(3/10/2014)
Francisco de Borja y Aragón nació el 28 de octubre de 1510 como primogénito de la Casa Ducal de Gandía, siendo hijo de Don Juan de Borja y Enríquez de Luna, III Duque de Gandía, Barón de Llombay, y de Doña Juana de Aragón y Gurrea. Su padre, el Duque de Gandía, era nieto del Papa Alejandro VI. Su madre era hija de Don Alfonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza y virrey de Aragón, quien a su vez era hijo ilegítimo del Rey Fernando el Católico. Por esta razón se dice que el santo salió del pecado, pues era bisnieto de un papa, nieto de un arzobispo y bisnieto de un rey por línea ilegítima.
El origen de la familia de San Francisco era oscuro pero ilustre, por lo que amasó una gran fortuna y un inmenso poder. Su abuela, María Enríquez de Luna, era además prima del Rey Fernando y nieta del almirante de Castilla, Don Enrique Enríquez, así como bisnieta del condestable Don Álvaro de Luna.
Cuando el primogénito de la casa anunció su decisión de hacerse monje, sus padres le enviaron inmediatamente a servir a la Corte, esperando que ahí descubriera más el mundo. Para financiar su vida como Gentilhombre de la Casa de Borgoña, su padre le concedió la baronía de Llombay con la mitad de sus rentas. En 1528, el joven Francisco fue enviado al Palacio Real de Tordesillas, cercano a Valladolid, donde se encontraba recluida la Reina Juana “la Loca”. En Tordesillas, recibió primero el encargo de servir de paje de la infanta Catalina, hermana del Emperador Carlos.
Durante ese tiempo, el Barón de Llombay fue investido caballero de la Orden de Santiago, honor que recibió con gran dignidad y deber religioso.
Preocupados por encontrar sucesión en su primogénito, los Duques de Gandía pidieron al Emperador que les ayudase a concertar un buen matrimonio para su hijo, quien algún día sería Grande de España, y por lo tanto necesitaría aprobación del Rey para casarse. El Emperador recomendó a Doña Leonor de Castro Mello e Meneses, dama portuguesa y gran amiga de la joven Emperatriz Isabel. Doña Leonor era hija de Don Álvaro de Castro, capitán general de África al servicio del Rey Manuel I de Portugal, y de Doña Isabel de Mello Barreto e Meneses. Las negociaciones matrimoniales fueron encabezadas por el cardenal Mendoza, quien actuaba en nombre del Emperador. En 1529, los prometidos contrajeron nupcias en el Real Alcázar de Madrid.
Tras su matrimonio, el Barón de Llombay fue nombrado caballerizo mayor de la Emperatriz Isabel, un cargo de gran confianza dado por su nuevo parentesco con Doña Leonor de Castro. Con este matrimonio, Francisco entró al círculo íntimo de la Familia Real, consiguiendo el favor del Emperador. En 1530, Carlos I elevó la baronía de Llombay a marquesado en la persona de Francisco.
Durante sus años en la corte, los nuevos marqueses de Llombay iban siguiendo a los emperadores a donde fuesen, y así establecieron su vida, consiguiendo para 1539 una descendencia de ocho hijos (cinco varones y tres mujeres). Ese mismo año, fallece en Toledo la Emperatriz Isabel. El Marqués de Llombay, como su caballerizo mayor, fue el encargado de dirigir la comitiva que trasladaría el cuerpo de Doña Isabel de Toledo a Granada, donde sería enterrado.
Al llegar a Granada, el Marqués ordenó a los Monteros de Espinosa que abriesen el ataúd para dar fe a los monjes que la sepultarían que efectivamente iba dentro el cuerpo de la Emperatriz. Al abrir el sarcófago, salió de él un fuerte olor a podredumbre, y su rostro, que había sido considerado el más bello de la cristiandad, se hallaba ya descompuesto y lleno de gusanos. Entonces, Francisco dijo a los monjes: “No puedo jurar que esta sea la Emperatriz, pero sí juro que es su cadáver el que aquí ponemos”
La escena era desgarradora, tanto el Emperador como todos los que conocieron a Doña Isabel de Portugal se encontraban impactados al ver su estado de putrefacción. Arráncandose en lágrimas, el Marqués pronunció entonces aquellas célebres palabras que marcan el momento de su conversión: “¡Nunca más! ¡Nunca más servir a Señor que se me pueda morir!“
Sin embargo, el Emperador tenía grandes planes para su primo tercero, nombrándole virrey de Cataluña ese mismo año, cuando Francisco tenía tan solo 29 años de edad. Durante su gobierno, buscaba con ahínco los ratos libres para acercarse a rezar ante el Santísimo o deleitarse en la composición y arreglo de música sacra. Cuatro años más tarde, le es anunciada la muerte de su padre, convirtiéndose él en el IV Duque de Gandía.
Para estrenar su nueva condición, el Emperador decidió honrarle con la jefatura de la casa de su heredero, el príncipe Felipe de Habsburgo, más tarde conocido como el Rey Felipe II. En su nueva comisión, el Duque de Gandía quiso arreglar un matrimonio del príncipe Felipe con la hija del Rey de Portugal, matrimonio que uniría para siempre a la Península en un solo reino, pero las negociaciones fracasaron, quedando el Duque en gran ridículo y perdiendo la confianza del Emperador.
En 1543, el Duque deja su cargo de virrey de Cataluña y se retira a su palacio de Gandía, donde se dedica principalmente a la vida de oración. Durante ese tiempo, el Francisco de Borja también hizo grandes obras por la ciudad y por los pobres, desde fortificar la ciudad de Gandía para defenderse de los piratas, hasta reparar un hospital para los pobres y enfermos en Llombay. En una ocasión, el obispo de Cartagena viajó a Gandía, donde tuvo oportunidad a conocer al Duque. A su vuelta, el prelado escribió: “Durante mi reciente estancia en Gandía pude darme cuenta de que Don Francisco es un modelo de duques y un espejo de caballeros cristianos. Es un hombre humilde y verdaderamente bueno, un hombre de Dios en todo el sentido de la palabra… Educa a sus hijos con un esmero extraordinario y se preocupa mucho por su servidumbre. Nada le agrada tanto como la compañía de los sacerdotes y religiosos…“
Tres años más tarde fallece su mujer, Doña Leonor de Castro, en el monasterio de San Jernónimo de Cotalba, donde se hallaba buscando restaurarse de sus dolencias.
A pesar del luto que le embargaba, Francisco se vio entonces libre de toda atadura, tanto con su rey como con su esposa, y decidió tomar contacto con una naciente orden religiosa a la que él había apoyado económicamente con anterioridad. Esta orden era la Compañía de Jesús, fundada hace pocos años por San Ignacio de Loyola.
Al pasar el Beato Pedro Favre por Gandía, recibió los primeros votos del Duque de Gandía, y comunicó a San Ignacio la voluntad de este pío señor cuya fama ya le precedía. San Ignacio se alegró enormemente con la noticia, pero recomendó que dejara bien arreglada la educación y sostenimiento de sus hijos mientras estudiaba teología en la Universidad de Gandía, antes de profesar perpetuamente.
El 31 de agosto de 1951, el Duque de Gandía hizo su profesión perpetua en secreto, para no estorbar su participación en las Cortes de Aragón, pero inmediatamente después de ello comunicó al Emperador su voluntad de renunciar a sus títulos y privilegios en su hijo mayor, Don Carlos de Borja y Castro, que se convertiría en el V Duque de Gandía y II Marqués de Llombay. Tras obtener el permiso del Emperador, Francisco se retiró a una ermita en Oñate, donde se afeito la cabeza y la barba y se puso la sotana por primera vez. El 26 de mayo de 1551, Francisco es ordenado sacerdote. La historia del duque que renunciaba a todo para tomar los hábitos causó tanta impresión que el mismo Papa concedió indulgencia plenaria a todos los que asistieran a su primera misa, a la cual hubo tanta concurrencia que fue necesario poner el altar al aire libre.
Inmediatamente después de ser ordenado sacerdote, el Papa Julio III le ofreció a Francisco el birrete cardenalicio, el cual rechazó. Intentando vivir con la mayor humildad posible, el nuevo sacerdote pidió que se le hiciera ayudante de cocina, y desde su posición, insistía en cargar los leños para el fuego, así como limpiar las estufas y la cocina entera. En la comida, el antiguo duque se dedicaba a servir la mesa a sus hermanos, frente a quienes se ponía de rodillas pidiendo perdón cuando cometía algún error en el servicio, en el cual no estaba entrenado. Francisco de Borja había decidido hacerse el más pequeño y humilde de todos.
Muy pronto le fue dado permiso para predicar por la provincia de Guipúzcoa, donde encontraba gran felicidad llendo de pueblo en pueblo. En ese tiempo, mucha gente comenzó a buscarle para que les dirigiera espiritualmente, y su fama de gran consejero traspasó las fronteras de España. Esa fama se agudizó cuando se hizo director espiritual de una monja de Ávila que más tarde sería conocida como Santa Teresa de Jesús.
En 1565, la II Congregación General de la Compañía de Jesús, decidió nombrar al Padre Francisco de Borja como superior general de los jesuitas, impresionados con los testimonios que llegaban de él por todas partes. Como superior, San Francisco instauró las oraciones matutinas, también promovió la fundación de noviciados en cada provincia de la orden, así como cientos de colegios alrededor del mundo. Durante su mandato, se mandó renovar la Iglesia del Gesù en Roma, y promovió fuertemente la Contrarreforma en Alemania. Francisco de Borja, también fue un gran impulsor de las misiones, sugiriendo al Santo Padre la creación de la Congregación para la Propaganda de la Fe, que hoy en día lleva el nombre de Congregación para la Evangelización de los Pueblos.
Conociendo su enorme prestigio, así como sus influyentes parentescos, el Papa Gregorio XIII le pidió al superior de los jesuitas que colaborara en importantes negociaciones diplomáticas entre la Santa Sede con España y Portugal. Debido a ésto, San Francisco viajó hasta las cortes de dichos reinos a comunicar las peticiones del Santo Padre. El regreso a Roma fue extremadamente fatigante para el sexagenario sacerdote. A su paso por el norte de la península itálica, su primo Alfonso II de Este, Duque de Ferrara, arregló para que se le llevara cargando en una camilla hasta Roma. A pesar de los esfuerzos, Francisco falleció dos días después de su llegada a la Ciudad Eterna, el día 30 de septiembre de 1572. Antes de expirar, se le preguntó si quería que hicieran algo por él, a lo que respondió: “solo quiero a mi Señor Jesucristo.”
La fama de santidad de Francisco de Borja recorrió rápidamente el mundo entero, siendo beatificado medio siglo más tarde por el Papa Urbano VIII. En 1671, el Papa Clemente X le canoniza, siendo proclamado santo patrono de la nobleza, de la cetrería, de Valencia, Gandía y Bonares, y más tarde de la ciudad de Medellín, en Colombia, como protector contra desastres naturales.
Los restos de San Francisco de Borja se encontraban en la Iglesia de la Flor de Madrid, hasta que ésta fue quemada en 1931 durante la II República Española. Más tarde, aquellos restos que pudieron salvarse fueron transferidos a un retablo lateral de la nueva Iglesia de San Francisco de Borja. El retablo fue financiado por Doña María de la Paz Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa, XI Duquesa de Lerma, descendiente del Santo Duque de Gandía.
Santiago "matamoros" en la batalla de Clavijo (año 859)
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