Isabel Miranda
11/06/2019
No hace falta ser un experto en internet ni hacer búsquedas demasiado refinadas. Basta que un menor, con su móvil regalado por la primera comunión, haga la búsqueda «tetas culo» y tendrá al instante 64 millones de resultados en Google. Todos los primeros procedentes de páginas de pornografía. Por eso a los expertos no les sorprende que un estudio publicado este lunes cifre en los 8 años el acceso a estos contenidos en el caso de los más precoces, aunque el consumo no se generaliza en los chicos hasta los 14 años.
El informe «Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales», elaborado por la Universidad de las Islas Baleares con la ayuda de la red Jóvenes e Inclusión Social, concluye que los adolescentes cada vez acceden a la pornografía a edades más tempranas gracias a que es rápido, prácticamente libre de filtros y los contenidos son ilimitados. La mitad de los chicos encuestados consumían pornografía a los 14 años, y eran más del 75% antes de los 16, mientras que en las chicas el 50% se alcanza a los 16, según muestran las respuestas de casi 2.500 jóvenes de siete comunidades, de entre 16 y 29 años.
«La disponibilidad de los contenidos es la principal causa. Regalar un móvil a los 8 años es irresponsable, porque lo primero que hay en el móvil es internet, y en internet el principal contenido es el porno», dice Lluís Ballester, autor principal del estudio junto a Carmen Orte.
Sin buscarlo
El porcentaje de jóvenes que acceden a este contenido sin buscarlo expresamente se sitúa en el 45,4% en el caso de los varones y en el 34,7% en el caso de las mujeres, siendo la segunda puerta de entrada en el caso de ellos (solo por detrás del entorno social), y la primera en el caso de ellas. Lo hacen a través del móvil (50,4%) y por el ordenador (43,1%); solos (70,7%) y mayoritariamente en su casa (69,1%). Cuando los buscan se debe, principalmente, para obtener placer físico, para satisfacer su curiosidad y, en tercer lugar, para «aprender».
De hecho, lo que más preocupa a los expertos son las consecuencias de este acceso generalizado, sin contexto ni supervisión, y con un gran impacto visual, que llega a ser diario en el 14,4% de los chicos y semanal en el 32%; mientras que en el caso de ellas los datos son muy diferentes. Es diario solo para el 0,8% de ellas y semanal en el 6,2%, aunque en los últimos cinco años las chicas han incrementado su exposición a la pornografía hasta en un 20%.
«Nos avisaron de que estaban apareciendo nuevas actitudes muy machistas, distorsiones muy extrañas, poco razonables, como por ejemplo, jóvenes que creían que forzar al sexo a su pareja no era violencia de género», cuenta Ballester. Sin embargo, a la pregunta sobre si ellos creen que los contenidos sexuales han cambiado su percepción de las mujeres, la respuesta era negativa en el 62,3% de los encuestados.
«Asumen que toda conducta sexual que ellos ven en internet es aceptable y deseable, sobre todo por la mujer», corrobora Ignacio Calderón, director del Instituto de Neuropsicología y Psicopedagogía Aplicadas (INPA). Al final, el razonamiento es: «si todo lo que veo en internet son felaciones, no entiendo que mi novia se niegue y entonces me enfado», plasma el experto. Además, cuando no consiguen lo que quieren, llega la frustración. «Lo malo de la pornografía es que te enseña que la relación no es de equivalencia o de respeto».
Sin seducción
La deformación de las actitudes y de las relaciones interpersonales afecta sobre todo a los grandes consumidores (los que visualizan más de una hora al día), pero se puede dar a muchos niveles. Existe una aplicación móvil para jóvenes en la que califican la fotografía de otro, quedan si ambos se atraen físicamente y, cuando se ven, lo primero que hacen es «meterse mano» durante 15 minutos, cuenta el autor del estudio. «Para ellos y ellas es fascinante, y eso es la cultura del porno, donde hay pocas palabras y no hay seducción».
Pero además hay «una escalada de conducta». Es decir, primero se buscan prácticas más «normales», pero llega un momento en el que no es suficiente y se empieza a indagar en otro tipo de contenidos más duros. Grabaciones de «sexo sin preservativo o presencia de violencia abierta con estrangulamientos o fuertes golpes» normalizan en los jóvenes estas situaciones, que demandan a sus parejas o les incitan a consumir prostitución para realizarlas», explica Ballester.
«Un 50% reconoce haber incrementado las prácticas de riesgo después de consumir pornografía», según Ballester. Hoy «sexo anal y acabar en la boca de ella» es lo más buscado en las webs de pornografía y «son prácticas habituales que se pueden ver en internet con muy pocos clics de búsqueda».
Porque, según presidente de Pantallas Amigas, Jorge Flores, «aun siendo actores, esos vídeos tienen la apariencia de ser escenas casuales, o robadas», lo que «normaliza» estas prácticas.
Efectos del porno que viene
Corrobora los efectos «funcionales» el neuropsicólogo Calderón, que explica que hoy son los más graves. «Cambia su sexualidad y su forma de relacionarse con el otro sexo. Empiezan a ver a todos los demás como meros instrumentos para sus fines. Intentan replicar lo que ven, pierden mucha capacidad para tener una relación sana con el otro, no entienden por qué su pareja no quiere realizar las mismas prácticas...». También existe un «riesgo altísimo» de que se vuelvan adictos, pero no hay estadísticas, lamenta el experto, «porque es la adicción que más vergüenza genera y no tiene consecuencias evidentes», aunque está demostrado que el abuso del porno «sí produce cambios anatómicos a nivel del sistema nervioso».
Hay mucho trabajo por hacer, coinciden los tres expertos. «Solo estamos viendo la punta del iceberg», dice Calderón. «El 5G entra en 2020 y ya hay vídeos que trabajan "el punto de vista". Es decir, ver el porno como si fueras el predador sexual, viviéndolo en primera persona. No tenemos recursos para hacerle frente», dice por su parte Ballester, que teme las consecuencias en los comportamientos sexuales de la entrada de un internet sensorial.
Para Calderón el problema es, sobre todo, la falta de educación de los padres sobre cómo actuar o enseñar en la tecnología a sus hijos. Al final, opina, compran el móvil pero no se sientan con los menores a explicar lo que se puede hacer o no.
De hecho, según el informe, casi un 70% de los entrevistados dice que ha recibido una educación afectivo-sexual «insatisfactoria» y para resolver sus dudas ya acuden casi por igual a sus amigos y a internet (un 72,8% y un 69,1% respectivamente, en formulario multirrespuesta).
Los padres y profesores solo son una opción para el 27,5%, lo que, a juicio de Ballester, significa que «los adultos no existimos para aconsejarlos en materia sexual». Esa pérdida del adulto que sirve de referencia, unido al consumo en solitario y sin un guía que califique lo que es una conducta vejatoria, contribuye en gran medida a la normalización de actitudes machistas.
«No podemos pretender solucionarlo con un bloqueador de contenidos. Eso ayuda, pero no elimina el problema, para nada, y la gente quiere darle al botón mágico y que desaparezca el problema», critica por su parte Flores.
Imprime esta entrada