, sino solo una persona con vestiduras largas y blancas a la luz del amanecer. A las palabras:
-¿A quien buscas? – ella replicó inmediatamente:
-¡Señor, si te lo has llevado, dime adónde y yo le iré a buscar!
y al mismo tiempo volvió a mirar por si Jesús estuviera cerca. Entonces Jesús la dijo con su voz habitual:
-¡María!
Y ella, al reconocer la voz y darse cuenta que Jesús vivía, olvidó la crucifixión, la muerte y el entierro, y volviéndose instantáneamente dijo como tantas veces:
-¡Rabuní! (¡Maestro!)
y cayó de rodillas y extendió sus brazos hacia sus pies. Pero Jesús levantó las manos defendiéndose de ella y dijo:
-¡No me toques, pues aún no he subido hacia mi Padre! Pero ve a mis hermanos y diles que subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y el vuestro.
Entonces el Señor desapareció. (…)
Después que desapareció el Señor vi que Magdalena se levantó de pronto, y corrió otra vez al sepulcro como si hubiera estado en un sueño. Entonces vio a los dos ángeles sentados en el sepulcro, escuchó lo mismo que habían oído las otras sobre la Resurrección, vio los lienzos, y ahora, completamente segura del milagro y de lo que había visto, se apresuró a buscar a sus acompañantes por el camino del Gólgota, que andaban por allí errantes y vacilantes, en parte esperando la vuelta de Magdalena y en parte con el deseo de ver al Señor por alguna parte.
Todo lo que pasó con Magdalena solo duró un par de minutos, serían las dos y media cuando se le apareció el Señor. Apenas salió Magdalena del jardín entró en él Juan, y luego Pedro, muy cerca detrás de él. Juan se puso al borde delante de la entrada, se inclinó a mirar por la puerta del zaguán a través de las entreabiertas puertas del sepulcro y vió los lienzos. Entonces llegó Pedro, entró en la cueva, se puso delante del túmulo sepulcral y vió en el centro del túmulo la mortaja arrollada desde ambos lados hacia el centro, con las especias y aromas envueltos dentro. Las vendas estaban alrededor, arrolladas tal como las mujeres suelen arrollarlas para guardarlas. El sudario de la cara estaba a la derecha de los otros y hacia la pared, pero también ordenado.
Luego Juan siguió a Pedro al túmulo sepulcral, vio lo mismo y creyó en la Resurrección. Ahora tenían claro lo que el Señor había dicho y lo que está en la Escritura, que antes habían tomado a la ligera. Pedro se metió los lienzos debajo del manto y se apresuraron a volver a casa por el portillo de Nicodemo; Juan volvió a adelantarse corriendo a Pedro. (…)
Entretanto, Magdalena había encontrado a las santas mujeres y las había contado lo que le dijo a Pedro y ahora al Señor en el jardín, y luego que había visto a los ángeles; las mujeres repusieron que ellas también habían visto a los ángeles. Entonces Magdalena corrió a la Puerta de la Ejecución para ir a la ciudad, pero las mujeres se volvieron al jardín, quizá para encontrar allí a los dos apóstoles. Vi que los guardias se acercaron a ellas y las dijeron algo. Ya cerca del jardín del sepulcro, les salió al encuentro la aparición de Jesús con una vestidura larga y blanca que le colgaba incluso sobre las manos y que les dijo:
-¡Os saludo!
Se echaron a sus pies temblando y fue como si quisieran abrazar sus pies, algo que sin embargo no recuerdo haber visto claramente, pero vi que el Señor les dijo unas palabras, señaló con la mano hacia una comarca y desapareció, con lo cual las mujeres se dieron prisa en ir a la ciudad por la Puerta de Belén a decir a los discípulos en el Cenáculo que habían visto al Señor y que les había hablado.
Sin embargo, los discípulos al principio no querían creer nada de lo que decían ellas y Magdalena, y lo tuvieron por figuraciones de mujeres hasta que volvieron Pedro y Juan.
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Editor-Autor: Santiago Clavijo
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- Martín de Lozano. Nuevo Orden Mundial (1996)
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- Ricardo de la Cierva. Masonería invisible (2002)
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- Padre Manuel Guerra. Trama Masónica (2006)
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- Manuel Galiana. Nuevo Orden Mundial, Masonería y Sionismo (2011)
- Guillermo Buhigas. Sionismo, iluminados y masonería (2012)
- Padre Manuel Guerra. Masonería, Religión y Política (2012)
- Padre Alfredo Sáenz. NUEVO ORDEN MUNDIAL (2012)
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- Cristina Martín Jiménez. Perdidos: Los planes secretos del Club Bilderberg (2013)
- Monseñor Juan Claudio Sanahuja. El gran Desafío (2014)
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- Jaime Duarte. El engaño "NUEVA ERA" (2014)
- Padre José Luis Saavedra. GARABANDAL, mensaje de Esperanza (2015)
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