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domingo, 19 de agosto de 2012

Dos cartas del Cardenal Ratzinger a monseñor Lefebvre (535)

InfoCatólica

Luis Fernando Pérez Bustamante

(15.08.12) 

En 1982 y 1983, el Card. Ratzinger envía a Mons. Lefebvre dos cartas oficiales en el marco de las negociaciones entre la Santa Sede y la FSSPX. Las envía en el nombre del Papa, y a pesar de su gran importancia creo que son poco conocidas. El Sr. Obispo, Mons. Fernando Arêas Rifan, en su obra recientemente traducida al español, Tradición y Magisterio Vivo de la Iglesia, las publica íntegras (el libro se puede adquirir solicitándolo a fundacion@gratisdate.org). La primera carta, la de 1982, que ahora publico, la copia Mons. Rifan del libro del P. Denis Marchal,Mons. Lefebvre, vingt ans de combat pour le sacerdoce et la foi, 1967-1987 (París, NEL 1988, pgs. 128-130).

Algunas fechas importantes en las relaciones de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y la Santa Sede nos ayudarán a situar estas cartas:

-1965, Mons. Lefebvre firma todos los documentos del Concilio Vaticano II.
-1970, funda la FSSPX, disconforme con la situación de la Iglesia. -1974, declara en Écône su rechazo a “la Iglesia conciliar".
-1975, rechaza el Novus Ordo de la Misa, y consiguientemente la FSSPX, aprobada por el Obispo local por cinco años, es suprimida con la conformidad de la Santa Sede; Mons. Lefebvre considera nula la suspensión.
-1976, es suspendido a divinis.
-1982 y 1983, dos Cartas del Card. Ratzinger a Mons. Lefebvre, ofreciéndole las condiciones precisas para la plena reintegración de la FSSPX a la unidad de la Iglesia, son rechazadas. (Éstas son las que ahora publico).
-1988, ordenación cismática de cuatro Obispos.
-2007, Motu proprio Summorum Pontificum.
-2009, levantamiento de la excomunión de los cuatro Obispos lefebvrianos.
-2011 y 2012, nuevas conversaciones de la FSSPX con la Santa Sede, en las que la Congregación de la Fe ofrece un “Preámbulo doctrinal” en el que se fijan ciertas exigencias necesarias para la plena reintegración de la Fraternidad en la Iglesia. Después de numerosas vicisitudes, el Superior General de la Fraternidad no las acepta. La Santa Sede comunica que “la posición por él expresada no es suficiente para superar los problemas doctrinales que están en la base de la fractura entre la Santa Sede y dicha Fraternidad” (16-03-2012). Y Mons. Fellay, en la homilía del día de los santos Pedro y Pablo, declara finalmente: “han habido idas y venidas, intercambio, negociaciones, ofertas; sin embargo, estamos en el punto de partida, condición en la que ya habíamos dicho que no podíamos ni aceptar ni firmar […] Es claro que nada bueno aportaremos a la Iglesia si no permanecemos fieles a la herencia de nuestro Arzobispo“, Mons. Marcel Lefebvre (29-06-2012).

Nada se ha sabido oficialmente del contenido del “Preámbulo doctrinal” ofrecido-exigido por la Santa Sede a la FSSPX; pero es muy posible que las condiciones sine que non exigidas a Mons. Fellay en 2011 y rechazadas por él en 2012 sean más o menos las mismas que la Santa Sede ofreció-exigió a Mons. Lefebvre en 1982-1983, y que ahora publico.

La Carta del 23 diciembre 1982

“Excelencia:
Después de un largo período de consultas, de reflexión y de oración, me encuentro actualmente en disposición de presentarle propuestas concretas para la regularización de su situación y la de los miembros de la Fraternidad San Pío X. Quiero precisar inmediatamente que estas propuestas han sido aprobadas por el Soberano Pontífice y que él me ha ordenado que se las comunique a usted.

1) El Santo Padre nombrará lo antes posible un Visitador Apostólico para la Fraternidad San Pío X si usted acepta firmar una declaración con la forma siguiente:

1. Ego Marcellus Lefebvre, declaro me religioso animi obsequio adhærere doctrinæ Concilii Vaticani II integræ, videlicet doctrinæ «quatenus intelligitur sub sanctæ Traditionis lumine et quatenus ad constans Ecclesiæ ipsius magisterium refertur» (cf. Joannes Paulus II, Allocutio ad Sacrum Collegium, 5 nov. 1979, AAS LXXI [1979/15] p. 1452).
Hoc religiosum obsequium rationem habet illius qualificationis theologicæ singulorum documentorum, quæ ab ipso Concilio statuta est (Notificatio data in 123ª Congr. Generali, 16 nov. 1964).

2. Ego, Marcellus Lefebvre, agnosco Missale Romanum a Summo Pontifice Paulo VI pro Ecclesia universali instau-ratum a legitima summa auctoritate Sanctæ Sedis, cui ius legislationis liturgicæ in Ecclesia competit, promulgatum proindeque in se legitimum et catholicum esse. Qua de causa nec negavi nec negabo missas fideliter secundum novum ordinem celebratas validas esse itemque eas hæreticas seu blasphemas esse nullo modo insinuare velim nec eas a catholicis vitandas esse affirmare intendo.


Traducción:
1. Yo, Marcel Lefebvre, declaro que me adhiero con religioso respeto a la totalidad de la doctrina del Concilio Vaticano II, es decir, de la doctrina «en la medida en que la misma se entiende a la luz de la santa Tradición y sobre la base del constante Magisterio de la Iglesia misma» (cf. Juan Pablo II, Discurso al Sacro Colegio, 5 de noviembre de 1979, AAS LXXI [1979/15], pg. 1452).
Esta sumisión religiosa tiene en cuenta la calificación teológica de cada uno de los documentos, establecida por el propio Concilio (Notificación realizada en la 123ª Congregación General, el 16 de noviembre de 1964).

2. Yo, Marcel Lefebvre, reconozco que el Misal Romano establecido por el Soberano Pontífice Pablo VI para la Iglesia universal ha sido promulgado por la legítima autoridad de la Santa Sede, a la que corresponde el derecho de legislar en materia litúrgica en la Iglesia y, en virtud de ese mismo hecho, es legítimo y católico. Por esta razón, no he negado ni negaré que las misas celebradas fielmente según el nuevo Ordo son válidas y no querría insinuar de ningún modo que sean heréticas o blasfemas, ni tengo la intención de afirmar que deban ser evitadas por los católicos.

Estos dos párrafos han sido cuidadosamente estudiados por la Sede Apostólica y no son susceptibles de modificación. En cambio, usted podría añadir, a título personal, un suplemento, cuyo contenido podría ser el siguiente:
In conscientia obligatum me sentio addere, applicationem concretam renovationis liturgicæ graves ponere quæstiones, quæ supremæ etiam auctoritatis sollicitam curam provocare debent. Quare novam revisionem librorum liturgicorum pro futuro ab hac ipsa auctoritate desidero.


Traducción:
Me siento obligado en conciencia a añadir que la aplicación concreta de la reforma litúrgica plantea graves cuestiones, las cuales deben provocar una diligente solicitud por parte de la autoridad suprema. Por ello, deseo que dicha autoridad realice en el futuro una nueva revisión de los libros litúrgicos.

Si lo desea, puede modificar este último párrafo, sujeto naturalmente a que su formulación sea aceptada por el Santo Padre.

2) Si usted declara que está dispuesto a suscribir la declaración anteriormente citada, será posible fijar la fecha de la audiencia que le concederá el Santo Padre y que podría marcar el comienzo de la Visita Apostólica.

3) La suspensión a divinis que usted ha sufrido no depende de los problemas relativos a la aceptación del Concilio Vaticano II y de la reforma litúrgica (es decir, de los dos puntos tratados en la declaración prevista), sino del hecho de que usted ha realizado ordenaciones a pesar de la prohibición de la Santa Sede. Esta suspensión se levantará, por lo tanto, cuando haya declarado su intención de no volver a llevar a cabo ordenaciones sin la autorización de la Santa Sede. Lógicamente, por lo demás, la cuestión debería resolverse al terminar la Visita Apostólica.

4) La situación de los sacerdotes que usted ha ordenado desde junio de 1976 se regulará caso por caso, si aceptan firmar personalmente una declaración con el mismo contenido que la suya.

Finalmente, debo añadir que, en lo relativo a la autorización de celebrar la Santa Misa según el Ordo Missæ anterior al de Pablo VI, el Santo Padre ha decidido que la cuestión se resolverá para la Iglesia universal y, por lo tanto, independientemente de su caso particular.

Exhortación, buenos deseos y fórmula final de saludo.

Entre 1982-1983 y 2011-2012 han pasado treinta años. Todo hace pensar que las posiciones doctrinales y prácticas de la FSSPX en relación con la Iglesia católica no han variado en absoluto. Sigue hoy Mons. Fellay considerando inaceptable lo que Mons. Lefebvre rechazó en 1982. Y las numerosas y fuertes razones argüidas por el Card. Ratzinger en su larga y persuasiva carta de 1983 a Mons. Lefebvre, que publicaré próximamente, continúan siendo rechazadas por la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.

(21.08.12)

Una segunda carta del Sr. Cardenal Prefecto de la Congregación de la Fe, dirigida a Mons. Lefebvre, también poco conocida, es publicada por Mons. Rifan en su libro Tradición y Magisterio vivo de la Iglesia, tomándola de la revista Fideliter (45, mayo-junio 1985, pgs. 6-20). En ella el cardenal Ratzingereran rechazasas las ofertas-exigencias de la primera carta, hechas en el nombre del Papa, vuelve a argumentar en defensa de la Liturgia renovada y del Concilio Vaticano II, y advierte del peligro de que la Fraternidad Sacerdotal San Pío X incurra en cisma si decidiera consagrar un obispo. Las negritas son mías.

La carta del 20 de julio de 1983

«Excelencia, el Santo Padre ha meditado cuidadosamente ante Dios su carta del día 5 del pasado mes de abril, a la luz de su responsabilidad como Pastor Supremo de la Iglesia. Después de hacerlo, me ha encargado que responda en su nombre, deber que cumplo con la presente carta.

Sobre la Liturgia renovada

I.–No le sorprenderá leer que el Soberano Pontífice se ha sentido decepcionado y entristecido por el brusco rechazo con el que usted responde a su generosa oferta de abrirle el camino de la reconciliación.

En efecto, lanza usted de nuevo acusaciones contra los Libros litúrgicos de la Iglesia, con una severidad que sorprende después de las conversaciones que hemos tenido. ¿Cómo puede denominar a los textos del nuevo misal «misa ecuménica»? Sabe usted muy bien que ese misal contiene el venerable Canon Romano, que las demás Plegarias eucarísticas hablan de una manera muy clara del Sacrificio y que la mayoría de los textos provienen de antiguas tradiciones litúrgicas.

Para no citar más que un ejemplo, usted sabe que, después de la ofrenda del pan y del vino, este nuevo misal nos hace decir, como el anterior: «sic fiat sacrificium nostrum in conspectu tuo hodie… Orate, fratres, ut meum ac vestrum sacrificium…»

Usted sabe, asimismo, que, para la interpretación del misal, lo esencial no es lo que digan los autores privados, sino únicamente los documentos oficiales de la Santa Sede. Las afirmaciones del P. Boyer (sic, parece referirse a Bouyer) y de Mons. Bugnini a las que usted hace alusión no son más que opiniones privadas.

En cambio, me gustaría recordarle la definición auténtica de la intención y del significado del misal, propuesta en el proemio de la Institución General, en particular en el artículo 2, así como las razones e ideas determinantes de la reforma, expuestas en los artículos 6 a 9.

Según estos textos oficiales, nunca se ha buscado una reducción de los elementos católicos de la Misa, sino al contrario una presencia más rica de la tradición de los Padres. En eso se sigue fielmente la norma de San Pío V, según las posibilidades de un mayor conocimiento de las tradiciones litúrgicas.

Con el consentimiento del Santo Padre, le puedo decir de nuevo que no se excluye a priori cualquier crítica de los libros litúrgicos y que incluso es posible manifestar el deseo de una nueva revisión, de la misma forma que el movimiento litúrgico anterior al concilio pudo desear y preparar la reforma. Pero todo eso a condición de que la crítica no impida ni destruya la obediencia y no ponga en discusión la legitimidad de la liturgia de la Iglesia.

Por lo tanto, le pido con insistencia y en nombre del Santo Padre que examine de nuevo sus afirmaciones con toda humildad ante el Señor y teniendo en cuenta su responsabilidad como obispo, y que revise las afirmaciones irreconciliables con la obediencia debida al Sucesor de San Pedro.

No es admisible que hable usted de una «misa equívoca, ambigua, cuya doctrina católica ha sido difuminada», ni que declare su intención de «apartar a los sacerdotes y a los fieles del uso de este nuevo Ordo Missæ».

Realizaría usted una verdadera contribución a la pureza de la fe en la Iglesia si se limitase a recordar a los sacerdotes y a los fieles que hay que renunciar a la arbitrariedad, que hay que ajustarse cuidadosamente a los libros litúrgicos de la Iglesia y que hay que interpretar y llevar a cabo la liturgia según la tradición de la fe católica y de acuerdo con las intenciones de los Papas. De hecho, ahora mismo, desgraciadamente, a lo único a lo que anima usted es a la desobediencia.

Sobre el Concilio Vaticano II

II.–Después de las conversaciones que hemos tenido, creía personalmente que ya no había obstáculos con respecto al punto I, es decir, a la aceptación del Concilio Vaticano interpretado a la luz de la Tradición católica y teniendo en cuenta las declaraciones del propio concilio sobre los grados de obligación de sus textos. También el Santo Padre está sorprendido de que su aceptación del concilio interpretado según la Tradición siga siendo ambigua, ya que usted afirma inmediatamente que la Tradición no es compatible con la Declaración sobre la Libertad Religiosa.

En el tercer párrafo de sus sugerencias, habla usted de «afirmaciones o expresiones del concilio que son contrarias al Magisterio de la Iglesia». Al decir eso, priva de cualquier alcance a su aceptación anterior y, al enumerar tres textos conciliares incompatibles según usted con el Magisterio, añadiendo además un «etc.», hace que su postura sea aún más radical.

En esto, al igual que con respecto a las cuestiones litúrgicas, hay que señalar que –en función de los diversos grados de autoridad de los textos conciliares– no se excluye la crítica de algunas de sus expresiones, realizada según las reglas generales de adhesión al Magisterio. Puede incluso expresar el deseo de que se produzca una declaración o un desarrollo explicativosobre un punto u otro.

No puede usted afirmar, sin embargo, la incompatibilidad de los textos conciliares, que son textos magisteriales, con el Magisterio y la Tradición. Puede decir que, personalmente, no ve esa compatibilidad y pedir, por lo tanto, a la Sede Apostólica que la explique. En cambio, si, por el contrario, usted afirma la imposibilidad de dicha explicación, se opone profundamente a la estructura fundamental de la fe católica, a la obediencia y humildad de la fe eclesial que afirma profesar cuando, al final de su carta, recuerda la fe que le fue enseñada a lo largo de su infancia y en la Ciudad Eterna.

Sobre este punto, resulta también válido un comentario realizado anteriormente sobre la liturgia:los autores privados, incluso si fueron peritos del concilio (como el P. Congar o el P. Murray, que usted cita) no son la autoridad encargada de la interpretación. Sólo es auténtica y autoritativa la interpretación dada por el Magisterio, el cual es de esa forma el intérprete de sus propios textos, ya que los textos conciliares no son los escritos de un experto u otro ni de quienes hayan contribuido a su desarrollo, sino documentos del Magisterio.

El peligro del cisma

III.–Antes de concluir, debo aún añadir una cosa: el Santo Padre no desconfía ni de su fe ni de su piedad. Él sabe que, en la Fraternidad de San Pío X, usted insiste en que se reconozca su propia legitimidad y que se ha separado de los miembros de la Fraternidad que se negaban a seguirle en esta actitud. También sabe que usted se niega a dar el paso que constituiría verdaderamente el comienzo de un cisma, es decir, la consagración de un obispo, y reconoce que, en este punto decisivo, usted se mantiene en obediencia al Sucesor de San Pedro. A todo esto se debe la generosa paciencia con la cual el Soberano Pontífice sigue buscando el camino de la reconciliación. Sin embargo, su carta del 5 de abril muestra también que obedece con reservas, las cuales afectan a la sustancia misma de esa obediencia y abren la puerta a una separación.

Una vez más, en nombre del Papa Juan Pablo II, le ruego con cordialidad, pero también con insistencia, que reflexione ante el Señor sobre todo lo que acabo de escribirle. No se exige que renuncie usted a la totalidad de sus críticas al concilio y a la reforma litúrgica. Sin embargo, en virtud de su responsabilidad en la Iglesia, el Soberano Pontífice debe insistir en que ponga en práctica esa obediencia concreta e indispensable cuyo contenido se formuló en mi carta del 23 de diciembre de 1982. Si alguna expresión le causa dificultades insuperables, puede plantear esas dificultades: las palabras en sí mismas no son un absoluto, pero su contenido es indispensable.

El Santo Padre me ha encargado expresamente que le indique que puede usted contar con sus plegarias por sus intenciones. También puede contar con las mías. Un saludo respetuoso en el Señor».

**********
Habrá una tercera parte de esta serie en la que desarrollaré mi opinión sobre las cartas publicadas y la situación actual. Quizás entonces deje abiertos los comentarios. Aun así, no me resisto a señalar una cuestión que parece bien clara. A saber, el aviso del cardenal Ratzinger de que la consagración de un obispo por parte de Mons. Lefebvre sería el comienzo de un cisma. Finalmente ordenó cuatro, como todos sabemos. Y a pesar de que Ratzinger, ya como Papa, ha levantado las excomuniones a los obispos ordenados por el arzobispo cismático francés, no creo que se pueda hablar propiamente de que el cisma haya finalizado

(24.08.12) 

Tras dar a conocer las dos cartas del Cardenal Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI, a Mons. Marcel Lefebvre, creo oportuno dar mi opinión sobre la situación actual. La Fraternidad lleva cuarenta años rechazando la autoridad y los argumentos de la Santa Sede, empeñada en reintegrarla en la unidad de la Iglesia. Estos argumentos se mantienen siempre iguales, porque exponen siempre la misma verdad católica. Ya fueron formulados desde el principio del lefebvrismo por una carta del Papa Pablo VI a Mons. Lefebvre (11 octubre 1976). Las negritas en las citas siempre serán mías:

«Nada de lo decretado en ese Concilio, como en las reformas [litúrgicas] que Nos hemos decidido llevar a cabo, se opone a lo que la Tradición Bi milenaria de la Iglesia considera fundamental e inmutable. De todo esto somos Nosotros garantes, en virtud, no de nuestra cualidades personales, sino por la tarea que el Señor nos ha confiado como sucesor legítimo de Pedro y de la asistencia especial que nos ha prometido, como a Pedro: “He rogado por ti con el fin de que tu fe no desfallezca” (Lc 22,32). Con Nosotros es garante de esto el episcopado universal. Nuevamente,usted no puede distinguir lo que es pastoral de lo que es dogmático para aceptar algunos textos del concilio y rechazar otros».

La carta del Card. Ratzinger a Mons. Lefebvre (28 julio 1987), tratando de evitar la ordenación cismática de Obispos para la Fraternidad, reitera los mismos argumentos:

«Divinamente instituida, la Iglesia tiene la promesa de asistencia de Cristo hasta el final de los tiempos. El romper su unidad con un acto de plena desobediencia de su parte causaría incalculable daño y destruiría el futuro mismo de su trabajo debido a que fuera de la unidad con Pedro no se puede tener futuro sino solo la ruina de todo lo que desea y aspira… Dándole su interpretación personal a los textos del Magisterio estaría usted cayendo en el mismo liberalismo que pretende combatir. De hecho es a Pedro quien el Señor le ha confiado el gobierno de Su Iglesia; por lo tanto es el Papa el principal artesano de su unidad. Asegurado en la promesa de Cristo, el Papa nunca será capaz de oponerse a la Santa Tradición ni al magisterio auténtico. Excelencia, ¿considera mis palabras severas? Me gustaría expresarme de otra manera pero la gravedad del asunto no me permite otra elección».

Aunque en 1988, tras muchas negociaciones, se mostró Mons. Lefebvre dispuesto a firmar un Protocolo que le ofrecía-exigía la Santa Sede, al día siguiente se retractó. Y vino el horror de las ordenaciones episcopales cismáticas el 30 de junio de 1988.

La carta apostólica-motu proprio Ecclesia Dei de Juan Pablo II (2 julio 1988) responde a ellas con las argumentaciones de la fe tantas veces alegadas:

«Ese acto [30-VI-1988 ] ha sido en sí mismo una desobediencia al Romano Pontífice en materia gravísima y de capital importancia para la unidad de la Iglesia, como es la ordenación de obispos, por medio de la cual se mantiene sacramentalmente la sucesión apostólica. Por ello, esa desobediencia –que lleva consigo un verdadero rechazo del Primado romano– constituye un acto cismático (can. 751)…

«La raíz de este acto cismático se puede individuar en una imperfecta y contradictoria noción de Tradición. Imperfecta, porque no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivo de la Tradición… que va progresando en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo… Pero es sobre todo contradictoria una noción de Tradición que se oponga al Magisterio universal de la Iglesia, el cual corresponde al Obispo de Roma y al Colegio de los Obispos. Nadie puede permanecer fiel a la Tradición si rompe los lazos y vínculos con aquél a quien el mismo Cristo, en la persona del Apóstol Pedro, confió el ministerio de la unidad en su Iglesia (cf. Mt 16,18; Lc 10,16; Vaticano I, cp.3, Dz 3060)».

«El éxito que ha tenido recientemente el movimiento promovido por Mons. Lefebvre puede y debe ser para todos los fieles un motivo de reflexión sincera y profunda sobre su fidelidad a la Tradición de la Iglesia, propuesta auténticamente por el Magisterio eclesiástico, ordinario o extraordinario, especialmente en los Concilios Ecuménicos, desde Nicea hasta el Vaticano II. De esta meditación todos debemos sacar un nuevo y eficaz convencimiento de la necesidad de ampliar y aumentar esa fidelidad, rechazando totalmente interpretaciones erróneas y aplicaciones arbitrarias y abusivas en materia doctrinal, litúrgica y disciplinar».

Desarrolla aquí el Papa, en este sentido, una exhortación especial a los Obispos y a los teólogos.

«En las presentes circunstancias deseo sobre todo dirigir una llamada a la vez solemne y ferviente, paterna y fraterna, a todos los que hasta ahora han estado vinculados de diversos modos con las actividades del arzobispo Lefebvre, para que cumplan el grave deber de permanecer unidos al Vicario de Cristo en la unidad de la Iglesia Católica y dejen de sostener de cualquier forma que sea esa reprobable forma de actuar. Todos debe saber que la adhesión formal al cisma constituye una grave ofensa a Dios y lleva consigo la excomunión debidamente establecida por la ley de la Iglesia (can. 1364)».

¿Cómo estamos ahora? Pues al parecer, los lefebvrianos rechazan el “Preámbulo” que últimamente les ofreció-exigió la Iglesia con buen ánimo. A falta de confirmación oficial, la Fraternidad Sacerdotal San Pío X no está dispuesta a firmar el Preámbulo doctrinal. Esa conclusión se deriva de las declaraciones de Mons. Fellay de 29 de junio de este año: “estamos en el punto de partida, condición en la que ya habíamos dicho que no podíamos ni aceptar ni firmar […] Es claro que nada bueno aportaremos a la Iglesia si no permanecemos fieles a la herencia de nuestro Arzobispo“, Mons. Marcel Lefebvre.

Todo indica que la reintegración de los lefebvrianos en la unidad de la Iglesia es mucho más deseada y procurada por la Iglesia que por ellos mismos. Es de temer que éstos, manteniéndose “fieles a la herencia de Mons. Lefebvre“, fijos en sus erróneas tesis, sigan en la situación actual otros cuarenta años. Y esto se debe en buena parte a que no reconocen la terrible realidad cismática de su situación. Por eso están dispuestos a continuar en ella cuarenta años o cuatro siglos. Declaran, con piadosas consideraciones, que están dispuestos a esperar en su penosa (¡y floreciente!) situación todo el tiempo que la Providencia de Dios estime conveniente. En cuarenta años no han cedido ni un punto de las posiciones de su Fundador: “estamos en el punto de partida“; o lo que es lo mismo, “con todas estas conversaciones no hemos adelantado nada hacia la unión“. Tienen vocaciones y la Fraternidad continúa creciendo. Siguen cumpliendo, a su entender, la altísima misión que Dios les ha asignado dentro de la Iglesia. Y no se sienten, al parecer, con mala conciencia, siguiendo también en esto el ejemplo de su Fundador. Pues bien, ese es exactamente el mismo planteamiento que se hace desde multitud de grupos heréticos y sectarios. Todos los que salen de la Iglesia tienen la conciencia muy tranquila y creen estar haciendo la voluntad divina.

Recordemos que, desde el principio, los lefebvrianos han vivido su situación convencidos de que es la Iglesia la que se halla en condición irregular por su desviación liberal y modernista. Ellos son “testigos de la verdad” católica, y aunque sería deseable la unión, que exige la conversión de Roma, ellos aceptan que su anómala situación eclesial se prolongue todo el tiempo que Dios disponga. Recapitulo de nuevo sus actos:

+En 1975, cuando la Autoridad apostólica suprime la FSSPX, Mons. Lefebvre niega la validez canónica de tal suspensión, alegando que va contra derecho.

+En 1976, cuando es sancionado con la “suspensio a divinis” reacciona Lefebvre del mismo modo,negando su validez. Un mes después, 29 de agosto, proclama esta convicción suya a los cuatro vientos, celebrando en el palacio de los deportes de Lille una Misa multitudinaria ante periodistas y cadenas de radio y televisión. Debe, pues, quedar claro a la Iglesia y al mundo que todas las condenas que de la Iglesia reciben Lefebvre y la FSSPX son absolutamente inválidas, son nulas. “Es esta Roma liberal la que nos ha condenado. Pero condenando así la Tradición, la Verdad. Nosotros hemos rechazado esta condenación porque la consideramos nula e inspirada por el espíritu modernista. Lo que hacemos nosotros y contiamos haciendo es trabajar para el mantenimiento de la Tradición. Nos hemos hallado así en una situación de aparente desobediencia legal, pero nosotros hemos continuado ordenando sacerdotes, dando sacerdotes a los fieles para la salvación de sus almas” (Fideliter n. 55,1987).

+En 1988, cuando ordena sacrílegamente cuatro Obispos, contra la ley canónica y contra los ruegos y mandatos expresos del Papa, quedan excomulgados por el propio hecho los Obispos ordenando y los cuatro ordenados. Pero ni Lefebvre ni los cuatro Obispos lefebvrianos se creyeron nunca realmente excomulgados. Podemos comprobarlo cuando la excomunión fue levantada por Benedicto XVI, acto que los lefebvrianos celebraron como una gran victoria. Mons. Fellay escribe a sus fieles: “la excomunión de los obispos consagrados por S. E. Mons. Marcel lefebvre el 30 de junio de 1988, que había sido declarada por la Sagrada Congregación de los Obispos por un decreto del 1 de julio de 1988, y que nosotros siempre rechazamos, ha sido retirada por otro decreto de la misma Congregación, fechado el 21 de enero de 2009 por mandato del Papa Benedicto XVI“.

+Como el mismo Benedicto XVI afirmó al explicar el levantamiento de las excomuniones, “la Fraternidad no tiene ningún estado canónico en la Iglesia, y sus ministros, no obstante hayan sido liberados de la sanción eclesiástica, no ejercen legítimamente ministerio alguno en la Iglesia” (10-3-2009). Pero ellos siguen celebrando ordenaciones, misas y otros sacramentos con toda paz de conciencia, convencidos de que pueden y deben ejercer sus ministerios para el bien de la Iglesia.

¿En qué Iglesia creen los lefebfvrianos?
Es realmente peculiar que quienes se presentan a sí mismos como católicos y fieles guardianes de la Tradición, demuestren por sus hechos no ser ni una cosa ni la otra. Como escribió el P. José María Iraburu en su post “La Fraternidad de San Pío X y la Iglesia indefectible”: “Tengamos en la fe clara convicción de que no existe otra Iglesia que la Iglesia actual y visible, presidida por este Papa y por estos Obispos sucesores de los Apóstoles. El que no cree en esta Iglesia no cree en ninguna, porque no existe otra… No hay más Iglesia que ésta que se ve, se oye y se puede tocar. Adherirse fielmente a «la Roma eterna» o a «la Iglesia de los Apóstoles» es unirse a un ectoplasma, a un ideal, a un sueño: y eso no da la salvación, sino la perdición. Ésta es la verdadera y pura Tradición. Credo Ecclesiam. Extra Ecclesiam nulla salus“.

Dado que Mons. Marcel Lefebvre quiso que el Papa San Pío X diera nombre a su Fraternidad, y dado que los actuales responsables de la misma aseguran querer ser fieles a su fundador, es de todo punto oportuno recordar lo que dijo aquel Papa santo:

“No permitáis que vosotros mismos seáis engañados por las taimadas declaraciones de aquellos que persistentemente claman que desean estar con la Iglesia, amar a la Iglesia, luchar para que la gente no salga de ella… sino juzgarlo por sus obras. Si ellos desprecian a los pastores de la Iglesia e incluso el Papa, si intentan por todos los medios evadir su autoridad para eludir sus directivas y juicios… entonces, ¿de qué Iglesia hablan esos hombres? Ciertamente no de la establecida sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, con Jesucristo mismo como la piedra angular” (Ef 2,20)
San Pío X, discurso del 10 de mayo de 1909

Mons. Lefebvre ya no puede retractarse de las barbaridades que dijo contra Roma y contra la Iglesia, que en no pocos ejemplos bien podrían ser calificadas de sedevacantistas.Murió fuera de la comunión eclesial, como tantos otros cismáticos y herejes a lo largo de la historia. Solo Dios sabe si ha logrado alcanzar la salvación o si está comprobando por sí mismo la verdad de que fuera de la Iglesia no hay salvación. Eso poco importa ya. Lo que sí importa, y mucho, es la situación espiritual de los lefebvrianos a día de hoy. Las palabas de San Pío X van dirigidas a ellos.

Mucho me temo que el cisma lefebvriano no será superado si no es declarado abiertamente por la autoridad eclesiástica competente, en caso de que la FSSPX no acepte firmar lo que Roma pide que firme. Cuando la causa formidable de la unidad de la Iglesia se confió especialmente a cardenales muy benignos con los judíos, los protestantes, los no cristianos y los lefebvrianos (Etchegaray, Kasper, Castrillón, etc.), las relaciones de la Iglesia con ellos se hizo cordial, pero casi ninguno de ellos se convirtió y entró en la comunión plena y única con la Iglesia. De hecho, la reciente llegada de anglicanos al catolicismo ha sido más bien el fruto del marasmo de la comunión anglicana que otra cosa. Para ganarse a los fariseos para el Evangelio podría Cristo haber acentuado una captatio benevolentiæ, declarando los grandes valores vigentes en el fariseísmo -que los había-, y silenciando sus enormes errores. Por el contrario, Jesús optó por llamarles a conversión con fortísimas palabras: raza de víboras, sepulcros blanqueados, llenos de orgullo e hipocresía, capaces de tragarse un camello y de colar un mosquito, ni entran en el Reino ni dejan entrar, etc. El resultado fue que algunos fariseos y sacerdotes creyeron en el evangelio. Los que no se hacen como niños, y se dejan enseñar y mandar por la Iglesia, Madre y Maestra, no pueden entrar en el Reino.

En el difícil proceso por el que pasó la Fraternidad de San Pío X en este último año, pareció un tiempo que Mons. Fellay se separaba de la actitud cerrada manifestada por los otros tres obispos, y que éstosestaban dispuestos a desvincularse de él si aceptaba firmar lo que Roma exigía. Pero en el Capítulo General que en julio celebró la FSSPX, se recuperó la unidad en torno a la tumba de Mons. Lefebvre, según las mismas declaraciones de Mons. Fellay. Todos ellos, en forma unánime, quieren mantenerse fieles a “la herencia de Mons. Lefebvre“, y consiguientemente se niegan a firmar algo muy parecido a lo que su Fundador se negó a firmar –como se vió, por ejemplo, en 1982 y en 1988–. Hablando claro, la FSSPX no puede llegar a un acuerdo con Roma sin traicionar las enseñanzas y los ejemplos dados por Mons. Lefebvre.

Pero es más importante la salvación de sus almas que la fidelidad a quien quiso ser el responsable del último cisma abierto de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Es por ello que recibiríamos con gran alegría un cambio de postura que llevara a firmar el preámbulo doctrinal. Aun hay tiempo. Ellos verán lo que hacen. Nosotros nos quedamos rezando por su conversión y por su salvación.
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