ACTUALL-Carlos López Díaz (16/3/2016):
Poco a poco, se van sucediendo las voces dentro y fuera del campo del centroderecha, e incluso dentro del Partido Popular, que reclaman la retirada de Mariano Rajoy. Sin embargo, hay dos aspectos que no contribuyen a que dichas voces cuajen en un clamor coherente. El primero es que a favor de tal planteamiento se mezclan argumentos válidos y argumentos espurios, por no decir “espúreos”, como enseñó a media España ese gran filólogo que fueFelipe González.
El segundo aspecto clave que se tiende a olvidar es que la renuncia de Rajoy al gobierno y su retirada de la dirección del PP son dos cosas distintas. Aunque podemos reclamar perfectamente ambas, conviene separarlas para que no se entorpezcan mutuamente.
Empiezo por desbrozar los argumentos erróneos, que básicamente son tres. Dos de ellos se basan en hechos innegables, pero que podrían aplicarse no sólo al líder del PP, sino también a Pedro Sánchez y a otros dirigentes. Me refiero a la corrupción y a la pérdida de votos. Sobre la primera, quien menos debería alzar la voz es el PSOE, puesto que si sumamos las cantidades de dinero desviadas en los casos de los EREs y los cursos de formación, por lo que sabemos hasta ahora, superan con creces al conjunto de las tramas Gürtel y Púnica, y al caso Bárcenas.
Los últimos quedan incluso por debajo del supuesto enriquecimiento ilícito de que se acusa a la familia Pujol-Ferrusola. Las posiciones relativas en este penoso ranking de la corrupción podrían variar en el futuro, conforme se suceden las revelaciones de origen judicial y periodístico, pero en cualquier caso, incurre en una auténtica desfachatez quien pretenda que el PP es el único partido que debería depurar responsabilidades al máximo nivel.
El batacazo de IU y de Democràcia i Llibertat ha sido en ambas formaciones superior al 40 % y nadie ha exigido la dimisión de sus dirigentes
En cuanto a la pérdida de votos, es cierto que Rajoy ha dilapidado un tercio de los suyos respecto a las elecciones de 2011. Pero sigue exhibiendo más escaños que ningún otro partido, a bastante diferencia de los socialistas. Estos “sólo” han perdido un veinte por ciento de sus votantes, pero ello ha bastado para que hayan cosechado el peor resultado de su historia. Más aún, todas las formaciones del Congreso salido del 20 de diciembre, excepto Podemos, Ciudadanos y ERC, han sufrido un retroceso, y varios de ellos bastante más acusado que el PP, en términos relativos. El batacazo de IU y de Democràcia i Llibertat (respecto a la antigua CiU) ha sido en ambas formaciones ampliamente superior al 40 %. Y que yo sepa, nadie ha exigido la dimisión de sus respectivos dirigentes, Alberto Garzón y Francesc Homs.
Llegamos ahora al tercer argumento, que a diferencia de los dos anteriores, ha hecho mella incluso en ámbitos políticos y periodísticos del centroderecha. Este se formula muy fácilmente: Rajoy debería tener un gesto de grandeza, y sacrificarse para que Sánchez no se arrojara en brazos de la ultraizquierda podemita y los separatistas. Ahora bien, semejante razonamiento es inadmisible; por mucho que se aderece retóricamente, no deja de ser un puro y simple chantaje. Si el PSOE llega a formar un gobierno con Podemos, la responsabilidad recaerá estrictamente en el partido de la rosa y el puño, al menos tal como se ha planteado la cuestión hasta el momento.
Los socialistas no se han propuesto negociar con los populares en términos de programa, sino que lo quieren todo: que el PP no esté en el gobierno y que además trague con que se anule gran parte de su obra legislativa, lo que sin duda redundaría en un empeoramiento de la situación económica de nuestro país y allanaría el camino, a medio plazo, a lo que supuestamente se pretende evitar, la llegada al poder de los antisistema.
La disolución ideológica del centroderecha español ya casi ha tocado fondo, hasta el punto de que no puede demorarse por más tiempo una auténtica refundación.
El segundo aspecto al que me refería al principio es la necesaria distinción entre el Rajoy presidente del gobierno y el Rajoy presidente del PP. Por decirlo pronto, es inexcusable que la actual cúpula directiva del Partido Popular se renueve, y ello por dos razones fundamentales. La primera es que los dirigentes de la formación de la gaviota, con Mariano Rajoy Brey a la cabeza, han perdido toda legitimidad al llevar más de un año incumpliendo los estatutos del partido, que determinan un plazo máximo de tres años entre Congresos nacionales. Y la segunda, de mucho mayor calado, es que la disolución ideológica del centroderecha español ya casi ha tocado fondo, hasta el punto de que no puede demorarse por más tiempo una auténtica refundación.
Para esa refundación no bastaría, por supuesto, con que se marchara Rajoy. Este debería renunciar a designar un sucesor e impulsar un proceso de primarias sin trucos, es decir, en el que verdaderamente pueda producirse un debate de ideas en torno a candidatos nuevos, con similares posibilidades de partida. Ni siquiera eso garantiza que el resultado vaya a ser satisfactorio: véase el inquietante ejemplo de Donald Trump en las primarias republicanas de Estados Unidos. Pero la irrupción del populismo de derechas es un riesgo que hay que correr si de verdad se aspira a cualquier renovación verdadera, es decir, que no termine con una dirección todavía más entregada que Rajoy y su equipo al pensamiento progresista dominante.
La cuestión que se nos plantea es si la dimisión de Rajoy como dirigente del PP implica su renuncia al gobierno.
Dicho esto (o “a partir de aquí”, que diría un político o un entrenador de fútbol), la cuestión que se nos plantea es si la dimisión de Rajoy como dirigente del PP implica su renuncia al gobierno. Los estatutos del partido indican que el presidente de la formación debe ser el candidato a presidente del ejecutivo, pero de ello no se infiere que, una vez el candidato haya pasado ocupar ese cargo, deba obligatoriamente seguir siendo el líder del partido, porque entonces, en rigor, ha dejado de ser candidato.
Se podría pensar que para acometer la renovación de un partido lo mejor es que este se encuentre en la oposición. Probablemente sea esto cierto. Pero en las actuales circunstancias, supeditar la regeneración del PP a que Rajoy permita gobernar a otro, podría significar que no se logre ni una cosa ni la otra. Desvincularlas, al menos conceptualmente, facilitaría que la renovación se percibiera definitivamente como algo impostergable, e incluso no es descartable que contribuyera de algún modo a desbloquear las negociaciones para formar un gobierno, con o sin Rajoy presidiéndolo.
Así pues, lo que conviene exigir a Mariano Rajoy es que por lo pronto dimita como presidente del PP.
Aparentemente es más urgente la cuestión de la formación de un gobierno, pero lo urgente de verdad son los problemas que afronta España, y estos no podrán remediarse sin un partido que esté dispuesto ante todo a desmarcarse con rotundidad de los viejos errores del estatalismo, el relativismo moral y la inacción ante las fuerzas que pretenden destruir la unidad nacional. Luego ya se verá si además consigue gobernar, en esta legislatura o en la próxima.
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